El comienzo de 2018 se parece un poco al de 2017. Cambiemos luce en apuros por escándalos presumiblemente aptos para golpear en su electorado duro, en tanto afectan cuestiones de honestidad pública, una de las más sensibles en su relato. Aquella vez, por la deuda del Correo. Ésta, por toda la trama que envuelve al ministro de Trabajo, Jorge Triaca. Agravado el contexto actual porque el cierre de diciembre fue caótico debido al ajuste jubilatorio, combatido en las calles tanto organizada como espontáneamente. Y sin distinción partidaria, a estar por las zonas en que se registraron protestas. El año pasado, Mauricio Macri superó la crisis, hasta vencer en las elecciones de mitad de mandato. ¿Será igual esta vez? ¿Seguirán ahora presentes las razones que ayudaron al Presidente a superar los obstáculos previos? Y si así no fuera, ¿cambiará la relación de fuerzas construida por el cambio de 2015? ¿Está la oposición ya en condiciones de capitalizar el descontento para con la CEOcracia, si lo hubiera?
En cuanto a la mega dispersión que aqueja a sus rivales, el macrismo podía dormir tranquilo… hasta que decidió acelerar. Los errores políticos que el peronismo en su conjunto no para de cometer desde que CFK fue reelecta en 2011 no tenían pinta de remediarse a menos que el espanto fuese muy fuerte. Y algo de eso empieza a suceder, entre la ya mencionada reforma previsional, el decretazo de reforma del Estado que suprime varias facultades legislativas y el techo paritario que pretende imponer el gobierno nacional a la par de las –por así decirles– nuevas metas de inflación, que en realidad son el reconocimiento implícito del fracaso en la estrategia macro seguida hasta ahora. Lo cual se expresa en un dólar que hace lo que le viene en gana. Se ha dicho, aunque no sea del todo cierto, que Cambiemos regula su marcha en relación a la viabilidad social de su programa. Pero ello lo pone en aprietos con sus bases de sustentación, que por ahora tienen abierta generosamente la canilla del endeudamiento.
Conseguido crédito luego de, sobre todo, haber repetido en provincia de Buenos Aires, nada menos que frente a Cristina Fernández en persona, Macri definió que era tiempo de ir a por más. Eso es lo que se conoce con el eufemismo de reformismo permanente. Entonces, el segmento de peronismo que rechaza al kirchnerismo y ha sido colaborativo desde la asunción del nuevo gobierno, de pronto, atacado, y necesitado de responder a un descontento mayoritario pero no articulado, empieza a entenderse con la tropa de la presidenta mandato cumplido como hasta hace apenas meses resultaba impensable. Es cierto que el Frente para la Victoria se ha robustecido en Diputados a partir del regreso de Agustín Rossi a la jefatura del bloque pese a haber perdido bancas, lo que prueba que en política lo cualitativo siempre pesa más que lo cuantitativo. La destreza del santafesino, muy superior a la de su antecesor Héctor Recalde, y el –por ende– también más amplio reconocimiento que por ello tiene de sus colegas, facilita estos nuevos acuerdos.
«Conviene recordar que de todas las fracturas del 54% de 2011, la más significativa fue la del moyanismo social»
La diferencia principal con 2018 es económica. En 2017, por la cercanía de las urnas, el gobierno nacional aflojó un poco las tuercas de la ortodoxia. En medio de ese veranito inducido se llegó al voto, dando pues la sensación de que tal vez fuese cierto que lo peor del ajuste había pasado. Y que, por una vez, se verificaba aquello de que son los sacrificios los que traen, a la larga, el bienestar.
La de los gobernadores fue la última fracción justicialista en romper formalmente con la jefa del FpV, a la que excluyeron de la bancada senatorial. Ahora bien, Miguel Pichetto, gerente y vocero de dicha entente, siempre aseguró que decidía en función de representar, además de los intereses de los mandatarios provinciales, los del sindicalismo. He aquí la mayor novedad: Hugo Moyano dijo hace pocos días que no habría que excluir a la esposa de Néstor Kirchner de un hipotético proceso de reunificación peronista. El líder camionero es el más duro escollo que enfrenta Macri en su objetivo de pisar las paritarias por debajo de la nueva meta inflacionaria, en la que –encima– nadie cree. Una nueva poda que se sumaría a la del bienio 2016/2017, en la que los precios derrotaron a los salarios cómodamente. Lo cual echa luz sobre el verdadero móvil del giro que perseguía la cruzada en que se convirtió el último comicio presidencial. De ahí tanta pasión por el cambio.
Los problemas judiciales que, de pronto, cuando se avecinan las paritarias, acosan a Moyano, son la mejor vara para medir la voluntad del oficialismo en la materia. El intento por que el mandamás de Independiente (equipo que, dicho sea de paso, usualmente sufre de arbitrajes sospechosos, también; la ofensiva es completa) acepte algo que por las buenas jamás firmaría. De la misma manera se aprobaron las modificaciones jubilatorias: donde dice Moyano, hay que poner el apellido de algún gobernador. Y conviene recordar que de todas las fracturas del 54% de 2011, la más significativa fue la del moyanismo social. La de quienes, más allá de su vinculación con el ex titular de la CGT, desde 2011 rompieron con el kirchnerismo por motivos similares (Ganancias, por caso). Hoy la discusión ha variado dramáticamente: se pelea por el salario en sí, y por la estabilidad laboral. En cualquier caso, esto también pega en el 51% del balotaje 2015.
Con todo, un tweet muy ingenioso alertaba en las últimas horas que, si como en 2017, la escena va a volver a ser copada en exclusiva por gremios y movimientos sociales, que no gozan de toda la buena imagen que haría falta para traducir políticamente el descontento ciudadano, el macrismo mejora sus chances de seguir zafando. No por amor sino por espanto. Como ha sido hasta aquí. En definitiva, sigue faltando lo esencial: una dirigencia que elabore la propuesta que convoque a una nueva mayoría. Todo sigue igual: Cambiemos no depende de sí para sobrevivir.