Por Luis Cobián, especial para Causa Popular.- El colonialismo europeo encontró en el área del Caribe un territorio, si no vacante, más accesible para obtener sus objetivos. La expansión y competencia colonial, desordenada al principio pero con objetivos claros más tarde, recién se resolvería con el fin de la guerra del 14. Desde las primeras décadas del siglo XIX se había agregado un segundo actor que no cedería en lo que consideraba su área de dominio nacional: EEUU.
Como ya vimos, en 1823 se habían creado la Federación de Provincias Unidas del Centro de América. Toda la América española vivía en esos años similares enfrentamientos a los que padeció la Argentina: unitarios contra federales, centralismo y autonomía, exportadores vs. productores, independencia o colonia.
Los límites de la federación no eran precisos, y sobre ella influían los “grandes”, México al norte y la Gran Colombia al sur. Tal debilidad permitía, cuándo no, una masiva presencia británica en el Caribe, que a través del contrabando, la piratería, el comercio y la guerra, todo a un mismo tiempo, se aprovechaba de la debilidad de España, aunque no tanto como para arrojarla a los brazos de Napoléon, el verdadero enemigo.
La ecuación europea
Con matices, los distintos gabinetes de gobierno británicos creían que Napoleón se agotaría con sus anexiones continentales, y entretanto, operaban a larga distancia apoderándose de los territorios que Francia descuidaba.
O en otras palabras, mientras el objetivo de Napoleón era una Francia imperial, Gran Bretaña aspiraba a un imperio mundial.
Aunque los principios universales de la Revolución Francesa habían influido decisivamente en la independencia de Haití, Napoleón, en nombre de esos mismos principios, había logrado reimponer por un tiempo el sistema colonial y la esclavitud enviando tropas a La Española al mando del general Leclerc en 1802, que derrocaron e hicieron prisionero al líder independentista Toussaint Louverture.
El ejército francés, aunque victorioso, fue diezmado por las fiebres tropicales y la tenaz resistencia de los ex esclavos. Su retirada se pareció a una derrota, y en poco tiempo Haití reincidiría en su independencia.
Napoleón aprendió la lección americana, vendió la Luisiana a EEUU en 1803, y tendrá la oportunidad de desquitarse de los monarcas europeos en Ulm (1803), Austerlitz (1805), Jena, Auerstedt y Friedland (1806), Wagram (1809). Luego se atascó en España, como años antes en Egipto, y fracasó cuando intentó vencer al invierno ruso.
En las primeras décadas del siglo XIX, Europa no había comenzado esa colonización sistemática de Asia y África que diseñaría el mundo del siglo siguiente.
Gran Bretaña estaba firmemente asentada en el Caribe; Francia y España avanzaban y retrocedían.
Holanda, entretanto, que durante algún tiempo había sido gobernada por Luis Napoleón, perdió rápidamente su condición colonial en América a favor de Gran Bretaña (que le arrebató Ceilán y Ciudad del Cabo en 1805, y de esta última partiría la expedición fracasada a Buenos Aires), sólo mantuvo Surinam, y se fue convirtiendo en lo que es hoy, una nación de comerciantes.
La potencia emergente
EEUU no necesitaba señales adicionales del expansionismo británico del que se había independizado, e intentó negociar con ese país el status del Caribe, como se vio en la nota anterior, mientras participaba activamente, echando leña a la inestabilidad política de América Central continental.
Con los medios técnicos disponibles en la fecha, la apertura de una comunicación interoceánica se creía posible tanto en Nicaragua como en Panamá, y desde 1835, EEUU actuó en esa dirección.
Diez años después, la Federación de América Central ya no existía.
En 1855, un norteamericano que había intervenido en las luchas internas de América Central se proclamó presidente de Nicaragua. William Walker ha pasado a la historia como pirata aunque no responde a la imagen que solemos tener de los bucaneros de La Tortuga
Médico y abogado, Walker había actuado creyendo firmemente en el “destino manifiesto” de EEUU, y con una banda de aventureros logró la independencia de California antes que México la cediera por la guerra contra EEUU, actuando con un esquema similar al que permitió la anexión de Texas: primero se promueve una colonización masiva en una zona fronteriza, luego esa población de inmigrantes se convierte en mayoritaria, exigiendo (democráticamente) pertenecer al país de origen, y como la nación receptora se resiste, tropas del primero cruzan la frontera y deciden la situación.
De haber triunfado Walker en su golpe de mano, el estado mexicano de Sonora, fronterizo con el californiano, sería hoy territorio norteamericano. Es cierto que fue juzgado por un tribunal norteamericano, pero se lo absolvió por razones “patrióticas”.
En 1855, Walker financió una expedición militar en apoyo de la facción liberal de Nicaragua y se autoproclamó presidente. Paradójico, los liberales propiciaban la independencia del país.
El instantáneo reconocimiento diplomático de Walker por parte de EEUU inició una campaña por la unificación de América Central con el protectorado de Washington, luego que se hubieran frenado las pretensiones de Gran Bretaña mediante el tratado Clayton-Bulwer (1850).
Aunque el golpe de mano nicaragüense no duró mucho, Walker no cejó en su empeño de ampliar el espíritu emprendedor norteamericano, e invadió Honduras Británica (Belice) en 1860, donde fue aprehendido y fusilado por los ingleses.
Su aventura en Nicaragua había marcado claramente cuál era ese “espíritu”: finalizó mal porque otro norteamericano al que pretendió arrebatar sus bienes, el empresario Cornelius Vanderbilt que había construido líneas ferroviarias en el país, financió un ejército privado para derrocarlo.
