El pensamiento colonial y la ideología de la resignación

Una mirada acerca del “cambio” en el mundo y la imposibilidad de la Argentina industrial. Trampas retóricas y falsos dilemas que postergaron y evitan la emancipación nacional.

“El imperialismo crea, sobre todo en la clase media y sus capas intelectuales, la falsa creencia de una fe en el “progreso” impulsado por las naciones industriales, y al mismo tiempo, el sentimiento, verdadero complejo de inferioridad, de la incapacidad del pueblo nativo para desenvolverse por sí mismo”. (Juan José Hernández Arregui. Peronismo y Socialismo)

 

“Cuidar su industria en el orden nacional equivale a cuidar su libertad en el orden personal. Los pueblos que se dejan confundir y encandilar con palabras y conceptos que no resumen con toda precisión los intereses nacionales, remedan la torpe obcecación del toro que atropella el paño rojo detrás del cual está oculta la punta de la espada del matador”. (Raúl Scalabrini Ortíz. Bases para la Reconstrucción nacional. Aquí se aprende a defender la Patria)

 

La pedagogía colonial es un instrumento poderoso que goza la clase dominante y las potencias extranjeras para obstaculizar las posibilidades de emancipación de nuestros pueblos. A través de la misma penetran no sólo en el pensamiento y accionar de quienes planifican el orden dependiente, sino también en sectores ajenos o que al menos pretenden ser ajenos al mismo. Es decir, esa matriz de pensamiento se hace conciencia no solo en sujetos ligados a la dependencia y que se benefician de ella, sino también en los que pretenden y se asumen parte del “campo nacional”, lo que resulta más grave aún. En éstos últimos, la conciencia colonial suele penetrar en forma más sutil, lo que no implica que sea menos grave y pernicioso.

 

En estas líneas tratamos uno de los ejes del pensamiento colonial que pensamos ha penetrado fuertemente en estos últimos. Nos referimos a una idea que se viene escuchando reiteradamente desde hace algunos años, no obstante tiene también antecedentes en nuestra historia. El pensamiento que hacemos referencia aquí es el que sostiene la imposibilidad de volver a un modelo de nación industrial, que haga énfasis en el desarrollo de las fuerzas productivas, el trabajo formal, en los valores comunitarios, ponga al ser humano como centro, incluso otra/s formas de producción en el sector agropecuario ajenas al agro-negocio que envenena nuestros pueblos, etc.

 

Lo podemos sinterizar, para que se comprenda sencillamente, como un proyecto de nación que tome como núcleo la experiencia peronismo histórico y sus escritos doctrinales. Argumentos que suelen venir de un desconocimiento de la historia de dicho movimiento nacional y sus particularidades, y que muchas veces pecan de eurocentrismo, y de una mirada penetrada por la negación de la posibilidad del desarrollo de un modelo propio: ¿cómo nosotros latinoamericanos vamos a desarrollar un modelo ideológico propio, más allá de las doctrinas europeas desde el liberalismo al marxismo clásico? En fin, se sostiene, desde un discurso enunciado y reivindicado muchas veces como peronista, dejar de lado esa experiencia argumentando asimismo que el “mundo cambió”, y que un esquema industrial ya no es posible, sobre todo en relación a la profunda transformación tecnológica que se ha producido en los últimos años.

 

Asimismo, estas transformaciones no son simétricas a lo largo del globo no por casualidad, sino que aquí hay estrategias deliberadas para que sea así, y es parte de la lucha por la emancipación romper con las mismas. Lo que no se puede soslayar como particularidad es la presencia de los movimientos sociales, y a nivel político, la alianza posible con el movimiento obrero organizado. En cuestiones como esta también radica la idea de crear un “camino propio” de emancipación nacional que no sea “calco y copia” de experiencias ajenas.

 

Nosotros aquí no pretendemos negar las transformaciones sufridas en los procesos industriales, el impacto de la tecnología, la presencia de las empresas transnacionales, etc. Pero consideramos que esas mutaciones (que incluso ya han sido sufridas en los diferentes cambios de matriz tecnológica a lo largo de la historia), no debe llevarnos a conclusiones negadoras de la posibilidad de encarar un proyecto de nación de desarrollo que emancipe nuestra nación y le de justicia social a nuestro pueblo. El debilitamiento de la sociedad salarial que no negamos, no nos debe llevar a concluir que ésta es imposible, pues ese debilitamiento es fruto de la derrota política, y el no pensar caminos posibles para su reconstrucción es parte de la derrota cultural.

