Episodio 0: ¿Dónde empezar una historia de las extremas derechas argentinas?

Abordamos el funcionamiento de las corrientes políticas de derecha, que entendemos por ellas y cómo se desarrollan.

Por Matías Grinchpun

Narrar el devenir de nuestras extremas derechas obliga a poner fechas. Y demarcar resulta imposible sin tener una definición, más o menos nítida, de aquello que se quiere situar temporalmente. En una jerga más sofisticada, podría decirse que una cronología implica una genealogía, pero también una ontología. Por ello, antes de iniciar el relato se debería establecer qué se entiende por “derechas”, cuál es la particularidad de sus vertientes “extremas” y cómo el contexto local influenció sus derivas. No se trata por cierto de cuestiones sencillas: al igual que las célebres muñecas rusas, la respuesta a cada uno de estos interrogantes encierra otros que tampoco pueden ser fácilmente elucidados. En este sentido, lo que se pretende en estas líneas no es agotarlos ni mucho menos, sino simplemente reconstruirlos para esbozar así un mapa: aunque este no represente más que aproximadamente la superficie de un territorio, quien quiera recorrerlo podrá usar el plano para orientarse.

            Volviendo a la primera de las preguntas arriba planteadas, qué es lo que designaría la palabra “derechas”, puede observarse que las definiciones han oscilado grosso modo entre dos polos: por un lado, ciertos enfoques han enfatizado el carácter contingente, relacional y cambiante del término, ya que designaría fenómenos y actores sumamente heterogéneos según el momento y el lugar. Por el otro, algunas perspectivas aspiraron a confeccionar una noción más genérica, incluso “esencial”, aplicable más allá de las latitudes y los decenios. De seguro, estas aproximaciones no son mutuamente excluyentes, por lo que –entregándose al eclecticismo– pueden ensayarse numerosas vías intermedias. Una de ellas, ampliamente citada, es la de Norberto Bobbio, quien aseveró en 1994 que derecha e izquierda eran ante todo nociones topológicas, más eficaces para describir las posiciones dentro de un tablero –social, histórica y políticamente determinado– que la naturaleza de las piezas en juego. No obstante, si el concepto refiere a una relación, entonces las modalidades de esa vinculación podrían ser una vía de acceso a prácticas e identidades más permanentes de las derechas. Fue así que el politólogo italiano aventuró una constante: las derechas tenderían a posiciones reticentes –cuando no hostiles– hacia los ideales de igualdad, inclinándose a remarcar lo que diferencia a los sujetos así como a justificar esas distinciones en tanto emanaciones de la naturaleza, la tradición y/o preceptos sobrenaturales (Bobbio, 2014: 110-6). Años después, Steven Lukes (2003: 611-2) añadió otro criterio: mientras las izquierdas a menudo atacaron el statu quo por artificial, injusto y opresivo, motorizando una transformación por vía reformista o revolucionaria, las derechas defendieron por el contrario el orden vigente apelando a que este descansaba sobre fundamentos ajenos a la voluntad de los individuos o bien a que, con todas sus imperfecciones, lo establecido era preferible a las alternativas existentes.  

            El desafío no consiste solamente en hallar condiciones verificables en una plétora de escenarios, sino también en que esas variables sean privativas de las derechas. Ese obstáculo enfrenta la tipología que Albert Hirschman elaboró de las retóricas reaccionarias, entendidas como el acervo polémico desarrollado en respuesta al avance de la ciudadanía legal, política y social en el transcurso de los siglos XIX y XX. Sintéticamente, estas serían las tesis de la perversidad, según la cual incentivar cambios tiene efectos contrarios a los buscados, por lo que se desemboca irremediablemente en una situación peor que la original; la futilidad, por la que se desmiente la voluntad de transformación apuntando a su incapacidad para alterar los cimientos de la sociedad y el gobierno; y el riesgo, capaz de admitir las bondades y hasta la necesidad de un viraje, pero renuente a hacerlo dado que supondría costes inaceptables. Ahora bien, Hirschman afirmó tras este análisis que los reaccionarios no monopolizaban la argumentación “simplista, perentoria e intransigente”, agregando poco después que “gran parte del repertorio” progresista o liberal podría “generarse” a partir de las tesis contrarias, “simplemente dándoles la vuelta, poniéndolas patas arriba o utilizando otros trucos similares” (2021: 165). En pocas palabras, la especificidad de estas retóricas quedaría desdibujada, algo que –nobleza obliga– el autor mismo advertía en las primeras páginas (Hirschman, 2021: 33).             Adjetivar como “extremo” supone similares complicaciones: es otra calificación relacional, en tanto implica la existencia de posiciones más “moderadas” con las cuales contrastaría, así como de un centro que funcionaría como “estándar de radicalidad”. Pragmático, Bobbio apuntó que tanto los extremismos de izquierda como los de derecha se caracterizan por colocar la autoridad por encima de la libertad: líderes carismáticos y vanguardias esclarecidas deben instaurar regímenes fuertes para, según el caso, preservar un ordenamiento amenazado o propiciar la llegada de uno superador (2014: 129-31). Por ende, se trataría de movimientos en contra del “sistema”, lo que en un marco contemporáneo se traduciría en anti-capitalismo, anti-democracia y anti-liberalismo, entre otros antagonismos posibles. Adicionalmente, aceptarían el recurso a medios unilaterales, coactivos y hasta violentos en la persecución de sus fines políticos. Resumiendo, la combinación de “extremas” y “derechas” nos daría a priori una galaxia de fuerzas autoritarias, anti-igualitarias y anti-emancipatorias, unidas por su reivindicación de valores “nacionales” u “occidentales”, grados variables de racismo –desde el más crudo antisemitismo hasta derivaciones más asépticas como el diferencialismo–, el llamado a un “Estado fuerte” y un rechazo vehemente al socialismo, el anarquismo e ideologías afines.

