El clima castiga sin piedad, y destruye poblaciones enteras: Bahía Blanca, Comodoro Rivadavia, la furia del Pilcomayo. No hay redes. No hay Estado. No hay otra defensa que la pura solidaridad y la memoria de lo que fuimos a la que apelamos laboriosamente para seguir siendo. Pero, la verdadera tempestad comenzó en el diciembre siniestro de 2023, cuando una banda de destructores seriales se hizo de los hilos del poder estatal para realizar aquello con lo que vienen soñando desde hace casi ocho décadas: asestar un golpe en el espinazo de la patria, que es su tradición nacional-popular.
Encontrar el hilo conjetural en este océano de cuestiones, de nudos irresueltos, de biografías propias y extrañas incrustadas en cuerpos que todavía se duelen, este intríngulis de lenguas rotas y esperanzas desgarradas es una tarea tan inmensa como insoslayable.
Este aniversario del golpe de Estado, que nos pone a doce meses del medio siglo, exige de nosotros/as una reflexión que nos lleva a hundir las manos en lo profundo de una herida que aún no cicatriza. Y es que, ¿cómo se construye una memoria con la que urdir la tela de lo por venir, (re)construir lo mucho roto y sembrar horizontes allí donde solo asoma un nuevo temporal? “La memoria se arma con restos dispersos de cosas variadas: los sonidos, las ciudades, las imágenes de las distintas multitudes, la voz de Perón y los gritos de victoria”, nos sugiere Rossana Nofal[1] desde esta misma revista, y por ahí vamos, aguja en mano, sin dedal y con los dedos llenos de pinchazos.
El Ejército Argentino publicó, en 1979, un libro de 163 páginas al que tituló Tucumán. Cuna de la Independencia 1816-1977. Sepulcro de la subversión 1975-1977.[2] El objetivo era acuñar una frase ejemplar, en el sentido más brutal y sanguinario posible: si tenés sueños igualitarios, si desde la cuna percibís la insoportable injusticia en la que viven las grandes mayorías populares, los poderosos responsables de la incomodidad de tu conciencia tienen un Ejército preparado para que esa molestia termine sepultada.
“Es el macizo del Aconquija, con alturas de cinco mil metros y cumbres de nieves eternas. En este marco de enorme belleza vital, el Ejército argentino, apoyado por lo mejor de su pueblo, combatió y venció, como siempre lo hizo a través de su historia, a un enemigo extraño, cruel, implacable, dogmático y artero”. La voz en off acompaña una sucesión de imágenes de las sierras tucumanas sobrevoladas por un helicóptero militar. Es el comienzo de “Estoy herido”. ¡Ataque!,[3] un cortometraje propagandístico realizado por la dictadura en 1977 (dirigido por Federico Alegre, con la colaboración de la Universidad Nacional de Córdoba y Cine Press) para mostrar los resultados del Operativo Independencia.
Conocemos con esa denominación a la actuación ordenada el 5 de febrero de 1975 por el decreto 261/75 del gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón, al Ejército Argentino y la Fuerza Aérea Argentina, para “neutralizar y/o aniquilar” el accionar de lo que se definía como “elementos subversivos” en la provincia de Tucumán, que fue continuado, a partir del 24 de marzo de 1976, por la dictadura cívico-militar. Las Fuerzas Armadas instalaron en la provincia un régimen de estado de sitio, con aplicación de técnicas sistemáticas de terrorismo de Estado, que incluyeron gran cantidad de desapariciones forzadas y el establecimiento de centros clandestinos de detención, durante el cual se produjeron violaciones de derechos humanos que en sede judicial han sido reconocidos como actos de genocidio.

