El oficio de periodista

De la Redacción de ZOOM. La Editorial Punto de Encuentro acaba de publicar un compendio de entrevistas realizadas por Julio Ferrer a referentes esenciales del periodismo nacional. Aquí anticipamos fragmentos del extenso reportaje que Osvaldo Bayer brindó al autor para este libro.

Julio Ferrer nació en La Plata en noviembre de 1976. Es periodista y escritor. Colaboró en la revista La Pulseada, el periódico de la Asociación de las Madres de Plaza de Mayo, y actualmente escribe en la Revista 2010 y el diario Diagonales. En esta nueva edición de Punto de Encuentro, reúne entrevistas con grandes del periodismo argentino, con quienes repasa su historia y analiza los secretos del oficio.

Revista ZOOM anticipa a continuación los principales fragmentos del reportaje a Osvaldo Bayer. Nacido en 1927 en Santa Fe, estudiante de Historia en la Universidad de Hamburgo entre 1952 y 1956, a su regreso a la Argentina, Bayer se dedicó a la investigación histórica, al periodismo y a la escritura de guiones para cine. Instalado en el sur argentino, en 1958 fundó el periódico La Chispa, al que calificó como “el primer periódico independiente de la Patagonia”. Bajo la acusación de difundir información estratégica en zona de frontera, fue expulsado de Esquel.

-En 1958 fundé La Chispa, un periódico que tenía como lema: “Contra el latifundio, contra la injusticia y contra el hambre”. Contra todo. Fue el primer diario independiente de La Patagonia. Tuvimos varias peleas… recuerdo que en el invierno del ‘58 Esquel se quedó sin azúcar, y pasaban los días y debido a lo riguroso del tiempo, no llegaba azúcar. La cuestión es que un día, un morochito nos dijo que la empresa Lahusen tenía en su depósito como 80 bolsas de azúcar. Y La Chispa salió con un título tipo catástrofe: “Lahusen tiene azúcar”. Y la gente salió a la calle al grito de “azúcar, azúcar” y Lahusen tuvo que darle un kilo de azúcar a cada familia. Pero esto no quedó ahí, Lahusen tenía sus contactos. A la semana siguiente llegaron dos oficiales de Gendarmería bien vestidos y me dicen: “Desconoce que Esquel es una ciudad fronteriza”. Le contesto que sí sé, que está a 30 km de la frontera. El oficial me responde que en zonas fronterizas no se puede escribir ciertos artículos. Es decir, no se podía brindar información defendiendo la causa de los pueblos originarios. Le digo que ni la Constitución ni las leyes lo dicen. A lo que el oficial me responde: “Bueno, aquí tiene una resolución de Gendarmería”. Me daban 24 horas para abandonar la zona.

Y finalmente me expulsaron “por razones de seguridad” ya que según ellos, Esquel es fronteriza con Chile. Un disparate que se aplica cuando faltan argumentos que expliquen el por qué de la pobreza y el por qué de la discriminación contra los habitantes originarios de aquellas bellas regiones. Hubiera resistido, no me gusta para nada la prepotencia, pero La Chispa no daba un peso, tenía pibes y mi esposa me pidió que nos fuéramos. Esta experiencia duró cinco meses.

-¿Alguien salió en su defensa?
-Salieron a defenderme las humildes organizaciones obreras que en comunicados denunciaron que Feldman Josín poseía “un verdadero monopolio periodístico ligado a los intereses oligárquicos antiobreros y unido al gran capital de terratenientes y latifundistas que pretenden conformar en el pueblo una mentalidad favorable a los intereses de la clase dominante”. Con emoción recuerdo a esos trabajadores que con su desobediencia debida y rebeldía arriesgaban todo. Algunos nombres de los firmantes: Honorio Soto, Lloyds Roberts, Salustino Fajardo, Cardenio Escobar, Manuel Perrotta, José Barría, Diego Tapia, Juan Gallardo, Germán Urbina.

