El debate sobre la deuda: “La chancha y los veinte”

Por Teodoro Boot, especial para Causa Popular.- La polémica nacional por la deuda externa y el posible desendeudamiento de la Argentina ha entrado de lleno a Causa Popular. Tras la publicación durante la semana pasada de “El desendeudamiento con el FMI no es un proyecto de recuperación nacional en si mismo”, varios lectores han hecho llegar sus comentarios. En esta oportunidad, nuestro columnista Teodoro Boot ha elegido responderle al lector Luis Lafferriere que considera que Boot cae “en un grueso error, a partir de un planteo posibilista de que no se puede hacer otra cosa, ante el poder enorme e incuestionable del Fondo. Una actitud más firme de la Argentina no llevaría al abismo o al Apocalipsis”. A continuación la respuesta, quizás el reflejo de un debate fundamental para el futuro del país.

Es extraño. Tan extraño que uno se siente obligado a preguntar, como el italiano: “¿Y eso dónde lo encontraste escrito?” Dicho de otra forma: ¿con quién discute nuestro lector? ¿ Por qué ese hábito -demasiado extendido, por desgracia- de atribuir a los demás razonamientos, intenciones y hasta palabras que no han expresado? ¿Por qué supone el lector que yo pienso que no es posible hacer otra cosa?

Siempre, en prácticamente todas las esferas y momentos de la vida, existen distintas alternativas. La elección de la más adecuada depende del análisis de diferentes factores, pero es ad referéndum de los resultados, sobre los que además acabarán incidiendo variables que, por pe o por pa, no estaba en nuestro poder contemplar.

A esta incapacidad humana de calcular todas las variables que pueden llegar a incidir en un acontecimiento determinado solemos llamarla “azar”, y es el karma de los meteorólogos: sólo pueden pronosticar “al bulto”. Pero esta imposibilidad esencial no es privativa de la meteorología: se extiende a las demás ciencias, y muy particularmente a las que tratan de asuntos humanos. Esto constituye el límite de las discusiones hipotéticas, más allá del cual pasan a la categoría de onanismo.

No debe olvidarse además que -en palabras de un viejo líder latinoamericano- “el mejor modo de oponerse a un camino es proponer otro”. La consecuencia inevitable es que finalmente no se construirá ninguno, ya que nos enredaríamos en una interminable discusión acerca de cuál es mejor. Y el mejor es siempre el que puede hacerse, por las razones que fueren.

Existe cierto consenso -al menos así se explicita- en que nuestro país debe reducir su nivel de endeudamiento externo, para lo cual -y en esto ya no parece haber unanimidad- no es sensato seguir las “recomendaciones” recesivas del FMI, pues en vez de reducir, elevarían el endeudamiento.

Las formas de reducir las deudas son dos, que no se excluyen entre sí:

– 1. negociando una quita en el monto total (no existe nada que pueda llamarse “quita unilateral”, ya que para serlo, una quita requiere ser de alguna manera aceptada, aun a disgusto, por la contraparte).

– 2. cancelando los distintos vencimientos de esa deuda, lo que quiere decir “pagar”.

De mirar hacia atrás, veremos que en este punto se planteó una primer división de aguas entre quienes sostenían la inviabilidad de una quita y quienes la creían posible, tras lo que vino una segunda división de aguas: ¿qué reducir? ¿la deuda con los acreedores privados? ¿con los organismos multilaterales? ¿las dos?

Un cierto sentido de la justicia induciría a pensar que, en virtud de su responsabilidad en el endeudamiento, el FMI merecía más que nadie sufrir esa quita, pero esto no es cuestión de justicia sino de interés, para el caso, de interés nacional. Y estando el FMI dirigido por los países más poderosos, que operan de consuno, la lógica indica la conveniencia de presionar a aquellos que, por su grado de inorganicidad y dispersión, son más débiles al momento de negociar.

Dicho sea de paso, resulta curioso que quienes sostenían la tesis opuesta, la de la “justicia” en la quita, fueran los mismos que, como el señor López Murphy, antes habían sostenido la inviabilidad de cualquier quita. Es el cuento del camino.

