Charlatanes al servicio del Estado de Israel se han lanzado al unísono en todas partes a intentar desviar la atención del genocidio que tuvo y tiene lugar en Gaza. Lo llevaron a cabo siguiendo la escuela de los nazis en el gueto de Varsovia. Y pretenden desviar la discusión aprovechando que casi siempre hay imbéciles judeófobos que trabajan gratis para ellos. Pero si no los encuentran en la cantidad suficiente, siempre se los puede alquilar, como parece haber sucedido con el reciente ataque a una sinagoga de Caracas, que apesta a trabajo por encargo.
Ahora se han puesto a decir en cuanta tribuna consiguen y micrófono les ponen por delante que está en marcha una campaña antisemita. Intentan así tapar la explosión de obuses con proyectiles de fósforo blanco sobre los edificios públicos y humildes viviendas de Gaza y la consiguiente repulsa mundial, encabezada por centenares de intelectuales judíos.
Como hablan de la supuesta “campaña antisemita” sin incluir en la misma el asesinato sistemático de niños palestinos (mucho más semitas, desde luego, que los judíos askenazis de origen kázaro, que tienen tan poca relación genética con el original tronco semita como Woody Allen con Moisés), mucha los escuchan con la misma perpleja consternación con que siendo niño escuchaba a quienes consideraban más grave el incendio sin víctimas de varias iglesias al anochecer del 16 de junio de 1955, que los centenares de civiles inermes asesinados horas antes en la Plaza de Mayo y sus inmediaciones por infantes de Marina y aviones que llevaban pintado en el fuselaje el signo de “Cristo vence”.
Puaj!
Estos agentes confusionistas no son exclusivamente judíos. No lo son, por ejemplo, la catalana Pilar Rahola ni el argentino Carlos Escudé, quienes, entre sus múltiples tareas a favor del Estado de Israel integran “el jurado” que otorga el “premio Puaj!” (Periodismo Ultra Antijudío), que más que para marcar a fuego a los nazis, es utilizado como ariete intimidatorio hacia los críticos de Israel, hasta el punto de que en su última edición “premió” (es decir, escrachó) a Gustavo Sierra, enviado especial de Clarín a Palestina, y a dos judíos antisionistas: Niko Schvarz, analista internacional del diario “La República” de Montevideo, y Pedro Brieger, analista internacional de Canal 7.
El tercer integrante de este “jurado” de linchadores ideológicos es Gustavo Daniel Perednik, quien gusta presentarse como filósofo y autor de una docena de libros.
Perednik vive en Israel pero viaja frecuentemente a éstos, sus pagos natales, donde recurrentemente intenta sabotear las buenas relaciones entre la Argentina y la Venezuela bolivariana, acusando ante cuanta tribuna, micrófono y cámara se le pone a tiro a Hugo Chávez de aventar la supuesta campaña judeófoba por encargo de Irán.
Así, Perednik acaba de publicar una nota titulada Contra el encubrimiento (del atentado a la AMIA) en el semanario oficialista Miradas al Sur. En dicha nota, acusó a los dirigentes de la AMIA y de la DAIA de “poner obstáculos a la investigación”. Al día siguiente publicó la misma nota con leves variantes (en una versión más prolija, algo más extensa y depurada de errores) en un sitio patrocinado por la Embajada de Israel, Itón Gadol.
Contra la AMIA y la DAIA
Para quien navega por estos sitios u hojea distraído Miradas, su nota presenta la atracción de comenzar lanzando verdades de a puño como que “los dirigentes de la AMIA-DAIA (…) en lugar de apoyar la investigación del atentado (…) han venido obstaculizándola”, y que ya en 2003 cuando “durante el juicio oral se autorizó el interrogatorio a agentes de la SIDE (no sólo) no expresaron satisfacción, sino que cuestionaron ácidamente que se hubiera dado dicha autorización con el rebuscado argumento de que eso “afectaba la seguridad nacional” de la Argentina.
Perednik continuó afirmando que las “dilaciones, los estorbos y el desaliento a la investigación” por parte de los dirigentes de la colectividad “se agravaron en los últimos meses” cuando acusaron al fiscal Alberto Nisman de inventar “un supuesto complot para incriminar a personas inocentes y para encubrir a los verdaderos culpables”. Recordó que los dirigentes de la DAIA y la AMIA defienden contra viento y marea al inicuo ex juez federal Juan José Galeano y a los ex fiscales federales Eamon Mullen y José Barbaccia, y sobre todo al ex presidente de la DAIA Rubén Beraja, y que pretenden impedir que sean juzgados y condenados por haber fraguado una historia falsa para sustituir a los verdaderos asesinos por un grupo de policías bonaerenses corruptos.