Todas las radios habían hablado de que Bayer había sido expulsado de la Patagonia. De manera que era un rey de la paz. Todo el mundo me daba besos. Entonces cuando llegué a Buenos Aires, “Pajarito” García Lupo, que tenía una audición por Radio Belgrano, dijo: “¡Qué espera la SIP, ahí en la Patagonia hay un héroe de la libertad de prensa: Osvaldo Bayer!” Increíble, el querido “Pajarito” García Lupo me hizo famoso.

Un día, voy al correo a enviar una carta (en ese entonces tenía barba, y en capital casi nadie tenía porque se lo relacionaba con los barbudos revolucionarios cubanos) y me encuentro con un colega, Jorge Giusti, que había conocido en Noticias Gráficas; me agarra en la calle me dice: “¿Y no tenés nada?”, le digo que no tengo nada de nada. Entonces me ofrece trabajar en Clarín, le digo que sí y esa misma tarde voy al diario. Llegue afeitado y pedí hablar con Giusti, sale con su barba y sorprendido me dijo: “¡Qué hiciste, te afeitaste la barba!” le respondí que sí. A lo que respondió ”¡Ah no! Yo te traje al diario, así éramos dos barbudos en la redacción”. Fue increíble. El secretario general Luis Clur apenas me miró me dijo: “¿Puede quedarse ya?” “Sí, claro”, le respondí. Y comencé a trabajar esa misma tarde y quedé allí quince años. Fue el diario donde más tiempo ejercí una de mis profesiones preferidas: la de periodista.

-¿Qué tipo de notas hacía en Clarín ?
-Mi tarea era salir a hacer notas, recorrer las calles, cosa que era lo que más me gustaba, porque así iba conociendo bien a la gente común. Me tocaban tanto huelgas como ir a un café donde de pronto había un ahorcado. Trabajaba en la antigua redacción de la calle Moreno, pequeña, incómoda, pero llena de tranquilidad y humor. Yo dependía de Alejandro Yebra, prosecretario general, un gordo tranquilo que luego cambió la profesión y fue un gran entrenador de fútbol de la primera de Huracán.

-¿Cómo era una redacción de esa época?
-Los periodistas en aquel tiempo eran todos seres salidos de ambientes literarios, escritores, poetas, hombres de la vida bohemia, y siempre unos cuantos exiliados españoles republicanos. No había periodistas recibidos en escuelas de periodismo pero sí de la escuela de la calle literaria. En los descansos de las tareas conversábamos con esos literatos, poetas, novelistas, cronistas viajeros, en gran parte hombres disidentes de partidos de izquierda. Compartí redacción con esa extraordinaria persona y poeta que fue y será por siempre, Raúl González Tuñón. Muy humilde, muy querido, con un gran sentido del humor. También estaba Hamlet lima Quintana

-¿Cómo definiría al Clarín de ese tiempo?
-Sin ninguna duda Clarín era la escuela de Crítica, el diario de Botana. Justo había sido él, como director, quien prefería a esos escritores y soñadores de la calle y sabía elegir bien: comunistas, anarquistas, socialistas, radicales y hasta algún liberal conservador de cuello duro, y algún falangista disimulado. Por esos las crónicas eran nostalgiosas, con citas intelectuales, con alguna reflexión general de altura poética y lenguaje bien popular.

-Entonces, Roberto Noble seguía la línea de Botana…
-La seguía y con mucha viveza. Noble no reclutaba a sus redactores por su ideología política sino de acuerdo con su talento, su sensibilidad popular demostrada en algún libro, investigación o en discursos de peñas y reuniones culturales.

-¿Cómo era Noble dentro del diario?
-Noble tenía la costumbre de pasearse los lunes, a eso del atardecer, por la redacción. Tenía la pose de un estanciero paternalista. De pronto se paraba ante un escritorio y conversaba con algún periodista. Le hacía preguntas profesionales o también sobre su familia.