Y como las aclaraciones nunca están de más, aunque aburren, “negociación” no es una mala palabra, sino la inevitable transacción que se realiza de acuerdo a la relación de fuerzas existente en un momento dado de un conflicto. Hasta las guerras más sangrientas acaban en una negociación, ya que su única alternativa sería el exterminio.

Va de suyo que siendo materialmente imposible, ni con la ayuda de Dios, el diablo o Al Qaeda, exterminar a todos los acreedores privados, al FMI, al Banco Mundial, al Interamericano de Desarrollo y al conjunto de los accionistas de esos organismos, entre los que podríamos mencionar a Estados Unidos, Francia, Alemania, España, Gran Bretaña, etcétera, etcétera, debemos, por fuerza, resignarnos a la idea de negociar.

Pero si una guerra acaba, la negociación, no: una nueva correlación de fuerzas altera la naturaleza del conflicto anterior, desencadena un nuevo y en consecuencia se hace necesaria una nueva negociación. Casas más, casas menos, igualito que Trotsky.

Hecha una primera quita y negociación con los acreedores privados -que, para no entrar en el mundo de la ucronía, convengamos en catalogar como “importante”- queda pendiente si proponer o no una quita a la deuda con los organismos multilaterales, particularmente el FMI.

Lo que no se puede es proponer seriamente, ante cada vencimiento, la refinanciación del capital o de los intereses pues en tal caso las “recomendaciones” recesivas se convertirían en “directivas” o “exigencias”, que es en realidad de lo que trataba la nota que el lector critica, después de leer entre líneas lo que le cantaron los cataplines.

Pero aun en el caso de existir la posibilidad de refinanciar los vencimientos sin seguir las “recomendaciones” del Fondo, esa posibilidad dependería de que el interés del Fondo por refinanciar fuera mayor que el que tenga nuestro país. Y ocurre que para arribar a ese punto en situación de fuerza, hay que llegar con los bolsillos llenos de plata, que es justamente lo que está haciendo, y se le critica, al ministro de Economía. Desde luego, eso tiene costos y consecuencias sociales, asunto del que también trataba la nota de marras.

Existe la alternativa -como bien dice el lector Lafferriere-de declararse en default con el Fondo y/o establecer una quita, pero se equivoca al creer que esa es una alternativa a la actual estrategia gubernamental. Se trata, por el contrario, de una de las alternativas de esa estrategia.
Vayamos a un ejemplo. Pongamos por acaso que usted transita lo más campante llevando en la cintura un Smith & Wesson .38, cuando de golpe topa con uno que lo quiere trompear.

Usted tiene la alternativa de sacar el revolver, pero mejor que tenga balas, que esté decidido a tirar, que acierte y que consiga salir impune, porque en caso contrario, además de que le van a romper la cara, pasará mucha vergüenza. Las variables y factores concurrentes son tantos que es imposible preverlos en su totalidad. Puede darse que una vecina esté espiando por los visillos, que lo reconozca y lo denuncie a la policía, con lo cual usted acabaría perdiendo más que lo que ganó.

Resulta prudente, en cambio, que conservando el arma en la cintura, intente unas fintas y tire algunos jabs. Usted está más tranquilo que el rival, porque cuenta con el Smith Wesson, por las dudas, de manera que tal vez le pueda ir bien en la pelea. Y si lo están noqueando…, bueno, tiene el revólver como último recurso. En otras palabras, el revólver no sería una opción a la pelea a trompadas, sino una alternativa de la pelea a trompadas.

Una negociación es exactamente una pelea a trompadas, o una partida de naipes: conviene llegar a ella con la mayor cantidad de alternativas posibles o conservando las mejores barajas. En ese sentido la estrategia gubernamental respecto a la deuda es adecuada -¿quién puede saber si es la mejor?- en tanto nuestro país sigue teniendo todas las cartas en la mano: si hay exigencias para refinanciar, hay con qué cancelar capital e intereses.

