El año de la batalla bonaerense

2017, o la conurbanización de la Argentina postkirchnerista. Un repaso por el anuario político bonaerense, desde Cambiemos y su interna hasta los mil y un peronismos.

2017 se va, y lo hace con un clima enrarecido provocado por los sucesos de los últimos quince días. Macri apuesta a sentar los fundamentals para la Argentina de los próximos años pero se topa con los consensos cruzados de la sociedad. Su gobierno cierra el año con una caída en su imagen, según el Índice de Confianza en el Gobierno de la Universidad Di Tella. ¿Cuánto del apoyo logrado en las últimas elecciones evaporó el gobierno? Esta pregunta sobrevuela a quien escribe estas líneas. Sin embargo, dejaremos el asunto aquí: no es motivo de esta nota referirse a ello.

 

2017 se va, dijimos. Y si sus meses tuvieron el ojo político puesto en las elecciones de octubre, un territorio en particular acaparó casi toda la atención: la provincia de Buenos Aires. Allí se consumó, como se repitió hasta el hartazgo, la madre de todas las batallas, la gran contienda por ver hasta qué punto el escenario político abierto en 2015 habría de consolidarse o desvanecerse en el aire. Una puja que tuvo a un Cambiemos oficialista y a un archipiélago peronista –Burdman dixit– en la oposición, y que ahora, cerrado el año, encuentra a cada uno de estos espacios en un lugar distinto del que se encontraban doce meses atrás. Es una obviedad, sí, pero bien vale hacer un somero repaso.

 

Del ballotage reloaded a las internas del poder

Como anticipamos aquí, el oficialismo apostó a que el turno electoral sea una reedición del ballotage de 2015. Esa apuesta, la de quedar parejos en las PASO para definir en octubre, fue como un anillo en el dedo para el gobierno. Finalmente, Esteban Bullrich ganó en 122 de los 135 municipios bonaerenses.

 

A nivel local, Cambiemos se hizo con el predominio electoral y territorial en la Primera Sección electoral. Ganó en los distritos donde apunta a hacerse con la intendencia, como San Martín, Hurlingham e Ituzaingó. Las excepciones: los distritos del Gran Buenos Aires más alejados de la capital –José C. Paz, Escobar y las 3M: Merlo, Moreno y Malvinas Argentinas–, la ingeniería electoral andreottista en San Fernando, y aquellos otros distritos como Marcos Paz y la anomalía de General Rodríguez.

 

Consumada la prevalencia, los problemas para el oficialismo se trasladaron desde la contienda con la oposición hacia el predominio al interior de sí mismo. Un botón de muestra fue la interna de baja intensidad que libraron Diego Valenzuela y Jorge Macri por el armado de la lista seccional. Aquel primer round lo ganó el primo del presidente.

 

Y el resto también: mientras que en Vicente López llegaban a los 60 puntos, en Tres de Febrero veían su cosecha como algo magro, pese a los 45 puntos obtenidos. Estaban relojeando qué pasaba en las comunas competidoras: quedaron dos puntos por debajo del deslucido ex marido de María Eugenia Vidal, Ramiro Tagliaferro, de quien se dice que fue homologado como el armador en la zona oeste.

 

Reforzando este dato, un funcionario municipal de otra comuna amarilla comentó, días después de la elección, que más que mirar la diferencia que le iban a sacar al peronismo, el poroteo pasaba por ver qué intendente cambiemista lograba mejores guarismos. En el terruño del otrora presentador televisivo agregaron al respecto: “este tipo [por Tagliaferro] hacía jodas en la muni y terminó sacando más votos que nosotros. Esta nos salió mal, habrá que callarse la boca y ponerse a laburar estos dos años”.

 

En suma, esta interna subterránea no es otra cosa que la puja por el control seccional entre las diferentes tribus cambiemistas. ¿Es malo para ellos? Podemos decir que es lógico.

