La política argentina ya cocinó el menú electoral. Los preparativos fueron un infierno de realpolitik: reconciliaciones impensadas, acuerdos exóticos y alianzas contranatura llenaron las listas con los nombres que se disputarán el destino del país.
Las contorsiones de los dirigentes para entrar en un casillero electoral es un ejercicio universal que en el ambiente se conoce como «rosca», y es la comidilla con la que se llenan páginas escritas y horas de radio y TeVé. La disputa de espacios en la grilla es a cara de perro, como corresponde a gente que se juega su futuro. Y no sólo su propio futuro económico -como sugiere el mantra antipolítica que ve en todos los candidatos a un «planero vip»-, sino el puesto que cada uno ocupará en la batalla por imponer sus ideas. Las propias y las del colectivo que representa.
O sea: un político que no se ocupa y preocupa por llevar a cabo de modo eficaz su propia disputa por el poder es un mal político, por cual será incapaz de llevar a cabo las ideas que dice sostener.
Con tanto en juego, es natural que la lucha sea despiadada y cruel. Y que deje un tendal de heridos, como bien lo saben los radicales que se creían escalando hacia la vicepresidencia de Mauricio Macri y se desayunaron con que el puesto será para Miguel Ángel Pichetto. Con la incorporación de un peronista ortodoxo, el gobierno intentó un tiro a tres bandas: agradar al Círculo Rojo -que se muestra complacido-, ampliar la coalición gobernante -como pedía la UCR, aunque a su favor- y empardar la movida con la que antes sorprendió Cristina Fernández al nombrar a Alberto Fernández al frente de la fórmula presidencial.
Como Macri, el gesto de Cristina provocó efectos múltiples: consolidó al Frente de Todos como principal espacio opositor, vació la “tercera vía” -lo que derivó en la estratégica incorporación de Sergio Massa a la alianza-, y galvanizó el concepto de “Unidad hasta que duela” con la que el kirchnerismo se propuso perforar el insuficiente techo electoral de la tropa propia, pura y dura.
La estrategia del PJ-K quedó clara cuando Cristina nombró a Alberto F. como candidato a presidente: moderar el discurso y la puesta en escena para seducir a quienes en las encuestas decían que a la ex presidenta «no la votarían nunca», a pesar del desastre económico provocado por el gobierno PRO.
En ese aspecto, la estrategia parece exitosa. Una encuesta de Poliarquía, difundida el pasado viernes 21, mostró que Cristina Kirchner tiene el pico más alto de imagen positiva desde que dejó el Ejecutivo en 2015. Según el sondeo, Cristina alcanzó los 40 puntos de imagen positiva, casi 20 más que los que tenía para las elecciones de 2017, cuando salió segunda en la elección por la senaduría bonaerense. La ex presidenta, sin embargo, conserva un alto porcentaje de imagen negativa -con 47 puntos-, y tiene 13 puntos de «imagen regular».
¿La caída del rechazo -y el ascenso de la imagen positiva- escalará hasta alcanzar el 50% de los votos que se necesitan para ganar un balotaje? Nadie lo sabe. Por eso en el Instituto Patria apuestan todo a ganar en primera vuelta, donde la cosecha de votos que se requieren para ganar es menor a la de un balotaje: se necesita superar el 40 por ciento de los votos válidos y sacar una luz de diez puntos de diferencia con el segundo para triunfar en primera vuelta. Una aspiración viable para la fórmula Fernández-Fernández, según las encuestas.
Por esas mismas razones, aunque con objetivos opuestos, el gobierno también fijó sus cañones en la primera vuelta. Pero más que intentar sumar votos para ganar en esa instancia, el oficialismo busca evitar que le resten votos, y al mismo tiempo restarlos al Frente de Todos.
En eso trabaja Pichetto, a quien el macrismo contrató para que opere como ariete en el peronismo. El senador ya cosechó algunos éxitos.
El más notorio fue el pase de Albert Assef, un viejo mercader de la política que al filo del cierre de listas se anotó como candidato del «cambio» en la provincia de Buenos Aires y dejó cerca de la inanición a José Luis Espert. La intención obvia: evitar la candidatura del economista de derecha, que le come votos al oficialismo.
Otra misión del ex líder parlamentario del peronismo es lograr gobernadores que “levanten el pie” de la campaña en favor de la fórmula Fernández-Fernández. En el mejor de los casos, esa distancia se traducirá en listas cortas -como ocurrirá en Córdoba y Misiones-, pero en otros, la maniobra se hará de modo más sutil, como el delivery de sobres con boletas “cortadas”.
Aún con una gestión exitosa, es cierto, la incidencia de esas picardías es marginal. Pero en una elección tan ajustada como la que se prevé, todos los votos suman. O restan, según el caso. Eso explica por qué los contendientes principales trabajan para consolidar la polarización en las PASO, cuando el voto suele ser más “libre” y puede volar hacia terceras y cuartas opciones, como la derecha de Espert -si sigue en carrera- o la izquierda del FIT, que por primera vez en su historia competirá en unidad.
Distinto es el caso de Roberto Lavagna, a quien las encuestas ubican como tercero en discordia. La participación del ex ministro de Economía -secundado por el gobernador de Salta, Juan Urtubey- incomoda al oficialismo y al PJ-K, tanto en la nación como en la estratégica provincia de Buenos Aires.
La postulación de Lavagna, está claro, mortifica a Macri porque ambos aspiran al mismo mercado electoral: el voto que se mantiene reactivo al kirchnerismo. Pero también puede complicar los planes del PJ-K de ganar en primera vuelta, ya que Lavagna recibiría sufragios de votantes decepcionados con la experiencia PRO. Sin embargo, en las elucubraciones de laboratorio, la ecuación aparece más desfavorable para el oficialismo en el plano nacional.
En provincia de Buenos Aires, en cambio, la oferta de la “tercera vía” puede ser funcional a la reelección de María Eugenia Vidal. La clave está en la postulación de Graciela Camaño como primera candidata a diputada nacional. De cuño peronista, y con el respaldo económico y político que responden a su marido -el sindicalista Luis Barrionuevo-, Camaño apuntará a cosechar votos peronistas, lo mismo que buscarán las principales figuras del Frente de Todos para el distrito: Sergio Massa -primer candidato a diputado- y el candidato a gobernador, Axel Kicillof.
En territorio bonaerense todo se se define en una sola ronda, sin balotaje. La dispersión del voto peronista es, precisamente, lo que necesita la gobernadora Vidal para aspirar con chances a su reelección. La candidatura de Camaño, más que apuntalar la improbable carrera presidencial de Lavagna, cubre las necesidades de la gobernadora.
Distinta podría haber sido la historia si la candidatura quedaba en manos de Margarita Stolbizer, como se había barajado antes de que implosionara Alternativa Federal. En ese caso, la ex diputada podría haber acaparado una porción del voto antikirchnerista al que aspira Vidal, potenciando las chances de Kicillof. Pero un inexplicado pase de último momento bajó a Stolbizer, entronizó a Camaño y llevó alivio a la gobernadora. Delicias de un menú electoral cocinado al calor de una rosca infernal.