“Pensemos en Americano (no en norteamericano se entiende) pensemos en nuestros propios problemas tal como ellos son o comprendamos que son distintos de los de Europa o de los de Asia y solo así descubriremos la verdadera conciencia de América. Y descubierta, surgirá una ideología que no será más de remedo, de imitación, de trasplante, sino autóctona y realista contextura, propiamente nuestra”. (Víctor Raúl Haya de la Torre)
Juan Domingo Perón manifestó: “tened por bien entendido que no he de buscar en exóticas teorías ni en ajenas realizaciones la fórmula mágica que resuelva los problemas que nuestra patria tiene planteados. Para buscar la solución de los problemas de mi patria me basta solamente ser argentino”. Refería punzantemente acerca de la existencia de diversos caminos para el abordaje de las problemáticas nacionales que podríamos sintetizar rápida y esquemáticamente en dos grandes líneas: la colonial que, ligada a la tradición iluminista (a partir de la cual las elites de nuestro país diseñaron en el siglo XIX su “integración al mundo”), es justamente la que procura buscar soluciones a las problemáticas del país importando acríticamente ideas realizadas en otro tiempo y/o lugar, conformando una mentalidad colonial que enseña a pensar los problemas a contrapelo de las necesidades nacionales, fortaleciendo así los lazos de subordinación a las potencias imperialistas; y la corriente nacional (que Fermín Chávez en su profundo estudio vincula en su forma de construcción del pensamiento a la tradición historicista), que apunta a abordar las diversas problemáticas de la Patria tomando en cuenta la tradición cultural, la historia, el territorio, etc., procurando crear un pensamiento situado, una matriz de ideas propia. Claro que no se trata de rechazar ideas que emergen desde otras realidades, pero sí de no incorporarlas en forma acrítica, entendiendo las particularidades de cada país. Reflexiona sobre la necesidad de su incorporación en tanto aporte a la solución de nuestras problemáticas. Perón se enmarca en la frase en la segunda tradición, y en ese sentido construye una doctrina original y profundamente nacional.
A lo largo de estas líneas nos proponemos reflexionar sobre los puntos en los que se asienta la matriz de pensamiento nacional y en cuáles son sus principales características e impactos en relación a la construcción de pensamiento y la acción política. Se trata de una corriente de pensamiento que ha sido mayormente negada o silenciada en las academias tradicionales, que han estrechado lazos con el pensamiento europeo haciendo “calco y copia” de esas ideas, acompañado de una postura enciclopedista y desvinculada de las necesidades nacionales, ninguneo enmarcado en la tradición de “civilización y barbarie” (sinterizado en que lo “europeo es mejor que lo nacional”, o bien que lo “ajeno es mejor que lo propio”). En este sentido Lepoldo Zea afirma que “el hombre americano tenía que resolver sus problemas con urgencia, y una de las soluciones se las ofrecía la cultura de Europa, de aquí que se apropiase de este tipo de soluciones”.
A la conformación de una nación con una estructura económicamente dependiente le corresponde un conjunto de ideas que asienten o bien hagan invisible esa dominación, lo que varios autores sintetizan como la colonización pedagógica se revela esencial para sostener la subordinación de nuestros países. No solo se importaron manufacturas (y se sostuvo el “primitivismo agropecuario”), sino también ideas que justifiquen ese modelo semi-colonial. El pensamiento colonial nos hace pensar según las categorías (e intereses), de otros. Es claro que si uno no tiene un corpus de ideas propias enmarcada en un proyecto basado en los propios intereses, es muy probable que termine viviendo el proyecto o sueño de otro/s.
