El Baile de Nina

Ella lo ignora, su marido quizá lo sospeche porque llegó a bordear un cretinismo malicioso, pero en todo caso poco importa. Ni ellos, ni Tinelli, ni nadie cercano al «producto» han medido el efecto. Pero el efecto encaja en el diseño estratégico cultural del sistema.

Un giro de Nina, el primero, reduce a todos los movimientos sociales y organizaciones del pueblo (numerosos, variados, multifacéticos y desconocidos para la mirada única de los medios) a la imagen del «piquetero». Con una pausa y dos pasos hacia el costado, Nina convierte una expresión política genuina y portentosa en una sola de las acciones que le marcaron la historia: el corte de calles. Porque es el «corte de calles» lo único que el sistema mediático hegemónico rescató del fenómeno social que inexorablemente se abatía sobre la Argentina.

¿Por qué? ¿Porqué los medios no reflejan las actividades de recuperación de tierras fiscales para vivienda de los sin techo, las negociaciones en materia de salud, la organización de comedores, bibliotecas y de unidades económicas familiares que proliferan en infinidad de rincones de los conurbanos del país?

Sencilla me sale la respuesta: porque eso es política, y para los dueños de los medios no se puede hablar de la política buena. Solo puede hablarse de la política en estado permanente de corrupción y solo se puede hacer política en el terreno de los medios. Nada de territorio, nada de barrios, nada de unidades de organización concretas. A la comunidad se la aglutina en colectivos que no las nombran en su originalidad, «la gente», » los piqueteros», «los villeros». Rara vez aparecen en cámara los dirigentes territoriales que la debacle económica forjó al rigor de la desaparición del Estado, casi nunca. Ni excepcionalmente aparecen los nombres de las organizaciones que las familias se dieron a sí mismas.

Es que ya casi no cortan calles, dejaron casi de hacer lo que hacen «los piqueteros» y entonces es como si, para los medios, hubiesen dejado de existir.

Pero la figura vacía, «los piqueteros», sigue prestando servicio de marca en el diccionario de prejuicios del sistema mediático y ahondando su lupa insidiosa en el ejemplar que es Nina. No la Nina que pudiera haber sido, sino la que es y que sirve para representar a la figura vacía, la figura de la que han sido expulsados simbólicamente todos los actos políticos de miles y miles de luchadores sociales. Por eso dice entre la candidez y la desvergüenza, que «ellos» sufrieron mucho desde Alfonsín en adelante, dejando satisfecha la barriga mediática que traga todo lo que aliente confusiones y aviesa ignorancia del pasado.

Porque la política que generó los grandes bolsones de pobreza y marginalidad en la Argentina nació del vientre de la dictadura, sus prácticas de exterminio y sus políticas económicas. Pero Nina lo ignora en acto cuando dice lo que dice.

Su marido, la versión casi masculina del signo vacío «piqueteros», negocia famas y simula de escandalotes callejeros batallas del pueblo, se arroga representatividades que no existen y las barniza con el pringüe que las luces de los sets otorgan, al margen de la historia real, y de la lucha concreta.

Claro que el baile de Nina es una oportunidad política, pero no para lo que la pobre dice creer. Es la oportunidad política para seguir abortando la simbología de la lucha popular convertida en simples morisquetas y mascarones de cartón piedra.

Se engaña Nina en confiar en los que la mancillan en eso esencial que está dejando de ser.

Baila Nina sin saber que su vestido borra la huella trazada por centenares de miles de hombres y mujeres. Baila Nina para el aplauso fácil, para la risa infame, para el escarnio de los sectores medios, para cargar la romana de los que todo lo convierten en dinero.

Bailá Nina, si es el derecho de tu sueño.

Pero que los viles y los envilecidos, te digan que estás bailando sola.

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