 

La idea de la “tecnología”, si se nos permite sinterizarlo así, como la imposibilidad de la industrialización en los países semi-coloniales lleva a la resignación del desarrollo, y es fruto de una mirada ajena a nuestra realidad. En algunas ocasiones aparece como una excusa para las “políticas tibias” y/o en otras como una justificación de una sociedad excluyente, y de proyectos que planifican la miseria. Vale decir que en amplios sectores de nuestra economía ni siquiera ha asomado, pues solo basta, para ejemplificarlo, recorrer nuestro Conurbano o el interior profundo y observar por ejemplo que aún se utiliza la tracción a sangre para varias actividades o métodos de producción que en otras partes del planeta (no en todas claro), se consideran prácticamente extintos. Esa idea nace de una pedagogía colonial que mira la realidad a partir de ojos ajenos. Vale destacar que en el avance tecnológico, fruto de la investigación y la innovación científica, que tienen un fuerte impacto en el sistema productivo no escapa a la concentración de las empresas de mayores dimensiones y los países imperialistas a partir del diseño de estrategias de obstaculización para que los países semi-coloniales accedan a esos avances, y/o creen los propios. (Pinheiro Guimarães, 2005)

 

Nos interesa señalar con el pensador brasilero Samuel Pinheiro Guimarães que los países imperialistas para preservarse y expandirse tienen diversas estrategias como la creación de organizaciones internacionales bajo su control como la OTAN, la OMC el consejo de seguridad de la ONU o el FMI, entre otras, la división al interior de los países periféricos, y la fragmentación territorial de los mismos. Al mismo tiempo producen ideologías que consumen tanto los países centrales como periféricos, que buscan mayormente que se las considere como neutrales, desinteresadas, o que abogan por el interés común. En el mismo sentido, apuntan a la formación de elites y cuadros que admiran y rinden pleitesía a los países imperialistas, donde cumplen un papel central las becas de investigación, los programas culturales, los formadores de opinión, etc.

 

Juan José Hernández Arregui toma al liberalismo económico como una ideología, en tanto su adopción por los países semi-coloniales como el nuestro, de la dependencia, así “una nación que acepta la teoría librecambista de otra no es una nación” (Hernández Arregui, 2004a: 64), dado que está adoptando un ideario que frena su propio desarrollo que es la base de la independencia nacional, destacando al mismo tiempo que “la campeona del libre cambio y la libertad de los mares, Inglaterra, adquirió, durante el siglo XIX, la categoría de potencia mundial con el proteccionismo económico”. (Ibídem). Así Arregui afirma que “la industrialización reedifica el pensamiento del país mismo” (Hernández Arregui, 1973: 298), de esta forma, si al país semi-colonial y dependiente le corresponde una conciencia enajenada y auto-denigratoria de si misma, el avance en la industrialización tiende a fortalecer la conciencia nacional y la valorización en las capacidades propias. Arturo Jauretche refiere a este mismo proceso arguyendo que “una vez logrado su desarrollo pleno, los piratas primero, y los aventureros comerciales después, sembraron el mundo con los productos industriales, invadiendo los mercados que habían quedado indefensos, gracias al soborno de sus agentes, y a la destrucción de la inteligencia nacional con la enseñanza del librecambio y la división internacional del trabajo”. (Jauretche, 1983: 80)

 

Es por estas cuestiones que enunciamos que resulta necesario avanzar en la construcción de un camino propio del desarrollo, que parta del análisis de nuestra realidad y no de abstracciones teóricas germinadas en otras realidades y/o tiempos. Sin negar éstas, pero sin incorporarlas como absolutos, sino en lo que puedan aportar al desarrollo propio, el “tronco” siempre debe ser nuestro. Al mismo tiempo, coincidimos con Raúl Scalabrini Ortíz quien argumenta que “la libertad, el bienestar y la riqueza se conquistan. Ni se solicitan ni se piden. Y la cuestión, para nosotros, no es cambiar de amo, sino ser una nación fuerte, segura de sí y henchida de salud como corresponde a un pueblo inteligente que habita en un suelo feraz. Reconquistar el dominio político y económico de nuestra propia tierra es, pues, nuestro deber, para con nosotros mismos, para nuestros hijos y para los hijos de nuestros hijos”. (Scalabrini Ortíz, 2001: 274)

