El peronismo enfrenta uno de los momentos más complejos en el Congreso Nacional desde la restauración democrática de 1983. En el Senado su debilidad es inédita. Siempre fue la fuerza dominante porque ganaba en la mayoría de las provincias. En la Cámara de Diputados la situación es compleja por las fugas que lo llevaron a perder su condición de primera minoría. Es un momento que recuerda al que se vivió luego de la derrota de 1983 frente a Raúl Alfonsín o al de 2015, tras el triunfo de Mauricio Macri a nivel nacional y de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires.
Lo que pasó en Diputados esta semana es una buena muestra de la crisis que recorre al movimiento político fundado por Juan Perón. Hace por lo menos tres semanas circulaba el rumor de que los diputados catamarqueños que responden al gobernador Raúl Jalil evaluaban abandonar el bloque de Unión por la Patria. El año pasado ya habían colaborado con Javier Milei. En octubre de 2024, cuando la Cámara de Diputados debatía el rechazo al veto que el presidente había aplicado contra la Ley de Financiamiento Universitario, la diputada catamarqueña Lucía Ávila repentinamente se encerró en su despacho. No bajó al recinto. Esa ausencia fue clave para que Milei reuniera a sus “héroes”, el tercio de los diputados presentes que permitieron que el veto quedara firme.
En diciembre de 2025 la colaboración fue distinta. Por debajo de la mesa hubo una negociación entre Jalil y el asesor presidencial Santiago Caputo. El gobernador se había comprometido a lo siguiente: si La Libertad Avanza lograba acercarse a la posibilidad de formar la primera minoría, él estaba dispuesto a sacar a sus diputados del bloque de Unión por la Patria para ayudar al oficialismo a conquistar ese lugar en el podio, clave a la hora de repartir las autoridades en las comisiones.
El mileísmo avanzó en la demolición del PRO. Sumó a los siete diputados que respondían a Patricia Bullrich y luego fue mordiendo de a uno hasta que llegó a los 94, frente a los 97 que tenía UP. Entonces apareció la guadaña de Jalil. Anunció que los diputados que le responden, Fernanda Ávila, Sebastián Nóblega y el electo Fernando Monguillot, dejaban el espacio peronista y formaban Elijo Catamarca. Esto produjo un empate que terminó de desequilibrar el diputado entrerriano Francisco Morchio, que responde al gobernador de Entre Ríos Rogelio Frigerio, alineado con la Casa Rosada. LLA llegó así a los 95.
El peronismo perdió su condición de primera minoría en gran medida por las deserciones internas. Detrás de las decisiones de Jalil hay una evaluación difícil de rebatir. El gobernador afirma en cada conversación que en su provincia Fuerza Patria obtuvo el 45% de los votos y superó por 12 puntos a los libertarios. “Quiere decir que el pueblo catamarqueño aprueba lo que hice”, es, palabras más, palabras menos, su remate. Y lo que hizo fue colaborar con Milei en varios temas centrales para el gobierno nacional, como el veto a la Ley Universitaria. Es lo que la derecha llamaría un “opositor responsable”.
El mismo razonamiento aplica el gobernador tucumano Osvaldo Jaldo. Se presentó como candidato testimonial en su provincia y, luego de 18 meses de colaborar con la Rosada, cambió de discurso en la campaña y dijo que le iba a “cortar la peluca” a Milei. Sacó el 50,57% de los votos. LLA quedó 15 puntos abajo. La validación en las urnas es una pócima de eterna juventud para las estrategias políticas. Dicho en modo futbolero: estrategia que gana no se cambia. Jaldo continúa con su bloque Independencia y volvió a su posición de colaboracionista del gobierno nacional.
Estos dos bloques tienen en el horizonte formar un interbloque con otras fuerzas provinciales, aunque todavía es un esbozo.
Una buena noticia para el peronismo —por ahora— es que los diputados de Santiago del Estero, alineados con el gobernador Gerardo Zamora, que asume como senador nacional, dejaron los pies dentro del plato. Había corrido el rumor la semana pasada de que podían seguir los pasos de Jalil.
El Senado
En el Senado la situación puede considerarse más compleja y al mismo tiempo más contenida. Desde 1983, el peronismo fue la fuerza dominante en esa Cámara. Incluso en las elecciones de ese año, en las que el radical Raúl Alfonsín obtuvo el 51,75%, el PJ quedó como primera minoría con 20 escaños sobre 46. La UCR tenía 18 y el resto se repartía entre otras fuerzas.
La Constitución vigente en ese momento establecía que los senadores no se elegían por voto directo, sino que cada legislatura provincial votaba a los dos representantes del distrito. El peronismo había ganado la mayoría de las gobernaciones y legislaturas. El radicalismo había asentado su triunfo nacional en los grandes centros urbanos y las provincias más pobladas.
Este recordatorio sirve para marcar que jamás el peronismo tuvo menos del 40% de las bancas del Senado. Eso cambió luego de las legislativas del 26 de octubre. Ahora, en principio, cuenta con 28 sobre 72, porque en la elección perdió seis de los 34 que tenía.
Esos 28 escaños se componen de tres bloques que conformaban un interbloque: Justicialista, Unidad Ciudadana y Convicción Federal. A partir de la pérdida de espacios, el senador José Mayans impulsó la unificación en un solo bloque. El motivo es que, a la hora de repartir los lugares en las comisiones, la figura del interbloque no tiene validez.
Los senadores de Convicción Federal —Fernando Salino (San Luis), Guillermo Andrada (Catamarca), Fernando Rejal (La Rioja) y Carolina Moisés (Jujuy)— aún no confirmaron su incorporación al espacio reunificado. Pero la duda en el Senado es mejor que la certeza que se produjo en Diputados con las fugas internas.
Un cuadro de debilidad estructural
El peronismo enfrenta un momento de alta debilidad en el Congreso. No se trata solo de que en la última elección obtuvo el 34% de los votos a nivel nacional, mientras que LLA llegó al 40. También hay un aspecto territorial. De los 24 distritos del país, Fuerza Patria triunfó solamente en ocho, contando Tucumán y Catamarca. Y perdió en los más poblados: provincia de Buenos Aires —aunque por solo 29 mil votos—, Santa Fe, CABA y Córdoba. Son datos que muestran la profundidad de la crisis de representación luego del gobierno del Frente de Todos.
La gestión de Alberto Fernández implicó que el peronismo perdiera uno de sus principales activos: ser el partido de la gobernabilidad. Era algo instalado en el sentido común, tanto de peronistas como de antiperonistas. El final del gobierno del Frente de Todos dejó una inflación cercana al 200%. Hubo un presidente convertido en embajador itinerante porque la interna había llevado a que Sergio Massa fuera ministro de Economía y premier. Todo eso produjo una sensación de desgobierno difícil de borrar. El peronismo necesita resurgir de las cenizas como un Ave Fénix de fuerza popular y transformadora, pero también como partido de poder.
