Las cosas que pasan en el mundo resultan llamativas si nos detenemos a observarlas. Si pasamos de largo es imposible verlas, son invisibles.
La denominada pandemia de gripe A es un fiel episodio de lo que sucede a la humanidad. Los avances científicos tecnológicos han terminado atrapando a los seres humanos en una realidad paradójica: podemos saber acerca de nuestra futura salud mediante el estudio de nuestro ADN pero no tenemos una vacuna para la gripe, y hasta es difícil conocer rápidamente qué tipo de virus es.
Queda claro que los avances científico tecnológicos poco han prevenido ciertas situaciones, llegando el hombre a descubrir más como reparar los daños en el cuerpo de sus ensayos biotecnológicos, que desarrollar aplicaciones científicas que no hagan necesario dañar el ambiente, los alimentos, el agua y el aire; y la vida.
¿Por qué razón debemos tomar productos lácteos para el colesterol, para agilizar el tránsito lento, para almacenar nutrientes protectores frente a los climas adversos? ¿Por qué, como escribió Paula Sibilia, en los supermercados hay espacios para productos orgánicos? ¿Los otros productos, qué son? ¿Por qué tenemos que usar bronceador 50 para no terminar ampollados?
El daño infringido al medio ambiente a través de la liberación de gases tóxicos, la minería a cielo abierto, el abusivo uso de combustibles fósiles, el uso de agrotóxicos y el despilfarro de agua, la tala indiscriminada de bosques y el uso descontrolado de productos biológicos en manos de cualquier mafia, han superado cualquier ficción.
La posibilidad de clonar, de anticipar enfermedades mediante la estructura de ADN y otros logros podría significar la solución a los grandes problemas de salud, y hasta la inmortalidad de los seres humanos. Pero no. El avance científico tiene dueños que apuestan a la comercialización de sus productos más que al bienestar general.
Estas reflexiones me surgen pensando qué hago encerrado en mi casa, comprando mensajes y consejos individualistas para resolver problemas colectivos. Y por qué razón la tendencia al aislamiento es tan eficiente en la era del mercado y la virtualidad.
Ni siquiera se sabe qué es lo que nos ataca. ¿Qué nos ataca?
La psicóloga Alicia Stolkiner plantea acertadamente que la situación genera lo que genera porque es algo desconocido. Una gripe desconocida, como la española a principios de siglo y la aviar más recientemente. Incluso se dice y está en estudio para su confirmación que el virus muta de país en país. A poco de estar acechados por los niños asesinos y el mosquito mortal, se nos presenta un acontecimiento inesperado, casi de ciencia ficción, más parecido a la historia de Oesterheld y Solano Lima que a los relatos de Orwell.
El pánico y la paranoia entran en todos los hogares. Se dice que el virus acecha a los jóvenes de entre 16 y 45 años, más que a otras franjas etáreas. Otra vez los jóvenes.
La ciencia y la tecnología, tan avanzada en los últimos 30 años, ¿corre atrás de la gripe A? ¿Produjo la gripe A? Es fácil asociar esta enfermedad con la producción militar para la guerra bacteriológica, con un atentado terrorista en Estados Unidos, con otras tantas cosas.
A pesar de los avances científicos, los seres humanos seguimos siendo vulnerables a las manipulaciones del poder y a las desigualdades sociales. Hoy la pandemia es universal, no respeta clases ni estamentos sociales. Pero sabemos que los más expuestos son los pobres. Y no porque no tengan con qué comprar alcohol en gel y barbijos, como dijo algún imbécil por ahí, sino porque acuden a los servicios de salud más desfinanciados del sistema, los públicos.
Después de la pandemia, bien vendría reflexionar sobre esto y saber cuáles son los intereses económicos detrás la campaña de desinformación a través de la saturación de información acerca de esta pandemia.