 

En el discurso de la imposibilidad del desarrollo aparece la idea de los flujos de dinero que se mueven por todo el universo a una velocidad inusitada, y el enorme poder de las empresas transnacionales que no tendrían anclaje territorial lo que conlleva por un lado a la argumentación de la inexistencia del imperialismo y/o de los países centrales y periféricos, y por otro a hacer imposible el papel rector de los estados-nación. Nosotros pensamos por el contrario como Pinheiro Guimarães quien da cuenta que esos flujos constantes tienen una dirección concreta hacia los países imperialistas o bien de los de la periferia al centro (él sostiene que sobre todo es hacia la triada entre EEUU, Europa Occidental y Japón), y que “pese a los argumentos sobre la desaparición gradual del Estado y su sustitución por organizaciones no gubernamentales o por las grandes empresas transnacionales, el hecho es que el Estado ha sido, es y seguirá siendo el principal actor del sistema internacional (…) El Estado es el actor que en el plano nacional crea, implementa y sanciona las reglas que organizan la actividad del hombre en todos los sectores”. (Pinheiro Guimarães, 2005: 49)

 

Así que si bien es cierta la existencia mayor de otros actores (de peso) en el sistema internacional, el estado sigue teniendo un rol central, asimismo vale recordar que las organizaciones no gubernamentales y las multinacionales carecen de legitimidad para legislar, sancionar, etc. No obstante pueden influir, por su peso, en las decisiones. Carlos Vilas indica que los estados débiles suelen tener una “autonomía relativa” de los grupos económicamente dominantes. (Vilas, 2010) Es clara la intencionalidad de los estados-nación de los países centrales de debilitar a los de los semi-coloniales en tanto posibilidad de avanzar más aún con la penetración económica y cultural. En este mismo sentido, Marcelo Gullo considera que el impulso estatal es nodal para el desarrollo a partir de diversos caminos como pueden ser los subsidios a las actividades científico-técnicas, inversiones públicas, protección del mercado interno, etc. Afirma así que “en el origen del poder de los Estados está, generalmente, presente el impulso estatal, que es el que provoca la reacción en cadena de todos los elementos que componer, en potencia, el poder de un Estado”. (Gullo, 2014: 21)

 

Pensando la realidad nacional con ojos argentinos se puede observar la necesidad del desarrollo para lograr hacernos cargo de nuestro destino plenamente, en tanto que bajo la injerencia profunda de los factores externos muchas decisiones se toman en función de éstos. En este sentido también remarcamos que el impulso al desarrollo no va a venir a partir de la “ayuda” externa, las inversiones o el endeudamiento, pues “no son las naciones metropolitanas las que ayudan a los países atrasados, sino estos los que afianzan el poder de las metrópolis” (Hernández Arregui, 1973b: 41) Es por esto que “la lucha por la liberación nacional en las colonias se asocia siempre a la lucha por la industrialización”. (Hernández Arregui, 2004: 36)

 

Asimismo, señalamos que solo los países plenamente soberanos son los artífices de su destino. Para ello la industrialización de nuestros países es fundamental porque “un país que carece de independencia económica ha extraviado su nacionalidad, y en definitiva, es parte devaluada de la nación más avanzada que lo ha incorporado a su sistema de dominio, aunque le permita el simulacro de parecer una nación independiente”. (Hernández Arregui, 2004a: 70) Resaltamos así la idea de Gullo (2014), quien llama a pensar las relaciones internacionales y la inserción de nuestro país desde la periferia. En este sentido Jauretche afirma que “no hay política económica nacional sin política internacional de soberanía. No hay política económica separada de la política internacional y de la social porque la política nacional es una y no la informa una técnica sino un espíritu, una voluntad nacional que no puede traducirse de distinta manera en materia de soberanía política y en materia de soberanía económica”. (Jauretche, 2010: 59-60)

 

