Guerras culturales

Hace unas pocas lunas, la nación mapuche realizó una silenciosa protesta en Piazza Spagna contra el huinca Benneton, que alambrando millones de hectáreas en la Patagonia, ha acorralado a las manadas de bisontes y caribous. No es el único caso.

Poder Sanavirón, -una ong local, de las más de cien mil que existen en el país- se ha presentado ante la justicia federal argentina pidiendo ser reconocida como representante de un pueblo originario.

El recurso, firmado por Withney Humala Toro, L.E. 188.300 como legítimo sobreviviente de la nobleza sanavirona, se funda en lo determinado por el texto constitucional de 1994.

En declaraciones a la prensa, Humala Toro, nacido en el norte cordobés hace 99 años, sostuvo que no pretende cambiar la actual división política de la Argentina, aunque sí dejar sentado un testimonio de la riqueza cultural nativa para que sea tomado como bandera de lucha y llevado a la victoria por las futuras generaciones, y alertar sobre la existencia de petróleo, tungsteno, uranio, hierro y oro que abundan en el subsuelo sanavirón.

El abogado que lo representa, doctor Faustino Frías, explicó que su pedido se basa en el artículo 75 de la Constitución Nacional, que establece en su apartado 17 (ver www.senado.gov.ar):
«To recognize the ethnic and cultural pre-existence of indigenous peoples of Argentina. To guarantee respect for the identity and the right to bilingual and intercultural education; to recognize the legal capacity of their communities, and the community possession and ownership of the lands they traditionally occupy; and to regulate the granting of other lands adequate and sufficient for human development; none of them shall be sold, transmitted or subject to liens or attachments. To guarantee their participation in issues related to their natural resources and in other interests affecting them. The provinces may jointly exercise these powers».

El líder sanavirón explicó que ellos ocupan al menos desde el siglo IX un amplio territorio que abarca gran parte de las actuales provincias de Santiago del Estero, Córdoba y San Luis, y que en todos estos años no han adquirido ni un metro cuadrado de nueva tierra.

«Es toda nuestra», afirman.

Como si esto fuera poco, Frías también cita el artículo 124 de la misma constitución, que establece (ver www.senado.gov.ar): «The provinces have the original dominion over the natural resources existing in their territory».

En una conferencia de prensa donde circuló el mate con azúcar («el mate amargo es extranjero», dijo la cebadora, una bella princesa de la nación), Humala Toro y el doctor Frías describieron la vida cotidiana de los sanavirones:
«Somos la gente de los valles. Es cierto que cada tanto discutíamos fuerte con los barbudos -dijo el primero, refiriéndose a los comechingones, una nación que ocupó las alturas, desde Sierra Pintada hasta Cerro Colorado- por alguna aguada, una mujer virgen o un mortero más o menos, pero en general nos llevábamos bien. Y no sólo con ellos: siempre tuvimos buena relación con nuestros vecinos atacamas, omaguacas, huarpes, lules, diaguitas y chibchas».

El noble sanavirón explicó después: «En el siglo XII llegaron los invasores del norte, con su economía dirigista y centralizada, que pretendieron imponernos su idioma, pero nosotros resistimos con éxito y aquí nos tiene. El Tahuantisuyo desapareció, y nosotros no».

Según Frías, sanavirón naturalizado cordobés, el vicio generalizado del uso de la coca y la decadente poligamia precipitaron la crisis del Imperio.

La presentación de Poder Sanavirón tiene distintas implicancias, todas ellas explosivas.

Los gobernadores de las provincias involucradas deberán agregar un representante de esa nación en los viajes que realizan periódicamente a Houston para interesar a inversores en prospección petrolífera, e invitarlos a la mesa de negociaciones, sin que se conozcan por el momento sus expectativas.

La Corte Suprema se verá obligada a interpretar el texto constitucional: si la propiedad originaria es de las provincias, y los sanavirones son reconocidos como originarios de esas provincias, es muy probable que los auténticos dueños del petróleo terminen siendo éstos y no aquellas. Ya hay jurisprudencia, al menos en lo que se refiere a algunas minorías transexuales.

Y eso no es todo.

En la extensa presentación de Humala Toro se sostiene que el pueblo sanavirón, cuya alfarería recuerda a la cultura de Los Barreales o acaso a la de Santa María, practicó hasta el siglo XIX una agricultura primitiva basada en la recolección de una variedad silvestre del maíz que, gracias a la polinización cruzada, se hibridó con petunia (Petunia Nyctaginiflora), un arbusto que hasta ahora se creía descubierto en 1823 por una expedición científica francesa que recorría el Brasil.

