Por David Barsamian .- La Jornada
El atentado contra las Torres Gemelas y la invasión estadunidense a Irak, actos que sacudieron la conciencia mundial y que coincidieron con el inicio del siglo xxI, constituyen el punto de partida de una extensa conversación que Noam Chomsky y David Barsamian, director y productor de Alternative Radio en Boulder, Colorado, sostuvieron dos años después del llamado 11-S.
Dicha conversación originalmente fue publicada por la revista estadunidense International Socialist Review y ahora, en su versión castellana bajo el título Decir la verdad sobre el imperialismo. Una conversación con Noam Chomsky, constituye el primer título de la nueva colección Biblioteca Breve que lanzará pronto la Editorial de la Universidad Veracruzana.
En el curso de esta conversación, Chomsky pasa revista al discurso ideológico que, a lo largo de la historia, las distintas formaciones sociales de naturaleza o carácter imperial han asumido para justificar su actuar avasallador sobre todos aquellos pueblos que han caído bajo su dominio. Desde el antiguo Imperio Romano al actual imperio estadunidense, pasando por las experiencias que representaron el nazismo y el llamado socialismo real, un hilo conductor parece normar su comportamiento: la necesidad de justificar ideológicamente su, a todas luces, irracional proceder.
Con la lucidez que lo caracteriza, Chomsky, «un héroe radical de nuestro tiempo», como lo describe el diario The Guardian, y colaborador frecuente de La Jornada, va analizando los diversos matices que dicho discurso reviste y poniendo al descubierto los mecanismos que lo animan. Se trata, entonces, de una conversación esclarecedora y reveladora de los resortes ideológicos que impulsan una formación social que, en los albores de un nuevo milenio, mantiene su plena vigencia.
Presentamos, por cortesía de la Editorial de la Universidad Veracruzana, este adelanto.
– Háblenos un poco de Estados Unidos y de cómo nos beneficiamos del Imperio, si es posible utilizar ese pronombre colectivo. En Empire as a Way of Life, el historiador William Appleman Williams escribió: «los estadunidenses del siglo xx aman al Imperio exactamente por las mismas razones por las que lo amaron las generaciones de los siglos XVIII y XIX: porque les ofrece oportunidades renovadas, riqueza y otros beneficios y satisfacciones, incluyendo el sentimiento psicológico del bienestar y el poder». ¿Qué piensa usted del análisis de Williams?
– Creo que tiene razón, pero recuerde que este país no se formó como un imperio típico al estilo europeo; no fue, por ejemplo, el caso del imperio británico. Los colonos ingleses que llegaron a Estados Unidos no hicieron lo que hicieron en la India.
No utilizaron a la población indígena para crear una fachada detrás de la cual gobernar. En gran medida, dejaron al país sin población indígena. La situación, entonces, fue bastante diferente. La población indígena de lo que hoy en día se llama Estados Unidos fue «exterminada», para utilizar el término que nuestros padres fundadores usaron. No la exterminaron por completo, pero eso era lo que creían que debía hacerse.
Sustituyeron a la población indígena y Estados Unidos se convirtió en una especie de Estado de repoblación y no en un Estado colonial.
La expansión del territorio nacional siempre se hizo sobre esta base, incluida la anexión de amplias extensiones de territorio mexicano.
Si volvemos a la década de 1820, una de las primeras apuestas de la política exterior de Estados Unidos era apoderarse de Cuba. En esos años Thomas Jefferson, John Quincy Adams y otros consideraban a Cuba como el siguiente paso de la expansión, pero en el camino se encontraron con los británicos.
La flota británica era mucho más poderosa y en ese momento no pudieron apoderarse de Cuba. John Quincy Adams, secretario de Estado en aquel entonces, hizo una declaración que se volvió célebre: por ahora debemos replegarnos y más tarde, por efecto de las «leyes de la gravitación política», Cuba caerá en nuestras manos como una «fruta madura». Esto significaba que, tarde o temprano, Estados Unidos incrementaría su poder y Gran Bretaña lo perdería, y que una vez que la fuerza de disuasión se retirara sólo nos quedaría recoger el fruto maduro. Eso fue, efectivamente, lo que sucedió en 1898, bajo el pretexto de «la liberación».
Pero cada expansión de Estados Unidos, hasta la segunda guerra mundial, no se traducía en el establecimiento de colonias tradicionales. En aquella misma época, en 1898, Hawai fue ocupada con su población; fue robada por medio de la fuerza y el engaño. Y luego la población nativa fue sustituida y no colonizada. El caso de Filipinas es diferente; se parece más a una colonia. En ese sentido, los comentarios de Williams son correctos, pero creo que hacen referencia a un sistema imperial diferente. Si consideramos los imperios tradicionales, por ejemplo el imperio británico, no hay evidencias claras de que la población de Gran Bretaña haya ganado algo. En realidad se trata de una materia de estudio muy difícil, una especie de balance de costos y beneficios del imperio. Ha habido unos cuantos intentos por estudiar este aspecto, y en el caso de aquellos que valen la pena lo que se desprende, en líneas generales, es que los costos y los beneficios casi se equilibran.
Los imperios son costosos. Gobernar Irak no resulta barato. Alguien tiene que pagar por ello. Alguien tiene que pagarle a las empresas que lo destruyeron y a las que lo están reconstruyendo. Y son los contribuyentes estadunidenses los que, en ambos casos, lo harán. Es decir, debemos pagarles para que destruyan el país y luego para que lo reconstruyan. Son dos regalos indirectos de los contribuyentes estadunidenses a las empresas estadunidenses. Y resulta que afectaron a Irak.
