El violento cruce entre el jefe de Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero, y el presidente venezolano Hugo Chávez, el sábado 10 en el cierre de la Cumbre Iberoamericana en Santiago de Chile, puso en escena, de modo un tanto sórdido, el de América Latina en el mundo actual.
La Cumbre transcurría con cierta placidez, con un consenso fuerte por revitalizar el Estado como promotor de políticas sociales activas para lograr una mayor cohesión y equidad social en Latinoamérica, la región que registra la mayor brecha de ingresos entre ricos y pobres.
Hasta Álvaro Uribe, el conservador mandatario colombiano, resaltaba la necesidad de promover la responsabilidad social de las inversiones.
El crecimiento económico sostenido de los últimos años y la acumulación de reservas en las arcas estatales generaron un contexto favorable para implementar programas de desarrollo social.
El gobierno de Zapatero llegó a la capital chilena con un amplio abanico de propuestas de apoyo: un fuerte incremento en el presupuesto español de ayuda al desarrollo, destinado en una porción sustantiva a la región, unos 1.500 millones de dólares para ampliar la infraestructura de agua potable y saneamiento cloacal en los próximos años, la disposición a firmar el sistema previsional integrado que permite a los migrantes revalidar sus aportes jubilatorios en cualquier país iberoamericano.
El contundente triunfo electoral de Cristina Kirchner en Argentina, que auspicia una cercanía muy estrecha con su colega chilena Michelle Bachelet, así como la inesperada victoria de Álvaro Colom en Guatemala, habían agregado en las últimas semanas poder de fuego a la política de reformulación del rol del Estado dentro de los cánones de una institucionalidad democrática tradicional.
La voz de Chávez emergió sin embargo desde un comienzo planteando sus dudas sobre el modelo en debate. «También puede estar cohesionado el camino al infierno», dijo apenas arribado a Santiago. Su colega Evo Morales se pronunció por una estatización de los servicios públicos. El presidente nicaragüense Daniel Ortega invitó a sus colegas a abandonar la OEA -que tiene por miembro también a Estados Unidos, en tanto que excluye a Cuba-, para constituir una
organización de Estados iberoamericanos.
Pero la multiplicación de gobiernos de centroizquierda cada vez más pragmáticos en la región parecía desplazar lentamente al presidente venezolano hacia las márgenes de la corriente principal.
Evo Morales se muestra fluctuante en sus posiciones y el jefe de Estado ecuatoriano, Rafael Correa, se mantiene muy cauteloso en sus relaciones con todos los demás países de la región.
«Hasta Carlos Marx era europeo», dijo Zapatero, tratando de desarmar la crítica de Morales a la historia colonialista de las potencias de Europa y en particular España en Latinoamérica.
Y agregó, dirigiéndose al presidente boliviano, que estaba pocos asientos a su derecha, que dudaba de que fuera una buena idea estatizar los servicios públicos. Que la competencia podía ser buena, como cuando competían las ambulancias españolas con los médicos de otros países (léase cubanos) para llevar salud a las comunidades aborígenes bolivianas. Y se ganó una sonrisa de Evo asintiendo.
En ese contexto Chávez, aliado a Ortega y exhibiendo siempre su sociedad política con Fidel Castro, volvió a poner en juego su sorprendente capacidad de protagonismo en el escenario latinoamericano.
Obligando a Zapatero a enfrentarlo para frenar sus acusaciones de «fascista» y «golpista» contra su predecesor Aznar y a Juan Carlos I a salirse de sus casillas reales con el «¨por qué no te callas?» que recorrió el mundo, llevó a las primeras planas su disenso, a pesar de suscribir, casi en al mismo tiempo, la Declaración de Santiago sobre la necesidad de avanzar hacia una mayor cohesión social.
Ningún mandatario latinomaericano salió en ese momento a defender a los españoles, constató azorada una periodista madrileña. Sólo Bachelet intentó, infructuosamente, regular el debate en la escandalosa sesión de clausura de la Cumbre. Ortega la criticó por limitarle su tiempo de réplica y no sólo se explayó todo lo que quiso, sino que le cedió un minuto a Chávez para que volviera a la
carga.
Y hoy salió Fidel desde La Habana a respaldar la postura de los «revolucionarios y valientes» Chávez, Morales y Ortega, especialmente sus críticas hacia Europa y la «izquierda tradicional».
Zapatero quedó en medio de fuego cruzado, al acusarlo el líder de la oposición Mariano Rajoy de estar «dilapidado la influencia y el presitigio de España» por cultivar «amistades peligrosas».
El amplio bloque de gobiernos que intenta renegociar el lugar de la región en el mundo ya sea por vía propia, como Brasil, o aceptando una alianza estratégica con España, como Argentina, Chile, Colombia y México, evidenció no tener aún un discurso político cohesionado capaz de hacer frente a los desplantes de Chávez.
El mandatario venezolano logra así un efecto amplificado de su acción de bloqueo de esta alianza en favor del despliegue de la consigna de un desarrollo autónomo latinoamericano, también en su caso, con el sostén de la bonanza económica. El Banco del Sur, la propuesta de integrar las petroleras de la región que le lanzó a Lula, forman parte de este proyecto alternativo.
España, que busca potenciar su propio papel en el mundo y dentro de la UE como articulador de América Latina hacia Europa e incluso con Asia -aunque los países de la costa del Pacífico conocen otro camino, vía APEC-, tiene múltiples puentes tendidos por la gestión de Zapatero. Pero está exponiéndose a pagar un peaje caro en el plano político.