En base a estos bosquejos, un punto desde el cual narrar el decurso de las extremas derechas puede ser fijado. Entre los muchos posibles, no se puede ignorar uno repetido hasta llegar al cliché como 1789: como recuerda un reciente libro de Jean-Yves Camus y Nicolas Lebourg (2020: 20-1), la díada se remontaría a la Asamblea Nacional, en la cual se sentaron a la derecha aquellos que eran partidarios de las posiciones más reaccionarias, como un derecho de veto absoluto para el monarca. Cabe preguntarse, con no poca suspicacia, si no se trata quizás de un mito, validado por la incesante replicación que llevarían a cabo los estudiosos. En ese sentido, no han faltado quienes han apelado a antecedentes previos como la Biblia, donde se veneraba el poder que Yahvé manifestaba con su diestra (Ex. 15,6) o bien se situaba a la derecha del Hijo del Hombre a los salvados en el Juicio Final, quedando los condenados a su izquierda (Mt. 25, 34-46). Otro tanto podría decirse de las corrientes esotéricas que contraponen una Vía de la Mano Derecha, respetuosa de las normativas y las convenciones sociales, con  otra de la Mano Izquierda, que rompería con los tabúes en un élan liberador. Sin embargo, no es exagerado afirmar que con la Revolución Francesa surgió una nueva forma de entender esta distinción: una donde la superioridad moral de un término sobre el otro no era algo ya dado, una en la que el juicio de valor no se formaba por fuera sino al interior de las categorías. Tras caer en un limbo durante las Guerras Napoleónicas, el binomio habría resurgido durante la Restauración iniciando un ciclo de popularidad y ostracismo que continúa hasta la actualidad: si derecha e izquierda son hoy omnipresentes, siendo usadas y abusadas, a comienzos del 2000 una conocida diva televisiva no temía asegurar en su programa que esas etiquetas, como el comunismo, habían pasado de moda.

            Queda pendiente, por último, la cuestión argentina. Aquí, desde luego, el calendario europeo pierde relevancia, por lo que no deben buscar hitos en 1792 o 1804. Tampoco parece muy acertado rastrear derechas e izquierdas al interior del bando revolucionario, o en las prolongadas luchas entre unitarios y federales. Aunque cierto revisionismo se empeñó en mostrar a Juan Manuel de Rosas como un príncipe cristiano, la historiografía más reciente se ha adentrado en una profusa documentación para revelar la matriz republicana –si bien antiliberal– de su régimen. Hubo quienes detectaron las raíces de un pensamiento conservador en la Generación del ’37, como Tulio Halperín Donghi al tachar los proyectos de Félix Frías como “la alternativa reaccionaria” (1982: 33). No obstante, una mirada atenta indica que el escritor católico adhería a un liberalismo no menos sólido –ni problemático– que el de Juan Bautista Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento y Esteban Echeverría: al igual que ellos, veía a la religión como un instrumento de orden, libertad y progreso, y no como la punta de lanza de una cruzada oscurantista. Desde ya, estos intelectuales se aproximaron a problemáticas muy afines a las derechas europeas como las naciones y los nacionalismos, pero su óptica fue inclusiva: si gobernar era poblar, entonces las fronteras debían estar abiertas a “todos los hombres de buena voluntad”. Apertura no exenta de exclusiones y exterminios, ya que pensadores y estadistas relegaron de forma explícita a los sectores populares criollos y mestizos, por no decir a los pueblos originarios, de su épica civilizatoria.

Los propios inmigrantes no tardarían en ser vistos con desconfianza, con Alberdi proclamando que no se podía poblar de manera irrestricta y Sarmiento hallando en la mezcla de razas la clave del “atraso americano”. Lejos de ser aisladas, estas posturas participaban de e intervenían en un giro reactivo y pesimista experimentado por las clases dirigentes y las elites intelectuales en las décadas finales del siglo XIX, quienes comenzaron a lamentar el “excesivo liberalismo” de  las leyes. A contramano de las imágenes que evocan una edad dorada de notables seguros de sí mismos, el aluvión de extranjeros, la creciente conflictividad social y las  ambiciones territoriales tanto de países limítrofes de como potencias europeas habrían suscitado una honda consternación, manifestada en reflejos como una mirada higienista de la sociedad, la reivindicación de un nacionalismo cultural frente a las tendencias “cosmopolitas” y percepciones cada vez más negativas de los sectores bajos, populares y obreros. Es en el lamento por la “gran aldea”, sacrificada en aras de la voraz metrópolis mercantil, que el relato debe comenzar.


Bibliografía

  • Bobbio, Norberto (2014). Derecha e izquierda. Buenos Aires: Taurus.
  • Camus, Jean-Yves y Lebourg, Nicolas (2020). La extrema derecha en Europa. Nacionalismo, xenofobia, odio. Buenos Aires: Capital Intelectual.
  • Halperín Donghi, Tulio (1982). Una nación para el desierto argentino. Buenos Aires: CEAL. 
  • Hirschman, Albert O. (2021). La retórica reaccionaria. Perversidad, futilidad y riesgo. Buenos Aires: Capital Intelectual.
  • Lukes, Steven (2003). Epilogue: The grand dichotomy of the Twentieth Century. En Ball, T. y Bellamy, R. Cambridge History of 20th Century Political Thought. Cambridge: Cambridge University Press.

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