Es a partir de esta transformación en la forma de dominio (y de sostenimiento de la misma), hacia una de características “invisibles” pero tan reales y perniciosas para la soberanía nacional como la directa, que el pensamiento nacional se revela fundamental ya que esa colonización pedagógica busca impedir la emergencia de un pensamiento propio en tanto la potencialidad del mismo en el cuestionamiento de ese orden dependiente. No hay independencia real posible bajo ese dominio, por eso resulta nodal criticar a ese orden. Hoy Francisco describiendo las formas de “colonización cultural” advierte en su última encíclica: “no nos olvidemos que los pueblos que enajenan su tradición, y por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia ideológica, económica y política”
Esas ideas nacionales se nutren, como indicábamos, de nuestras tradiciones, historia, luchas, etc. Se potencian en la articulación entre la teoría y la práctica política vinculada a la emancipación. El pensar en nacional busca cristalizar lo que está presente en el subsuelo de la patria, apunta a reflexionar partiendo de la realidad, y a sistematizar esas ideas para la conformación de lo que Fermín Chávez denominó certeramente como epistemología para la periferia.
En la conformación de ese corpus de ideas que no oculta su intencionalidad política procurando revestirse de una falsa objetividad, resultan sustancial mencionar algunas vinculaciones. La primera que queremos mencionar es que el pensamiento nacional parte de la realidad del pueblo, de la creatividad del mismo, solo viene a suscitar y razonar sobre la misma. Nación y pueblo para esta corriente de pensamiento son mayormente términos simétricos. Las banderas nacionales alejan a esta matriz de pensamiento en este punto de los nacionalismos de contenido elitista, que niegan o reniegan del sustrato popular. No casualmente el oriental Luis Alberto de Herrera expresa que “no basta decretar ideales. Si el alma popular no los refrenda, su valor no excede el escaso de las teorías«.
A partir de este elemento destacamos la centralidad de las manifestaciones culturales nacionales, ya que como indicaba uno de los autores mencionado precedentemente “si cultura es poder, cultura nacional es poder nacional”. (Fermín Chávez) Los pueblos con un profundo desarrollo y valoración de su cultura son pueblos difíciles de doblegar. El desarrollo de una fuerte cultura propia se revela como un elemento esencial para la conformación y la fortaleza de la identidad nacional. Destacando que ésta actúa como barrera de contención al avance de las potencias por un lado y como fuente para la conformación de esa matriz de pensamiento propio. La identidad nacional es el pilar fundamental donde se asienta la construcción de la conciencia nacional.
Cabe poner de relevancia en relación a estos últimos dos elementos la centralidad de la religión católica que reúne y cohesiona a las masas populares no sólo argentinas, sino de Nuestra América que bien sintetiza Jorge Abelardo Ramos cuando argumenta que «la religión ejerce un doble papel: el teológico que le es propio y el de la ideología nacional defensiva contra el dominador extranjero (…) la fe católica que es profesada por la mayoría de los argentinos y latinoamericanos es, de algún modo, como la coránica en Oriente Medio, un peculiar escudo de nuestra nacionalidad ante aquellos que quieren dominarnos o dividirnos«.
Otro elemento que resulta necesario resaltar es la articulación íntima entre el pensamiento nacional y el revisionismo histórico. Dada la falsificación de la historia realizada por la historiografía liberal es necesario revisar el pasado de nuestro país desde “otra puerta de entrada”, desde “otro punto de vista” u “otra clave”, que no es más que la de los sectores oprimidos de nuestra nación. A la política de la historia que la oligarquía argentina comenzó a construir fundamentalmente después de Caseros y Pavón hay que oponerle la revisión desde la perspectiva del pueblo. Asimismo este revisionismo histórico nos permite la reconstrucción de los lazos que unen a nuestra comunidad. No hay pensamiento nacional posible sin la revisión de nuestra historia en clave nacional.
Todos estos elementos que mencionamos nos llevan a la consideración que la corriente más que de pensamiento nacional es de pensamiento nacional-latinoamericana en tanto los vínculos estrechos con nuestra Patria Grande, pues somos todos partes de una historia y tradición común.
