Guerrilleros (una salida al mar para Bolivia) es una novela extraña que desde una profunda seriedad tiene al delirio como fuente productiva fundamental. En la trama se repite la experiencia guerrillera guevarista en Bolivia (incluso está escrita como diario), casi veinte años después, pero hecha a ritmo de cocaína bajo la oscura luz cyberpunk que desde el futuro emitía William Burroughs. El año pasado fue reeditada por Díada; había sido escrita en 1986 y publicada en 1993 por la editorial independiente Tantalia, que fundó el propio autor junto a sus colegas Anibal Jarkoswki y Miguel Vitagliano.
Para la reedición convocó a varios dibujantes, compañeros del mundo de la historieta, que hicieron versiones de la tapa del libro, la imagen de un ekeko (muñeco-deidad tradicional del altiplano) con pasamontañas guerrillero, con las que hizo una saga de postales y planea una muestra. Una de esas versiones del ekeko la hizo Langer, coautor con Mira de La Nelly, y es por lo tanto presumiblemente la más afectada por las preocupaciones que engendraron la novela. El dibujante leyenda del under le puso una boina guevarista, lo atavió de armas y un habano en la boca; y el ekeko es un esqueleto pelado.
“Es un libro escrito antes del copamiento del Regimiento de La Tablada, que tiene que ver con la literatura pero sobre todo con lo que yo observaba que le pasaba a la gente a mi alrededor. En mi generación estaba la idea de que había que actualizar los medios retomando un pasado heroico, los años ‘60 y ‘70, reparando los errores. De ahí al desastre de La Tablada hay un paso. En los hechos se planteó que dos caminos que habían estado separados, la lucha armada y cocaína, debían juntarse. Resultaron dos caminos de muerte. Por eso en mi novela los guerrilleros consideran a la cocaína su fusil.”
En efecto, los revolucionarios —adolescentes todos— usan la droga para activar una pila que tienen implantada en el cerebelo. Una vez activa esa pila los conectará con la Máquina Recicladora, que unificará sus conciencias con la de antiguos revolucionarios ya martirizados en plomo (como el Che), moldeándolos según la Matriz del Guerrillero Perfecto. Es una novela pletórica donde cada elemento aparece ya embarazado de otro; excesivamente orgánica y profusa en tecnologías futuristas, su concienzuda abundancia resulta un fecundo refugio ante la tediosa nadería que tanto se difunde expoliando el nombre del minimalismo.