El otro actor decisivo en la vida nicaragüense fue sin duda Gran Bretaña, y de allí el interés norteamericano. Los británicos utilizaban en su industria textil una tintura extraída del palo de campeche que había reemplazado al añil. Su método de producción era similar al usado en la industria de taninos en los quebrachales argentinos, casualmente también a cargo de capitales ingleses (La Forestal).
Los británicos tenían en la Costa de Mosquitos, habitada por la nación miskita, grandes plantaciones de campeche que no cederían fácilmente. Aunque en 1840 habían aceptado a regañadientes la independencia del país, no mostraron interés en abandonar sus plantaciones, imprescindibles para abastecer su producción textil, y mantuvieron un protectorado de hecho que se mantuvo hasta fines del siglo.
Los miskitos, por su parte, sostuvieron siempre una postura autónoma que se mantendría durante todo el siglo XX, ya que siguen reivindicando un territorio propio hoy parte de Nicaragua y Honduras. Esto pone en un primer plano la contradicción insoluble entre estados nacionales y pueblos originarios, ya que este tipo de reivindicación cultural-histórica puede ser funcional al interés de terceros estados o corporaciones privadas en su objetivo de recortar el poder estatal.
Durante la revolución sandinista, los miskitos participaron activamente del lado de la contra y de EEUU, así como en el siglo XIX habían colaborado con sus socios británicos contra España primero, y EEUU después.
Desaparecida la primera como potencia colonial después de la guerra en Cuba y reemplazado el palo campeche por tinturas sintéticas (en las últimas décadas del siglo XIX se desarrolló la segunda etapa de la revolución industrial, centrada en los procesos químicos), con lo que Gran Bretaña redujo su interés, la presencia norteamericana en Nicaragua se mantuvo inalterable hasta bien entrado el siglo XX, pero el pueblo de ese país no tardó en rebelarse y en 1926 encontraría un líder: Augusto César Sandino.
EEUU tenía en Nicaragua dos intereses permanentes: sus recursos económicos (oro, café, banano), donde participaron capitales norteamericanos (la United Fruit tuvo una presencia mayor en Guatemala y Honduras, pero también estuvo presente en Nicaragua) y el geopolítico.
Luego de abandonar la idea primitiva de un canal interoceánico que aprovechara la depresión del lago de Nicaragua, el interés geopolítico consistió en asegurar esa comunicación por un corredor entre Puerto Cabezas y el Lago de Nicaragua por ferrocarril, luego por vía acuática atravesando el Lago, y de nuevo por ferrocarril hasta el golfo de Fonseca, donde planificaba construir una gran base naval que podría dominar el Pacífico.
Los capitales norteamericanos se encargaron de ello, y décadas después sería Somoza su fiel custodio.
Geopolítica
En 1912, un batallón de la marina norteamericana tomó el control de Nicaragua. A partir de 1920, el poder militar norteamericano fue paulatinamente reemplazado por la Guardia Nacional, y en ella, EEUU colocó tempranamente a su hombre: Anastasio “Tacho” Somoza.
En agosto de 1914 había sido firmado el tratado Bryan-Chamorro, por el cual aquel país obtuvo el derecho a construir un canal interoceánico a través del territorio del último Estado citado.
Por tres millones de U$S, EEUU también consiguió el derecho a instalar una base naval en el estratégico golfo de Fonseca, uno de los mejores puertos naturales del mundo, como ya lo había obtenido en Guantánamo, las islas de Maíz y la isla de Pinos.
También obtuvo que el firmante nicaragüense (Emiliano Chamorro Vargas, ministro plenipotenciario nicaragüense en Washington) fuera nombrado presidente en 1917.
La constante presencia norteamericana produjo una generalizada rebelión del pueblo nicaragüense, que sería liderada por Sandino desde 1926. Esto provocó una renovada invasión militar norteamericana por orden del presidente Coolidge.
En 1933, EEUU optó por dejar que la Guardia Nacional hiciera el trabajo sucio, aunque mantuvo destacamentos de marines. Sandino estaba negociando el final de las hostilidades con el presidente Juan Bautista Sacasa, cuando fue asesinado por la Guardia dirigida por Somoza en 1934.
Con dos intervalos de tres años en que gobernaron empleados fieles de la familia, los Somoza inauguraron una era tiránica marcada por la vigilante presencia de EEUU, asesinato masivo de opositores y gran corrupción.
La era de los Somoza comenzó en 1937 y finalizó en 1979, cuando las fuerzas del ESLN al mando de Daniel Ortega derrocaron a “Tachito” Somoza, el hijo menor educado en West Point de “Tacho”, quien había sido asesinado en 1956.
Un año más tarde, Tachito fue sufrió la misma suerte de su padre en su asilo en Paraguay, cuando fue ejecutado por un comando que integraban algunos combatientes argentinos del ERP conducidos por Gorriarán Merlo.
Pero 1979 y el ESNL no significó el fin de la presencia norteamericana.
Muy por el contrario, se inició una operación internacional dirigida por la CIA, financiada por el negocio de la introducción de droga a gran escala en el propio territorio norteamericano y en la que intervinieron además Irán y soldados profesionales provistos por la dictadura argentina con apoyo de “empresarios nacionales”.
Durante el gobierno de la era Somoza era habitual que los representantes de Nicaragua esgrimieran la Doctrina Monroe en todos los foros, declarando la guerra conjuntamente con EEUU, propiciando la Unión Panamericana que financiaba Rockefeller y suscribiendo con rapidez los acuerdos de Bretton Woods