El conflicto entre el Gobierno y las entidades que realizaron el lock-out agrario generó muchas reacciones en distintos segmentos de la sociedad; los intelectuales no fueron la excepción. Un grupo de escritores y periodistas jóvenes decidió pronunciarse en una carta que rápidamente sumó trescientas firmas de ámbitos culturales. Antes, entre la propuesta de escribirla, hecha por Juan Terranova, y su puesta a disposición pública, existió un intenso debate vía mail, en lo que fue una breve pero clara muestra de una politización en el vínculo entre los escritores que hacía años no se daba. Revista ZOOM reunió a tres de los principales impulsores de la carta y el debate para que contaran las discusiones abiertas por la iniciativa y reflexionaran sobre los posibles modos de implicación en lo político-social que tienen los intelectuales argentinos contemporáneos.
—¿Qué posiciones hubo hacia la carta de repudio al lock-out?
—Juan Terranova: La carta fue modificándose en una asamblea virtual. No digamos asamblea sino espacio de discusión. Hubo posturas que proponían retrasar su salida, aduciendo que se necesitaba más reflexión, pero para mí debía ser una cosa rápida: confundían reflexión con duda. Esa gente no firmó, igual que un periodista del Partido Obrero que trabaja en la revista Veintitrés. En la discusión afloraron varias inmadureces políticas: algunos querían imponerse y, si no lo lograban, se retiraban.
—¿No podía alguien participar de la discusión y decidir no firmar como un modo de estar, como posición interna al debate?
—Lucas Funes Oliveira: Yo creo que no, había que estar. Lo importante es sumar, sin negar las diferencias, sobre todo cuando se quiere producir un efecto político.
—Terranova: Además, en tu caso, Funes, esta red es tu lugar de pertenencia. Funes sostuvo un trabajo de gestión que hizo que mucha gente se conociera entre sí, sobre todo a partir del ciclo Los Mudos.
—En este caso, ¿era más importante la red que el producto (o sea la carta)?
—Terranova: Absolutamente, la carta es un detalle, un accidente en una discusión que venía atrasada.
—Oliveira: La carta es el resultado de ciento y pico de mails, de muchas horas de reflexión.
—Terranova: Inicialmente había un apoyo a Cristina (Fernández de Kirchner) en la carta. Se discutió mucho eso. Se decidió modificarlo. Yo quería dejarlo, pero perdí la discusión. Nombrando a Cristina hubiera sido más jugada políticamente, no pude convencerlos a todos de que nosotros tenemos que apoyar a este Gobierno.
—Diego Vecino: Yo quería sacarlo, porque bajaba el piso de consenso. Sin apoyar directamente a Cristina sumábamos más gente.
—Juan, ¿vos ya eras kirchnerista?
—Terranova: Sí, desde el principio. Trabajé en un diario anti kirchnerista (Perfil) y por ahí no lo pude hacer muy explícito, pero en mi libro El Ignorante, de 2003, ya expresaba mi apoyo a Néstor. La carta es un eslabón más de la tradición de intelectuales que firman una carta por una cuestión pública. Tiene esa gran debilidad, porque como gesto político es re-débil, anacrónico.
—Vecino: Yo relativizaría esa debilidad, para mí es importante porque abre un espectro de debate.
—Terranova: A mí me interesa mucho más generar el debate atrasado sobre cuestiones políticas. Tratar de darnos cuenta de que no se trata solo de relaciones del escritor con el editor, del tipo que te invita a la mesa, sino darse cuenta de que el condimento político puede entrar en las discusiones estéticas y sociales.
—Ese ingreso es una de las novedades del episodio de la carta, ¿no?
—Terranova: Sí, faltaba. Pasa que la política es un gran condimento, no uno cualquiera.
—Vecino: No es un condimento más, para mí es el eje que tiene que estructurar al resto.
—Terranova: Para mí, dentro de lo que hace a un escritor, a un contador de historias que es el lugar donde me pongo yo, es un gran elemento. La narración política es central, sobre todo en la literatura argentina.
—¿Qué permitió que ahora apareciera la política en el vínculo entre escritores jóvenes de una manera que no venía sucediendo en los últimos años? ¿Qué acumulación de prácticas, de referencias, de representaciones? Vos, Juan, hiciste una propuesta por mail, en principio a un grupo pequeño, que velozmente se extendió a una catarata de voces.
—Terranova: Tampoco es cierto que no hubiera nada antes, había relaciones muy fuertes. Generadas primero por la antología de autores jóvenes La Joven Guardia (2005), que reunió a un montón de gente que se conocía de oído. Después por las lecturas de narrativa en vivo, que para mí son espacios de socialización fundamentales, que ahora están súper establecidas pero son nuevísimas, no tienen dos años. Y tampoco es que recién ahora toda esa gente saltara a la política.