«Esta interna subterránea no es otra cosa que la puja por el control seccional entre las diferentes tribus cambiemistas. ¿Es malo para ellos? Podemos decir que es lógico»

La situación del partido del ballotage –Ignacio Zuleta dixit– en la Tercera es diferente. Aunque Cristina ganó en su sección, Cambiemos achicó diferencias, quedando abajo por 300 mil votos. Como muestra, valen los 30 puntos de La Matanza –Unidad Ciudadana llegó a los 50– y apenas los dos puntos que separaron a Cristina de Bullrich en Avellaneda –la lista de Ferraresi pudo ampliar el margen a cuatro; Gladys González le puede comer los talones en el ‘19–.

 

Habiendo sólo dos intendentes puros –Néstor Grindetti de Lanús y Martiniano Molina de Quilmes- y dos socios menores –los alcaldes Mauricio Gómez de San Vicente y Jorge Nedela de Berisso-, todo indica que el principio rector para esta sección, que lo tiene a Grindetti como facilitador, sería el de la cooperación antes que el de la competencia.

 

Para ello, es necesario tener incentivos para conquistar este territorio en donde CFK no deja de demostrar resiliencia. Imaginemos una posible hipótesis: la gobernadora volcará preferentemente aquí el restituido Fondo del Conurbano –la Legislatura adhirió al Pacto Fiscal rubricado por los gobernadores, lo que permitirá recuperar fondos adeudados.

 

¿Y las divisiones municipales? El fantasma de la balcanización matancera recorre Crovara, Cristianía y Ruta 3. Luego de haber obtenido 30 puntos, el ministro de Educación Finocchiaro se mostró reacio a su partición. Apuesta a ganarle de mano en el próximo turno electoral a la pareja político-amorosa Espinoza-Magario.

 

Dos, tres, muchos peronismos

Producto de estar en el llano, el comportamiento de los peronismos fue de un recálculo constante, a excepción de Sergio Massa que cerró muy prontamente con Margatita Stolbizer obteniendo cero réditos y pagando un alto costo. En un marco en el que Florencio Randazzo exigía un operativo clamor que nadie iba a lanzar, y en el que el intendentismo prefería complotar cual Senado romano antes que plantarse como una alternativa a futuro, bastó con que la ex presidenta se asome para extinguir discusión o posibilidad de interna.

 

Ya no sirve hablar con el diario del lunes, ni con el del martes ni con el del miércoles: en la galaxia justicialista el tacticismo es un fetiche. La renovación quedó en una expresión de deseo, y quienes querían actualizar al peronismo “no tuvieron lo que tuvo Cafiero en el ’85: un discurso que interpele eficazmente al peronismo. Amén de que Cristina demostró tener mucha más vigencia que la ortodoxia de aquel entonces”, como comparó Damián Descalzo, militante del peronismo de San Fernando.

 

Aparece en el horizonte de todas estas tribus la necesidad de confluir. Va a estar difícil: no pocos siguen con la inercia de anteponer condicionamientos o candidaturas a una estrategia. En este punto, resulta de utilidad hacer un seguimiento de esta reconfiguración del Partido Justicialista bonaerense con eje en los jefes comunales, ese peronismo que gobierna. Expliquemos brevemente de que se trató este asunto.

«Ya no sirve hablar con el diario del lunes, ni con el del martes ni con el del miércoles: en la galaxia justicialista el tacticismo es un fetiche. La renovación quedó en una expresión de deseo»

Este proceso se dio bajo el acecho del pedido de intervención duhaldista. Las principales opciones estuvieron planteadas desde el inicio. Fernando Espinoza buscaba seguir en su cargo, con un apoyo no del todo claro de la ex presidenta vía La Cámpora. Es decir, lo prestaban, aunque no incondicionalmente. Suele suceder en política, esto de meter cartuchos para ver cómo el otro camina y luego definir. Desde la Primera, por el otro lado, ya desde antes de las elecciones de octubre se había cerrado el nombre de Gustavo Menéndez.

 

Se estuvo a poco de ir a una interna. Los últimos, aliados con Martín Insaurralde y los sectores que traccionó, se congregaron para decirle al hoy diputado nacional “hasta acá llegó nuestro amor”. Este último se atrincheró en Matheu para esperar apoyos que llegaron como los tanques del general Alais en la Semana Santa de 1987. Pasaban los días y el binomio de Menéndez y Fernando Gray se volvió irreductible en su postura. Así, le ganaron a Espinoza, quien tuvo que aceptar las condiciones de unidad/rendición. «La mejor batalla es la que se gana sin ser librada», repetían durante esos días en Merlo, una vez logrado este cogobierno entre la Primera y la Tercera.