Durante esa época, usted es elegido secretario general del Sindicato de Prensa.
-Sí, al poco tiempo de estar trabajando en el diario, el gremio me eligió secretario general del Sindicato de Prensa. La historia es así: primero me eligen delegado de la redacción e inmediatamente después me piden que sea secretario adjunto (2º del secretario general). En ese momento no acepté, porque no había tenido ninguna experiencia sindical. Me insistieron con que ese cargo era igual al de Vicepresidente de La Nación, como que no tenía que hacer nada. Tenía que reemplazar al Sec. Gral. cuando se iba de viaje ¡Para qué! cuatro meses después lo nombran Secretario General de la Federación de Prensa de todo el país y yo pasé a Sec. Gral. Del Sindicato de Prensa. Me metí a fondo en la cuestión. Con muchos problemas, muchos conflictos. Se quería eliminar el Estatuto del Periodista. No pudieron. Luchábamos mucho. A los dos años fui reelecto por dos años más. Me acuerdo de que en ese tiempo hice la primera huelga de la historia de la redacción de Clarín, en la que tuve colaboración de Cytrynblum -un periodista que con los años llegaría a ocupar el rango máximo de la redacción- porque habían dejado cesante a tres compañeros.

-¿Cómo era la participación sindical de los periodistas?
-Había mucha participación. Cuando había un problema de suspensión, de cesantía de algún compañero, u otro problema gremial; en la redacción se daba dos golpes de palmas y se iba a Asamblea. Y el diario paraba mientras se discutía. Hablaban todos. Además estábamos unidos con la parte administrativa y con todos los peones de talleres, teníamos contacto con los gráficos que eran de otro gremio. Logramos muchos triunfos.

Después teníamos la Asamblea General en el Sindicato. Había problemas porque siempre estaba dividida la comisión directiva en dos líneas: la del peronismo conservador y nosotros, que pertenecíamos a distintas corrientes políticas, desde comunistas, socialistas, anarquistas, radicales; y siempre ganábamos. De todas maneras el gremio estaba dividido en la Asociación de Periodistas y en el Sindicato de Prensa. Y yo tuve la iniciativa de que primero no hubiera dos listas. Que en las elecciones del año 1964 fuéramos una sola lista. Es decir, mitad peronista y la otra independiente. Pero cierta parte de mi lista no acepto la propuesta, por lo cual yo renuncié.

Fue una experiencia vital, donde aprendí bien lo que era la vida gremial con todos sus ramajes políticos y sus juegos de posiciones. Conocí a Vandor, Rucci y a Agustín Tosco, sin duda, uno de los mejores líderes del movimiento obrero. Mis últimas actuaciones sindicales fueron en las asambleas de Página 12.

-¿Qué posición tomó el diario Clarín cuando en 1963 la dictadura de los militares azules, con Guido en el poder y el Ministro del Interior, el general Juan Enrique Rauch, lo ponen preso?
-Ese general Rauch, era un franquista con sotana disfrazado de militar, que creía que al filósofo Kant se lo vencía a gritos. Me mandó preso a la cárcel de mujeres de Riobamba. Allí me acompañó un grupo de queridos amigos y compañeros. Luego de más de dos meses de prisión volví a la redacción de Clarín, pero la primera semana no me dieron trabajo. Comprendía que era una manera de decirme que era una persona non grata. De ahí mi enorme sorpresa en el encuentro con el director del diario. Noble todos los lunes tenía la costumbre de pasearse por las redacciones y detenerse en el escritorio de un redactor y hablar con él. Se paró frente a mí, me señalo con el dedo y me dijo: “Osvaldo Bayer, Usted va a ir ascendido a la mesa de redacción, donde están los jefes”. Pensé que me iba a despedir, que era un chiste, y le respondí: “No, doctor, usted sabe que yo soy de izquierda”. Me respondió: “Por eso mismo. Porque por ahí están diciendo que este diario tiene una mesa de redacción de derecha, y desde ahora voy a poder decir, no, si ahí está Osvaldo Bayer”.