Seguidamente, Perednik encomia el “infalible (sic) trabajo” de quien era entonces el colaborador de aquellos y que los sucedió, armando una segunda “Historia Oficial” en reemplazo de la que aquella, puesta en evidencia al desarrrollarse el juicio oral y público que exoneró a aquellos policías y a su acusador y supuesto proveedor de una supuesta camioneta-bomba que nadie vio.
Escribió Perednik que Nisman, contribuyó “como ningún otro a descubrir la verdad (sic) cristalina” que es celebrada y exigida por los familiares de las víctimas, Memoria Activa, etc.” al mismo tiempo que para la AMIA-DAIA “la investigación se encuentra casi en el mismo estado de cosas que hace 15 años”.
Escribe que “pareciera que en estos casi tres lustros no hubiera habido revelación de quienes fueron los autores del atentado, ni como Irán instaló la conexión local de la cuenta en el Deustche Bank con la que se financió el atentado (…) Como si no se hubiera puesto al descubierto las llamadas coincidentes desde la zona del atentado a la mezquita” chiita del barrio de Floresta” y da por supuesto que dicha cuenta de banco y una llamada de celular son prueba incontrastable de váyase a saber qué.
Al referirse a “las llamadas”, Perednik se refiere a un llamado supuestamente emitido por el móvil del agregado cultural de la Embajada de Irán, Moshen Rabbani desde un lugar no demasiado distante a la Amia. Llamado que las pericias técnicas dejaron claro que pudo haber sido emitido desde un lugar mucho más alejado que el originalmente supuesto… con el resultado de que Galeano se negó a incluirlas en el expediente. En fin, que aun en el caso de que dicha llamada haya existido y cursado desde los alrededores de la AMIA, ello no prueba nada: hay muchas llamadas sospechosas cursadas por sirio-argentinos a la cuadra y la manzana en la que estaba el edificio de la AMIA que jamás fueron investigadas.
Omertá
Perednik no tiene vergüenza en asegurar que Nisman reconstruyó “paso a paso el atentado” desde que supuestamente se lo decidió “en la ciudad (iraní) de Mashad el 14 de agosto de 1993”, un bolazo “aportado” por el Mossad sin el menor atisbo de algo remotamente parecido a una prueba. Como el tiempo habrá de ir poniendo en evidencia, Nisman ha mentido tanto y con la misma o mayor alevosía que Galeano.
También le reprocha —no sin razón— a los dirigentes de la DAIA que se nieguen a accionar contra Beraja, Galeano, Mullen y Barbaccia, pero también lo hace porque reclaman que se identifique de una vez “a la conexión local” y se indignan porque “se quiere (hacer) creer que (el atentado) fue perpetrado exclusivamente por personas extranjeras” sin la intervención de argentinos.
Esta inesperada muestra de sentido común por parte de los dirigentes de la AMIA-DAIA (todo indica que el atentado fue perpetrado por una banda mercenaria local, nutrida de policías y ex policías federales, que lo ejecutó “llave en mano” por encargo de personas que integraban el círculo íntimo e incluso la familia del entonces presidente Carlos Menem) provocó la airada reacción del enviado Perednik, cuya misión es, por lo visto, silenciar la disidencias e imponer la omertá.
Negar contra toda evidencia que haya habido argentinos entre los asesinos, es tender una espesa cortina de humo para garantizar que jamás se identifique y castigue a los ejecutores materiales del ataque. Como única justificación para tan incalificable actitud (que, por cierto, no es una individual, sino del estado de Israel, principal interesado en que no se descubra quienes, cómo y por qué atentaron en Buenos Aires contra su embajada y contra la AMIA, a fin de que no resulte obvio que ambos ataques se consumaron en el marco de “mexicaneadas” producidas en el tráfico de drogas y armas, tal como expliqué en mi libro Narcos, banqueros y criminales (Punto de Encuentro).
