Cuando pensamos en fines de la década del sesenta y principios del setenta en Argentina y América Latina asociamos ese contexto a diversas imágenes. Podemos relacionarlas con el surgimiento del movimiento hippie, sus túnicas, sus colores, la liberación sexual; las podemos relacionar con la aparición de una nueva forma de vestirse de la juventud, los “vaqueros”, las minifaldas, los colores nuevamente; también con el surgimiento de la píldora anticonceptiva, los nuevos roles que de a poco iban adquiriendo las mujeres, la música nueva, la popularización del rock como música de jóvenes, pero también los cambios políticos, la alternancia entre períodos democráticos y dictaduras militares, y el surgimiento de las organizaciones político–militares de izquierda. ¿Podemos relacionar todo lo anteriormente mencionado?
Desde finales de la década de 1960 en América Latina y específicamente en Argentina nos encontramos ante la presencia de cambios radicales que supusieron nuevos horizontes donde un mundo diferente estaba a la vuelta de la esquina. La nueva izquierda marxista y peronista plantean que la creación de una nueva realidad es posible, para ello es necesario tomar el poder, y si bien las vías para alcanzarlos eran diferentes, en ambos casos la aparición de organizaciones político–militares ayudaron a la construcción de nuevos imaginarios.
Las mujeres liberadas
La aparición de la píldora anticonceptiva, el ingreso en aumento de las mujeres a la Universidad, el Mayo Francés, la irrupción de feminismo como un movimiento que empezó a tener cada vez más importancia en Europa y Estados Unidos, entre otros, hicieron que se provoque una ruptura con los roles tradicionales que las mujeres ocupaban como madres y esposas, refugiadas en el hogar, con matrimonios heterosexuales que duraban toda la vida y una vida sexual activa aceptada sólo dentro del matrimonio. Los mandatos tradicionales comenzaron a resquebrajarse. Esta ruptura no se dio de manera abrupta ni fue igual para todas las mujeres, es más, las autoras que trabajan la temática consideran que fueron más los espacios que se mantuvieron de manera tradicional que los que se rebelaron. Sin embargo, es cierto que a partir de 1960 (sobre todo en 1970) las mujeres empezaron a ocupar más espacios y adquirir nuevos roles en la sociedad, los cuales antes no se tenían pensados para ellas, estableciendo nuevas formas de ser y de relacionarse, donde lo que empieza a salir a la luz es el ideal de mujer independiente y liberada. El contexto político y la política partidaria no fueron ajenos a estos quiebres, los espacios políticos, atravesados por notables cambios que apostaban a modificar lo establecido, empezaron a ser cada vez más ocupados por mujeres.
La revolución
Desde fines de la década de 1960 y sobre todo en 1970 las organizaciones político–militares de izquierda fueron las grandes protagonistas del escenario político en Argentina, entre estas organizaciones las más importantes fueron Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo. Allí, varones y mujeres ingresaban rápidamente al mundo de la política, sin embargo esto no se daba de manera equitativa. Si bien quienes estudian el tema consideran que en las organizaciones políticas de izquierda entre un 30% y 40% eran mujeres, este ingreso masivo no tiene relación directa con las posiciones jerárquicas, ya que las direcciones eran ocupadas por varones y las mujeres quedaban en las bases, siendo muy pocas las que accedieron a lugares de dirección. Dentro de las organizaciones existía una retórica de igualdad que planteaba el igual reparto de tareas, pero las mujeres eran quienes criaban a sus hijos, se hacían cargo de las tareas de cuidado y también militaban. Además, las mujeres debían ocuparse de tareas que tenían que ver con las organizaciones de base mientras que los varones eran quienes se encargaban de las tareas militares. Debemos tener en cuenta cuando hablamos de estas mujeres que ingresan a las organizaciones político–militares son por lo general mujeres de clase media urbana, que en muchos casos ingresan a la militancia de la mano de un varón, o por su ingreso a la Escuela Secundaria o la Universidad.
Si bien en algún momento dentro de las organizaciones se llegó hasta cuestionar las relaciones de pareja, ya que se consideraba que de alguna manera distraía el verdadero objetivo que era la revolución, las únicas relaciones que se aceptaban eran aquellas heterosexuales, donde había una coincidencia entre el vínculo sexo–afectivo y el pensamiento político. En este sentido es necesario resaltar que la infidelidad era totalmente condenada dentro de las organizaciones y ello era objeto de sanciones. En el caso del Ejército Revolucionario del Pueblo, la revolución sexual, que era un tema contemporáneo, era considerada una expresión de la moral burguesa.
La revolución en el cuerpo
En la militancia política de los años setenta estaba presente la idea del sacrificio, el dar la vida por la revolución no era sólo una frase hecha, sino también el máximo nivel de heroicidad que podía alcanzar una persona. El sacrificio para conseguir la Patria Peronista o la Patria Socialista iba acompañado de poner el cuerpo, pero no cualquier cuerpo sino que existía un prototipo de militante, un objetivo al que todos debían llegar. Sin embargo, ese prototipo era el de un varón, se mostraba una imagen masculina y heterosexual, donde el coraje, la fuerza y el sacrificio eran los grandes protagonistas. En este esquema del revolucionario ejemplar, la mujer quedaba en un lugar subordinado y hasta casi relegado ya que era imposible cumplir con las expectativas del deber ser de un revolucionario: ser un varón que diera la vida por la Patria.
El hecho de que las mujeres hayan ingresado a involucrarse activamente en política a través de organizaciones políticas de izquierda significó una transformación en la domesticidad de las mujeres. A la vez que ellas se politizaban, se politizaron los espacios privados de sus hogares, y aunque no todas las mujeres abrazaron los ideales políticos, ni estaban de acuerdo con todos los preceptos, significó esto un quiebre.