Encuentro con santiagueñas y santiagueños notables

Azares fantasmales que conducen a Gombrowicz. Personas enamoradas y la magia de la chacarera. Pequeña crónica de unos días pasados en Santiago del Estero.

WITOLD. Camino por la Plaza Libertad, la principal de Santiago del Estero. Un tanto agobiado, decido sentarme en un banco a descansar un poco, para mi sorpresa, a un costado hay un libro abandonado, alguien lo olvidó en ese lugar. No es un libro cualquiera, es: Sobre los acantilados de mármol, de Ernst Jünger, un autor polémico y prácticamente olvidado. Lo de polémico viene a cuento de su participación como soldado alemán en las dos guerras mundiales del siglo pasado, aunque en sus 103 años de vida fue testigo y participe de diversas experiencias no solo bélicas, fue también uno de los primeros en experimentar con el LSD de la mano de Timothy Leary en los finales de los años 50. Me pregunto, quién estaría interesado en la lectura de Jünger en Santiago del Estero, es entonces que recuerdo, que por estos territorios de calores agobiantes, pasó una temporada invernal de uno seis meses el polaco Witold Gombrowicz y que en la capital provincial trabó amistad con la prolífica familia Santucho. Escapando del frío húmedo de “Buenosaires”, que le agudizaba los problemas asmáticos que padecía, Gombrowicz, llegó a Santiago en 1958, se estableció en el Hotel Savoy en la calle Tucumán 39, donde le dieron una habitación feísima y sin ventanas que daba a un pasillo, según escribe en su Diario argentino. Por una cuestión de presupuesto, pronto se alojó como pensionista en una casa ubicada sobre la avenida Roca, donde tenía como vecinos a la familia Santucho, con los cuales trabó amistad rápidamente. Altamente politizados, las discusiones con los Santucho se centraban sobre la colonización cultural que ejercían los Estados Unidos, no solo en América, sino también en Europa. Todo indica que Gombrowicz se enamoró de Santiago y en su diario, uno puede encontrar anotaciones poéticas del estilo: ¡Oh belleza! ¡Crecerás donde te siembren! ¡Y serás tal como te sembraron!

Bravío perseguidor de chongos en la porteña estación Retiro, quizá Gombrowicz en los pagos santiagueños, haya caído cautivo de otro objeto a perseguir y este haya sido el chango/chongo, a quien pondera por su belleza en su Diario argentino, una observación en la cual también incluye a las santiagueñas, pero, más allá de esta conjetura, lo cierto es que GW, trabó también amistad con un grupo de jóvenes intelectuales provincianos, entre los cuales estaban Bernardo Canal Feijóo. Ese grupo, se convirtió en un ávido lector del único ejemplar de Ferdydurke que Gombrowicz había llevado consigo en su excursión santiagueña. A instancias de ellos, organiza una conferencia sobre el existencialismo, en la Biblioteca Sarmiento. Vaya uno a saber si en la cuna de la chacarera no interesó el tema o el mismo no tuvo la difusión adecuada, la cuestión es, que la convocatoria resultó un fracaso y según cuenta el escritor Carlos Virgilio Zurita -quien asistió al encuentro- del salón de conferencias pasaron a un despacho más íntimo con tan solo cinco concurrentes. A pesar de esto, las reuniones con los jóvenes santiagueños se continuaron durante toda su estadía, un punto de encuentro para tales tertulias, era la librería Dimensión de Francisco Santucho, el mayor de los hermanos. Al cerrar la librería, las discusiones se prolongaban en el patio de la casa familiar, donde era frecuente encontrar al mismo Zurita, a Bernardo Canal Feijóo y a la esposa de Francisco, Gilda Roldán, las diatribas se centraban en la mirada marxista con tintes indigenistas de la realidad latinoamericana. En las tertulias, GW debatía principalmente con el futuro líder guerrillero Roberto Mario Santucho, a quien cariñosamente en su diario, también llama Roby y por el cual sentía una especial admiración debido a su inteligencia y a quien definía como “la voz de la revolución argentina”. Convertido en una especie de augur, el príncipe polaco en su Diario argentino escribe de manera premonitoria: “Roby Santucho, un soldado nato, hecho para el fusil y la trinchera”. Una vez finalizado el invierno, y con Gombrowicz establecido de nuevo “Buenosaires”, este recibe una carta de Roby, en la cual le pide que le envíe un ejemplar de Ferdydurke, éste le responde que es imposible, ya que la novela fue secuestrada por los yanquis. Santucho advierte la humorada del polaco y le responde con otra carta, donde se burla de la supuesta nobleza del polaco. Tiempo después, ya en las proximidades del viaje de retorno a Europa, Gombrowicz que se definía a sí mismo como un hombre divertido y sarcástico, escribe en su Diario argentino: “No crean en las bellezas de Santiago, no son verdad. Han sido invenciones mías”. Tal vez, para desprenderse de algo que amó y que ya no podrá volver a ser vívidamente amado.