—Vecino: Lo que pasa es que el debate sobre el lock-out era muy claro. Politizó a toda la sociedad, todo el mundo salió a decir algo.
—Terranova: El Gobierno tendría que haber ido a transar directamente con la Federación Agraria, se equivocó ahí.
—Vecino: Hubiera pasado más desapercibido el conflicto. No sé si tiene un saldo negativo el debate que se abrió. Se puso nuevamente en los imaginarios una serie de categorías dormidas. Abrió una discusión que venía atrasadísima.
—Terranova: Sí, pensá que generacionalmente nuestra adscripción es al rock, no a la política. Porque en la década de los ‘80 la representación de la juventud era Franja Morada, y durante los ’90 la sociedad estaba vaciada de discusiones políticas. O cortabas la calle a capucha y palo o estabas dentro de la estructura partidaria. Los partidos, por otra parte, se cerraron sobre sí mismos: ibas a los comités y no te daban bola, salvo quizá en el Frepaso. En la provincia de Buenos Aires tenías el aparato de Duhalde en interacción con lo que había quedado de la sociedad, lo que sobraba del neoliberalismo, los punteros que pasaban merca, todo eso. Duhalde se parece a De Gaulle. Porque la Francia libre de De Gaulle, ¿qué era? Algunos sobrevivientes, dos o tres lugares en Marruecos y el tipo en Londres. Con una serie de sobras De Gaulle armó un discurso que dejó a Francia como el gran país de la resistencia cuando en verdad fue el gran colaboracionista. Bueno, Duhalde era parte del poder y cuando se retira arma otro poder con los requechos del conurbano, cosa que la clase media porteña no le perdonó. Pero fue con eso que el tipo después fue a sacar las papas del fuego.
—Vecino: Sólo Duhalde podía agarrar el país en ese momento. Lo cual es parte de la gran herencia de la dictadura, el desbaratamiento de las relaciones sociales de solidaridad.
—Terranova: Claro… la politización post-dictadura fue sin las grandes bases. Pero los intelectuales tuvieron mucha intervención. Es en los ‘80, época para mí execrable, donde nosotros tuvimos que ir a buscar a los referentes políticos. Porque eran tipos que estaban dispuestos al diálogo, no eran efervescentes.
—¿Se te ocurren nombres?
—Terranova: Sí, la revista Unidos, donde estaban Horacio González, Chacho Alvarez, Mario Wainfeld, el sociólogo Norberto Ivancich. Eran peronistas medio alfonsinistas, en el sentido de que no eran prepotentes, proponían recomponer.
—Vecino: Lo cierto es que después todos ellos pierden y quedan en posiciones periféricas.
—Acordamos que en los ’90 la sociedad no tenía disponibles representaciones de acciones políticas posibles. Pero en 2001, acaso recogiendo un montón de prácticas que venían dispersas, la sociedad se encontró con una capacidad de acción política. Se inventaron herramientas, como el cacerolazo, ¿puede ser que el uso farsesco de esa herramienta, en apoyo del lock-out, haya sido lo que motivó tanta reacción entre jóvenes intelectuales de clase media?
—Vecino: Definitivamente.
—Terranova: Puede ser. Se bastardeó una expresión que en su momento fue bastante acabada. Lo que pasa también es que los que salieron a cacerolear en 2001 habían votado a la Alianza, y creo que tenemos un sistema parlamentario que funciona y hay que defender.
—Oliveira: Que hay que defender, sí. Ahora, que funciona….
—Vecino: Lo que pasó en 2001 no pasaba por defender o atacar a un tipo que habías votado. Podés votar a alguien y que ese proceso se vaya a la mierda en tres meses.
—Terranova: Es cierto. Lo que quiero decir es que en una sociedad parlamentaria, con medios de comunicación, salir a cacerolear es muy primitivo, muy básico. Realmente el porteño (no sé si pasa en otros lados) está en un momento de mucha inmadurez política. No se discute política. ¿Cuánto duró el asambleísmo? Si la carta, como gesto, es menor, y más que nada nos sirve a nosotros para poder discutir, el cacerolazo del otro día es recontra menor. Un tipo que sale a decir que se vienen los camisas negras porque Luis D’Elía le pegó una piña a un tipo, la palabra que le cabe es pelotudo. Es un irrespetuoso hacia quienes tuvieron que soportar a los camisas negras. Lo que sí, el cacerolazo fue un episodio que quizá genere literatura. Es parte de un folclore, bastante ridículo y vergonzante. Los equívocos de la ciudad son interesantes para narrar. Pero el cacerolazo es un detalle en la discusión política entre campo y Gobierno. No así los cortes de ruta, obvio.
