Gracias, Néstor

Menem consolidó al periodismo de investigación como un mercado. Como en los ’90, hoy una de las claves del negocio editoriales es vender oposición. Un repaso a la literatura anti K que inunda las bateas y cuya aparente neutralidad esconde la defensa de intereses económicos y políticos.

El artista plástico León Ferrari recibió el pasado lunes el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes, un año después de exponer en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA), dos años después de recibir en Venecia el León de Oro y a cinco del escándalo por el cual una retrospectiva suya, en el Centro Cultural Recoleta de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, durante la jefatura de Gobierno de Aníbal Ibarra, fuera jaqueada por grupos de mártires católicos —comandados desde las sombras por el actual arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, de excelente relación con el entonces vicejefe de Gobierno, Jorge Telerman. Los incidentes provocaron que la muestra fuera cerrada durante unos días, hasta que la jueza Elena Liberatori, que no ignora que desde la modernidad el rey tiene dos cuerpos, habilitó otra vez las instalaciones y Ferrari entonces resultó homenajeado, saludado y redimido de la ignominia inquisidora como el artista que es por una cantidad de ciudadanos e intelectuales que no necesariamente comulgan con su agnosticismo pero sí con la libertad de expresión.

Entre esos ciudadanos, por supuesto, no estaba Telerman y acaso más lógico, tampoco Bergoglio.

Ibarra fue destituido de su cargo luego de la tragedia de Cromañón y sobre su heredero cayeron sospechas como piedras. Ciertas fuentes dicen saber que durante esos afiebrados días, el hombre ofició de correveidile del purpurado frente al alcalde, llegando a proponerle, sin consultar siquiera a la titular del centro cultural, Nora Hochsbaum, un plan maestro, previa retirada de las piezas: inundar el Recoleta y reabrirlo después de sucesivos lampazos y enchapado de cañerías, sin la obra de Ferrari, instalada en alguna sala de Burkina Fasso… como para no exaltar a la Falange vernácula.

Telerman, ex asesor de Eduardo Duhalde, aunque se presenta como independiente, en la actualidad compone parte de ese archipiélago llamado peronismo disidente, huérfano de referencias (excepto la de Duhalde y sus acólitos porteños, Miguel Angel Toma, el jettatura Eduardo Amadeo, Juan Manuel Olmos, Diego Santilli, Santiago de Estrada), un combo evangelista que puede ser imantado por Mauricio Macri, por Cleto Cobos, por Felipe Solá, por Francisco de Narváez o por el tapado que a la hora de los bifes, ofrezca unos periodistas de esos que se reciben en las escuelitas de periodismo (que con suerte y saliva terminan de prenseros en el Congreso), resguardo, dinero y una muy amable relación con la policía.

Oposición, divino tesoro

Esta introducción viene a cuento del movimiento subterráneo que la clase media urbana argentina, que siempre se pretendió vanguardista y europeizante, no es ni una cosa ni la otra, y que no serlo sería una ventaja (como es en Brasil) si se tuviera un proyecto de país, ese proyecto que con sus luces y sus sombras, interfirió, a partir de 2003, con el arribo de Néstor Kirchner al poder, la cinta transportadora del conservadurismo inercial que se quebró después del fracaso bélico de 1982 en el Atlántico sur, conoció una primavera de un par de años cuando la formalidad de la democracia era voceada con el preámbulo de la Constitución Nacional y volvió a su movimiento natural cuando los peronistas se confundieron con las maneras de mesa de la clase media y pusieron en la calle (y en el gabinete de la UCR) a sus fuerzas de choque.

Entretanto, nacían las operaciones en parrillas rosas y determinados ministerios fueron ocupados por negociadores que de simpatizantes del ERP completaron el giro hacia la inteligencia estatal-internacional.

La pasión por la historia argentina, su pasado inmediato, la brutalidad de un régimen como el que defiende un tipo como Abel Posse, un escritor mediocre, tanto o más que Marcos Aguinis, se transformó lentamente por la erosión que impulsó una generación que empezaba a desembarcar en los medios: tipos jóvenes que estudiaban, que leían, algunos ex militantes, cantidad de nómades de retorno que sabían escribir, y que investigaban.

Carlos Saúl Menem, su gobierno, consolidó tanto al periodismo de investigación como un mercado para su despliegue, y también, al final de su mandato, perforado por todos los costados, la saturación de un género que demasiados intentaron y al que pocos sobreviven. Los mejores, como siempre, esos que mantienen la candela y una ideología, y los otros, cuya pericia, tenacidad y capacidad de cambio, abrieron la cabeza a las tendencias que de una manera o de otra también hablan de la sociedad en que vivimos.

Sin embargo, una de las claves del negocio editorial, que creció sin control en los ‘90, era vender oposición. El negocio editorial periodístico hizo mucho más que monedas vendiendo oposición, y cuando los opositores supieron desde adentro qué cosa es el poder, también supieron elegir un opositor.

El gobierno de Kirchner y el de Cristina Fernández, al que un sector importante de la clase media discute y detesta, se lo discute y detesta porque no hubo ninguno anterior que se animara a ir tan lejos en sus medidas. Es cierto que existen políticas de apuro, improvisación, altruismo cero y unos modales que los cívicos y los republicanos desprecian por plebeyos, y mucho más si quienes gobiernan no son plebeyos. Pero pase lo que pase, nadie podrá quitarle a estas administraciones el coraje de enfrentar, por más que el cálculo jamás vaya a abolir la incertidumbre, a las corporaciones militares y policiales, a la iglesia, al poder mediático y al agro, a la justicia y a los institutos internacionales de usureros a deuda indexada. Pues bien, eso no alcanza. Y es cierto. Pero ese ahora no es el tema que nos ocupa. Nos ocupa la segunda generación del periodismo de investigación, públicamente enfrentada al gobierno desde conglomerados periodísticos con terminales informáticas, televisivas y gráficas.

