Luego de una primera ronda donde por primera vez Erdogan y su alianza no lograron llegar al 50 % + 1 que le hubiera permitido afianzarse como presidente, se concretó el ballotage entre las dos facciones principales, expresadas en el nacionalismo religioso de Erdogan (AKP-Partido de la Justicia y el Desarrollo) con la socialdemocracia europeísta nucleada en Millet İttifakı (Alianza Nacional).
Ya la primera ronda había ofrecido un triunfo sostenido de la alianza de Erdogan en cargos legislativos y representaciones regionales. Esto permitió que las otras escuálidas expresiones que habían competido por presidenciales prontamente se proclamaran a favor de la continuidad del gobierno.
Los socialdemócratas impulsaron cierto republicanismo para recortar el creciente poder de un presidencialismo que por momentos pareciera degenerar en rasgos regios. Además atacaron con un sesgo casi xenófobo el problema de los refugiados a quienes proponían repatriar sin cortapisas.
Resultó muy evidente el apoyo del esquema euroasianista al presidente Erdogan, a quien consideran un aliado útil en su confrontación general con el atlantismo guerrerista. Erdogan no es considerado parte del espacio, pero su ambigüedad diplomática, incluso contradictoria muchas veces, entienden que favorece las maniobras de enfrentamiento a los norteamericanos, fundamentalmente de parte de Rusia. El manejo diplomático del presidente se asemeja a lo que la India ha definido con propio sello como marca de su política exterior de “alineación múltiple”, cosa que viene desarrollando Turquía aún antes que la India.
Por ejemplo, Erdogan no se sumó a las sanciones comerciales o financieras contra Rusia. Los misiles S400 que Turquía le compró a Rusia enfrentándose a la lógica de la OTAN, de la cual forma parte, son una muestra de la ambigüedad que cultiva el presidente como reaseguro de su propio poder y capacidad de negociación; lo mismo que la planta de energía nuclear de Akkuyu con financiamiento y tecnología rusa.
La reciente refinanciación de deuda turca con Rusia por abastecimiento de gas, opera indirectamente como auxilio financiero ruso frente a la crisis económica y financiera turca. De la misma forma que la publicitada visita del embajador norteamericano Jeff Flake a la sede de la oposición en plena campaña electoral evidenció un apoyo del atlantismo occidental a los socialdemócratas.
Justamente estos apoyos son los que confundieron en las miradas superficiales sobre lo que podía esperarse en términos de movimientos geopolíticos y que tuvieron a gran parte de Europa expectante de los resultados del domingo esperanzados en contar con una Turquía más dócil.
Dicha docilidad que necesita la Europa atlantista y que proponían los socialdemócratas es sólo posible a expensas de renunciar a la soberanía nacional y la integridad territorial; y este hecho fue también tema percibido por los sectores nacionalistas turcos.
Los socialdemócratas habían declarado su voluntad de poner en discusión la cuestión kurda que impactaría como en Siria e Irak en desintegración territorial y estatal. Propusieron cambiar el modelo de condición nacional a partir de la ciudadanización que emana del Estado (modelo nacido en la revolución francesa y la modernidad), reemplazándolo por la idea de lo “plurinacional” de integración étnica y representación a partir de lo étnico o religioso y no de lo político. Acá pusieron en discusión la condición turca, la “turquedad” como identidad en su alianza con los partidos kurdos por mero cálculo electoralista y eso fue un grosero error de sincericidio.
Lo que está claro es que más allá de las expectativas e intenciones manifiestas norteamericanas y europeas de apoyar a los socialdemócratas, la victoria de Erdogan no altera groseramente el actual panorama. Los clivajes atlantistas permanecerán intocados, pueden importar más tensiones pero no peligrarán, sobre todo el rol en la OTAN.
Erdogan ha tenido una relación compleja y contradictoria con los Estados Unidos. Auspiciado primero, vapuleado más tarde, y luego no sólo abandonado sino saboteado, reacciona ante el atlantismo y sus maniobras de acuerdo a propios intereses de reproducción de gobernabilidad y no tanto en términos de un proyecto autónomo turco de relacionamiento internacional. Convive con actitudes serviles (rol turco en Afganistán), otras funcionales aunque autónomas y oportunistas (su rol en Siria y trans-Cáucaso) y otras de tensión donde claramente los Estados Unidos y el atlantismo buscan debilitar estructuralmente la capacidad de reacción autónoma turca, por ejemplo Chipre, la militarización del Egeo, la cuestión kurda o de integridad territorial estatal, y el control del Mar Negro.
Nada justifica la intervención turca en Afganistán que aún luego de la anunciada retirada norteamericana el presidente Erdogan pretendía sostener si conseguía “financiamiento” de la OTAN a tal efecto. Lo mismo el rol turco en el desguace del estado Libio.
Tampoco se explica si no es en sintonía con el atlantismo el rol del gobierno turco en la maniobra de ataque a Siria, en la que tuvo un rol preponderante y aún mantiene ocupación territorial.
Basten esos ejemplos (sin redundar en las operaciones de cooperación en Somalía, Bosnia y Kosovo, donde directamente cooperan con los objetivos atlantistas) para relativizar la noción de quienes pretenden ver una Turquía de Erdogan, una Turquía independiente en su política exterior. La temprana renuncia al sistema MIR de comercio exterior en su propio desmedro es una evidencia de lo dicho.
Lo que hubiera cambiado sin Erdogan seguramente es el rol que el territorio turco ha ejercido hasta hoy de plataforma de blanqueo de comercio exterior para que Europa siga comerciando con Rusia. No olvidemos que además Turquía ha sido fundamental en la construcción de dispositivos para sostener el abastecimiento de exportaciones agrarias ucranianas al mundo , lo mismo que el abasto de energía desde el Turkstream. Putín ha propuesto convertir a Turquia en un hub de exportacion de gas Ruso, mezclándolo con otros gases del centro de Asia; Erdoğan ha apoyado esta propuesta fuertemente y las importaciones de gas que tiene Turquía van creciendo sostenidamente.
Pero la permeabilidad a las presiones imperialistas de un hombre como Erdogan, sumergido como está en el vértigo de la realimentación de un sistema de gobierno crecientemente cerrado, carismático y poniendo en cuestión gran parte del aparato republicano construido por Attaturk, soñando con una Turquía islámica y ¿por qué no? con un sultanato; no deja de ser un dato que cualquier analista debe considerar a la hora de la construcción de prospectivas.
Es una evidencia que Estados Unidos presionara al gobierno turco respecto de sus relaciones con Rusia, el incremento del apoyo militar a Ucrania y la “otanización” del Mar Negro. Erdogan seguramente seguirá ensayando su alineación múltiple que lo convierte en un aliada necesario e impredecible al que cuidar tanto el atlantismo como el euroasianismo.
Al interior de Turquía queda por ver si se persiste en la producción de una política cada vez más obtusa y represiva respecto de las oposiciones de cualquier tipo que produce una situación de inestabilidad política solo controlable con el crecimiento de un estado de tipo policial. Es el talón de Aquiles que el mandatario turco deberá resolver.