El dilema nacional dentro de un espejo roto

Separados por dos semanas, en un presente enrarecido por hechos reales y construcciones mediáticas que rozan escenarios catastróficos, los actos de la CTA el 22 y de la CGT el 30 de abril mostraron en toda su extensión la disyuntiva que vive hoy la Argentina.

Si el seudoperonismo/pro, el radicalismo y la coalición, con la Mesa de Enlace fogoneando y acaso financiando por atrás, coinciden en querer retroceder al país hasta antes de los avances alcanzados desde 2003, no es incorrecto —como se critica— que una derrota en junio abra las puertas al caos, aunque sea también un trillado argumento de campaña.

No es cierto que oculte sus planes la oposición con capacidad de cambiar la escena en el Congreso, y que la alternativa sea este modelo o puntos suspensivos: es volver a un pasado muy conocido.

En alianza con el poder mediático, las recetas opositoras coinciden en dos puntos:

– Reemplazo de la apropiación pública de la renta agropecuaria por un stand by con el FMI, a fin de contar con los dólares necesarios para asumir los compromisos externos mediante la toma de nueva deuda, pero con condicionamientos macro, porque la crisis no debilitó esos controles imperiales. Eso es volver a los tradicionales planes de ajuste de corte liberal y reimplantar el imperativo categórico de que la propiedad privada de la tierra es única fuente de riqueza (la de ellos) genuina.

– Como consecuencia de ello, desarmar las políticas neodesarrollistas reinauguradas por el ex-presidente Kirchner para volver a una Argentina agroexportadora e importadora de bienes industriales. Hoy, por ejemplo, están los que se molestan porque la Aduana ha limitado ciertas importaciones.

Amén de la re-privatización de empresas y fondos previsionales, eso, en conjunto, es volver a los ‘90, o lo que es lo mismo, intentar detener nuevamente la historia en un país que no termina de salir de sus diversas frustraciones: gobiernos proscriptivos, dictaduras militares o fantasías primermundistas. Alguien deberá pagar la fiesta que añoran algunos influyentes sectores medios, y en un país agroexportador no hay lugar para todos.

El segundo punto, eje de la redistribución del ingreso que este gobierno encaró con suerte dispar, alineó a las dos centrales obreras con visiones enfrentadas del qué hacer.

Confusiones

En la medida en que las distintas formas de la restauración pretenden cambiar la política de generación de trabajo, también para las organizaciones gremiales hay un punto de inflexión, porque pueden fragmentarse todavía más. Un fallo de la Corte lo habilita.

Fuera de la lógica habitual de quién la tiene más larga, en el centro conviven como pueden Hugo Yasky, con una CTERA que no domina del todo y sosteniendo un apoyo crítico, y Hugo Moyano, quien en el masivo acto en la 9 de Julio también explicitó su apoyo, no incondicional, pero sí sólido y decidido a un modelo que se ha expresado en profundos cambios en las normas laborales y la recuperación de los fondos de previsión.

Fue uno de los más grandes que recuerde la historia reciente: sobresalieron las columnas de camioneros, UPCN y La Fraternidad, que ingresaron con Rodríguez y Maturano a la cabeza.

En los extremos, el rejunte Barrionuevo-Venegas anuncia un puente de encuentro con la restauración gorila que exige gremialistas sometidos al sánguche; y del otro lado, ATE (el primer sindicato de empleados estatales creado en los ‘50, del que Perón fuera afiliado Nº 1) apuesta ciegamente a lo mismo, pero por izquierda y con lenguaje aggiornado.

Hay un infantilismo irrecuperable en el planteo de “que los trabajadores, generadores de la riqueza, no sean quienes carguen sobre sus espaldas las consecuencias de una crisis que no han generado”, reciclando la antiquísima consigna del PC nativo.

¿A qué crisis se refieren? ¿La de Wall Street? ¿A quién se le puede ocurrir que este gobierno, buscando su autoinmolación, maniobra arteramente para que los costos sean pagados por los trabajadores? ¿Hay rebajas salariales, o hiperinflación con congelamiento de salarios?

Más confusiones

Con los gordos adentro, Moyano parece manejar con mayor soltura la CGT que la dupla Yasky-De Gennaro en la CTA.

En una época donde la contingencia promueve la liquidación de la realidad y las palabras no se han recuperado totalmente del travestismo neoliberal, la Constituyente Social bien puede convertirse en Destituyente Social. De Gennaro afirma compartir ideología con Buzzi; la Federación Agraria (hasta que el Estado le cortó el chorro de las cartas de porte) parece haber financiado la campaña de Proyecto Sur: y todos —proponiéndoselo o lo contrario— marchan detrás de Hugo Biolcati.

No se sostiene un rumbo con palabras altisonantes, conceptos extremos y voces que resuenan en un pasado épico. Como ya se dijo, toda esa pompa discursiva se estrelló cuando el diputado Lozano votó a favor de la vanguardia sojera en el Congreso. E insisten con lo mismo, sin entender que son otros los que se benefician.

De Gennaro no aprendió nada de su paso juvenil por lo que quedaba de la “alternativa independiente”. La sigue ejerciendo, peligrosamente, porque cambió la Argentina, y en un escenario de debilidad, es tirar margaritas a los chanchos.

