El arte de la minoría

"En la lógica de la guerra, se manipula psicológicamente a las tropas del enemigo para que se crean algo que no es". Los espejismos políticos de la oposición callejera.
Por Mauro Brissio Y Antonio Colicigno

“Es aceptable que el pueblo contribuya con el ataque, si los lugareños están más vinculados con el ofensor que con su propio ejército” argumentaba el militar y filósofo alemán Karl Von Clausewitz en De la guerra, uno de los libros de tácticas y estrategias bélicas más importantes de la historia.

Históricamente ha existido un sector de la sociedad argentina caracterizado por defender los valores y reproducir los discursos de los ofensores, siempre distanciándose de los intereses del pueblo. Y esto último, a tal punto que prefiere ponerse en favor del ataque de las corporaciones que de su propia gente.

Todo está dado para ello. En un mundo en el que la única interacción con lo real se da a través de lo virtual y los medios de comunicación, los grupos de poder saben cómo articular con los intereses de la minoría para que aparenten ser intereses de las mayorías. De esta manera, no titubeamos en sostener que el poder dejó de estar centralmente en las instituciones del Estado, más bien, se ha desplazado y se encuentra en lo que podría definirse como el “monopolio físico y simbólico de la representación de la realidad”, con la clara intención de distorsionar los mecanismos de la democracia e incitar subrepticiamente al pueblo a actuar en contra de sus propios beneficios.

Esta es la lógica de la guerra, la de manipular psicológicamente a las tropas del enemigo para que se crean algo que no es. Tal como ocurrió en la Batalla de Stalingrado, en la que los nazis emitían mediante parlantes mensajes en ruso para hacerles creer a los soviéticos que estaban sitiados. Estrategia también utilizada por el jefe del imperio mongol, Genghis Khan, para que su número de tropas pareciese mayor de lo que realmente era. En las noches previas a los enfrentamientos, ordenaba encender tres antorchas por cada soldado, generando la ilusión de un ejército gigantesco.

En la actualidad, el engaño es el mismo. Los genios de la comunicación, desde sus oficinas mediáticas, eligen tomar determinados planos de las protestas —como pasó el 25 de mayo, el 20 de junio, el 9 de julio, el 1 de agosto y el 17 de agosto— haciéndonos creer que los manifestantes son millones y se replican en todo el país, cuando en realidad, son los poquitos de siempre que buscan incitar el caos. También lo hacen al repetir una sola noticia a lo largo del día, construyendo la ilusión de que es el tema más importante de la jornada o, con los Troll-Center de Marcos Peña —o quién sea que hoy los coordine—, hacernos creer que miles de cuentas falsas reclaman en nombre de las mayorías populares.

Esta es una de las mayores características de la posmodernidad mediática: las minorías reaccionarias encuentran en las corporaciones -dueñas de los medios y de las plataformas de redes sociales- el canal para vehiculizar sus intereses. Obviamente, lo que se busca es convertir los nefastos resultados socioeconómicos de la pandemia en un caballito de batalla para la utilización política. A esto se suma la negociación impiadosa de una deuda tomada sin ningún beneficio para nuestra población, aceptada incluso su inviabilidad de pago. Así, un gobierno que atraviesa precisamente una terrible herencia socioeconómica, debe enfrentarse a la vez al paroxismo de esas nuevas realidades, amplificadas cual megáfono en lo virtual-mediático.

Pero hay que tener presente que, sea mayor o menor su capacidad de convocatoria, siempre serán la minoría. Al decir de la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, durante una reciente sesión en el senado -en la que se debatía la renovación del protocolo de funcionamiento remoto del parlamento-: “Soporté cualquier cosa de ustedes, y ahora no pueden aceptar que son una minoría”. Minoría a la cual se le debe respeto y se le tenderá un puente, pero sin dejar de exigir reciprocidad para jugar en la arena de la política y no en las trampas de la antidemocracia.

*Mauro Brissio es Magíster en Comunicación, Antonio Colicigno es Magíster en Políticas Sociales. Ambos son integrantes del Grupo Artigas.

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