El eterno retorno de alguien que nunca se fue

Eduardo Duhalde dijo decenas de veces que se retiraba de la política, que le dejaba el lugar a los más jóvenes, y lo único que nos dejó fue a su yerno como diputado. Los que lo conocen bien allá en Lomas, desde los tiempos de su concejalía, donde le llaman cariñosamente el Negro, jamás han creído en sus retiros.

Las malas lenguas cuentan que cuando participó en forma solapada del pustch sobre el intendente Pablo Turner en los ‘70, conjuntamente con la Triple A, para luego él ser intendente interino, también planteaba que no podía seguir siendo concejal, menos en un ambiente tan violento, etcétera. Nada nuevo hay en esta forma particular de ¿hacer política? que tiene el caudillo de Lomas de Zamora.

Nada es casualidad. Desde aquella época, siempre queda pegado a las cuestiones más oscuras de la política, si así se le puede llamar. Siempre hay un manto de sospecha sobre su accionar. Su secretario Bujía y la droga, su firma en los decretos más polémicos cada vez que ocupaba la presidencia en la época de Menem (el nombramiento de Ibrahim al frente de al aduana cuando el hombre no hablaba ni un comino de español, solo para que pasaran las valijas de Amira Yoma; el decreto de la privatización de Aerolíneas Argentinas). La gestión en la provincia de Buenos Aires casi funde el centenario Banco Provincia, todo por licuar la deuda multimillonaria de su amigo y cajero Gualtieri. Ni hablar de la gigantesca fábrica clientelar que construyó y anestesió a los sectores más necesitados, época del gerenciamiento y desmovilización de la política que generó a los famosos barones del conurbano, especie de movilizadores de gente en micros para el bien y para el mal.

Después de unos cuantos amagues de renuncia y algún tiempo en cuarteles de invierno, Duhalde vuelve casi en forma triunfal, como si no hubiera pasado nada, a hacer lo que mejor sabe hacer: conspirar más o menos disimuladamente, dando conferencias con su sello de goma (el Movimiento Productivo Argentino), al que periódicamente acude la misma claque de siempre.

La venganza como forma de hacer política parece una constante en Duhalde. Desde cuando se fue de la renovación peronista para ser el vice de Menem, porque supuestamente no le cumplieron, hasta cuando lo propuso a Kirchner como candidato a presidente, entre otras cosas porque ya no tenía con quién y para cobrarse viejas cuentas con su ex socio en la fiesta neoliberal de los ‘90.

La venganza dicen que es mala consejera, pero el hombre no se da por enterado. Será por eso que la ciudadanía no quiere que vuelva a la escena política.

Dime con quién te juntas y te diré a qué pueden aspirar. El pretendido desayuno de desembarco del duhaldismo en la ciudad de Buenos Aires debe haber dejado tranquilo y agradecido por el favor involuntario a Alberto Fernández. Junto a personajes tan oscuros y poco taquilleros como Duhalde, a lo único que pueden aspirar es a dar pelea en una Comuna. Si es que alguna vez alguien convoca esas elecciones, arrebatadas a los porteños.

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