¿Fue para nada?

Terminó el sueño, bienvenidos al duro suelo de la tierra realmente existente. Lo anoté en otro artículo y se entendió que proponía volvernos realistas y pragmáticos, aceptar que los poderosos son poderosos por mandato divino y que a uno, ya que las batallas se pierden, no le queda más que moverse para buscar en ese irrevocable orden un rincón confortable. Y no era, en realidad, de eso de lo que hablaba, sino de casi casi lo contrario ¿Qué es lo que se terminó, como quien se despierta y se enfrenta al mundo en que realmente vive, y a qué estaba aludiendo con la palabra “sueño”? Cierta tranquilidad se terminó, cierta confianza en que un mínimo margen de previsibilidad marcaba el rumbo de las cosas y lo marcaba bien. Cierta tendencia a sumarse, por lo tanto, a eso que parecía marchar por sí sólo y a lo que a uno apenas le tocaba adherir. Cierto suponer –porque, tal vez, uno tenía mucha necesidad de suponerlo– que algunas cosas habían empezado a arraigarse con firmeza, por más relativa que esa firmeza fuera, y que había un horizonte más o menos discernible, y, sobre todo, y por sobre todo, que la creencia en el fin de la historia y en el imperio del “hacé la tuya” había sido derrotada. Ya no. Lo cierto es que nada de eso terminó, que a su manera sigue, y más aun, de que todo está en veremos. Como dijo un viejo militante: “el problema es que no nos damos cuenta de que el neoliberalismo se nos metió en los huesos y sigue ahí”.

La pregunta que a partir de ahí me obsesiona, especialmente luego de la miserable y demoledora madrugada del cletazo en el Senado, es insistente: ¿Y todo lo que hicimos en los días previos, en las semanas previas? ¿Fue para nada? ¿Se hizo algo o lo soñamos? ¿Quedó, eso que estuvimos haciendo casi de la nada, disuelto en el aire de la modernidad líquida, así como entran y se disuelven en la nadería virtual la exposición de megatetas siliconadas en Bailando por un sueño, las frasecitas banales que saturan los comments de los fotologs y el entusiasmo de la “Gente Común” por sacarse una foto con el toro Cleto en la Rural, mientras aplauden cómo el Supremo y Sonriente Corrupto a cargo de La Gestión se hace lustrar en cámara los timbos para reafirmar su condición patronal y Buzzi se identifica con Fidel y Chávez sin permitirse la menor palabrita que pueda implicar distancia alguna con la cría de José Alfredo, el que todavía tiene un pabellón con su nombre?

Todo esto que se hizo en Carta Abierta, en Artepolítica, en las carpas, en las movilizaciones a Plaza de Mayo y Congreso –esa suerte de fiesta que supimos efectivamente vivir, porque fue una fiesta, y no hay mente amarga o tilinga que nos pueda decir que no vivimos lo que vivimos–, todo eso, esa alegría de reencontrar gente que desde hace años no se encontraba, de encontrar gente nueva, de percibir otro estado de ánimo, de sorprenderse al hallar gente que uno suponía que iba a estar del otro lado. ¿Se pierde? ¿Fue bueno mientras duró y, plop, la burbuja se deshizo y ahora a firmar la declaración “sorry, desvariábamos”?

¿Y qué es, en todo caso, lo que estoy temiendo que se pierda? Lo que pudo resurgir, lo que pudo construirse y lo que pudo aparecer de nuevo con un sentido nacional-popular. No hablo de lo que haga el gobierno (aunque influirá, por supuesto, y ojalá en el gobierno encuentren no sólo la lucidez que en algunos casos tuvieron sino, sobre todo, la que no tuvieron y debían haber tenido, y la que va a hacer falta para la nueva etapa, en condiciones muy cambiadas): hablo de una cierta construcción subjetiva. Llámenlo identidad política, en un sentido muy amplio, llámenlo combo de deseos, llámenlo modo de reconocerse uno mismo en el marco del gran conflicto central: pueblo o antipueblo. Y hablo de no sentirse solo en eso.

No me quiero dejar ganar por el desánimo, pero a ratos la sensación me atrapa: “todo fue para nada”. ¿Todo fue para nada? ¿Sabremos capitalizar lo que desató en muchos de nosotros, creo que ante todo como reflejo defensivo, la ofensiva inescrupulosa de la alianza más o menos espontánea entre los intereses corporativos, el sentido común antipolítico e intelectualmente inerte de “la gente” y las fuerzas partidarias de la derecha (incluidos, sí, la UCR, Giustiniani, la CC, el menemismo sin Menem y el que bravíamente se animó a decir “no” porque no fue suficientemente mimado)? Sabremos capitalizar quiere decir “¿sabremos mantener ‘eso’ vivo y en movimiento? ¿Encontraremos los modos? ¿Tomamos conciencia de qué fue lo que estalló, inusitado y sorprendente, no ya del otro lado de la vereda –eso está clarísimo– sino del nuestro? ¿O simplemente lo soñamos porque necesitábamos agarrarnos de algo? ¿O fue un momento y se agotó?

Como sea, no depende del gobierno. No exclusiva ni principalmente, aunque lo que pueda hacer el gobierno de Cristina Fernández, si empezara a moverse bien (¡¡ojalá!!), puede ayudar mucho, muchísimo. Si algo aprendimos, en todo caso, es que se puede apoyar a un gobierno, o a algunas medidas que tome un gobierno, pero no, nunca, quedarnos simplemente a disfrutar complacidos de los pasos positivos que, en mayor o menor medida, con mayor o menor decisión de meter el escalpelo en la pudrición, con mayor o menor valentía, dé un gobierno, cualquier gobierno. No, ya no, simplemente apoyar lo que hagan otros, aunque hagan lo mejor de lo mejor. ¿Qué entonces? ¿De qué manera? Son todas preguntas, no tengo ninguna respuesta, intento al menos por ahora que podamos pensarlo.

Finalmente, y para atenuarle un poco el tono melanco al título: que la frase “¿fue para nada?” se entienda como una pregunta retórica y, a partir de ahí, una propuesta. Que todo lo que pasó en estos días, y surgió en nosotros en estos días, y demostramos que podemos en estos días, haya servido para construir algo, una base, un sustrato espiritual. Que nos sirva para seguir adelante y armar seriamente algo. Orgánicamente o no, o las dos cosas.

Una primera versión de este artículo se publicó en el blog colectivo Artepolítica.

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