Uno
Argentina tiene un nuevo presidente. Tan nuevo que hace cinco meses no figuraba en los planes de nadie o, mejor dicho, en los de una sola persona, que anoche revalidó sus títulos como estratega política. Un presidente de mayorías claras, confirmado en primera vuelta por 12 millones y medio de votos y ganador en 18 de los 24 distritos del país, con la unidad del peronismo como carta de presentación y con una trayectoria que incluye haber marcado y sostenido sus diferencias con el propio kirchnerismo. Alberto Fernández llega a la presidencia en plena madurez política.
Y Mauricio Macri, que había arribado al poder con las expectativas de la “derecha moderna”, que tanto ilusionó a un sector de la sociedad y a varios analistas, dejará el cargo tras un solo mandato, luego de aplicar las recetas de siempre y de generar la crisis de siempre. Se irá vencido por la misma fuerza que había venido a sepultar, pero algo aliviado por haber evitado que la derrota incluyera una paliza terminal para sus aspiraciones personales.
Todo esto pasó en la Argentina entre el 18 de mayo y el 27 de octubre.
Dos
Un asesor del equipo de campaña de Alberto Fernández lo resumió de esta manera: “Empezamos a ganar cuando aceptamos que habíamos perdido”. Lejos de una reflexión vaporosa o de sobrecito de azúcar, el concepto es estrictamente político y explica cómo se gestó la victoria sin balotaje de Alberto Fernández y el Frente de Todos, con el 48,10% de los votos y 8 puntos de diferencia sobre Macri, así como el aplastante triunfo de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires, que obtuvo el 52,28 % y le sacó más de 13 puntos de ventaja a María Eugenia Vidal. En el caso de la gobernadora, el deterioro de su respaldo fue aún más virulento: de ser una figura imbatible, as bajo la manga del PRO, pasó a perder sin atenuantes.
La campaña de Kicillof, la construcción de su figura y cómo arrasó en las urnas ameritarían una reflexión exclusiva, pero por lo pronto se puede decir que el exministro tiene por delante un desafío a la altura de la confianza que generó entre los bonaerenses, algo similar a lo que la misma Vidal había motivado en 2015. Lejos de los estereotipos arcaicos que se le suelen endilgar al votante bonaerense, la provincia viene innovando muchos más que otros distritos a los que se les atribuye mayor sofisticación en las urnas.
Más previsibles fueron los triunfos del PJ en las otras dos gobernaciones que se pusieron en juego: en Catamarca, ganó Raúl Jalil, que se impuso con el 60,40% de los votos, y en La Rioja el nuevo gobernador será Ricardo Quintela, que sacó el 40%, en un escenario donde el PJ fue dividido.
Tres
El punto de inicio fue un razonamiento simple pero no siempre evidente: para volver a ganar, la oposición debía entender el sentido de la derrota de 2015 y actuar en consecuencia. Al kirchnerismo le tomó su tiempo digerir que aquella caída ante Cambiemos no había sido sólo de Daniel Scioli, que era puntualmente propia, y que no se limitaba a lo electoral, sino que el problema era político. Luego de esa segunda gran decepción que fueron los comicios de medio término, ya no quedaron dudas. Una vez hecha carne esa certeza –y quien primero lo asumió fue la senadora Cristina Fernández– se gatillaron las decisiones, acuerdos y reconciliaciones que permitieron acumular las voluntades políticas que construyeron el resultado de ayer.
Lo sintetiza bien una de las frases lanzadas anoche por Alberto en su primer discurso como presidente electo, en un juego de palabras con el nombre de su espacio y con ese tono que recuerda a la forma de hablar de Raúl Alfonsín: “Este no es el frente de nosotros, es el Frente de Todos, nació para incluir a todos los argentinos y a todos los argentinos estamos convocando”. A sus espaldas, un sonriente Sergio Massa oficiaba como ejemplo viviente. Antes, Cristina había cerrado su intervención sobre el escenario con igual eje: “Quiero pedirles a todos los hombres y mujeres que hoy están aquí, de distintas vertientes del campo nacional, popular y democrático, que por favor nunca más rompan la unidad que se requiere para enfrentar a estos proyectos neoliberales que tanto dolor han causado”.
Cuatro
La reflexión cobra más peso si se tiene en cuenta que la derecha también buscó la unidad en su intento por revertir un resultado que siempre lució inexorable. Y aunque no lo logró, la distancia recortada desde aquel 17% por el que había caído en las PASO al 8% de ayer, significa una sobrevida para Macri, que ahora buscará hacer valer este logro, claramente personal, para ubicarse como líder de la oposición. Será en una disputa con sus exsocios que no está para nada definida, sobre todo por parte de radicales exitosos como el gobernador mendocino Alfredo Cornejo, que sí logró dar vuelta la derrota de agosto, gracias al 52% que obtuvo Cambia Mendoza.