Por su parte, Marcelo Gullo arguye que los países periféricos para salir del subdesarrollo, para dejar de ser “objetos” y pasar a ser “sujetos” en la geopolítica mundial deben realizar un proceso de insubordinación fundante, mismo proceso que realizaron los países que hoy son potencias. Esto no nos debe llevar a pensar en adoptar esos modelos de desarrollo acríticamente, sino más bien que la idea es pensar desde la periferia para salir de la misma. Es así que “los pueblos sin industrias son pueblos inferiores. Son pueblos que no han alcanzado aún la dignidad integral de la vertical humana. O pueblos que la han perdido al ser sometidos a los dictados de la voluntad de otros para cuya exclusiva conveniencia trabajan hundidos en el primitivismo agropecuario”. (Scalabrini Ortíz, 2009: 172)

 

Desarrolla asimismo la idea de “umbral de poder”, básicamente la cantidad de poder mínima que es necesaria para no perder la capacidad de autonomía por parte de una unidad política. Es el mínimo de poder que necesita un estado para no caer en un estado de subordinación con respecto a los países centrales. Solo los que alcanzan este umbral de poder son “sujetos” en la política internacional. Así, al existir nacionalismos opresores que pretenden imponerse sobre otras naciones, éstas últimas “se ven obligadas, de esta forma, a optar entre la sumisión (subordinación) o la resistencia (insubordinación)”. (Gullo, 2018: 65) Certeramente argumenta que quienes piensen desde una región subordina (o bien desde una autónoma o subordinante), sus ideas pueden “servir para perpetuar la situación de subordinación o para superarla”. (ibídem: 47)

 

La industrialización es uno de los pilares de la independencia económica, y ésta como sabemos de la posibilidad de tener soberanía política, tomar nuestras propias decisiones, elegir nuestro destino. Romper la dependencia aparece como fundamental, obturar el drenaje del dinero argentino hacia el exterior, se necesita que el dinero argentino se haga argentino, pues “toda independencia política que no se asiente en la roca firme de la independencia económica, es una ficción de independencia en que no puede existir nada parecido a la libertad (ni personal ni colectica)”. (Scalabrini Ortíz, 2009: 172)

 

No queremos soslayar la presencia, muchas veces velada, de la oligarquía financiera internacional. Hay en la economía mundial un proceso de concentración enorme: solo unas 1300 empresas controlan la mayor parte de las grandes firmas y el 60 % de los ingresos globales, de las cuales unas 140 controlan a su vez el 40 % del total de la riqueza. Asimismo se observa que 62 personas poseen la misma riqueza que 3600 millones (la mitad de la humanidad), donde se destaca un entramado de paraísos fiscales. Aclara Gullo que “si bien es cierto que la oligarquía financiera internacional opera en la actualidad en el sistema internacional de forma directa a través de los golpes de mercado, es preciso aclarar que su modus operandi tradicional ha consistido en aliarse con la potencia principal del sistema”. (Gullo, 2018: 126) El brasilero Luiz Alberto Moniz Bandeira enfatiza al respecto que “esos multimillonarios con inversiones en diversas áreas (incluyendo finanzas e industrias farmacéuticas de la salud), gastan millones de dólares por año en lobbies para generar entornos que protejan el incremento de sus riquezas y futuros intereses”. (Moniz Bandeira, 2017: 53) Este enorme poder es el que pone en cuestión la democracia, por eso retomando a Thomas Piketty sostiene que “el que vive de rentas, de lucro y del capital es el enemigo de la democracia”. (Ibídem)

 

También debemos poner en consideración el papel de las ONGs, que es profundamente analizado por Andrés Solíz Rada. Las mismas nacieron formalmente luego de la Segunda Guerra Mundial, a partir del artículo 71 de la Carta de Naciones Unidas de 1945. Tienen una presencia a lo largo y ancho del mundo, y establecen en su mayoría una asociación con grupos transnacionales, así lo afirma el pensador boliviano en tanto “la articulación entre grandes ONGs y transnacionales es inseparable”. (Solíz Rada, 2013: 32) La articulación de algunas con el Grupo Bilderberg, conformado por personalidades políticas y económicas más influyentes del planeta, es muestra de esto. Hoy constituyen una red de más de 4 millones de entidades (algunas de las cuales escapan, claro, a esta caracterización), y han tenido un papel claramente visible en la Rusia de Putin o la Bolivia de Evo Morales.

