Si bien Omar Perotti ejerce la gobernación, quienes militan o son referentes de organizaciones peronistas vienen advirtiendo desde la post-pandemia que el panorama es sombrío. En primer lugar, se puede mencionar el descontento de la militancia con el gobierno de Alberto Fernández y el incremental desplazamiento del centro de la escena que realizó Cristina Fernández de Kirchner. En segundo lugar, el gobierno provincial realizó considerables aciertos (Boleto Educativo Gratuito, Billetera Santa Fe, obras de infraestructura) que fueron mal comunicados, tanto a la población santafesina como a sus seguidores. Aquí también debe incluirse el sentimiento de insatisfacción de gran cantidad de peronistas que ocuparon funciones y puestos en los diferentes ministerios como contratados con escasa retribución salarial y malas condiciones laborales. En sintonía con lo anterior, una buena porción de la militancia pasó (como es costumbre y necesariamente) a desarrollar labores en la función pública, lo que desarmó –en cierta medida— las dinámicas de funcionamiento de algunas organizaciones. Esto está ligado a que, para la juventud, el gobierno de Perotti fue todo una novedad debido a que el PJ no gobernaba Santa Fe desde el año 2007. En cuarto lugar, y probablemente el punto central de la cuestión, el vacío de conducción y referentes que sufre el peronismo provincial.
La idea central de este artículo es recorrer algunas de las limitaciones que encuentra el Partido Justicialista en la tan mentada renovación dirigencial. Ante esto, es menester realizar una salvedad: en política no es conveniente “jubilar” a ningún dirigente (si no, consulten a algún que otro gobernador que quiso prescindir de CFK durante el gobierno de Macri) por lo cual se hará una suerte de análisis que no tiene ninguna intención de retirar a nadie.
La cuestión de la militancia es uno de los puntos cruciales a la hora de entender la actualidad del Partido Justicialista en Santa Fe. La «decepción» con el gobierno de Alberto Fernández, la tirante relación con el gobierno de Omar Perotti, y la dificultad para gran parte de los jóvenes (que crecieron al calor de los gobiernos kirchneristas) para poder motivarse sin la conducción de CFK, conformaron un cóctel explosivo que llevó a gran parte de la militancia a refugiarse dentro de sus propias organizaciones. Si a esto se le suma la falta de un liderazgo provincial que sea capaz de coordinar y articular las diversas tribus peronistas, lo que se obtiene como resultado es una situación de total apatía. Esto tuvo como consecuencia, entre otras cosas, una dificultad muy grande a la hora de coordinar los operativos de militancia electoral tanto a nivel provincial (en las PASO) como en la elección nacional. De hecho, cualquiera que haya recorrido los grandes centros urbanos santafesinos habrá notado la falta de militancia en la calle en comparación con otros procesos electorales.
La decisión de Perotti de no hacerse cargo de la presidencia del partido distrital permitió comprender la forma de construcción política del actual gobernador. Muchos son los analistas que se han apurado en comparar la dinámica Perotti con la que desarrollaron en Córdoba tanto De La Sota como Schiaretti. Sin embargo, la diferencia crucial es la centralidad que ambos líderes tenían sobre el partido provincial y su militancia. Es decir, el proyecto Córdoba se encuentra sustentado en una amplia y consolidada red de funcionarios y militantes que demuestran un importante conocimiento y capilaridad territorial que le otorga una ventaja comparativa en todos los procesos eleccionarios. De hecho, esta estructura fue la que permitió retener la provincia con la candidatura de Llaryora, como así también una clara victoria en las últimas elecciones locales de la ciudad de Córdoba (remontando incluso los pronósticos de derrota que manejaban en el propio comando peronista cordobés).
La presidencia del partido santafesino siguió a cargo de Ricardo Olivera, un dirigente de importante trayectoria pero escasa ascendencia sobre las diferentes tribus existentes. En una entrevista radial posterior a la interna provincial, Olivera aseguró que «al peronismo le faltó territorialidad». Esta suerte de autocrítica, termina por validar el núcleo del presente artículo, el peronismo distrital no posee una figura que enamore a la militancia ni que sea capaz de articular y coordinar las distintas organizaciones en pos de un objetivo común, aunque todos le reconozcan al pope peronista la búsqueda constante de consensos y su militancia por internas sin heridos. Aquí vale la pena destacar que una figura «taquillera» que pueda obtener buenos resultados, no necesariamente se condice con las habilidades, capacidades o incluso el interés de conducir al peronismo. La figura de Omar Perotti es la muestra de ello. En la provincia existen destacados dirigentes pero la mayoría de ellos tienen grandes desafíos para intentar conducir al peronismo, o al menos, a una parte mayoritaria de este.
