Corría el mediodía del 29 de agosto pasado cuando la senadora provincial de La Libertad Avanza (LLA), Florencia Arietto, subió a X (antes Twitter) un posteo conciso y estremecedor: “Hay que citar a los periodistas para que entreguen la fuente. Esa información les llega a ellos y también a narcos y terroristas. Es una cuestión de seguridad de estado (sic)”.
Se refería a los audios que arrinconan como nunca al régimen libertario, revelados en el canal C5N por Jorge Rial y Mauro Federico.
Lo cierto es que ella acababa de incurrir así en una profecía de muy corto plazo, porque, al rato, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, se dejó caer en el despacho del juez federal Julián Ercolini con una denuncia contra ambos, reclamando el inmediato allanamiento de sus hogares, precisamente para saber por medio de quien (o de quienes) esas grabaciones habían llegado a sus manos.
Su hipótesis es que en esta trama palpita una red de espionaje compuesta por agentes rusos y venezolanos, que –según su olfato– tendría el apoyo de los servicios secretos de Cuba y Nicaragua. Un complot cuya conexión local hasta incluye –sin que esto sea una metáfora o una humorada– algunos dirigentes de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). Creer o reventar.
Tal vez eso fuera un bálsamo para el alicaído ánimo de Arietto, ya que la pobre justo venía de una mala vivencia: su expulsión, con abucheos e insultos, de la fábrica santafecina Vassalli, tomada por los obreros tras tres meses de no cobrar sus sueldos. Ella, como abogada de la empresa, había hecho allí acto de presencia para presionar de mal modo a los huelguistas. Había que ver por TV cómo, al final, tuvo que poner con suma urgencia los pies en polvorosa.
Pues bien, la cercanía cronológica entre ambos asuntos –apenas un par de horas– dan cuenta de su entrega a toda clase de luchas en favor de lo que la parte sana de la población considera el “bien común”, por más divergentes que sean sus batallas. Y ella no arruga ante ninguna.
Dicho de otra modo, esta mujer de cara alargada y mirada torva, nacida en 1977, recibida en la UBA, casada y con dos hijos, es –diríase– una bombera todo terreno que, cada tanto, suele emerger entre las llamas de algún cataclismo coyuntural, siempre abrazada al mismo deseo: obtener de manera definitiva el lugar que merece en la orquesta negra del poder.
Bien vale, entonces, reparar en su vida y obra.
Figuración o muerte
Ante todo, prestemos atención a su forma de expresarse.
En ocasión –por ejemplo– de ser arrestado el gendarme argentino Nahuel Gallo en una frontera venezolana, a fines de 2024, ella soltó en un programa de TN: “Una de las opciones del Ministerio de Seguridad debe ser la extracción”. No se refería a un tema odontológico, y supo aclararlo: “Hablo re recuperar al nacional haciendo una incursión”.
Ocurre que la buena de Florencia siente un enorme hechizo por la jerga policíaco-militar.
Pero hubo conflictos bélicos que le provocaron inconvenientes en forma, claro, indirecta. Tal fue el caso de la invasión de Rusia a Ucrania, en febrero de 2022, puesto que aquella circunstancia pulverizó la repercusión mediática de su ruptura con Bullrich –de quien fue su garrote tanto en el Ministerio de Seguridad macrista como, luego, desde el llano– para sumarse al proyecto presidencial de Horacio Rodríguez Larreta.
Ya se sabe que eso fue un mal negocio para ella.
Pero su propia guerra continuó por otros medios. Así, dos años después, tras obtener un escaño en la Cámara Alta bonaerense, desertó súbitamente de la bancada del PRO para pasar a la de LLA. Alta traición.
Así es ella de cambiante. Y no está de más profundizar esta faceta algo recurrente en su conducta.
De hecho, resulta increíble que su travesía política haya arrancado desde una especie de progresismo arrabalero para terminar a la derecha de Atila. Una travesía con curvas incluso tan intensas como las de Bullrich.
¿Qué resorte de su alma pudo haber hecho de ella una tránsfuga en grado extremo? Un verdadero misterio, aunque en su historia se advierte a simple vista una parábola sobre la flexibilidad de las creencias. Aun así, hay que reconocer que siempre se mantuvo fiel a un principio inamovible: “Figuración o muerte”. Lo prueba, entre otras actitudes, su vasta trayectoria como panelista televisiva.
El público descubrió su existencia en octubre de 2008 en el programa 6, 7, 8, de la TV Pública. Arietto estaba allí por ser la abogada de un “pibe chorro” que, durante una “entradera” en la zona residencial de Acassuso, había matado al ingeniero Ricardo Barrenechea. Su actuación en ese asunto fue memorable, porque dejó al descubierto el uso de menores como mano de obra delictiva por parte de La Bonaerense. Además, dijo sobre su pequeño cliente: “Se lo imputa por ser niño, pobre y vivir en un barrio humilde”.
Una década después, ya alternando las tareas ministeriales con su papel de opinadora del programa macrista Intratables, no se le corrió el maquillaje al proclamar “Los menores en las villas tienen ametralladoras soviéticas AK-47”. Vueltas desaforadas de la vida.
