Elecciones en México: una película (demasiado) clásica: ricos contra pobres

Por Carlos Fazio desde México, gentileza Semanario Brecha, especial para Causa Popular.- Después de un largo y tortuoso proceso electoral salpicado hasta el final por escándalos de corrupción, una inusual guerra sucia mediática y la sospecha de que el Instituto Federal Electoral (IFE) podría actuar de manera parcial en beneficio de Felipe Calderón, candidato del Partido Acción Nacional (PAN, oficialista), 40 millones de mexicanos decidirán este domingo el curso político y económico de su país para los próximos seis años.

Signado por la confrontación, el cierre de las campañas se vio ensombrecido por un virulento enfrentamiento de clase entre los dueños del dinero, reunidos en el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) y el candidato opositor Andrés Manuel López Obrador, quien encabeza la coalición Por el Bien de Todos, integrada por los partidos de la Revolución Democrática (PRD) y del Trabajo (PT) y Convergencia por la Democracia (CD).

Asimismo, la revelación el lunes pasado de que el equipo de campaña de Calderón tenía en su poder bases de datos de uso exclusivo del gobierno federal, aumentó el cúmulo de sospechas fundadas en torno a posibles manipulaciones del padrón electoral orientadas a favorecer al candidato de “las manos limpias”, como se autonombró propagandísticamente el aspirante presidencial del PAN. De acuerdo con las encuestas de cierre de campaña, López Obrador mantenía una ventaja de uno a cinco puntos en la intención de voto sobre su más cercano perseguidor, Felipe Calderón.

Esa diferencia, manejada como un “empate técnico” por los panistas, representaría, en el caso de un punto porcentual, aproximadamente 400 mil votos a favor de López Obrador, mientras que cinco puntos equivaldrían a dos millones de votos. Nada más representativo de lo que estaría por venir que el instinto de conservación exhibido por algunos actores de la vida pública mexicana, en particular los que representan al gran capital que, ante el descalabro del oficialismo y al margen de las leyes que rigen los comicios, saltaron a la palestra mediática para mantener la campaña del miedo del calderonismo con el fin de defender sus intereses.

La aguda confrontación, que asumió la forma de un enfrentamiento entre ricos y pobres en los medios electrónicos, circulaba en México desde hacía meses como broma: ¿Por qué los niños “pirruris” [bien] quieren que López Obrador gane las elecciones?, pregunta Pepito. Y responde: Porque sus papás les dijeron que si eso sucedía se iban a vivir a Miami.

Manos sucias

Al desinflarse la burbuja panista tras la acusación de López Obrador en el debate televisivo de los presidenciables, el pasado 6 de junio, cuando con documentos legales en mano denunció que el candidato de “las manos limpias” estaba involucrado en presuntos actos de corrupción y tráfico de influencias que rebasaban a la familia política de Calderón y se incrustaban directamente en la casa presidencial (beneficiando supuestamente los negocios de los hermanos del presidente Vicente Fox y de los hijos de la primera dama Marta Sahagún), el Consejo Coordinador Empresarial se metió de lleno a la pelea como nunca antes en un proceso electoral.

Mediante sendos spots propagandísticos y bajo la coartada de promover el voto de manera “apartidista”, el CCE -la llamada “cúpula de cúpulas”, que en rigor responde al Consejo Mexicano de Hombres de Negocios que reúne a los 35 “barones” que acumulan en sus bolsillos cerca del 40 por ciento del producto bruto interno- dejó entrever sus filias y fobias electorales para incidir en la libertad de los votantes el domingo 2 de julio, al “invitarlos” a sufragar por el candidato que representa las “exitosas” políticas de la última década, ya que “apostarle a algo distinto implicaría retroceso”.

Pese a que el artículo 48 del Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales señala de manera inequívoca que contratar tiempos en radio y televisión para difundir mensajes orientados a la obtención del voto “es derecho exclusivo de los partidos políticos”, el proselitismo publicitario de los dueños del dinero no dejaba lugar a equívocos: promovía de manera descarada el voto a favor de Calderón, quien ha prometido conservar la estrategia neoliberal vigente en el último cuarto de siglo y aplicar la “mano dura” para garantizar el orden, y fue un intento por desalentar el sufragio por López Obrador, quien se ha opuesto a la privatización del sector energético, ha manejado una retórica opuesta al modelo del Consenso de Washington y en su programa ha planteado cambios que supuestamente darán una “cara humana al neoliberalismo”.