-¿Cómo sigue Clarín después de la muerte de Noble?
-Después de la muerte de Noble en 1969, cambió todo. Cuando estuve en su velatorio y vi entrar a Frondizi y Frigerio, me imaginé que algo malo iba a ocurrir. Y así fue. Los que en forma visible pasaron a dominar el diario fueron gente del frigerismo. En primer lugar Camilión y Octavio Frigerio, hijo de Rogelio.

-Con Camilión tuvo una relación bastante tensa. ¿Por qué?
-Con Camilión que ya estaba desde antes, siempre quiso quitarme el cargo en Política pero se ve que se lo impedía el círculo de Noble. Camilión ya me había censurado una contratapa donde yo había defendido a los niños desvalidos. Resulta como era secretario de redacción me tocaba muchas veces el “cierre”. Terminaba ya bien pasada la medianoche e iba caminando después a Constitución a tomar el subte (los subtes antes andaban hasta casi la una de la madrugada y no solamente en los horarios que dan ganancia). Se trataba de una noche de esas de invierno en Buenos Aires, que deben ser las más frías del mundo. Antes que cerraran se metían siempre unos niños a pasar la noche en los pasillos aprovechando ese calor típico de los túneles. Fui testigo de cómo uno de los cuidadores del subte encerró a uno de esos pibes, al mismo tiempo que se sacaba el cinturón y le atravesaba el rostro de un lonjazo. Todavía me duele. En ese momento grité como nunca lo había hecho ante la sorpresa de los presentes, tal vez porque estaban acostumbrados a callar y a que nadie reaccionara. Recuerdo que el torturador se llamaba Pedutto; así lo tenía en una tarjeta identificatoria que le colgaba del pecho. Al día siguiente, el secretario de redacción encargado de las notas, don Pancho Llanos, un periodista eterno para recordar, colocó en la contratapa, la nota que escribí sobre el episodio. La repercusión fue enorme. Lo tomó la televisión y los diarios de la tarde. Por supuesto me visitaron en la redacción atildados funcionarios que querían saber, de pronto, todos los detalles, intervino la fiscal de turno por lo cual tuve que concurrir a Tribunales. Hasta un ministro aprovechó en aparecer por la televisión informando todas las medidas que en el futuro se iba a tomar. Todo para que nadie cambiara. Todo para que siguiera su curso igual o peor, mucho peor.

De todas maneras fui llamado por Camilión, quien me trató como a un sirviente diciéndome que yo había comprometido la línea del diario. Por supuesto me retiré sin admitir sus argumentos. Mi nota había sido la defensa de los niños que vivían en la miseria.

-¿Cómo siguió todo?
-Me quitaron de mi cargo en Política y Fuerzas Armadas y me dieron una “embajada”, el suplemento cultural. Le puse el nombre de “Clarín, cultura y nación”, nombre que conservó hasta hace poco. Mi intención era dar preeminencia por sobre todo a los intelectuales del interior; completamente ignorados. Mientras tanto, empezó la limpieza en la redacción, los antiguos jefes perdieron sus puestos y fueron reemplazados por gente que trajeron los nuevos comandantes. Los antiguos fuimos quedando solos. Hasta que me tocó el turno.

-¿Cómo se produce su expulsión del diario?
-Bueno, una tarde, cuando yo cerraba el suplemento en el taller y me despedía, personal recién entrado al diario bajo las órdenes de Octavio Frigerio levantó el plomo de algunas notas mías y las reemplazó por otras que sostenían lo contrario. No permití eso y denuncié el hecho, cosa que Frigerio tomó con sorna. Pedí que se me cambiara de sección y que se me nombrara corresponsal viajero. Quería recorrer el país haciendo notas de los pueblos más pequeños que pululan en nuestro territorio. Aceptaron. Viaje por todo el país, escribí 26 notas y no publicaron ninguna. Fui entonces a verlo a Octavio Frigerio. Le dije: “Aprendí la lección, me voy”. Él sonrió amablemente y respondió: “Es lo que estábamos esperando”.

