A más de tres meses de autoproclamarse presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó aún no ejerce el poder real ni controla el Estado nacional. No le alcanzó el reconocimiento de las potencias occidentales y de la mayoría de los gobiernos americanos. Tampoco que su mayor aliado, Estados Unidos, ponga en jaque la principal fuente de ingresos de divisas del país, la debilitada industria petrolera, o que un grupo limitado y de mediano o bajo rango de militares se pliegue a un intento de golpe de Estado. Nada de esto funcionó, pero con cada uno de estos fracasos crecieron las voces que coquetean, proponen o piden a gritos una intervención armada externa, y con estas voces también está creciendo la necesidad de internacionalizar la crisis venezolana, de presentarla como un problema de seguridad que trasciende las fronteras nacionales.
Cuando ya empezaba a quedar claro que el intento de Guaidó de ganar el apoyo de la mayoría de los militares había fracasado, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, apuntó sus amenazas no contra el gobierno de Maduro o la cúpula militar venezolana, sino contra Cuba. “Si las tropas y las milicias cubanas no cesan de inmediato sus operaciones militares y de otro tipo con el objetivo de causar muerte y destrucción a la Constitución de Venezuela, un embargo total y completo, junto con sanciones del más alto nivel, serán impuestas a la isla de Cuba. ¡Ojalá que todos los soldados cubanos vuelvan pronto y de manera pacífica a su isla!”, escribió el mandatario en su Twitter.
Líderes opositores, miembros del gobierno estadounidense y medios internacionales que simpatizan con los esfuerzos de Guaidó venían advirtiendo que la guardia privada de Maduro estaba garantizada por fuerzas cubanas y que militares de ese país caribeño tenían un poder sustancial sobre las FAN venezolanas. Sin embargo, esta semana un ex funcionario estadounidense que pidió mantenerse en el anonimato le dijo al diario The New York Times sostuvo que la Agencia Central de Inteligencia, la CIA, había concluído en un informe que “Cuba está mucho menos involucrada y su apoyo es mucho menos importante de lo que algunos funcionarios de primer nivel del gobierno creen”.
Quizás porque la amenaza militar cubana ya no convence como en la época de la Guerra Fría o porque en estos momentos la opinión pública estadounidense está especialmente sensible a la supuesta avanzada global de la Rusia de Vladimir Putin, dos de los referentes del gobierno de Trump para la cuestión venezolana parecen haber elegido a otro enemigo de mayor peso para explicar la supervivencia de Maduro: el Kremlin.
Una vez que ya no había dudas de que el intento de derrocar a Maduro había fallado, el asesor presidencial de Seguridad Nacional, John Bolton, y el secretario de Estado, Mike Pompeo, explicaron por qué el plan, del que ellos mismos reconocieron ser partes, falló. “Él (Maduro) tenía un avión listo en la pista, estaba listo para salir esa mañana, según sabemos, y los rusos le dijeron que se quede. Se iba a ir a La Habana”, contó Pompeo a la cadena CNN. Tanto el gobierno venezolano como el ruso desmintieron esta versión y la Casa Blanca aún no pudo mostrar ninguna evidencia que respalde su declaraciones.
Con este relato, el gobierno estadounidense no solo acusó a Rusia de interferir en la crisis venezolana, sino que describió a Maduro como poco más que un títere del Kremlin.
Acto seguido, comenzaron a multiplicarse los contactos, la discusión y, como ya pronostican analistas y medios internacionales, las posibles negociaciones entre los dos rivales de la Guerra Fría. Trump habló por teléfono con Putin y dice que éste le prometió que no quiere involucrarse en Venezuela, Pompeo habló con su par Serguei Lavrov y lo único que acordaron es en reunirse a solas esta semana en Finlandia, al margen de una reunión del Consejo Ártico, para discutirlo en persona. Al menos públicamente, se limitaron a ratificar sus diferencias.
De una semana para otra, el tema más urgente de la agenda bilateral entre Estados Unidos y Rusia parece no ser la guerra en Siria, el conflicto separatista en Ucrania, el acuerdo nuclear en Irán, la renovada tensión alrededor de Corea del Norte o la renegociación del tratado bilateral de control de armas nucleares de mediano alcance que abandonó Trump, sino Venezuela.
Antes de iniciar su gira por Europa y encontrarse con Lavrov, Pompeo alimentó aún más este clima de intriga internacional al exigir no solo a Rusia que “abandone” Venezuela, sino también a Irán. “Los rusos también necesitan salir. El presidente lo tuiteó muy claramente, Dijo que los rusos deben irse. Irán también está allí hoy y también debe irse. Todos los países que están interfiriendo con el derecho del pueblo venezolano a restaurar su propia democracia necesitan salir”, sentenció el jefe de la diplomacia estadounidense en una entrevista con el canal ABC.