—Oliveira: El cacerolazo fue de la calle Tucumán para el norte. Igual no va a pasar de largo en la narrativa, es muy pintoresco. Ahí es donde están los libros. Igual creo que en general es muy difícil, por otra parte, tener una posición crítica, en la medida en que es muy difícil informarse, la información viene bastardeada.
—Más allá de este conflicto en particular, ¿qué cosas del hacer literario consideran que pueden ir más allá? Por ejemplo, cuando se organiza un ciclo de lecturas, también se teje una red social…
—Terranova: Eso es parte de la historia literaria. Victoria Ocampo, como personaje literario argentino, está escindido de su obra. Vos sabés quién es, pero no leés sus libros, leés los de Silvina, que fueron los que de la mano de Borges terminaron de hacerse un lugar. Los libros de Victoria Ocampo son apasionantes, mucho mejores que los de Silvina, porque están muchísimo más en la coyuntura, mucho más jugados políticamente. Tienen crónicas, aunque terribles, muy de la clase alta. Pero su figura literaria no está ligada a su escritura, sino a su gestión.
—Vecino: Si una producción literaria no se excede a sí misma es mala, no merece la pena, no es relevante estéticamente. No porque tenga que tener un gran mensaje mirando a la historia, pero no puede ser endogámica, tiene que derramarse.
—Terranova: Eso es muy interesante: el diálogo con lo otro. Dejarte o no modificar por lo otro. Es una ética artística.
—Afino más la pregunta: desde lo que les interesa hacer como actividad intelectual y artística, ¿qué cosas sienten que pueden hacer políticamente? Porque no está claro qué se puede hacer.
—Terranova: Es una pregunta tan interesante como difícil.
—Oliveira: No sé si tengo claro qué quiero. Me interesa generar ámbitos independientes. Yo encontré que no había espacios para leer.
—Terranova: Yo creo que ese es un gesto político. Hay muchos que rápidamente te dicen que todo lo personal es político. Te duchás y es político… Lo político tiene que ver con el poder público. En los ’90 se quedaban tranquilos pensando que lo personal era político, entonces escribían textos que más o menos decían algo y listo: ya estaba. ¡Qué bárbaro! Mencionabas a Trotsky en un texto y ya era una acción política. Lo que hizo Funes fue distinto, nucleó gente, armó vínculos, con mucho trabajo, muy parecido a una militancia.
—Oliveira: Las cosas se consiguen militando, invitando gente, abriendo el panorama.
—Vecino: Si aceptamos que en los ’90 la política fugó de la cultura, hay que preguntarse de qué manera. Y si aceptamos que ahora se da un reingreso, también hay que preguntarse de qué manera. En verdad, nos tenemos que preguntar cómo nosotros vamos a hacer reingresar la política a la labor cultural. ¿Qué vamos a hacer nosotros?
—Terranova: Creo que el primer paso es hacerse la pregunta. Y hay que tomar el toro por las astas de la narración de la historia política argentina. En mi literatura, hasta ahora no había tanta presencia política, salvo en El Ignorante, pero sí en lo que estoy escribiendo ahora, cada vez más. Cheever dice: yo lo único que hice fue escribir historias que me ayudaran a articular mi historia con la Historia (en inglés es más claro por el juego con las palabras story y history). Yo busco eso, que en verdad es una reescritura de una frase de Hegel: hay que animarse a ser contemporáneo de uno mismo. La sola existencia en un entramado social no determina que uno sea contemporáneo de uno mismo. Hay que ver cómo hacemos.
—Oliveira: Al leer en vivo, el autor puede modificar el contexto de recepción de la obra.
—Terranova: Es una concepción muy social de la literatura, porque la instancia clave es cuando se pone el texto a funcionar con tu comunidad. Hay una tradición muy fuerte del autor escribiendo en su casa y luego publicado, relacionado con los lectores de modo muy mediado, sin más coerciones que las propias. Pero por lo que dice Funes, la lectura en vivo te pone en relación con el otro en inmediatez.
—Oliveira: Tampoco la idea es transformar a todos los escritores en tipos que leen en vivo. Pero sí diversificar esa tradición. Es una instancia más de publicación, me parece que está bueno que haya varias.
—Terranova: El blog sería otra, que también acelera un proceso de vinculación que desembocó en estas trescientas personas que firmaron la carta.