Esto último nos obliga a determinadas aclaraciones, en tanto nos referimos a que la expansión europea sobre Nuestra América trajo aparejada lo que Amelia Podetti denomina maravillosamente como “la irrupción de América en la historia”, se trata de un proceso que a lo largo de varios años va a traer la posibilidad de pensar este gran territorio en el marco de la unidad y la integración de nuestros pueblos. Ese territorio con una enorme cantidad de pueblos que no tenían mayores vínculos entre sí (con excepciones, claro está), se va a comenzar a integrar bajo la misma tradición político-histórico-cultural que se expresa tanto en el idioma como en la religión en común, entre otras aristas. Podetti argumenta en la obra mencionada que lo que nos particulariza y define nuestra identidad es “esta vocación de síntesis, esta virtud de unidad, esta aptitud para transmutar tradiciones culturales diversas lo que, al mismo tiempo, particulariza y universaliza a América. Hay una vocación de universalidad en su propia particularidad cultural”.
Referimos a que es ese acontecimiento el que posibilita poder pensar la unidad de los pueblos, que esa unidad responda a una conformación histórica, a una tradición en común. Vale también hacer mención en este sentido a que esa expansión produjo un primer proceso de mestizaje en el Sur de América (el cual luego se va a seguir profundizando), dando lugar a lo que Vasconcelos denomina como “la raza cósmica”, muy diferente será el proceso de expansión por parte de Inglaterra sobre el Norte de América dónde ese proceso no se dio y deja su impronta (como en nuestro caso también), hasta el día de hoy. No casualmente Graciela Maturo considera que “quien no es mestizo étnico en América Latina, lo es desde el punto de vista cultural”.
Producida la gesta de emancipación del primer cuarto del siglo XIX comandada por nuestros grandes libertadores quienes rebasan profundamente los relatos que quieres disminuirlos a expresiones locales, de “patria chica”, que tiene su último grito en Ayacucho en 1824, prácticamente al mismo tiempo que George Caning expresó la intención de Gran Bretaña de “actuar con inteligencia” para hacer suya la “América del Sur” ahora emancipada, transformarla en la “Granja de Su Majestad”, cristalizando las ideas que van a dar lugar a la obra de ingeniería de la diplomacia británica (acompañada de las burguesías comerciales de nuestro continente): la balcanización y desintegración del proyecto de unidad de la Patria Grande con que habían soñado y por el cual habían luchado nuestros libertadores. Se trata de la segregación, de la división de nuestro continente en diversas “patrias chicas” sin conexión entre sí, y estrechamente ligadas (subordinadas) a Gran Bretaña. Es en este proceso que asistimos a la transformación de en la forma de dominio sobre nuestros pueblos.
En este marco pensamos que se comprende más profundamente entonces que estas ideas nacionales estén estrechamente ligadas a la Patria Grande, pues se trata de la reconstrucción de ese proyecto que apareció al calor de la lucha por nuestra emancipación en ese primer cuarto del siglo XIX y re-apareció una y otra vez a lo largo de nuestra historia siempre levantado por los pueblos de nuestro continente en contraposición a las elites y las potencias imperialistas. Esta tradición de pensamiento aboga por la reconstrucción del espíritu y la conciencia nacional-latinoamericana, en este sentido Perón afirma certeramente que “cuando una nación recupera su ser nacional, cuando un país se reencuentra después de haberse diluido en tanteos triviales e influencias extrañas a su tradicional modo de ser, la cultura se convierte en fuerza de inimaginables proyecciones”.
Juan Godoy es sociólogo (UBA). Doctor en Comunicación Social (UNLP). Magister y Especialista en Metodología de la Investigación (UNLa). Profesor de Sociología (UBA). Docente universitario de grado y posgrado. Autor de “La FORJA del nacionalismo popular”, “Volver a las fuentes”, “La brasa ardiente contra la cuádruple infamia.”, “Nación, Fuerzas Armadas y dependencia”. Co-autor de “Las Malvinas argentinas y suramericanas”, y de más de doscientos artículos acerca de Pensamiento Nacional-Latinoamericano e Historia Argentina. Ha dictado decenas de cursos en todo el país vinculados a las mismas temáticas.