Literatura anti K

El repaso de los libros más vendidos describe a un consumidor informado centralmente desde la televisión, más indignado que analítico (a la manera de los animadores audiovisuales y de la moralina editorial de los responsables jurídicos y capitalistas de las cadenas afectadas por la ley de servicios audiovisuales) que vino a romper la concentración y el chantaje que sobre cantidad de periodistas —la mayoría en negro— ejercen caciques de poco vuelo, formación intelectual nula e interés, antes que en la información, en la rentabilidad inmediata.

Dos libros dominaron el mercado: ¡Pobre patria mía! (Sudamericana), el libelo de Aguinis, pasó los 120 mil ejemplares. El dueño (Planeta), una biografía novelada de Néstor Kirchner, de Luis Majul, empleado de De Narváez, Manzano y Vila, que a mes y medio de su salida, ronda las 150 mil unidades, a casi 70 pesos per cápita. El primero, ejemplo de esa indómita servidumbre a los poderes establecidos por el sentido común y el patriotismo más ramplón. El segundo, una retahíla de datos sobre la arbitrariedad y la infamia que un matrimonio de canallas pareciera estar haciendo padecer a una sociedad que hace dos años eligió en elecciones libres y soberanas. Estos productos a repetición son de lectura veloz, como una revista con más páginas. Y que esa aparente neutralidad esconde la defensa de intereses económicos y políticos.

Enemigos íntimos (Sudamericana), de Guido Braslavsky, periodista de Clarín, explora la “conflictiva” relación de los Kirchner con el poder militar. El club K de la obra pública. El caso Skanska (Planeta), de Pablo Abiad, periodista de Clarín, intenta aportar pruebas de corrupción supuesta. Gracias, Néstor. La política de los negocios (Sudamericana), de Lucio Di Matteo, periodista de El Cronista, bucea en el “holding Kirchner” y sus amistades peligrosas. Patria o medios (Sudamericana), de Edi Zunino, periodista del diario Perfil, insiste con la tesis de una pulsión de control que domina a la presidente de la Nación y a su esposo, tanto que los condujo a reformular una ley de la última dictadura (con todo, de todo este material, es el mejor procesado). Kirchner y yo. Por qué no soy kirchnerista (Sudamericana), de Fernando Iglesias, diputado de la Coalición Cívica, se pregunta algo que, suponemos, Kirchner jamás le pidió, y se contesta solo, como en las mesas-debate de la tele. Conmovedor, Dar de nuevo (Planeta), de Claudio Montaldo, un pequeño agricultor que perdió todo pero ya está en vías de recuperación. Montaldo es un hombre desengañado. Moscú ya no cree en lágrimas. La “teoría política” vive su hora de gloria con El poskirchnerismo (Sudamericana), de Mariano Grondona, que regurgita desarrollismos viejos y libros de megatendencias como los que compran y venden los creyentes en diversos gurús del gran país del Norte. Los Kirchner (Sudamericana), de Joaquín Morales Solá, más íntimo, familiar y amable. Pérfido, pero como podría ser Lopérfido. El hombre de la valija (Planeta), de Hugo Alconada Mon, se sumerge en el submundo del recontraespionaje, con Antonini Wilson como actor principal. El rabino Sergio Bergman pide Celebrar la diferencia (Ediciones B) y propone un Manifiesto cívico (Ediciones B), para todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino y otros clichés similares. Con cachet diferencial: el primero de esos libros se acerca a las 90 mil copias.

Dinero, dinero, dinero…

Lo peor del fenómeno, a juicio de este cronista, no es el odio y la envidia que despierta en el piojo resucitado el poderoso o arbitrario, elija usted, sino el manoseo y la falta de rigor y el menefreguismo ideológico. ¿Para qué se escriben estos libros? No para esclarecer a quien ya está esclarecido, sino para multiplicar billetes. Nada contra eso. Pero hágase con seriedad.

Ninguno de los libros acá nombrados se acerca ni de lejos a una columna dominical de Horacio Verbitsky, tampoco al recientemente aparecido Noticias de los Montoneros (Sudamericana), de Gabriela Esquivada; y menos todavía a la biografía de Perón que publicó este año Horacio González (Colihue), a los tres libros de ensayos reunidos de Nicolás Casullo (dos por Colihue y el otro por el Fondo de Cultura Económica), y tampoco a la recopilación de escritos de Ricardo Forster (también en Colihue).

La mención no puede eludir el trabajo de la editorial Biblos, que ha publicado trabajos sobre movimientos sociales coordinados por Maristella Svampa y por Gabriela Delamata (Svampa también publica en Siglo XXI). Una biografía de Agustín Tosco anuncia Biblos para los próximos meses. Augusto Timoteo Vandor fue uno de los top ten de Ediciones B, biografiado por el experto en sindicalismo Senén González. Lejos de eso, lo peor: los libros de Juan Bautista Yofre, tres, todos en Sudamericana, y el de Ceferino Reato sobre José Ignacio Rucci, en la misma editorial. Y el de Ricardo Canaletti y Rolando Barbano, periodistas del gran diario argentino, Todos mataron, prodigio de ingenio, apuntes a vuelo de pluma sobre la Triple A, en Planeta.

A disfrutar de los dinerillos que os hacen ganar los corruptos, muchachos. Y no se olviden de nadie. Y un punto aparte: Diario de guerra. Clarín, el gran engaño argentino, de Claudio Díaz, que la joven editorial Gárgola se animó a publicar.

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