El ciclo de la industrialización

En los últimos años se han escrito y publicado numerosos artículos, trabajos académicos y ensayos que apuntan a desarrollar una historia de la industria argentina. El objetivo de la mayoría de ellos apunta a tratar de descubrir en el proceso industrializador, claves para entender las cíclicas crisis económicas de la Argentina y el por qué de su fracaso.

La Argentina agro exportadora

El liberalismo, ideología de la burguesía europea, triunfante en el mundo en el siglo XVIII, aconsejaban a las naciones periféricas abocarse a su “vocación agrícola”, aprovechando sus “ventajas comparativas”, dejando a otros (Inglaterra sobre todo) la producción de los bienes manufacturados.

Las elites gobernantes compran esta visión del mundo y desarrollan, sobre todo a partir de 1880, una economía abierta e inserta en el mundo dentro de la “división internacional del trabajo” basada en un modelo agro exportador y condenado a ser mero proveedor de materias primas para los países centrales.
Si bien es cierto que desde la finalización de las guerras civiles hasta casi 1930, Argentina pasó de ser un país atrasado y marginal a figurar entre los primeros del mundo, el modelo funcionaba con limitaciones, que le generaban profundas y periódicas crisis. Una es la dependencia del exterior, tanto de los mercados internacionales en carne y granos como también una dependencia financiera ya que requería un continuo endeudamiento externo.

Estas dos dependencias hacían muy vulnerables a la economía argentina. Gran Bretaña, que por su propio proceso de acumulación necesitaba en su fase de expansión exportar flujos de capital hacia la periferia e iniciando allí ciclos de endeudamiento. Pero en la fase del ciclo recesivo, cuando se veía obligada a repatriar capitales, hacía subir las tasas de interés a través del Banco de Inglaterra, y dejaba a los países periféricos con una altísima deuda externa, arrastrándolos a profundas crisis, como en Argentina en 1873, 1885, 1890 y 1913.

Otra gran limitación del modelo fue la exclusión de los sectores populares, manifestado en las pésimas condiciones de vida de la mayor parte de la población. Cabe recordar aquí el informe del medico catalán Biale Masset que en 1904 recorrió el país e hizo una feroz descripción de las condiciones de vida de la clase trabajadora en el apogeo del modelo.
Las altas tasas de crecimiento y de ganancias en esos años fueron apropiadas por la elite gobernante y se impidió cualquier intento de distribución de esa riqueza.

Contrariamente a lo que hicieron otras naciones agro exportadoras como Canadá o Australia, que habían iniciado el proceso de industrialización a principios de siglo cuando ya el modelo agro exportador empezaba a mostrar signos de agotamiento, la elite gobernante en Argentina mantuvo a rajatabla el modelo agro exportador y por lo tanto impedía, por acción u omisión cualquier intento de industrialización. Solo cuando la crisis mundial del 29 puso de golpe fin al modelo se comenzó a pensar en la industria, basado en un modelo de sustitución de importaciones

El período de industrialización por sustitución de importaciones (ISI)

La crisis del 29 al restringir el comercio internacional, redujo la existencia de divisas por lo que fue necesario generar industrias que pudieran producir bienes sustitutivos a los importados. Los gobiernos conservadores comenzaron a aplicar medidas que favorecían el desarrollo de la industria.

Según datos de esa etapa, es muy intenso el desarrollo de producciones que sustituían en forma fácil importaciones de productos manufacturados, tales como textiles, metal mecánica, maquinarias, artefactos eléctricos, electrodomésticos, en general bienes de consumo final.

Toda la producción iba destinada al mercado interno, por lo que la expansión del sector tenía un techo; el crecimiento solo podría darse con el aumento vegetativo de la población.
Resulta clave destacar que la transformación del Estado en la Argentina no sólo respondió a nuestras propias necesidades económicas, sino que en todo el mundo reinaban ideas tendientes a que el Estado tuviera un rol activo en la economía.

Cabe agregar, que en esta etapa, a definirse un perfil del industrial argentino: invierten solo en los negocios seguros, es decir hacia aquellos renglones productivos que gozan de protección natural, control del mercado, y demanda abundante. Así se conforma una burguesía, que se despreocupa por los cambios tecnológicos, la innovación, el mejoramiento del producto, o por mejorar la competitividad de sus productos y su empresa.

Con al segunda guerra mundial (1939- 1945) el proceso toma mayor impulso dado las restricciones al comercio internacional. Pero es luego de 1945, con el gobierno del Gral. Perón, donde el proceso industrializador fue una política de estado.