LIBERTAD. La plaza principal de Santiago –ya lo dijimos— lleva el nombre de Libertad, como toda plaza provincial a su alrededor giran las actividades comerciales y sociales; barcitos, restaurantes y cafeterías la rodean. A mediodía el bullicio y su vitalidad estallan en el aire junto al sonido de una chacarera, ejecutada en una de las esquinas por un grupo. El son de la música se vuelve contagioso, algunos dejan las bolsas con las compras a un costado y bailan, una chica dice que quiere cantar una chacarera, le preguntan cuál y responde: cualquiera de los Carabajal. Arranca con Puente Carretero, se da el gusto y después sigue su camino con la hija tomada de la mano. El grupo llamado la Ushuta Gastada, formado en el 2013 está integrado por Pablo Ferreira en bombo, Gabriel Vitar en sacha guitarra, Juan Flores en quena y sacha guitarra, Nazareno Escobar en guitarra y Dana Feinsohn en violín. Juan me dice que la sacha guitarra o guitarra del monte, es una invención del gran maestro quichuista Elpidio Herrera, en el instrumento se combinan el sonido de la guitarra, el charango y el violín, y se mezclan acordes de cuerda pulsada y frotada. Dana, diminuta y vivaz ya ha terminado de bailar con un transeúnte, tiene los ojos azules encendidos de alegría. Me acerco y le pregunto:

-¿Qué es ser santiagueña?

-¡Uh! Solo tengo tres años y medio de ser santiagueña.

-¡Qué sorpresa! ¿De dónde sos?

-De Francia, del norte de las afueras de París, de un barrio que se llama Parmain.

-¿Cómo llegaste acá?

-Salí de Francia en busca de una vida mejor y la encontré acá en Santiago. Me quedé por la música, el amor a mi compañero y el buen vivir.

-¿Allá que hacías?

-Era abogada.

-Y acá música.

-Aquí música, no lo cambio por nada.

Pablo, me dice que ahora van para el mercado, queda ahí nomás, a una cuadra. Y me aclara que voy a poder comer locro, tamales, humitas, chanfaina, lo más típico de estos pagos santiagueños. Y allá vamos, hacia ese lugar donde la identidad santiagueña se respira en el aire.

BANDEÑA. En la avenida Belgrano, tomo el 17, su destino es La Banda, es viernes y faltan pocos minutos para llegar a la diez de la noche. Por suerte el colectivo viene casi vacío y me puedo sentar en uno de los asientos de adelante. En la parada siguiente, las cosas cambian, sube mucha gente y una chica muy linda se sienta a mí lado. Morocha, delgada, el pelo negro le cae sobre la espalda. No le presto mucha atención, porque voy tratando de abrir la cámara del celular, para estar listo cuando crucemos el puente carretero. Giro la cabeza, ya que me pareció que la muchacha iba cantando y la miro de soslayo, solo por curiosidad. Entonces, ella hace lo mismo, me mira a los ojos y me dice:

-Ando medio enamorada, se me pegó una vidala y no paro de cantar. ¿A usted, no le ha pasado?

-Supongo que alguna vez. ¿Sos bandeña?

-La más bandeña de todas. ¿Por qué?

-Estoy yendo a La Banda, a la zona de la estación, para ver si encuentro alguna peña.

-No, no. Yo te voy a mandar una que es la mejor, “Las Dos Lunas” se llama. Te tenés que bajar en la YPF, cruzas la avenida y seguís por esa calle hasta la Escuela Normal, cruzas y frente a la estación Agiras está la peña. A ver repetí lo que te dije.

Le repito lo dicho por ella y me dice:

-Muy bien, no tenés cómo perderte, todo el mundo la conoce. Además antes de bajarme le voy a decir al chofer que te baje en la YPF. Hoy va estar buenísimo, porque toca el Enzo Celiz, el Héctor Cáceres, y el Leandro Lezcano.

Unas paradas más adelante, se levanta y habla con el chofer, le da las instrucciones, antes de que baje le pregunto, qué cantaba y entona:

-Pelusita de totora/ allá donde el calor nace/ coloreando picaflores/quisiera dejarte el alma/para aliviarle dolores. Seguro esos changos la cantan.

La peña “Las Dos Lunas” y sus músicos, muy buena. El lugar donde el vino también convoca y alguien nos revela otros misterios. Entonces, en medio de la noche endiablada, recuerdo las palabras de Javi Flores antes despedirnos: “En Santiago no tenemos nada, no tenemos los paisajes de Salta o de Jujuy, solo tenemos el misterio del monte verde, la chacarera y la alegría de nuestra gente. Y también el amor, que se desprende de todo eso en sus mujeres enamoradas. Porque el amor, nunca se muere en Santiago”.

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