El Operativo estuvo al mando del general Acdel Vilas y, luego, del general Antonio Domingo Bussi. Vilas afirmó que la “guerra” que se desarrollaba era “eminentemente cultural”, ya que la guerrilla en el monte era “solo la manifestación armada del proceso subversivo y no la más importante”. Durante su desempeño en Tucumán, Vilas puso en funcionamiento “La Escuelita de Famaillá”, el primer centro clandestino de detención que se registra, por el que pasaron más de tres mil personas. Según datos del CELS, el Operativo cometió 527 secuestros, 258 desapariciones y 40 asesinatos, además de torturas y violaciones. El mismo día del golpe fue asesinado Isauro Arancibia, maestro tucumano y dirigente gremial. La oruga sobre el pizarrón, es un homenaje a la vida apasionada de Isauro: “Para imponer el proyecto educativo iniciado el 24 de marzo de 1976, se necesitaba la muerte de un maestro. Para legalizar el desguace del Estado y miles de millones de dólares desparecidos, se empezó robando a ese mismo maestro un par de zapatos nuevos. Esta es la vida apretada de un maestro, Francisco Isauro Arancibia, al que se le robó un par de zapatos. Por eso, casi no es un libro, es un intento de rescatar de los forajidos los zapatos robados. No es justo que un maestro ande descalzo por el cielo”.[4]
“La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”[5]
Nos preguntamos si esta frase de Kundera habrá rondado por las brillantes cabezas (y preciosos corazones) de quienes pensaron y realizaron el Workshop “Memorias federales. A cincuenta años del Operativo Independencia. Testimonios, archivos y justicia”. Organizado por el Centro Científico Tecnológico (CCT) CONICET NOA Sur, la actividad se desarrolló en el Salón de la Memoria de la Honorable Legislatura de Tucumán, entre el 11 y 12 de marzo. Y aunque no es justo con los muchos momentos que es posible rescatar de ese magnífico encuentro, elegimos uno de sus simposios: “Memorias, inventarios, repositorios y archivos”. Allí, sus protagonistas recogieron testimonios, historias de vida y legados familiares; el diseño y la configuración de un archivo domiciliario que resguarda no solo los fundamentos jurídicos que llevaron a la condena de los autores y partícipes de los hechos delictivos, sino también los testimonios de las víctimas y de los testigos: la mirada del sobreviviente y los sentidos de una resistencia. Sus protagonistas fueron Verónica Almada (UNT), Marta Rondoletto (UNT, Fundación Memorias e identidades del Tucumán), Julia Vitar (UNT-UNSAM-TOF Tucumán), Daniela Wieder (CONICET-INTEPH-UNT), Fernanda Marchese (UNT-codirectora ejecutiva de ANDHES) y María Coronel (USPT, ex directora Espacio de memoria, “Escuelita de Famaillá). Nadie fue la misma persona luego de escucharlas.
Zoom habló con María Coronel, trabajadora estatal, cuidadora de la memoria y militante en la construcción de futuro desde la emblemática “Escuelita de Famailla”. Ella es hija de José Carlos Coronel y de María Cristina Bustos Ledesma. Tiene una hermana menor, Lucía Coronel. Su madre, María Cristina, era tucumana, abogada, militante del Peronismo de Base y después de Montoneros. José Carlos Coronel, también tucumano, era militante de las FAR y luego secretario Político de la organización Montoneros. Se conocieron estudiando Derecho. José fue asesinado en un operativo el 29 de septiembre de 1976 con 32 años, en el llamado “Combate de Villa Luro”. María Cristina fue secuestrada el 14 de marzo de 1977, tenía 32 años al momento de su desaparición.
María nos dice que “el desarrollo que hubo en la Argentina de políticas públicas destinadas a la memoria fue muy importante: los espacios para la memoria, los juicios por delitos de lesa humanidad, las leyes reparatorias, entre otras acciones, se inscriben en las políticas públicas de memoria. El desarrollo fue tan fuerte que incluso con el avance en contra de esas políticas, sigue siendo pionera a nivel latinoamericano y diría que mundial. Los avances fueron tan significativos que incluso llegaron a propiciar modificaciones en las currículas escolares”.
María nos invita pensar en este primer año del gobierno de Javier Milei en el que los Derechos Humanos ya no son una política de Estado y, por ese motivo, en un año, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación está prácticamente desmantelada, y las acciones que se mantienen lo hacen gracias a la fuerza de voluntad de las/os trabajadores/as estatales que sobreviven a la motosierra que tanto enorgullece al presidente. “Vivimos un momento donde se dejaron de discutir esas políticas, en este aspecto es donde la gestión estatal toma protagonismo, ya que rediscutir diariamente estas políticas es la tarea principal donde se reformulan y reconstruyen para mejorarlas. Los diez años como trabajadora de la Secretaría en condiciones de precariedad permitieron que este gobierno arrase con mi puesto de trabajo. Mi caso es el de todos los empleados del Estado, por eso hay que reorganizar la mirada sobre lo público, lo estatal, la memoria y la democracia”.
