Haciendo asociados a garrotazos

La multinacional Wal-Mart ocupa, según sus propias cifras, a 1.7 millones de personas en todo el mundo. Salvo sus ejecutivos y supervisores, la masa ocupada no son “trabajadores” o “empleados”. Es posible verlos en cada una de sus 6.500 sucursales: repositores, peones, cajeros, lucen en el pecho una tarjeta plástica con su nombre, y debajo la palabra mágica: “asociado”.

Coincidiendo con la visita del Presidente Kirchner a la sede de las Naciones Unidas, y que en una de sus rondas empresariales se entrevistó con los directivos de la empresa, la CNN informó que Wal-Mart estaba planificando tomar a un millón de nuevos “asociados” en todo el mundo, pero en la modalidad part-time.

En la mayor parte de los países no existe legislación específica para esta forma de contratación.
Como MacDonald’s (aquí Arcos Dorados S.A.), Wal-Mart es una embajada del “american way of life” en los 16 países donde opera, y ya prometió que abrirá otras 2 sucursales en Argentina.

Sus ventas totales superan los 85 mil millones de dólares, pero este año las ganancias disminuyeron luego de que debiera cerrar sus hiper en Corea del Sur y Alemania.
Sus “asociados” están obligados, bajo contrato, a sonreír al cliente siempre y en toda circunstancia.
Una de las razones por las que tuvo que dejar el negocio en Alemania fue que los “asociados” de ese país se opusieron a cantar cada mañana el himno de la compañía. Los alemanes, además, consideraban que la sonrisa congelada es tomada como un exceso de confianza inadmisible para la cultura de ese país.

Recientemente, el economista Paul Krugman publicó una nota donde califica como “brutal” la política de Wal-Mart y la influencia que tiene en los distintos estamentos del Estado norteamericano, cada vez más maleable.

Krugman es un economista educado en el Massachussets Institute of Technology (MIT) y actualmente profesor en Princeton. Emparentado con Kenneth Galbraith, forma con Joseph Stiglitz un dúo de críticos a la globalización, pero una crítica “desde el Norte”.

Reunido con Kirchner durante la gira citada arriba, Krugman se mostró sorprendido por el congelamiento de tarifas dispuesto por el gobierno argentino, considerando que es la causa de la desinversión en el rubro energético.

Stiglitz, por su parte, cree que la globalización debe ser afinada, despojada de las tendencias más trogloditas, y que con buena cara, la aldea global será imbatible.
Ambos forman parte de una línea de pensamiento pasada de moda en EEUU, y que vincula seguridad con desarrollo económico. Aquí se corporizó tempranamente en la Alianza para el Progreso durante la presidencia de John Kennedy, con sus epígonos locales.

La vinculación de seguridad con desarrollo tuvo su centro de pensamiento en el MIT, de donde egresó Krugman.
Pero que haya pasado de moda no significa que esté muerta.

En efecto, tanto Krugman como Stiglitz creen que un capitalismo “demasiado” salvaje provoca problemas adicionales, tales como aumento de presupuesto para las fuerzas armadas estadounidenses, que deben salir a apagar los incendios (afortunadamente ya nadie habla de “revolución”) en todo el mundo. Y que ese salvajismo no contribuye a aceptar mansamente los beneficios generales del capitalismo, generando resistencias.

No casualmente, el secretario de Defensa de EEUU durante la guerra de Vietnam, Robert McNamara, pasó luego a desempeñarse en el Banco Mundial, el organismo que debería aportar -según la óptica norteamericana, que reina en el organismo- créditos para que los países atrasados, subdesarrollados o emergentes, accedan a todos los beneficios del capitalismo central. Como por ejemplo, Botnia.

Stiglitz también ha criticado duramente al FMI.
Ahora, Krugman se cruzó con el empresariado norteamericano, a quien, dice “le va bien en gran medida porque los empleadores de los Estados Unidos están librando una batalla exitosa contra los salarios”.
Y tomó a Wal-Mart como paradigma.

Los puntos que señala el economista del MIT deberían ser recordados por los sindicalistas argentinos, los funcionarios de gobierno y todos los probables postulantes a “asociados” de Wal-Mart.

Dice Krugman:

Las ganancias empresarias (en EEUU) se han más que duplicado “porque la productividad de los trabajadores sube pero sus salarios no, y porque las empresas han respondido al aumento de los seguros de salud negándoles el seguro a un grupo cada vez mayor de trabajadores”.

“Wal-Mart ya tiene una merecida fama de pagar salarios bajos y ofrecer pocos beneficios a sus empleados; el año pasado, un memo interno de Wal-Mart admitió que el 46% de los hijos de sus empleados o estaban en Medicaid (algo así como el Programa Médico Obligatorio o PMO argentino) o carecían de seguro de salud”.

La empresa respondió a este desafío contratando trabajadores part-time (y prometiendo que lo seguirá haciendo en el futuro) para “bajar el aporte de salud” que paga la empresa, para bajar costos.

Según The New York Times, «la empresa quiere transformar su fuerza de trabajo pasando de un 20% de part time a un 40%”.
Sin dar crédito a la denuncia, la CNN informó hace unos dos meses que Wal-Mart contrataba trabajadores ilegales, con sueldos todavía más reducidos. El cineasta demócrata Michael Moore investigó el tema.

Krugman advierte que, durante el Estado de Bienestar, los sindicatos hubieran puesto coto a estas prácticas brutales. Pero desde los 70 se inició en EEUU (y luego en el resto del mundo) un retroceso generalizado no sólo de la afiliación sindical: los trabajadores comenzaron a aceptar bajas salariales con acuerdo de sus direcciones gremiales.

Señala Krugman:

“En los 70, los empleadores comenzaron una exitosa campaña para hacer retroceder a los sindicatos. Esa campaña dependió de la violación sistemática de las leyes laborales: los expertos estiman que para 1980 los empleadores despedían, ilegalmente, a uno de cada 20 empleados que votaban por la sindicalización. Pero los empleadores rara vez se toparon con consecuencias serias por esas violaciones de la ley, gracias al vuelco político de los Estados Unidos hacia la derecha”, y concluye:

“Así que ¿qué es lo que hace bajar los sueldos? Grandes empleadores como Wal-Mart han decidido que sus intereses son mejor servidos si tratan a los trabajadores como un commodity descartable, mal pago y alentado a irse después de uno o dos años. Y a esos empleadores no les preocupa que los trabajadores se enojen y formen sindicatos porque saben que los funcionarios del gobierno que deberían proteger los derechos laborales harán todo lo que puedan para alinearse con los reducidores de salarios”.

No es el caso argentino, cabe suponer.

Como esta práctica es inevitable, el desembarco de empresas como Wal-Mart en países sin legislación laboral, o con gobiernos dispuestos a hacer la vista gorda, ese commodity descartable que es el trabajo -los “asociados”- estarán condenados a recibir sueldos bajísimos, no podrán sindicalizarse, serán temporarios y carecerán de obra social.

La idea de “asociado” es abominable.

Se trata de un empleado part-time con un salario de 400 pesos, o incluso un “pasante” contratado a través de las universidades, que actúan en este caso como agencias de empleo temporario y reciben una parte del salario (y por eso lo silencian), como monotributistas, sin cargas sociales.

Habría que hacer cumplir la ley vigente y tener un verdadero Sindicato de Comercio para que esta inercia globalizadora encuentre un límite.

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