– No entiendo. ¿Cómo es que empresas como Halliburton y Bechtel contribuyeron a la destrucción de lrak?
– ¿Quién le paga a Halliburton y a Bechtel?
El contribuyente estadunidense. La institución militar bombardeó Irak y lo destruyó.
¿Quién financió esto? El mismo contribuyente.
Primero se destruye Irak y luego se le reconstruye. Es una transferencia de riquezas de la mayoría de la población a una pequeña parte de la misma. Incluso en el caso del famoso Plan Marshall, eso fue lo que sucedió. Se habla de él como de un acto de «inimaginable beneficencia», pero ¿de quién vino ese acto de beneficencia?
Del contribuyente estadunidense. De los 13 mil millones de dólares de ayuda que manejó el Plan Marshall, alrededor de 2 mil millones fueron a parar directamente a los bolsillos de las compañías petroleras estadunidenses. Este hecho formó parte del propósito de hacer que Europa pasara de una economía basada en el carbón a una economía basada en el petróleo, para que así algunos sectores de aquel continente se volvieran más dependientes de Estados Unidos.
Europa tenía mucho carbón pero no tenía petróleo. Si se analiza lo que pasó con el resto de los 13 mil millones, la verdad es que sólo una parte muy pequeña de esa cantidad abandonó Estados Unidos. No hizo más que pasar de un bolsillo a otro.
Si se estudia más detenidamente, el Plan Marshall ayudó a Francia a cubrir los costos del esfuerzo que hizo por reconquistar Indochina.
Entonces, el dinero de los contribuyentes estadunidenses no sirvió para reconstruir Francia; sirvió para que los franceses compraran armas estadunidenses para aplastar Indochina. Se puede decir más o menos lo mismo de la primera etapa del Plan Marshall en Holanda y de para qué sirvió en Indonesia.
Es un flujo complicado de ayudas y beneficios. Si volvemos al imperio británico, los estudios que al respecto se han hecho sugieren que los costos que el pueblo británico pagó estuvieron a la par de los beneficios que recibieron. También en este caso se trató de una transferencia interna de riquezas que enriqueció fabulosamente a los dueños de la Compañía de Indias y que representó un alto costo para las tropas británicas que murieron en la jungla.
En buena medida, los imperialismos funcionan así, y uno de los elementos importantes es la lucha de clases interna.
– Puede ser fácil medir el costo en vidas, en número de soldados muertos, en dinero gastado. ¿Pero cómo se puede medir o, incluso, cómo se puede hablar de degradación moral?
– Si no se puede medir, es sin embargo muy real y muy significativa. Esa es una de las razones por las que los sistemas imperiales o cualquier sistema de dominación, incluida la familia patriarcal, visten sus acciones con un manto de beneficencia.
Volvamos al problema del racismo. ¿Por qué es necesario que alguien que aplasta a una persona lo haga diciéndole que es por su bien? Porque si no, debe hacer frente a la degradación moral. Y una manera de evitarlo es decir: «En realidad soy una persona altruista que trabaja por el bien de todos.
«Si somos honestos, debemos aceptar que a menudo las relaciones humanas se dan de esta manera. Y la mayoría de las veces así funcionan las cosas al interior de los sistemas imperialistas.
Es difícil encontrar un sistema imperial en el que la clase intelectual no haga el elogio de su benevolencia. Así es, incluso, en el caso de los peores monstruos.
Cuando Hitler desmembró Checoslovaquia, el acto de desmantelamiento fue acompañado de una retórica maravillosa sobre la paz que este hecho traería a los grupos étnicos en conflicto, que así iban a poder vivir juntos en paz bajo la benévola supervisión de los alemanes. Hay que batallar para encontrar una excepción a este hecho. Y esto también vale, obviamente, para Estados Unidos.
– Mark Twain es conocido por haber escrito Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn, pero también fue un inquebrantable opositor a las guerras de agresión de Estados Unidos.
Hace un siglo, formó parte de lo que entonces se llamaba la Liga Antiimperialista. En El misterioso extranjero escribió: «Y luego los hombres de Estado inventarán mentiras baratas, haciendo recaer la culpa en la nación atacada, y cada hombre se quedará contento con esas mentiras tranquilizadoras de conciencia, y las estudiará concienzudamente, y se negará a examinar las posibles refutaciones, y terminará por convencerse de que la guerra es justa, y dará gracias a Dios por el placentero sueño que ese grotesco proceso de autoengaño le proporcione.»
¿Por qué esta faceta de Twain permanece casi totalmente oculta?
– Es una historia interesante. En los últimos años de su vida una de las principales actividades de Twain fue su decidida participación en el movimiento de oposición a la guerra de Filipinas.
Twain escribió ensayos antiimperialistas magníficos. Pero no se encuentran referencias de ellos en ninguna parte. Creo que la primera publicación general al respecto fue un libro, Mark Twain’s Weapons of Satire, editado por Jim Zwick hace alrededor de diez años.
Syracuse University Press publicó una colección de sus ensayos antiimperialistas. Si la memoria no me falla, la introducción de Zwick señala que las biografías oficiales no hacen referencia a esos escritos, aunque tampoco son un secreto.
¿Por qué?
La pregunta lleva su propia respuesta: no se quiere que alguien destruya el aura de benevolencia bajo la cual nos escondemos.