La internacionalización de una crisis o un conflicto nacional no es una estrategia nueva y el razonamiento que propone es bastante simple y, muchas veces, efectivo: la potencia que interviene no viola el principio de soberanía del país en crisis o en conflicto, sino que lo libera del yugo de otra potencia externa que no le permite tomar decisiones soberanas de manera independiente. Todos los problemas y las complejas causas nacionales que provocaron la crisis o el conflicto quedan subsumidas a una lógica binaria propia de la Guerra Fría.
Pasó en Ucrania en 2014, cuando todo quedó resumido a un presidente pro ruso derrocado y fuerzas pro occidentales victoriosas.
Como en Ucrania, la realidad dentro de Venezuela es mucho más compleja y menos maniquea.
“Lo que dice Estados Unidos, que en forma bastante recurrente es simplemente mentira, es parte de una campaña psicológica dirigida a intentar dividir las fuerzas armadas y crearle a Maduro y a su grupo la sensación de desconfianza, de no saber de quién está rodeado. Para mi esos cuentos que inventa Estados Unidos, como que el día ese (el del golpe fallido) Maduro estaba prácticamente en la escalerilla del avión para salir hacia Cuba y que fue una llamada de Rusia lo que lo convenció de no irse del país y etcétera, es parte de una campaña psicológica que no tiene nada que ver con la realidad”, aseguró en diálogo con Zoom Edgardo Lander, un veterano académico de izquierda que negoció en 2005 en nombre del entonces presidente Hugo Chávez para desactivar el proyecto estadounidense del ALCA y hoy es muy crítico del gobierno de Nicolás Maduro y es parte de una plataforma ciudadana que pide elecciones transparentes, que incluyan a todas las fuerzas políticas.
Para Lander el elemento más importante hoy en Venezuela no es ni Rusia ni Cuba ni Irán, sino la posibilidad o no de una negociación real que abra el camino a una solución de compromiso.
“Acá hay tanto del lado del gobierno como del lado de la oposición más extrema y del gobierno de los Estados Unidos una resistencia muy fuerte a la posibilidad de negociación, entonces cada vez que ha habido algún acercamiento, alguna posibilidad, siempre ocurre algo que termina por sabotear las posibilidades de la negociación”, explicó el sociólogo.
“La situación de la negociación sigue siendo extremadamente difícil”, concluyó.
Hace unas semanas, la plataforma ciudadana a la que pertenece intentó acercar una propuesta de compromiso al gobierno y la oposición liderada por Guaidó para evitar una escalada de violencia mayor y, sin capitulaciones, avanzar hacia unas elecciones generales que incluyan a todas las fuerzas políticas del país. Los empleados del Palacio presidencial de Miraflores se negaron a recibir el documento. Guaidó, en cambio, los recibió.
“Tuvimos la reunión con Guaidó no como presidente encargado sino como presidente de la Asamblea Nacional para llevarle la propuesta, para decirle que nos parecía extraordinariamente peligroso que estuvieran construyendo un Estado paralelo y abiertamente llamando a la intervención de los Estados Unidos. Él nos escuchó atentamente, tomó nota, pero concluyendo la reunión ratificó punto a punto lo que viene proponiendo, los tres pasos de su hoja de ruta: la salida del usurpador, gobierno de emergencia y elecciones. La salida del usurpador significaría que Maduro tiene que rendirse como primer paso, y eso solo es posible por una vía violenta porque no hay posibilidad alguna de que en las condiciones actuales haya una rendición. Entonces la conversación giró en torno a eso, al peligro que eso significaba y la imposibilidad de una salida que no sea así. O es una salida violenta o tiene que ser una salida negociada de algún tipo, en que se crean las bases para que la población sea quien decida”, relató el sociólogo.
Lander no duda que existen referentes del gobierno y del sector mayoritario de la oposición que están dispuestos a negociar, pero por el momento no parece haber nadie dispuesto a cuestionar o desafiar el liderazgo de Maduro en el oficialismo y de Guaidó en la oposición.
Una situación similar sucede fuera de las fronteras venezolanos.
Existen gobiernos dentro y fuera de la región que han expresado su interés de impulsar y acompañar una negociación y una salida pactada en Caracas, pero ninguno está interesado en poner en juego su capital político o siente que tiene el suficiente para disputar el protagonismo en el debate internacional, especialmente ahora que la discusión es entre Estados Unidos y Rusia, dos potencias con ambiciones globales que cuando discuten nunca discuten solo un tema.