 

Consumado el corrimiento del ex titular matancero, el primer paso de esta nueva conducción será lograr las condiciones para restituir a esta estructura formal a las figuras de Randazzo y Massa, lo que ofusca un poco al cristinismo que se autosacó de la compulsa. Con el tigrense la cosa llevará más tiempo, pero no será algo imposible: el intendente de Tigre, Julio Zamora, forma parte de este nuevo buró.

 

Y si de Tigre hablamos, será un distrito atractivo para el seguimiento político: hay indicios de deshielo entre el massismo y el peronismo, traccionado por el alcalde –con un galmarinismo a regañadientes– ante el peligro de perder la comuna a manos del actor Segundo Cernadas. Existen múltiples movimientos: la bajada de Malena al Concejo Deliberante y el rumor de un acuerdo de gobernabilidad con los sectores que fueron con Unidad Ciudadana y Cumplir.

 

La Legislatura
Foto Rolando Andrade Stracuzzi

Esta situación del peronismo real en suelo bonaerense no tiene correlato con la representación legislativa en La Plata. Recientemente, Julio Burdman publicó un mapa sumamente útil. “En la Cámara Baja de la Legislatura bonaerense, Cambiemos cuenta ya con 43 de los 92 diputados (46% del total). Esta comodidad lo libera de alianzas más estables”, comienza diciendo. En el Senado, “de 46 integrantes, el bloque Cambiemos llegó a una cómoda mayoría absoluta, con 29 miembros (63% del total)”, agrega.

 

Ahora bien, en Diputados el peronismo está escindido, y con predominio cristinista y con un intendentismo que, pese a no tener un bloque numeroso, desplazó al massismo como garante de gobernabilidad producto de las necesidades de los jefes comunales.

 

Unidad Ciudadana cuenta con 23 diputados, mientras que el PJ Unidad y Renovación cuenta con 7. El ottavismo residual cuenta con dos, completando con las dos últimos mohicanas randazzistas. El massismo aquí actúa en sintonía con los diputados nacionales: han endurecido sus posturas, aunque no se descarta una rediscusión de los acuerdos con el vidalismo.

«Esta situación del peronismo real en suelo bonaerense no tiene correlato con la representación legislativa en La Plata»

En el Senado bonaerense no se modifica demasiado el panorama: para Burdman el archipiélago peronista es menos pronunciado: Unidad Ciudadana tiene 11 senadores, Unidad y Renovación 4, y el Frente Renovador 2, más proclives al acuerdo que sus compañeros de la Cámara baja.

 

Para Burdman, esta subdivisión de los peronismos, “además de facilitar la gobernabilidad de Vidal expresa el problema estratégico que enfrenta el peronismo para unificar su liderazgo”. ¿Cuál será el punto que unifique estos islotes en una oposición común al camión vidalista? Imaginemos que los peronismos tienen que encontrar esa bisectriz que les permita articular armoniosamente una propuesta tanto local como provincial.

 

Porque, en el fondo, la provincia de Buenos Aires –a menos que Vidal la fraccione para complicar más el asunto– no ha perdido su estatuto tan trillado, pero no por eso menos vigente, de madre de todas las batallas. Y como tal, siempre tiene alguna trinchera abierta para el enfrentamiento. Ahí está, por ejemplo, la mentada reforma previsional, cuyas esquirlas no son ajenas a la política bonaerense. Existe en la Legislatura un anteproyecto que eleva las edades, al tiempo que prevé un proceso de «armonización» de las jubilaciones provinciales del Instituto de Previsión Social con respecto a las de ANSES, inferiores a las primeras. Si bien el anteproyecto está en suspenso, si Vidal se decide a impulsarlo nuevamente es muy probable que el primer conflicto político de 2018 se vertebre a partir de aquí.

 

En cualquier caso, hoy parece menos complicado estructurar una propuesta peronista que dispute la provincia, que lograr una propuesta de alcance nacional que le pelee la Rosada a Macri. Pero no nos desayunemos la cena. Esto será largo. Y eso es, a la vez que una condena, una oportunidad.

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