El dólar sube luego del segundo debate presidencial. Pero el debate volvió a mostrar un formato más bien aburrido, afín a la mediocridad y sin el condimento de un partido de ida y vuelta. Cada uno habla de lo suyo, y a los suyos sobre todo. El debate enaltece la profesión de fe de los propios. El mensaje corporiza el en vos confío del spot de Roberto Lavagna. En vos confío, cada candidato a su gente. Y nosotros confiamos en ellos. O en nadie.
Seis personalidades, seis figuras que corporizan de alguna forma la variedad política de la Argentina. Dos candidatos del centro hacia la izquierda. Cuatro candidatos, del centro a la derecha, y más allá. Perfectamente, se podría acudir a la analogía de seis parroquianos en torno de una mesa de un bar cualquiera. El peronista, el radical, el zurdo. El que dice que con los milicos vivíamos mejor y el derechista que pregona que no se puede gastar más que lo que se puede, así dejemos de comer. Y otro hombre moderado, que busca mediar y termina no convenciendo a nadie.
Nicolás del Caño fue tal vez el más punzante, una especie de esgrimista que atacó fuertemente el gobierno de Macri y le enrostró sus modos poco republicanos. Represión a las marchas contra la reforma previsional y un acuerdo con el FMI no aprobado por el Congreso. Criticó también a la justicia barrilete del país, proponiendo elección directa de magistrados y juicios por jurados. También criticó a la burocracia sindical. A los candidatos de derecha prácticamente los ignoró, pertenecientes a perfiles más bien retrógrados en la figura de Gómez Centurión o de un liberalismo extremo que se viste de nuevo o innovador con dificultad, en la figura de José Luis Espert. Con Lavagna, nadie se metió prácticamente ni en el anterior debate ni en éste. No recibió ni emitió ninguna chicana el ex ministro de Economía. A Alberto Fernández, Nicolás Del Caño le criticó más bien su perfil frentista de aliarse con Sergio Massa, criticando algunas de sus declaraciones.
Gómez Centurión fue el que peor se adaptó a los tiempos, fue evidente y hasta volvió a repetir su mal manejo del mismo incluso teniendo encima la experiencia del anterior debate. En un segmento de dos minutos le sobró casi un minuto de tiempo. Y en los de treinta segundos, le faltó casi siempre. Rodea de excesivos preámbulos solemnes sus argumentaciones de nacionalismo económico y posturas represivas en materia de derechos humanos y seguridad.
Algo parecido le pasó a Roberto Lavagna, el candidato de Consenso Federal respecto a los tiempos. En cada temática, una introducción demasiado larga antes de ir al grano. Fue el fiel representante del manual de corrección política, expresó críticas sin agresiones. Demasiado correcto, serio, académico, muestra indudable capacidad en la lectura de los diferentes temas y buscando poner paños fríos en momentos en que la Argentina arde en una situación económica y política en ebullición, a una semana de las elecciones generales. Demasiado centrado en el país de la polarización, dejó algunas definiciones interesantes como plantear que los distintos conurbanos son la antítesis del federalismo. No propuso el traslado de la capital a Viedma, sino el desarrollo federal del país con estímulos económicos para las provincias. Gobernar es poblar las provincias, casi el lema alberdiano. Desconcentrar los conurbanos, carentes de infraestructura y en condiciones de sanidad preocupantes.
Casi que sorprendió a este cronista José Luis Espert cuando habló de la superpoblación y hacinamiento en las cárceles. Volvió a su cauce cuando planteó construir más cárceles y más tribunales y más presos terminando con las puertas giratorias, crítica tradicional de las posturas punitivistas. Asombrosamente, casi que coincidió con planteos clásicos de la izquierda en defender la democracia sindical, procurando evitar que se eternicen en sus cargos los dirigentes enriquecidos. Sus ataques al sindicalismo encubren por supuesto el cuestionamiento de derechos del trabajador muy arraigados: propuso reemplazar la indemnización por despido por un subsidio a los desocupados. Planteó terminar con la coparticipación, y que las provincias gastaran lo que pudieran recaudar, a excepción de los rubros salud y educación.
La coparticipación debe automatizarse, planteó el presidente Mauricio Macri, exponiendo la necesidad de que esos montos para las distintas provincias no sean otorgados discrecionalmente por la voluntad política del gobierno de turno. Habló de un nosotros y un ellos, ahondando en la figura de la grieta y señalando a Alberto Fernández como principal contrincante. El nosotros de Macri se dibuja en el escudo de la libertad y la república, contra los otros, los que la avasallan, los que no consideran a Venezuela una dictadura. Un intento de llevar la discusión a los valores morales porque de los valores económicos la crisis no le deja a qué referirse. Kilómetros recorridos junto a gobernadores en señal de federalismo.
Admite el Presidente la crisis, y apuesta a un registro incomprobable como los brotes verdes y el crecimiento invisible: creamos un millón de puestos de trabajo informales. Pero curiosamente la informalidad no fue muy bien tratada durante su gestión, si pasamos revista al trato que recibieron los manteros; trapitos y otros changarines que encarnan la informalidad de una forma u otra. No logró, al parecer de este cronista, constituir un acontecimiento significativo con sus intervenciones que le permitiera remontar la desventaja electoral que se cristalizara en los resultados de las PASO. Síganme los demócratas, los republicanos. Síganme los buenos, casi emulando al Chapulín Colorado. Apelando a los suyos o a que se conmuevan algunos sectores víctimas del modelo económico por los valores abstractos de la democracia y la república. Macri casi que se quedó encorsetado en su tercio del electorado, ubicado de un lado de la grieta donde da la sensación de que no hay la gente suficiente como para ganar.
Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí resucitando, recitó en el cierre a María Elena Walsh Alberto Fernández. Contestó a los cuestionamientos sobre la corrupción kirchnerista diciendo que podía dar clases de decencia y contando con la ventaja indudable de haber dejado la gestión en el 2009. Un Presidente con veinticuatro gobernadores, su concepción del federalismo, sin explicar cómo se hace pero trayendo una sensación de cofradía y equipo. La informalidad invisible que creó el macrismo la comparó con un joven monotributista repartiendo pizza en bicicleta, una imagen vívida cotidiana.
Se apuesta a identificar con los tiempos inaugurales del kirchnerismo, cuando se pudo de alguna manera reconstruir la situación ruinosa herencia de la crisis devastadora del 2001. Se busca asemejar 2001 y 2019. Crisis social y emergencia alimentaria.
Lo más significativo tal vez, fue que apostó en su discurso de cierre a terminar con la grieta y poder juntar de alguna forma a todos. Volviendo a la anterior idea, síganme los buenos y también los malos, o los más o menos. O mejor, la idea de que no hay buenos o malos, héroes y villanos. Apostar a una convocatoria o concertación plural, pacto social o como quiera llamarse. Pareció casi un Presidente, pensando nada menos que el día después de la grieta.