En la coyuntura, el franco activismo político de banqueros y capitanes de industria que se oponen al más mínimo cambio del modelo económico fue reconvenido de manera tímida y obsecuente por el presidente del IFE, Luis Carlos Ugalde, quien solicitó implícitamente a la cúpula de la iniciativa privada abstenerse de realizar “prácticas de inducción del voto hacia algún candidato o coalición” o realizar otras actividades que pudieran interpretarse como “un mecanismo de presión o coacción del voto”.

No obstante, la exhortación no tuvo más fuerza que las llamadas a misa. El enfrentamiento recrudeció cuando López Obrador advirtió, durante sus actos de cierre de campaña, que los dirigentes del CCE no eran empresarios sino “traficantes de influencias” que se habían beneficiado con “negocios jugosos al amparo del poder público”. Dijo, también, “que los de arriba no pagan impuestos” -lo que provocó la amenaza de una “huelga fiscal” lanzada por un dirigente empresarial en caso de que Obrador gane los comicios- y que los poderes fácticos se pusieron nerviosos y por eso se sumaron a la campaña del miedo del PAN.

Incertezas y temores

La falta de certeza de un triunfo panista propició desde finales del año pasado que los organismos empresariales y su entorno dieran forma a un nuevo corporativismo y emprendieran una intensa actividad para apoyar a Calderón. La campaña de miedo y odio clasista de los empresarios -en un país rico con millones de pobres, pero que tiene más multimillonarios que Suiza según la revista Forbes-, ubicaba a López Obrador como el anticristo y se empataba con la propaganda del PAN que, machaconamente, lo identificaba como “un peligro para México”.

Así, se pretendió construir una imagen de López Obrador como un hombre ignorante, autoritario, deshonesto, cobarde, demagogo, violento, antiinstitucional, mentiroso, de personalidad múltiple, que aborrece a la gente con dinero y que, de ganar, creará una América Latina comunista con Fidel Castro y Hugo Chávez. Sobre la base de que “todos los votos cuentan”, han decidido darles el domingo libre a sus empleados, para que voten por el “candidato de las manos limpias”.

En ese contexto, no está de más consignar el apoyo que han recibido Calderón y el PAN -tanto en dinero y en el “entrenamiento” de cuadros como en el diseño de las campañas- de la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID, que depende del Departamento de Estado), de The National Endowment for Democracy (NED, organismo pantalla de la Agencia Central de Inteligencia), del International Republican Institute (IRI) y fundaciones ultraderechistas de Estados Unidos.

Izquierda moderada

Pese a esos apoyos, ha llamado la atención el mutismo de la Casa Blanca y la Cámara de Representantes sobre los comicios mexicanos. Según la gran prensa estadounidense, la administración Bush, los miembros del Capitolio y los inversionistas prefieren una victoria de Calderón, pero no les preocupa un triunfo de López Obrador, ya que lo consideran un político pragmático, de “izquierda moderada”, enfocado sobre todo a la política interna y quien, de ganar, ha prometido que mantendrá la estabilidad macroeconómica.

Si Estados Unidos y sus socios locales no pueden derrotar a López Obrador el domingo, intentarán después atarle las manos y refuncionalizarlo para que legitime, desde la “izquierda”, el actual estado de cosas. No obstante, para millones de mexicanos pobres y de clase media, la opción de centroizquierda de la coalición Por el Bien de Todos representa una alternativa real.

Durante su campaña, López Obrador ha prometido que combatirá la evasión fiscal, los negocios ilícitos, la especulación socialmente dañina y la corrupción. Y ha dicho que si bien no va contra los ricos, sí se opone a la desigualdad extrema. En otro sentido, es obvio que una victoria de López Obrador cambiaría el balance de fuerzas en el continente y acentuaría el sentimiento antimperialista en boga, y que, en el plano interno, si bien no significaría una ruptura con el neoliberalismo, representaría un pequeño cambio en la correlación de fuerzas políticas y sociales mexicanas.

En sentido contrario, una victoria de Calderón profundizaría las aristas más perversas del modelo de dominación, con la expansión de la violencia, la corrupción, la impunidad, la violación de los derechos humanos y la criminalización de los movimientos sociales.

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