Fue a comienzos de la semana, cuando el presidente Alan García, se apuró en salir aclarar que “no hay pacto alguno” con su antecesor y ex perseguidor Alberto Fujimori, para evitar su extradición a Perú. Un artículo de tantos en el matutino chileno El Mercurio, precisando sobre un posible pacto, lo llevó sospechosamente a negarlo con la velocidad de un rayo, lo que motivó cierta agitación del ambiente político en Lima, donde el fujimorismo en el Congreso cierra filas con el Gobierno, en un pacto que tiene diversos capítulos de una larga historia que comenzó hace 17 años.
Los comienzos
En 1990, un ignoto rector de la Universidad Agraria, Alberto Fujimori, se paseaba en un camión desde el que repartía flores como toda campaña en su intento por llegar a la presidencia. El gobierno de García (1985-1990), atravesado por las denuncias de corrupción y por una espiral inflacionaria que lo hacía llegar al final en el “summum” del descrédito, quería evitar a toda costa que el escritor Mario Vargas Llosa llegase a la presidencia. Fue ahí que la estructura del APRA en el gobierno quedó a disposición del candidato nipoperuano, después de que un extraño abogado, Vladimiro Montesinos le limpiara varias causas abiertas en la Justicia. Así nació la relación entre Fujimori y su Rasputín, Montesinos, y la eterna relación ambivalente entre el fujimorismo y el APRA.
Esa ambivalencia se iniciaría en 1992, cuando ya en la presidencia Fujimori (1990-2000) dio un autogolpe de Estado, luego de cerrar el Congreso y fortalecer a los militares en el poder. García, fue perseguido hasta el exilio, se le abrieron causas judiciales por doquier, algunas con sólidas pruebas, otras infundadas, las que sirvieron para alejarlo de la política y del país hasta reducir al histórico partido de Víctor Raúl Haya de la Torre a la mínima expresión.
A Cuarteles de invierno
Fujimori gobernó con todas las herramientas puestas en la represión y en el libre mercado. Cuando intentaba perpetuarse en el poder por otros cinco años en el 2000, en momentos en que la sociedad comenzaba a perderle el miedo, desempolvó desde su exilio en París a Alan García. Lo hizo a través del canal 4 de televisión que controlaba Montensinos en persona. Fue en febrero de ese año, cuando García apareció dando una entrevista en la que hacía un leve “mea culpa” y el semanario Caretas, habla de “tongo” (contubernio) entre el fujimorismo y Alan.
“Por entonces un Fujimori debilitado que apelaba a todas las trampas posibles para ser candidato buscaba mostrar a García que por entonces era el sinónimo de lo peor en el gobierno”, recuerda el analista Fernando Rospigliosi, en diálogo telefónico con El Universal.
El Alanfujimorismo versión II
Ocurrió 45 días después de la fuga del “duo del terror”, Montesinos y Fujimori, cuando los jueces del régimen, con el beneplácito del entonces presidente interino, Valentín Paniagua, dejaron proscribir o desafectaron de las acusaciones al ex presidente que así pudo regresar al país y volver a ser candidato a la presidencia en mayo del 2001. El talento político y el carisma de García, harían el resto. Resucitó a su partido de las cenizas y quedó a tan sólo cinco puntos de Alejandro Toledo en las elecciones de ese año.
Cinco años después, cuando Toledo había agotado todos sus esfuerzos, y errores en el proceso de extradición incluidos, para extraditar a Fujimori, García, contó con los votos del Fujimorismo en la primera vuelta (13 congresistas) para derrotar a Ollanta Humala en la segunda vuelta de las elecciones de junio último.
Desde que regresó al poder, el 28 de julio, esta nueva versión de García está construida con un discurso de derecha, apelando a la pena de muerte para delitos de extrema gravedad, como Fujimori en su momento, o en un acercamiento a Estados Unidos, a diferencia de su primer gobierno. Algo que le da buenos márgenes de popularidad (59%) a su gestión. “El pacto esta a la vista. No hace falta que lo publique un diario chileno para que los peruanos lo veamos. Lo que no me cierra es a la presidenta Bachelet pidiéndole a la Justicia chilena que no extradite a Fujimori”, opina Rospigliosi.
Es que la versión de El Mercurio, indicaba que la última vez que García se encontró con Bachelet la habría tratado de convencer de la “Inconveniencia de que Fujimori regresase al Perú”. Si algo funciona a la perfección en Chile es la división de poderes. Al menos hasta ahora.
Tanto García, como la congresista Keiko Sofía Fujimori, hija del ex mandatario, se apuraron a desmentirlo. Incluso, la última medida del presidente en anunciar la venta del boeing 737 de la flota de aviones presidenciales, parece forzada para aparecer desmarcándose tanto de los escándalos a bordo de ese avión de “El Chino” como de la “frivolidad” a la que reiteradamente acusa a Toledo.
“El bloque del fujimorismo en el Congreso es netamente patrimonial. Ahí está su hija, su hermano (Santiago Fujimori), su ex jefe de prensa (Carlos Rafo) y otros que tienen como único fin apoyar al gobierno a cambio de proteger a Fujimori”, recuerda Rospigliosi.
Ya en tiempos de Haya de La Torre, cuando el APRA terminó aliándose con el ex dictador Manuel Odría (1948-1950) para que se convierta en presidente electo en 1950 o con Manuel Prado (1939-1945), para que éste regrese a la presidencia en 1956. Eso después de que ambos compartieran el deporte predilecto de perseguir y proscribir al APRA. Con todo ese “background” político, y el reconocido sadomasoquismo del APRA con el poder, es que García fue construyendo su relación con el fujimorismo. Al que supo impulsar en sus inicios, en el que se apoyó para regresar al país en el 2000 y en el se afianza para gobernar en las antípodas ideológicas de su primera gestión. Así, Fujimori y Alán y su histórica relación ambivalente y pragmática podrían darle título a una nueva telenovela política: Dos a quererse.