El castillo

Un cuento de la real esa….

MANUEL VICENT

El Sistema es un castillo prácticamente inexpugnable, en cuyo interior habita a sus anchas la derecha de toda la vida.

La muralla de esta fortaleza es muy alta; tiene barbacanas con artillería en las almenas y está rodeada por un foso lleno de cocodrilos, de los cuales algunos son, incluso, abogados del Estado sin haber salido nunca del agua estancada.

La derecha se alimenta del Sistema por propia naturaleza y esta nutrición le llega hasta el alma después de hacer un alto en los genitales.

La derecha lo tiene todo puesto a su nombre: el Papa y la bomba atómica, la Bolsa de Nueva York y los misiles del Pentágono, el Derecho y la Justicia, el dinero y las finanzas, la patria, las fincas y sus notarios, las escrituras de propiedad en el cajón de la cómoda y la policía con todos los perros amaestrados, las cárceles para los ladrones y los pasteles al final de misa, el suelo para edificar y debajo el infierno para castigar y un poco más arriba de los rascacielos el trono del Padre Celestial.

La derecha no necesita para nada la ideología. Está unida sólo por los intereses, que algunos filósofos confunden con los valores. En cualquier caso, la corrupción se llama simplemente negocio redondo.

Entre distintas familias de la derecha muchas veces se arrancan una pierna con una dentellada de tiburón, pero tan pronto sus intereses comunes peligran, tardan media mañana en cerrarse como un puercoespín, cuyas púas son distintas según los casos: si las artimañas legales de la democracia no les bastan, siempre tienen a alguien dispuesto a sacar los tanques.

La misión histórica de la izquierda consiste en asaltar este bastión del Sistema. Antes de comenzar a escalarlo los comunistas, socialistas y socialdemócratas pueden pelearse a muerte por una sola palabra.

También la estrategia los divide: unos pretenden romper la muralla por las malas, otros quieren tomárselo con calma, otros tratan de pactar concesiones con el adversario.

Después de infinitas discusiones la izquierda comienza a trepar por el lienzo del castillo y al verla subir, algunos especialistas de la derecha ya no les lanzan aceite hirviendo desde la barbacana, sino muchas canastas llenas de billetes atadas a una cuerda como el sedal en la pesca al volantín.

Cuando en plena ascensión alguien renombrado de la izquierda pica, tiran del sedal y lo elevan hasta la almena, trincado por las agallas y con la boca abierta. Era uno que tal vez soñó un día en cambiar el mundo.

Y entonces dentro del Sistema se celebra una gran fiesta.

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