Junto con esa provincia, donde Cambiemos sacó 50% a nivel presidencial, y Santa Fe, donde se impuso con el 43%, el gran empujón para Macri vino de dos distritos fieles al partido amarillo y refractarios al PJ. Primero, la ciudad de Buenos Aires, imbatible cuna del PRO. Horacio Rodríguez Larreta rozó el 56% y prolongó por cuatro años más la supremacía macrista en el distrito más rico del país, desairando los sueños de balotaje de Matías Lammens y la cumbia del “Si vos querés, Larreta también”. En 2023, cuando termine ese cuarto período al hilo, los “barones porteños” tendrán 16 años consecutivos en el poder. El segundo pilar del recorte de Macri fue Córdoba, que lo acompañó en un 61,30%, en una contundente declaración antiperonista. De todos modos, no es un dato menor que el sector del gobernador Juan Schiaretti, Hacemos por Córdoba, fuera con boleta corta.
El dibujo final podría graficarse como un país que luce la camiseta de Boca Juniors: dos bandas celeste del Frente de Todos, en el norte y el sur (18 provincias en total), y una franja amarilla que incluye a Mendoza, Córdoba (donde la victoria cambiemita fue clara), San Luis, Santa Fe y Entre Ríos (con triunfos que en rigor son tres empates técnicos con el peronismo). Es decir, Macri retuvo el apoyo de la zona centro, la más rica del país y de tradición más conservadora, a lo que se agrega la Capital Federal.
Una pregunta es qué tanto de ese voto, en proyección, es propio de Macri o es un activo que reside en la política de esos territorios y sus dirigentes. Es decir, si el macrismo seguirá siendo una fuerza de alcance nacional o si está retornando al vecinalismo que lo vio nacer, donde sin dudas goza de gran salud, como lo demuestra la vigencia aplastante de Rodríguez Larreta.
Cinco
Podría decirse que Cambiemos hizo todo lo necesario para perder. Lo suyo fue un cóctel que mezcló inflación, desempleo y endurecimiento verbal y real, en un evidente intento por polarizar la elección, estimulando la veta más rocosa de sus votantes. Pero, por otra parte, también hizo todo lo necesario para retener y recuperar. El oficialismo se robusteció con sufragios que en las Paso habían ido a Juan José Gómez Centurión y Luis Espert, que anoche marcaron 1,71% y 1,47%, respectivamente. En menor medida, también le sacó votos a Roberto Lavagna, que obtuvo el 6,16%. En cuarto puesto fue para Nicolás del Caño, con 2,16%, en un nuevo fracaso electoral de la izquierda, víctima de la polarización pero también del perfil que le dio a su campaña y de cómo dispuso a sus candidatos.
En política, para ganar, no alcanza con que el otro pierda: es necesario recoger la victoria, y eso fue lo que hizo el Frente de Todos con un armado que se fue consolidando desde aquel sábado 18 de mayo, la mañana en que Cristina anunció con un video que Alberto sería su candidato a presidente y que ella iría como vice. Lo que arrancó como una fórmula invertida, que descolocó a propios y extraños, acabó siendo una fórmula a secas, que primero funcionó como mensaje de reconciliación hacia el interior de la clase política y, luego, de cara a la ciudadanía, para restaurar una relación que se había deteriorado y que ayer nomás asomaba como irremontable.
Desde entonces, el exjefe de Gabinete pasó de ser el supuesto “títere” de la senadora a construir una referencia propia, armar un espacio de unidad todo lo amplio posible y encabezar una campaña austera donde la política fue el centro, desplazando al marketing y a la lógica del coucheo. El primer fruto llegó con el golpe de KO de las Primarias, que vino a sentenciar la victoria formalizada anoche, si bien Macri logró mejorar en mucho su performance.
Para sus electores y la prensa que prefiere mirar el vaso del PRO a medio llenar, el ingeniero tuvo una derrota “digna”, a pesar de que no pudo forzar el balotaje aclamado en la caravana del #SiSePuede y que perdió en un solo asalto. Es un dato novedoso: desde el regreso de la democracia, Macri es el primer presidente que, postulándose a una reelección, no la consigue.
Seis
Apenas seis meses atrás, el escenario era muy distinto, al igual que el criterio para medir el éxito o el fracaso. Macri parecía marchar sin sobresaltos a la reelección, Vidal asomaba como invencible, Alberto no estaba en el radar de (casi) nadie y Kicillof era un desconocido en suelo bonaerense. Si se mira la película completa, lo logrado por el Frente de Todos en tan poco tiempo y arrancando de tan atrás es difícil de explicar si no se tienen en cuenta al menos tres variables: la persistencia del peronismo y su capacidad de regeneración, la tradición política de la ciudadanía argentina, que viene dando muestras de una consistencia que no abunda en la región, y la tozudez de la derecha en sus recetas de fracaso.
Cuando asuma, el próximo gobierno deberá lidiar con la herencia de una crisis múltiple: fiebre de desempleo, inflación y pobreza, una deuda externa imposible de pagar y sectores vulnerables y dolidos que agotaron su última gota de paciencia junto con el voto que introdujeron en las urnas. Alberto Fernández no tendrá 100 días de gracia: apenas serán 10 minutos y, después, deberá ponerse a trabajar para conseguir resultados rápidos. En cuanto a Macri, en los 43 días en los que seguirá siendo presidente, volverá a jugarse su capital político: puede conservar lo que logró este domingo o echarlo a perder. Pero de ninguna manera serán para él días inocuos.