Decíamos la semana pasada que la postura de Macri de propiciar un juicio político express iba camino a fracasar, y la realidad nos va dando la razón a todos los que creíamos eso. Sus oídos solo son para el famoso ecuatoriano, que le sigue vendiendo espejitos de colores como si acá no hubiese pasado nada. Y ya no se trata de si a la gente le importa mucho, poquito o nada la cuestión de las escuchas ilegales. Ocurre que el mapa político se ha modificado dramáticamente hacia adentro del macrismo. Se ha desdibujado la figura de un jefe indiscutido, si es que lo hubo alguna vez, porque además no hay horizonte ni futuro asegurados, ni en la ciudad ni en lo nacional. Este escenario hace que la sangría que arrancó con el legislador Amoroso no se detenga. Todos sabemos que si no hay un bloque monolítico que pueda amortiguar los embates de la oposición, el PRO y los sostenes políticos de Macri se irán desgajando de a poco y, tal vez, en el medio del proceso, los legisladores busquen destino mejores. Entonces, la destitución estará a la vuelta de la esquina.
En este marco, es difícil de entender la tozudez (¿o negación?) del jefe de gobierno en reconocer los hechos y actuar en consecuencia, esto quiere decir pedir licencia. Esa actitud ayudaría a descomprimir la situación, su bloque podría tener más capacidad de maniobra en la Legislatura para consensuar la continuidad de este proceso y permitirle al Ejecutivo un funcionamiento lo más normal posible.
Cuando la historia te pone en una encrucijada como esta es donde se ve la pasta de un dirigente, de un líder o como se lo quiera llamar. La historia reciente de su devaluado archirrival de ayer y de hoy, Aníbal Ibarra, es prueba patente de esta hipótesis. En el caso de Macri, no hay nombre posible para su actitud política. Como siempre, él solo parece actuar como un chico malcriado de familia bien.