La falta de presupuesto da como resultado que el desarrollo de cada uno de los Espacios de la Memoria se sostenga, apenas, con apoyo de los gobiernos locales y, fundamentalmente, con la militancia y el compromiso de una sociedad que no olvida. En Tucumán solo quedó un trabajador en el Espacio de la Memoria “Escuelita de Famaillá” que depende de Nación, cuyo contrato vence el 31 de marzo. Un ejemplo crudo del desguace ejecutado en todo el territorio argentino. María, sin embargo, no se resigna: “Repensemos, discutamos todo el trabajo logrado hasta ahora, que es el que sostiene a los espacios de memoria y volvamos a generar organización, debate y las estructuras que permitieron el desarrollo de esas políticas públicas que nos hicieron ser pioneros en el mundo y que nos han enorgullecido durante todo este tiempo. Este es el desafío”.

¿Y dónde está el archivo?
En un breve texto titulado “Parir en libertad”, Hebe de Bonafini pensaba en voz alta y letras de molde: «Siempre me gustó mucho la historia y, cuando era niña, pensaba cómo se hacía la historia y me imaginaba que se hacía, se formaba, juntando cosas. Mi papá y su hermano Julián trajeron de España un traje de torero, un violín y una garlopa para la madera. Por falta de cuidado y muchas mudanzas, el violín se desarmó por la humedad, el traje de torero se apolilló y lo único que quedó fue la garlopa para madera. Al pasar los años, mi papá y mi tío Julián se disputaron siempre la garlopa. Eso me hace pensar que no querían quedarse sin historia».[6]
Horacio González, a propósito de esta reflexión de Hebe, decía: “Un archivo puede representar una historia completa, pero en su fondo último esta es inaprehensible. Nos consuela, por eso, la existencia de memorias incorpóreas, papeles casuales, restos de documentos, ese presente ignoto en que se garabatea un reclamo, una demanda, una imploración. Esos indicios fragmentarios alrededor de los cuales vive la historia como imaginación colectiva, siempre a punto de perderse y siempre con la posibilidad última de recrearse. La anécdota familiar de Hebe de Bonafini sobre un viejo utensilio de carpintería traído de España por el cual disputan su padre y su tío, ilumina un pensamiento vivaz, detallista, de honda curiosidad, de implacables raíces en la vida cotidiana. De esa anécdota menuda, pero profunda, extrae la noción de que la historia es un objeto, un rostro, una memoria, un recorte de memoria, una hoja al viento que escapa, y por todo lo cual se lucha, para atesorarlo o para introducirse en el inexorable mundo de la melancolía, donde pugnamos por recuperar las cosas que el tiempo desvanece. Hebe habla del archivo —que es la presentación de un origen después del origen— como una alquimista que ensaya fórmulas para internarse en los huecos más crueles de nuestra historia. Su conversación es también un archivo que devela todas las líneas que se deshacen y rehacen en una biografía. La de ella va de la coleccionista de indicios a la autora de célebres invectivas contra los poderes, desde el archivo a la voz en calma, desde el cobijo a la ira. Desde la ronda, que es el tiempo circular, hasta el archivo, el tiempo acumulativo pero disperso, unido por ese utópico litigio de carpintería”.
Y ahora vamos a la Plaza, compañeros, compañeras. Que es en las calles donde el archivo se hace invencible.
[1] Nofal, Rossana (2025): «El cuento de los rubios», Zoom Revista, 21/3/2025, Buenos Aires. Disponible en: https://revistazoom.com.ar/el-cuento-de-los-rubios/
[2] Ejército Argentino (1979): Cuna de la Independencia 1816–1977. Sepulcro de la subversión 1975-1977. Tucumán, Argentina, Editado y publicado por el EA, Buenos Aires.
[3] https://www.youtube.com/watch?v=TgqYNDzcxSc&list=PL9BB9A525B6B93931
[4] Rosenzvaig, Eduardo (1993): La oruga sobre el pizarrón, Ediciones Colihue, Buenos Aires.
[5] Kundera, Milan (2013): El libro de la risa y el olvido, Tusquets, Buenos Aires.
[6] Gorini, Ulises (selección y notas) (2018): Madres de Plaza de Mayo, documentos 1. Los primeros pasos, 1977. UNDAV Ediciones, Avellaneda.