Terminaban así quince años de periodista en la redacción de Clarín. Fue el 15 de diciembre de 1973. Me fui caminando hasta Constitución, como lo hacía en los sesenta con el poeta Raúl González Tuñón. Quedaba atrás mucho vivido, principalmente las escenas del oficio, los encuentros y mis artículos escritos ilegalmente para La Protesta.

Durante el exilio fui atacado en las páginas del diario Clarín por un redactor llamado Gregorich. Jamás se publicaron mis contestaciones. Pero si bien no fui agredido más, en el futuro el diario guardó el más absoluto silencio sobre mí. En el suplemento que yo bauticé ni se hizo mención a mis nuevos libros. Sólo en dos oportunidades una periodista evidentemente se jugó y presentó mi opinión. No son reproches, son experiencias de alguien que tal vez no quería desprenderse de aquellos quince años de vida.

-A partir de la apertura democrática, ¿hubo algún intento de regresar a Clarín? ¿Tuvo alguna propuesta periodística?
-Volví una vez a la redacción de Clarín, en 1983. Cuando regresé de mi exilio. El director Carlos Echeverría, con la televisión alemana, hizo un filme con mi exilio y regreso. Por eso quería que quedase el testimonio de esa redacción donde yo había trabajado tantos años. Me arrastraba toda la nostalgia. Quería ver esas paredes, esos escritorios, esos sonidos. Pero en el filme se ve: todo fue decepción. Me recibió el vacío. Nadie se paró para el abrazo. Pasé como un forastero. Me quedé parado ante el escritorio que había sido de Raúl González Tuñón. Se hallaba sentado allí alguien que escribía noticias de la bolsa. Era suficiente para dar el adiós.

A los exiliados no se les dio nada. El presidente de entonces, Raúl Alfonsín, lo demostró haciendo el primer almuerzo para intelectuales y periodistas, donde no invitó a ninguno de los exiliados. Ninguna fuente de trabajo se abrió para nosotros. Mis primeros cuatro años, iba seis meses a Alemania para juntar divisas y poder vivir durante los otros seis meses en Argentina. Recién va a ser en 1987 cuando Jorge Lanata y Osvaldo Soriano fundan Pagina12, y me ofrecen escribir contratapas. Diario en el que sigo escribiendo y donde nunca fui censurado.

-¿Cómo fue el comportamiento de los medios de comunicación durante la última dictadura militar?
La Nación y Clarín seguirán la línea de siempre. Es decir, no hacer crítica a la dictadura militar. El único de los diarios clásicos de aquel tiempo que se atrevió fue La Prensa. Como un valiente de la familia de los Paz, había sufrido secuestros, tomó partido por las Madres. Eso hay que reconocerlo. Publicó listas de desaparecidos en plena dictadura. Y notas donde se denunciaba la desaparición de personas. En cuanto al diario de izquierda La Opinión, de Timerman, que había sido siempre una especie de izquierda moderada -las publicaciones- por denominarlas de alguna manera y en la parte cultural traía la línea latinoamericana; este diario va a alimentar un poco la venida de los militares. Hay una nota célebre de Timerman saludando a los militares cuando el golpe. Eso fue algo increíble. Se dijo que Timerman lo tuvo que hacer, porque era parte de la gerenciación del diario, se lo acusaba que había sido a través de Montoneros, o por grupos financieros que apoyaban a esta organización armada. Entonces, por eso, tuvo que salir con los militares, para salvar el diario. De cualquier manera no le va a servir de nada, porque la dictadura militar, lo va a apresar, torturar brutalmente.

Los medios de comunicación: radio, televisión, gráfica fueron a favor de la dictadura. El único que objetó fue el diario La Prensa (Por primera vez en su historia) y El Buenos Aires Herald, de Robert Cox.

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