La escudería del Chivo Rossi es la que, en un principio, se encontraría con mayores dificultades pero con una gran potencialidad. Es que las malas elecciones de Leandro Busatto (salió último en la interna a gobernador con poco más de 40 mil votos), Norma López (no cumplió el 1,5% de la suma de votos emitidos a diputada provincial), y Roberto Sukerman (perdió la interna en el PJ rosarino contra el referente de la centroizquierda Juan Monteverde) posicionan a los máximos referentes en una difícil posición para el futuro. Sin embargo, con Germán Martínez encabezando la boleta a diputados nacionales y Agustín Rossi como candidato a vicepresidente de Sergio Massa, el espacio tiene la posibilidad de encontrar un oasis en el árido desierto. Ninguno de estos dos estará en condiciones de conducir los destinos del partido provincial pero podrán obtener la suficiente fortaleza y trascendencia para poder influir en el armado.
La situación de la Cámpora no es mucho más alentadora. El máximo referente es Marcos Cleri, quien consiguió salir segundo en la interna justicialista a gobernador pero con sólo 65 mil votos. Además, esta organización tendrá que lidiar con el retiro paulatino de Cristina Fernández de Kirchner de la escena política argentina y dependerá de la incidencia que pueda lograr la plana mayor de la organización nacional. Sin embargo, la “orga” no tuvo muy buenos rendimientos ni en el mejor momento del kirchnerismo. Dentro de este armado para las PASO provincial, la cabeza de la diputación estuvo en representación de Alejandra Rodenas –actual vicegobernadora— quien no parece con demasiadas intenciones de querer jugar dentro del esquema de poder partidario.
Por otro lado, en el Movimiento Evita la situación no fue buena pero puede ser mejor. El máximo referente Eduardo Toniolli consiguió apenas 50 mil votos en la interna a gobernador (se posicionó tercero), similar cosecha de Lucila De Ponti en la categoría de diputados. Sin embargo, vale la pena destacar dos cuestiones: la primera es que el armado que construyeron junto a Ciudad Futura sirvió para ganar la interna a Intendente y Concejales de Rosario; la segunda es que “el Evita” fue de las pocas estructuras peronistas que presentó candidatos en gran parte de los municipios y senadurías provinciales, y pese a –en general— derrotas, esto puede observarse como un indicio de una construcción mayor en cuanto a capilaridad territorial que le permita consolidarse. Si consigue el difícil batacazo rosarino, conseguirá una buena base para las batallas futuras.
En cuanto a los senadores provinciales, la cuestión es bastante rara. Si bien se convirtieron en figuras fuertes para el peronismo a la hora de juntar votos en los departamentos, nunca intentaron conducir, sino que se conformaron con asegurar sus terruños e incidir políticamente desde sus escaños. Además, las PASO no dejó muy bien parados a muchos de ellos, por lo cual deberán intentar primero conseguir la reelección para luego analizar el rol que pretenden cumplir en el nuevo esquema de poder.
Por último, queda el candidato a gobernador Marcelo Lewandowski. Aquí se abren dos escenarios posibles: si consigue la épica ganándole la elección a Pullaro, se convertirá no sólo en la figura taquillera por excelencia sino que además tendrá allanado el camino –de así considerarlo— para tomar el poder del Partido Justicialista para erigirse como conductor del movimiento y articular los diferentes espacios para encolumnarlos detrás de una gestión común; por otro lado, si se confirma la derrota deberá analizarse el margen de la misma, ya que si la brecha se reduce le permitirá tener un margen para consolidar su figura electoral y tratar de ampliar su base con las distintas organizaciones, aunque si la elección se resuelve por mucha distancia deberá recluirse en el senado nacional a rearmar su futuro.
Como bien se mencionó al principio, en política no se debe retirar a ningún dirigente y mucho menos en la alterada coyuntura santafesina. Muchos pugnarán por mantenerse a flote en la tormenta, algunos de ellos con mayores perspectivas para el futuro y otros con serias dificultades que obligarán a barajar y dar de nuevo. Las PASO nacionales darán un primer pantallazo y las generales provinciales darán una sentencia acerca de la actualidad partidaria. Lo cierto es que, por lo pronto, el mentado recambio generacional sigue siendo prematuro.