Ya que estamos en tren de comparaciones, he aquí una situación opuesta a la del frustrado apriete al personal de Vassalli.
En la etapa fundacional de su carrera como abogada, también representó a sobrevivientes de la última dictadura. Incluso se la puede ver en el documental Milagros no hay, rodado por Gaby Weber en 2003, sobre los desaparecidos en la planta local de Mercedes Benz, donde Arietto testimonia como representante legal de obreros que padecieron la represión en aquella automotriz.
Otra vuelta desaforada de la vida.
La multipartidaria
Su aproximación a la política de Derechos Humanos desarrollada en esa época por el secretario del área, Eduardo Luis Duhalde, fue uno de sus pasaportes para ingresar al kirchnerismo. Y ya a fines de la primera década del siglo XXI solía practicar su puntería verbal con Mauricio Macri, recientemente instalado en la jefatura del gobierno porteño. “No olvidemos –dijo entonces– que ese hombre está muy flojo de papeles; tampoco olvidemos su procesamiento por ordenar las escuchas a familiares de víctimas del atentado a la AMIA”.
Florencia deslumbraba. Pero no a todos.
Duhalde llegó a decir de ella: “Hay algo de esta mina que no me cierra”.
También fue asesora del bloque de Proyecto Sur en la Legislatura, pero no sin coquetear con Elisa Carrió, quien, por cierto, jamás la quiso en las filas de la Coalición Cívica (CC).
A continuación se produjo su etapa –digamos– deportiva al ser contratada como jefa de seguridad de Independiente. Aquello ocurrió durante el período de Javier Cantero al frente del club de Avellaneda. No es exagerado decir que fue calamitosa la experiencia de Arietto en el cargo, porque, con el loable propósito de combatir a los barrabravas mediante la táctica del “divide y triunfarás”, no hizo otra cosa que fomentar el surgimiento de dos violentísimas facciones. Eso ocurrió en 2013, justo cuando, para colmo de males, Independiente descendía a la B. Desde entonces los hinchas del rojo la consideran un pájaro de mal agüero.
A raíz de tamaño logro regresó a la política pura.
Y Sergio Massa resultó otro de sus blancos predilectos. Cuestionando la política de seguridad que él desarrollaba en Tigre, no dudó en denostarlo por el uso de “un mecanismo muy peligroso para instalarse como opción en 2015, al asustar a la sociedad deformando el genuino debate del Código Penal”. Tales fueron sus palabras sobre el líder del Frente Renovador (FR).
¿Qué hizo unas semanas después? Se sumó a esa fuerza política.
Al tiempo, ya con Macri en la Casa Rosada, comenzó a disparar sobre la ministra Bullrich. Al respecto no está de más exhumar una frase acuñada por ella en su cuenta de Twitter, cuando el crimen de Santiago Maldonado sacudía al macrismo: “Gendarmes desbocados y armados, la ilegalidad con la que se manejaron. Y Bullrich… ¿aún en funciones?”.
¿Qué hizo meses después? Se sumó al equipo ministerial de Bullrich, Así se convertiría en su “colaboradora de confianza”.
Desde diciembre de 2019, con Patricia ya coronada como jefa del PRO, Florencia continuó siendo su escudera, una responsabilidad que incluía ciertos quehaceres notablemente oscuros.
De hecho, nunca fue debidamente investigado el rol de ambas mujeres en el motín de La Bonaerense, a fines del invierno de 2020, cuando el gobernador Axel Kicillof toreaba con la pandemia.
El primer signo de tal crisis policial tuvo un carácter anticipatorio. Fue durante la noche del 6 de septiembre, cuando Arietto, muy ligera de lengua, dijo en un programa de TN que La Bonaerense “está viendo hacer alguna clase de movilización”. Y agregó: “Sé que hay una reunión para pedir mejoras salariales y el respaldo que no tienen, porque hay un discurso oficial contra la policía. Y, entonces, tenemos un problema grave”.
En ese preciso momento, quizás al comprender que había metido la pata hasta la cintura, se deshizo en balbuceos.
Pero, para su suerte, ese domingo sus palabras pasaron desapercibidas.
El “rechifle” de los uniformados se desató durante la mañana del lunes. Y resultó a todas luces un acto de sedición contra Kicillof, cuyo momento más álgido fue el cerco tendido por los “Patas Negras” –así como se los denomina a los integrantes de aquella fuerza– en torno a la Quinta Presidencial de Olivos. Los tipos estaban fuera de sí y armados hasta los dientes.
Ya se dijo que, un año y medio después, la ruptura entre esas dos “damas de hierro” hizo que sus epopeyas compartidas se interrumpieran.
Por entonces, Bullrich le dedicó un lapidario juicio de valor: “Florencia quería ser jefa de Gobierno. Quería todo. ¡Es una mercenaria!”.
Solo le faltó acotar: «Ella quería ser como yo.»
Ahora, las dramáticas circunstancias que envuelven al régimen libertario han propiciado un milagro: situarlas otra vez en el mismo bando (o banda).
El amor por la “seguridad” tiene esas cosas lindas.