Se crea la DINIE, un consorcio estatal que cubría amplios sectores: construcciones, industrias metalmecánica, plantas eléctricas, químicas y farmacéuticas. Fabricaciones Militares cobra una gran impulso, termina de desarrollar las fábricas que había comenzado a instalar durante la guerra y pone en marcha una serie de proyectos, en algunos casos formando empresas mixtas, en la exploración de los recursos mineros, siderurgia, química, armamento, aeronáutica, etc.

Entre las empresas creadas figuran Atanor, Somisa, industria petroquímica en Zárate y la modernización de la fábrica de aviones de Córdoba. Tal vez el caso más emblemático de la época fue SIAM. En 1948 tenía una capacidad fabril para la producción de heladeras a un ritmo de once mil unidades anuales, para alcanzar las setenta mil unidades diez años más tarde. En lo que respecta a lavarropas pasó de dos mil (2000) unidades al año a treinta y ocho mil (38000) unidades en 1958. En 1952 lanzó la producción de motonetas, que despertó una enorme demanda latente por este artículo.

Hacia 1950/52 el proceso encontró restricciones importantes y comienzan a mostrarse signos de estancamiento. El nudo del problema en aquellos años era que el país no poseía una industria básica para proveer equipos de producción e insumos a la industria local, por lo que se requería un cambio de orientación que el gobierno encaró hacia 1952: desarrollo de la industria pesada, combustibles y derivados del petróleo, químicos, maquinarias y vehículos.

El censo industrial de 1954 arroja un total de un millón de trabajadores en el sector, equivalente a un 10% por encima de lo registrado en 1946, pero la potencia instalada aumentó un 50% respecto del censo de 1946. La composición por ramas destaca algunos cambios ocurridos. Metales, vehículos y máquinas aumentó su participación en el producto fabril del 13.3% en 1946 al 20%, mientras que la actividad textil se mantuvo en los niveles previos y se nota una leve caída en alimentos, bebidas y tabacos (del 32% al 29.9% del total).

Si bien es cierto que en las décadas siguientes, a pesar de las crisis políticas periódicas, con un alternancia de gobiernos civiles y militares y donde la proscripción del peronismo hacia inviable cualquier proceso político, en el periodo 1955/ 1965 el crecimiento del PBI fue del 34%. También puede comprobarse que hubo cambios significativos en la composición, ya que sectores como química, petroquímica, automotriz, metalmecánica, adquirieron una gran protagonismo. La tendencia creciente del sector continuó en los años de la Revolución Argentina, a tasas de más del 6% anual.

Todo el período, hasta 1976, puede definirse como un proceso que resultó incompleto debido a la falta de desarrollo de algunos eslabones productivos claves, e impidió una mayor diversificación y complejización de la estructura industrial argentina, generando una dinámica cíclica, conocida bajo el nombre de stop and go (pare y arranque).

En la fase de expansión crecía sustancialmente el mercado interno, aumentando las importaciones de bienes e insumos intermedios destinados a la industria, y por ende, la necesidad de divisas. Pero aumentaba también el consumo de bienes de origen agropecuario, debido a los mayores salarios que pagaba la economía y a los niveles de mayor empleo, con lo cual se reducían los saldos exportables. Cabe acotar que durante todo ese período hubo, a nivel internacional, un aumento constante de los bienes industriales y un estancamiento de los precios de las materias primas exportables, produciendo en la economía local un proceso denominado “deterioro de los términos de intercambio”.

Este desequilibrio en la balanza de pagos traía aparejado un estrangulamiento externo que, según las teorías clásicas, “obligaba” a un ajuste recesivo que se desencadenaba vía una devaluación cambiaria. Se reducía el salario real y el consumo, los saldos exportables crecían y las cuentas externas mejoraban porque crecían las exportaciones y se reducían las importaciones. De esa manera, el ajuste recesivo permitiría alcanzar un nuevo equilibrio y el ciclo se reanudaría nuevamente.

Sin embargo podemos decir que a pesar de las marchas y contramarchas en estos ciclos económicos, siempre el crecimiento del sector industrial fue positivo durante el período.
También en lo que respecta a las condiciones de vida, resultó evidente que durante este período el crecimiento económico fue acompañado por un desarrollo social mucho más incluyente con relación a los sectores de menores recursos, por una alta participación de los asalariados en el ingreso nacional y por escasos niveles de desocupación.
Pero este proceso se cortó bruscamente en 1976, impidiendo la consolidación del modelo y la superación de las trabas estructurales.

La interrupción del ISI no sobrevino por su agotamiento o fracaso, basta recordar que entre 1964 y 1974 el crecimiento anual promedio fue del PBI fue del 5 %, mientras que la tasa promedio del PBI industrial fue del 7 %. Otro dato significativo es que mientras el porcentaje en 1960 de exportaciones de productos manufacturados fue del 3 %, en 1974 fue de un 24 % sobre el total de exportaciones.