Si fuera cierto, los sanavirones podrían reclamar ante la Oficina de Patentes Industriales de EEUU por la propiedad del maíz RR registrado como especie propia por la multinacional Monsanto, lo que abriría un segundo conflicto diplomático luego de la militarización de la frontera uruguaya con una especie de Línea Maginot para defender la celulosa, un insumo estratégico del siglo XXI.

Humala explicó que la mayor parte de los agricultores sanavirones se pasaron a la soja porque el maíz amarillo ya resulta incomible incluso para las gallinas.

No aclaró por qué.

Pero la más grave de sus derivaciones es cultural: la cultura quechua, dicen los especialistas, quedaría convertida ipso facto en foránea.

En Santiago del Estero reina la desolación.
«Tenemos miedo. Primero fueron los Juárez -afirmó una ciudadana que prefirió no ser identificada- luego Julio Mahárbiz, más tarde Al Qaeda, y ahora esto».

Una sensación de pesimismo se adueño de los folkloristas santiagueños.

Vitillo Ábalos declaró que se dedicaría al bebop.
La familia Carabajal anunció que hará un escrache frente a la casa de los Palavecino.

«No sólo Don Sixto, el propio Andrés Chazarreta han venido engañándonos por décadas», dijo un vocero de la familia.
La policía provincial puso en custodia los violines y sacha-violines existentes en su jurisdicción.

Los técnicos del Observatorio de Pueblos Originarios de la Universidad de San Andrés no pestañean, atentos a lo que pueda desencadenarse, recordándonos que, dormido en un cajón, existe un proyecto firmado en el Senado por La Momia Teñida de Rubio, por el que se propicia la creación de un Registro de Pueblos Originarios. Según sus fundamentos, el Estado Argentino debe otorgar a los registrados una certificación de origen en tres grados: originario normal, originario varietal y originario-originario.

Pero no se cree que esa cámara tenga tiempo para tratarlo este año, o el que viene.

Acaso sin querer, Poder Sanavirón reflotó una polémica antropológica protagonizada hace 50 años por científicos como Serrano, Lafone Quevedo, Ambrosetti y José Imbelloni, quien no tiene relación con un exitoso sindicalista -el Beto Imbelloni- que destelló fugazmente durante el gobierno de Isabelita.

Aunque en esa época no se conocía el término «originario» aplicado a los pueblos pre-hispánicos, algunos antropólogos defendían el quichuismo mientras otros lo defenestraban sosteniendo que, al llegar a América, los jesuitas se encontraron con un auténtico caos multicultural.

No muy distinto del actual.

En aquellos años se hablaban no menos de 100 lenguas de distinto origen. Se creyó entonces que algunas podían tener origen egeo o asiático.

El desorden lingüístico fue la primera valla que encontraron los jesuitas para instalar el Evangelio y la Verdad Revelada.

Aunque lo había intentado en un principio (cuando los amautas tenían una verdadera influencia sobre las decisiones del Inca, y no como sucedió más tarde), el Imperio no había logrado homogeneizar por completo a los pueblos conquistados. Los amautas eran grupos de intelectuales que se reunían para definir el destino manifiesto del imperio.

Lo que hoy llamaríamos consultora.

Y no es que los Incas, o los amautas, hubieran desconocido las reglas básicas de la industria cultural y la propaganda.
Sea como fuere, el quechua se convirtió en la lingua franca de entonces, pero como se propagó la noticia de que la familia real hablaba otra lengua secreta e iniciática, los pueblos dominados se creyeron con el mismo derecho y preservaron las propias, al menos en la intimidad de cada clan.

Apenas desembarcados y sin abrir las valijas, los jesuitas se dedicaron a comprender el idioma extendido en todo el Imperio.

Ya en 1560, Fray Domingo de Santo Tomás publicó su Lexicón Quechua y así el Evangelio se pudo propagar sin inconvenientes, porque para los pueblos originarios, el castellano de entonces, hablado por porquerizos, era tan incomprensible como el chino.

La tarea de los jueces es dura. Si se confirman tales hipótesis, los jesuitas serían los únicos en condiciones de acceder al registro de pueblos originarios y se quedarían con todo el petróleo.

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