Reducir las brechas

La dispersión en las escalas de ingresos; la escasa afiliación sindical, que no supera un cuarto de la masa asalariada; un 40% de empleados precarizados que carecen de sindicato; una desocupación de entre el 8 y el 15% según se tome el total de los argentinos en edad de trabajar o sólo el segmento que no abandonó la búsqueda; y la certeza de que todavía el empleo no es condición suficiente como para salir de la pobreza, parecen indicar que muchos de los que dependen de un sueldo elegirán de acuerdo a otras variables del escenario, aquellas relacionadas con los velos impuestos por los medios de comunicación. La Argentina no es tan pobre como injusta y hay que lidiar con grupos concentrados que no entregan posiciones.

Entre octubre-diciembre de 2001 y julio 2006, el sector privado registrado había incrementado sus ingresos un 107% mientras que el no registrado trepaba un 45 por ciento, según cifras del Indec, situación que llevó a una ampliación de la brecha existente antes de la devaluación. En 2001, el percentil mas rico de la población ganaba 32 veces lo que el más pobre; luego de subir a 36, en la actualidad esa distancia se redujo a 28 veces, pero no da señales de seguir acercándose a las marcas, no ya de la Argentina paradisíaca del período 47-54 sino a las de los primeros ‘70. Los rebeldes automotrices de SITRAC-SITRAM en la etapa 1966-1969 eran los obreros mejor pagos del país y de toda América Latina.

Al contrario, ahora los grandes sectores excluidos no se sublevan por efecto del funcionamiento implacable de los dos grandes disciplinadores sociales: la industria cultural y los paraísos químicos. En este sentido, los actores de tal violencia (niños y adolescentes que ahora se busca penalizar) son a la vez los seres más estragados y los más lúcidos de una guerra perdida de antemano.

La nueva división del trabajo

Desde aquellas rebeliones cordobesas, la mayoría de las autopartistas se mudaron a Brasil y se esfumó la innovación tecnológica con base en esa provincia. La reactivación de la fábrica de aviones camino a La Calera es un primer paso para revertir esta carencia.

Los automóviles más argentinos tienen solo un 25% de partes fabricadas en el país. El resto se importa, y ese es el límite del Mercosur, donde las cosas no andan tan bien.

Brasil se aleja junto con Rusia, India y China, pero a la vez las automotrices multinacionales (que tienen sucursales en Brasil) se hunden arrastradas por el tembladeral financiero.

Es cierto que la Fiat de Turín, en un golpe de mano de significación geopolítica, se hizo con la Chrysler, pero ésta es una empresa tan en bancarrota como la GM, a la que Washington mantiene, como los restos de Walt Disney, en estado de hibernación criogénica luego de que sus directivos solicitaran que el Estado se apropie del 90% de las acciones para enmascarar la quiebra. Debe hacerlo porque, de otro modo, la Bolsa de Nueva York volvería a derrumbarse por enésima vez, y al inestable panorama norteamericano, además de frecuentes matanzas escolares, se agregaría el suicidio masivo de inversores.

La madre del borrego

En el peronismo originario, la acción se desplegaba en las grandes unidades trabajo-intensivas. En la sociedad fragmentada, una conformación innombrada por su heterogeneidad, partes indiferenciadas de una sociedad global sin brújula, donde se puede estar adentro o afuera por el azar, los trabajadores organizados somos una minoría flotante.

Y el gobierno, aunque lo ha expresado en el discurso, no ha dado respuesta a esa realidad de espejo roto. Para muestra, su desteñido papel en la ciudad de Buenos Aires.

El dilema es si existe espacio para una opción a este modelo que no sea una vuelta a lo de siempre, con el costo que ello tendría. Porque la desindustrialización que plantea la oposición, con el apoyo de la actual conducción de la UIA y parte de los grupos económicos, en el mejor de los casos sólo se podría sostener con un plan masivo de beneficencia, y en el peor, con represión. Pero en cualquier caso, retrocediendo.

Por otro lado, algunos creen que ratificar este rumbo puede dar aire al letárgico PJ, a su poder territorial y a cualquiera de sus protagonistas futuros, llámense Scioli o Reutemann, poniendo un signo de interrogación sobre la ulterior sustentabilidad del propio modelo.

Otra instancia, superadora, que no sea vuelta a lo mismo y a la vez profundice en la misma dirección, carece por el momento de sujeto de cambio. Este vacío explica el recueste de Kirchner sobre el PJ y también su limitación: no llorar como mina lo que no se supo defender como mujer.

El peronismo tiene una capacidad innata para volver traidor su protagonismo pasado, y la militancia actual debería calibrar si es posible y necesario rodear y fortalecer a alguno de estos candidatos con un proyecto que implique un despegue de la mentalidad de la dependencia en lugar del Eterno Retorno.

En términos del 2011, ambos comparten un mismo laconismo spenceriano, de tábula rasa, y también ejercen, en sus propios rostros demudados, la decadencia de las clases políticas argentinas, contrastando nítidamente con la capacidad de Néstor Kirchner para explicar con sencillez su política, o con la solvencia de Cristina Fernández.

No aparecen, por el momento, dirigentes que en lugar de seguir cayendo por el tobogán, apuesten por más y mejor.

Pero estamos en 2009, y el grueso de este dilema se resolverá en junio.

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