En síntesis el modelo de industrialización (ISI), permitió grandes logros durante el período 1930/76. Entre los primeros se puede mencionar una elevada tasa de crecimiento económico, el desarrollo de una clase media y un sector obrero con altos salarios, con bajos niveles de indigencia y pobreza y con tasas de desocupación mínimas. En síntesis una sociedad homogénea e integrada.

Aceros o caramelos

Esta frase, tan poco feliz, del entonces Ministro de Economía Alfredo Martínez de Hoz, sobre que el mercado decidiría si Argentina producía aceros o caramelos, marcaba cual sería la tendencia del nuevo programa económico: la renuncia a una Argentina industrial.
El golpe militar de 1976, tenía como objetivo modificar la compleja estructura económica, política y social, generada luego de 1930 y mas concreto a partir de 1945 con la impronta que le dio el peronismo. El objetivo fue modificar en forma irreversible las bases de una Argentina industrial.

Por supuesto que esta política se basó en una feroz represión de los sectores populares a través de 30.000 desaparecidos, la mayoría de ellos, trabajadores con activa participación gremial. En el periodo 76/83 cerraron sus puertas mas de veinte mil establecimientos industriales , el PBI industrial cayó el 10 % y la ocupación en el sector disminuyó un 35%.

A partir de 1977 con la reforma del sector financiero bancario el núcleo dinámico de la economía paso a ser el sector rentístico – financiero. Los capitales internacionales ingresaron a nuestra economía en búsqueda de ganancias rápidas, aprovechando políticas de apertura irrestricta y, más adelante, la compra de los activos estatales a precios realmente irrisorios. Bajo este esquema el funcionamiento de la economía argentina -como el de otros países de la región- se encontraba fuertemente atado a la entrada de capitales y al mantenimiento de un seguro de cambio, primero fue la “tablita” de Martínez de Hoz y mas tarde la “convertibilidad” de Cavallo – Menem. La única manera de sostener el modelo era el endeudamiento externo para de conseguir las divisas necesarias.

Vale recordar que en ese período se consolida un modelo económico donde un número reducido de grupos nacionales y extranjeras y de grandes empresas multinacionales concentran toda la riqueza generada por el país, pero además concentran un poder político que les ha permitido coaccionar al poder político. Las grandes crisis de 1981, 1989, 1990, fueron “golpes de mercado” para condicionar la política en su propio beneficio: la nacionalización de la deuda privada, por parte de Cavallo en 1981, la apropiación a precios viles de las empresa públicas, durante la década del noventa, la devaluación y la pesificación asimétrica del 2002, son solo ejemplo de los dicho.

El fracaso del modelo rentístico financiero llevó al país a la crisis, casi terminal, del 2001, dejando entre sus secuelas de cerca del 50 % de la población bajo la línea de pobreza.
En los últimos años (2003 – 2010) hubo un cambio de orientación en las políticas económicas, basadas en premisas distintas al periodo anterior: el crecimiento de estuvo basado en el ahorro interno de la economía, es decir, sin necesidad de endeudarnos en el exterior.

En segundo lugar, el sector industrial, basado en el mercado interno, volvió a ser un elemento principal de las altas tasas de crecimiento del PBI. Resulta evidente que la actual coyuntura económica carga con un déficit social tremendo: entre un 20 y un 30 % de la población sigue estando bajo la línea de pobreza. Para corregir este desfasaje social hacen falta políticas activas de inclusión social, y además de tasas altas y sostenidas en el tiempo, de crecimiento económico.

Podemos afirmar que la actual de la política económica cabalga sobre un modelo de desarrollo reindustrializador y la necesidad de resolver el déficit social, aprovechando las favorables condiciones políticas de la región en particular y del mundo en general.

Por último citando a Mario Rapoppot, “muchos economistas e historiadores liberales sostienen todavía que las riquezas de la época agro exportadora fueron despilfarradas sin sentido a partir de los años 30, al promoverse la industrialización y la intervención del Estado, conduciendo así a la declinación económica del país, la inflación y la inestabilidad política que habrían imperado bajo el modelo de sustitución de importaciones, pero el análisis cuantitativo y cualitativo no les da la razón. El país fracasa ……… porque no completa su ciclo de industrialización no porque se industrializa”.

La experiencia de otros países, caso Brasil, Canadá o Australia, mostraron que el proceso era viable y que Argentina sería otra, de no haberse aplicado una política económica neoliberal que durante 25 años favoreció el sistema financiero, abrió los mercados, destruyó el mercado interno y desmanteló la industria nacional; tirando por la borda 50 años de un proceso contradictorio pero rico en experiencias individuales y colectivas.

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