Para cumplir su misión, Perednik farfulla que el jefe de los atacantes fue Rabbani (al que en tiempos del Sha Carlos Saúl I, la justicia argentina, lejos de perseguir, le impidió reingresar al país luego de sus vacaciones, expulsándolo tan pronto llegó a Ezeiza) quien, asegura, habría establecido en Buenos Aires “una red de empresas de cobertura, de becarios fraguados y de colaboradores” que habrían montado “la máquina logística” que habría llevado a cabo los ataques. En el colmo del descaro, Perednik acusó a los dirigentes comunitarios de no resignarse a que “no fuera argentino Ibrahim Hussein Berro, el autoinmolado al que se utilizó para cargar los explosivos”, cuando dicho libanés asesinado por los israelíes jamás pisó la Argentina (tal como denunciaron sus hermanos al ser entrevistados en Estados Unidos por Rolando Hanglin) y ni siquiera está probado que haya existido un vehículo-bomba. Por el contrario, la evidencia recolectada vuelve evidente que la supuesta Trafic-bomba jamás existió. Al respecto, recomiendo que se vea el documental AMIA 9.53, rodado por Cuatro Cabezas y emitido por Telefé hace ya unos años, que puede bajarse aquí.
El argumento utilizado por Perednik en su afán de garantizar la impunidad de los nazis locales que colocaron y detonaron los artefactos que derribaron la AMIA echa luz tanto sobre sus dotes de investigador como sobre su ética, que parece de la misma madera que su castellano: “El régimen de los ayatollás es (prefiere) contar con islamitas con quienes comulgaba, en lugar de aliarse al judeófobo en los que no necesariamente podría confiar a largo plazo”, pontifica.
Miradas
Quizá lo más absurdo sea que Perednik (del que no se sabe que jamás se haya interesado en investigar la mecánica de los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA) escribe en Miradas al Sur con el beneplácito de su editor y dueño formal, Sergio Szpolsky, quien jamás fue peronista ni nada que se le parezca, y que hasta no hace mucho era conocido como socio de Enrique “Coti” Nosiglia.
Szpolsky fue tesorero de la AMIA, y quien escribe investigador del atentado por espacio de más de tres años, reclutado y pagado por la propia AMIA. Es decir, por Szpolsky, que al mismo tiempo fue directivo del Banco Patricios hasta su quiebra y absorción por el Banco Mayo del detestado Beraja, el banquero más mimado por Menem, que cuando quebró, dejó un tendal de damnificados dentro de la colectividad.
Da la impresión de que los ataques de Perednik están en absoluta sintonía con la justificada aversión que siente Szpolsky por Beraja, quien tiene sobrados motivos para desear que el crimen de la AMIA jamás se esclarezca, ya que éste aparece directamente relacionado a fraudulentas maniobras de lavado de dinero en el Panamá ocupado por las tropas de Estados Unidos, maniobras similares a otras que parecen haber motorizado el ataque a la mutual judía.
Es verdaderamente curioso, porque hace unos años, en vísperas de iniciarse el juicio oral, Szpolsky me dijo que no le importaba un rábano “si el comisario Juan José Ribelli y sus hombres eran inocentes o culpables, lo que me importa es que el pueblo judío no puede dormir tranquilo si están en libertad”. Es decir, sostenía la misma posición que todavía sostienen hoy los dirigentes de la DAIA y de la AMIA: que Ribelli y los suyos vuelvan a la cárcel aunque se haya demostrado que fueron ajenos al ataque.
Así, si bien no cabe duda de que los dirigentes de la AMIA y la DAIA son encubridores, vale tener en cuenta que Perednik y otros acusadores no lo son menos, sino más y en un grado mucho más sofisticado.
Como aquellos que escapan después de robar gritando “¡Al ladrón!”, Perednik oficia de ariete de una enésima maniobra para garantizar la impunidad de los asesinos y a la vez descargar todas las culpas sobre Teherán. Y lo hace sin importarle un comino, que no haya siquiera pruebas y ni siquiera indicios de que haya habido iraníes (para no hablar del gobierno de Teherán) involucrados en el ataque que le costó la vida a 85 personas, todas de nacionalidad argentina y boliviana.
Como otros partícipante de la misma, monótona campaña en ejecución, a Perednik parece tenerle sin cuidado la perspectiva de perder el alma y sigue escrupulosamente la máxima de Joseph Goebbels: “Miente, miente, que algo queda”.
Para mantener en pie una mentira nada mejor que una guerra en la que ambos bandos están de acuerdo en preservarla.