 

Teniendo en cuenta este panorama, en lugar de negar la posibilidad y la necesidad de la industrialización, dado que “un país que sólo exporta materias primas y recibe del extranjero los productos manufacturados, será siempre un país que se halla en una etapa intermedia de su evolución”. (Ugarte, 24/11/15. Rep. 2010: 156) Pensamos con Alberto Methol Ferré (1973 y 2009), la necesidad de concretar la unidad latinoamericana a partir de la unidad política sudamericana apuntalándola con sus dos polos: el hispánico y el lusitano: Brasil y la Argentina. Methol retoma los planteos del chileno Felipe Herrera (también es central en su ideario el pensamiento de Juan Perón), el planteo es cómo se da la integración en el contexto de la globalización. Methol plantea que desde los estados nacionales hay un paso intermedio hacia la globalización total que son los Estados Continentales. No llegar a constituir un nuevo estado continental sería el fracaso de la integración. Quedaríamos fuera de todo protagonismo, fuera de toda capacidad de influencia en la geopolítica mundial.

 

Es así que esta unidad tiene como norte la construcción del Estado Continental Sudamericano de forma de poder poseer autonomía en el marco de la globalización. Si no se logra esta unidad, no se puede tener soberanía política. La unidad radica en la articulación de los poderes internos, nuestra capacidad de construirlos y articularlos. Estos poderes internos son reales. En este sentido ubicar lo “centros de poder”, cómo éstos se pueden articular. Esta es una cuestión central para pensar la unidad. Ubicar esos centros y ver cómo se pueden articular. Si no hacemos esto nos quedamos en un latinoamericanismo declamatorio.

 

Juan José Hernández Arregui por su parte piensa que sin industrialización no hay soberanía nacional posible. Destaca, ante la ausencia de una clase social que impulse fuertemente el desarrollo, el papel vector del estado en el mismo, así sostiene que “tal industrialización únicamente pueden cumplirla estados nacionales fuertes (…) sin industrialización no hay independencia económica base de la soberanía nacional. Y sin soberanía nacional no hay autonomía cultural. Tal tarea sólo puede cumplirla el Estado Nacional”. (Hernández Arregui, 1973: 291-292) Esa industrialización debe ser en conjunto con los demás países de la Patria Grande, pues “América Latina, en su conjunto, llena las condiciones de una supranación. Toda industrialización nacional debe tener en cuenta el ensamblamiento planificado con los diversos países del continente, los pactos regionales son el paso previo de esta política, pues el problema es histórica, cultural y económicamente hablando, hispanoamericano”. (Ibídem: 293) La conciencia de la necesidad de industrializar la patria es la conciencia de la lograr soberanía nacional.

 

La estructura económica dependiente que emerge en las postrimerías de nuestro proceso de emancipación continental, va a indicar que la centralidad de la cuestión nacional en las luchas por la segunda emancipación. Es que en la geopolítica mundial se nos reserva el lugar de apéndices de los países imperialistas, más nunca naciones plenamente soberanas. Se nos reserva un lugar subordinado, condenado a la producción de productos primarios y al atraso. Así lo entendieron claramente los nacionalismos populares que aparecieron como respuesta a la dependencia e hicieron de la nación su proyecto político. De esta forma, desde una matriz de pensamiento propia, que procura romper con la adopción mecánica de soluciones ajenas a nuestra realidad, la ruptura de la condición semi-colonial, el desarrollo industrial, la centralidad del trabajo, el fortalecimiento de los lazos que unen la comunidad nacional, etc. aparecen como condiciones esenciales para lograr la soberanía. Es que el problema nacional consiste en “las reformas en lo interno y de la liberación en lo internacional. Sin las reformas no habrá paz interior estable y duradera como impone na conviviencia creadora y sin liberación no habrá ni justicia social, ni independencia económica, ni soberanía nacional y no saldremos nunca de nuestra triste condición de “subdesarrollados” en tanto seamos tributarios de la explotación imperialista (…) Una Revolución Argentina que sólo quiere cambiar las estructuras superficiales dejando subsistentes las profundas, está indiscutiblemente destinada al fracaso”. (Perón, 2005: 8-59)

 

Bibliografía
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Ugarte, Manuel. (2010). La Patria Grande. Buenos Aires: Capital Intelectual.
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