Si el costo en términos económicos y sociales es excesivo, se puede proponer una quita y, llegado el caso, ahí está la opción del default en la cintura. Capaz que en algún momento convenga mostrar la empuñadura, si sirve de disuasivo. Pero jamás de los jamases debe uno apelar en primer lugar al último recurso: si ése falla, a uno ya no le queda nada.

¿Es esta la mejor estrategia? Es la que hay, lo que la hace mejor que cualquier hipótesis especulativa. No importa si aquel otro camino podría habernos llevado más rápido, en especial si para hacerse requiere de la concurrencia de varios factores fuera de nuestro control. Importa el rumbo, y así, al bulto, como los pronósticos de los meteorólogos.

Pero voy a seguir abusando de la carta del señor Lafferriere. Dice:

“Somos fuertemente excedentarios en capitales, en alimentos, en energía, y el FMI tendría muy pocas posibilidades de aislar a la Argentina. Pero un rumbo como ese significaría que además exista un proyecto nacional que rompa con el de concentración, saqueo y genocidio que viene desde mitad de la década del 70 y que lamentablemente continúa aún hoy. No es la intención del actual gobierno.”

Este párrafo contiene dos afirmaciones, no necesariamente derivativas. La primera, se relaciona con todas las condiciones que deberían darse para que la estrategia propuesta por el señor Lafferriere pudiera llegar a tener algún grado de viabilidad. Y admite que esas condiciones no están dadas.

¿Entonces? ¿Para qué esa incursión en el alpedismo argumentativo? ¿De qué sirve, fuera de para entorpecer lo poco, mucho o más o menos que se hace, una especulación sobre las cosas que podrían hacerse -o haberse hecho- si todo fuera -o hubiese sido- diferente a cómo realmente es?

Trascartón, una segunda afirmación que suena a consecuencia de la primera, pero que no lo es. Empecemos por aclarar que un proyecto nacional no es atributo, responsabilidad ni posibilidad de un gobierno. De ser ese el caso, no lo llamaríamos “nacional” sino “gubernamental”.

Lo máximo que puede hacer un gobierno, o un partido, o un sector social, es proponer una idea general, una visión, en el mejor de los casos “un modelo” para ese proyecto nacional ausente, que de serlo, será el resultado de una discusión y fundamentalmente de una práctica del conjunto de la nación, y que tiene un inevitable punto de partida: no puede haber dentro de la nación ningún interés sectorial, ideológico, político o regional superior al interés nacional.

Mire a su alrededor y dígame qué ve. ¿No se da cuenta de que si nuestro país tiene algún viso de existencia fue por azar de mínimas diferencias porcentuales?

Y ni superman es capaz de parar en seco el impulso de treinta años de latrocinio, saqueo y destrucción social, moral y humana. Es una cuestión de inercia, la principal fuerza de la Historia. Se origina en el “efecto bola de nieve”: una cosa lleva a la otra, y así, hasta que la bola echa a rodar. Bien sabemos que no es un fenómeno muy agradable de ver desde abajo.

Sin reducir la responsabilidad de los sectores dirigentes, un proyecto nacional es una construcción colectiva, fruto de la acción y del pensamiento, del conflicto y la negociación, de la crítica y la propuesta, pero para empezar a entendernos es preciso abandonar el deplorable hábito de discutir en términos absolutos asuntos que son relativos.

La vida no es así, blanco o negro, todo o nada, exactamente como me parece o completamente equivocado, sino que es una juxtaposición sucesiva de matices a través de los que mal o bien, con mayor o menor fortuna, uno aspira a ir arrimando el bochín a lo que le parece mejor.

“La chancha, los veinte y la máquina de hacer chorizos” es una metáfora sobre el absurdo de pretenderlo todo, no una receta para la acción.

En cuanto a “la intención del gobierno”, es un asunto un tanto alejado de mi esfera de actividades y muy por encima de mis capacidades. Mejor se lo dejo a algún parasicólogo.

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