En estos últimos días muchos nos hemos preguntado una y otra vez qué hubiera pasado si el atentado contra Cristina Fernández tenía éxito. ¿Cuáles habrían sido las consecuencias sociales y políticas para el país? En la historia argentina no hay ejemplos de presidentes o vicepresidentes asesinados en el ejercicio del poder, pero sí de varios intentos por acabar con la vida de algunos de ellos. A finales de 1929, por ejemplo, el auto con el que Hipólito Yrigoyen se dirigía a la casa de gobierno recibió varios disparos. Si bien el presidente salió ileso, el guardia que lo acompañaba resultó herido y, sin dudas, el atentado, en un contexto de creciente radicalización de las derechas locales e internacionales, contribuyó a generar el clima de inestabilidad política que, entre otras cosas, allanó el camino al golpe de estado de 1930. De igual manera, en 1953 y 1955, los intentos por asesinar al presidente Juan Domingo Perón tampoco lograron su cometido, aunque dejaron en el camino un tendal de víctimas que pusieron al país al borde de la guerra civil. Casi un centenar de heridos y seis muertos en 1953, tras el estallido de dos bombas durante un acto de la CGT en la Plaza de Mayo, y varios centenares de muertos en 1955 cuando aviones de la Armada bombardearon la casa de gobierno. Si la guerra civil no estalló poco después cuando se produjo un nuevo alzamiento militar en septiembre se debió en buena medida a la decisión de Perón, quien tras renunciar optó por exiliarse. ¿Qué hubiera pasado si alguno de esos intentos tenía éxito? ¿Qué hubiera ocurrido si Cristina Fernández moría de un disparo en la cabeza la semana pasada? Aunque es difícil decir algo más allá de lo meramente especulativo, tanto sobre estos hechos del pasado como sobre las circunstancias actuales, repasar la historia latinoamericana en busca de pistas puede darnos, tal vez, claves para imaginar algunos escenarios posibles.
El caso colombiano y la «revolución» que no fue
El 9 de abril de 1948, Jorge Eliécer Gaitán, uno de los dirigentes políticos más populares de Colombia, murió tras recibir varios disparos en la calle. La popularidad de Gaitán había comenzado a crecer a finales de la década de 1920, cuando salió en defensa de los trabajadores de la industria bananera, víctimas de una feroz represión por parte del Ejército y la tristemente célebre empresa norteamericana United Fruit Company. En los años siguientes, Gaitán impulsó una investigación parlamentaria sobre lo sucedido y lanzó su propia fuerza política, la Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria. Por entonces, su figura comenzó a despertar fuertes pasiones. Mientras sus seguidores lo llamaban “el tribuno del pueblo”, sus detractores solían referirse a él peyorativamente como “el negro Gaitán”. Su carrera política se consolidó en esos años, fue alcalde de Bogotá en 1936 y, algunos años después, asumió el Ministerio de Educación y en 1944 la recientemente creada cartera de Trabajo, durante los últimos años del ciclo de gobiernos liberales liderado por Alfonso López Pumarejo.
Desde sus puestos en el Estado, Gaitán defendió abiertamente algunas de las ideas reformistas de base socialista e impronta nacionalista, presentes ya en su tesis doctoral de 1924 titulada Las ideas socialistas en Colombia. Impulsó a su vez una campaña nacional de alfabetización y logró implementar varios programas de apoyo a las clases populares que si bien no supusieron un cambio cualitativo en la distribución del ingreso generaron fuertes rechazos en el Partido Conservador. En la elección presidencial de 1946, volvió a encabezar una fracción propia, escindida de los liberales, que obtuvo casi un treinta por ciento de los votos, defendiendo un programa que auspiciaba la sanción de leyes sociales y una reforma agraria. Aunque moderada, el proyecto de reforma despertó la furia de las clases dominantes como una década antes había ocurrido con la Ley de Tierra de López Pumarejo. La división, no obstante, permitió ese año el triunfo del conservadurismo a través de la candidatura de Mariano Ospina Pérez. Una vez en la casa de gobierno, lejos calmar las aguas, el nuevo presidente lanzó una fuerte represión contra las bases electorales rurales del Partido Liberal.
Finalmente, en 1947, tras la derrota y en medio de la represión del gobierno conservador, los liberales se reunificaron bajo el liderazgo de Gaitán y, aunque no sin tensiones internas, aceptaron su programa a favor de las clases populares. En 1948, poco antes de su muerte, la mayoría de los analistas del momento consideraban que, de concretarse su candidatura presidencial, resultaría seguramente victoriosa en las elecciones de 1950. En 1947, además, había obtenido una victoria aplastante en los comicios regionales.
Un dato de color, aunque tal vez no tanto: el día de su asesinato, el 9 de abril, Gaitán iba reunirse por la tarde con un joven estudiante cubano, Fidel Castro, para coordinar la apertura del congreso de estudiantes que en ese preciso momento se estaba realizando en Bogotá en oposición a la Conferencia de la OEA, liderada por Estados Unidos. La muerte truncó el encuentro pero impactó fuertemente en Castro, como él mismo reconoció más adelante en algunas entrevistas, y lo convenció de que en América Latina la vía electoral podía convertirse en un callejón sin salida ante oligarquías profundamente reaccionarias y, peor aún, crecientemente influenciadas por el clima de “Guerra Fría” que empezaba a invadir la región.
Una muerte, muchas muertes
La muerte de Gaitán desató la furia popular. El asesino fue linchado por la multitud y arrastrado hasta la casa de gobierno mientras se multiplicaban los enfrentamientos en diferentes puntos de la ciudad a medida que la noticia se conocía. El Bogotazo, como se conoció a aquellos hechos, dejó un saldo de varios miles de muertos y más de un centenar de edificios dañados. La represión estatal contuvo finalmente la reacción popular, pero no pudo impedir que el país se sumergiera en una ola de violencia que se prolongaría por más de una década. Los enfrentamientos, es cierto, no empezaron con la muerte de Gaitán. En las regiones rurales del centro del país, los campesinos asesinados se contaban por decenas de miles desde los años veinte. Pero, aún así, su muerte profundizó cualitativamente la virulencia de los conflictos y dinamitó cualquier intento por canalizar políticamente las demandas sociales a través de un proceso reformista dirigido desde el Estado. Dinámicas como las que se estaban ensayando con diferentes condimentos y resultados en Argentina con el peronismo, en Brasil con Getulio Vargas o en Chile con los gobiernos del Frente Popular.
Represión y síntoma
A comienzos de los años cincuenta, la política represiva del conservador Laureano Gómez, para quien el Partido Liberal tenía una “cabeza comunista” y unos “brazos masónicos” que había que mutilar, generó un escenario de verdadera guerra civil en buena parte del país. La muerte de Gaitán y la radicalización antipopular de los conservadores, que pusieron en marcha diferentes fuerzas represivas parapoliciales y paramilitares, aceleró la formación de guerrillas de autodefensa entre los liberales que, en poco tiempo, llegaron a contar con miles de integrantes.
Lo que pudo ser un camino democrático de desarrollo económico y social en Colombia de la mano de Gaitán se convirtió, tras su asesinato, en un infierno para las clases populares. Hacia finales de la década de 1950, tomando cálculos a la baja, los muertos ascendían a más de cien mil, y más de un millón de colombianos habían debido desplazarse escapando de los enfrentamientos y la violencia. Todavía en nuestros días, setenta años después, la vida política de Colombia sigue a la sombra de la muerte de Gaitán.
Diego Mauro, investigador del Conicet, docente y coordinador del Doctorado en Historia de la Univesidad de Rosario.