El 17 de Octubre de 1945: ¿movimiento de masas o transmutación ontológica?

Concluimos el mes de la Lealtad compartiendo las reflexiones de Leopoldo Marechal, quien vivió la emergencia del peronismo como una auténtica transformación espiritual de la Argentina.

Por Francisco José Pestanha1*

¡Somos indios, somos españoles, somos latinos, somos negros,

pero somos lo que somos. No queremos ser otra cosa!

Manuel Ugarte

Leopoldo Marechal, en su incesante transitar entre el universo de lo celestial y lo terrenal, supo observar en los acontecimientos sociales, históricos y culturales previos al surgimiento del peronismo y en plena acción del gobierno, la transmutación entre una muchedumbre que coexistía en un espacio compartido hacia un fenómeno de carácter ontológico excepcional y único. Esta transición se encuentra implícita en su descripción del 17 de Octubre:

«Era muy de mañana, y yo acababa de ponerle a mi mujer una inyección de morfina (sus dolores lo hacían necesario cada tres horas). El coronel Perón había sido traído ya desde Martín García. Mi domicilio era este mismo departamento de calle Rivadavia. De pronto me llegó desde el Oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por la calle Rivadavia: el rumor fue creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular y, enseguida, su letra:

«Yo te daré
te daré, Patria hermosa,
te daré una cosa,
una cosa que empieza con P
Peróóón».

Y aquel «Perón» resonaba periódicamente como un cañonazo. Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí, y amé los miles de rostros que la integraban, no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina «invisible» que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas, y que no bien las conocieron les dieron la espalda. Desde aquellas horas me hice peronista.»

¿En qué consistió ese particular trance que Marechal observaba con prístina claridad durante aquel tiempo que él mismo transitó como uno más? Básicamente, residió en una serie de epifenómenos que —de alguna manera— confluyeron en la materialización de una originalísima revolución, no sólo en el campo de lo material, sino también en el campo de lo cultural-espiritual.

Para él, ese 17 de Octubre fue algo más que la manifestación numérica de millares de argentinos reclamando por la liberación del país y de su conductor. Supo el poeta depuesto detectar una sustancia corpórea cuya presencia en el pleno centro del núcleo porteño, reclamaba con esperanza y potencia en su protagonismo histórico.

¿Cuáles fueron los ejes centrales que caracterizaron esa transmutación? Marechal mismo describiría a la Argentina, previa al surgimiento del primer peronismo como un «laboratorio de almas», es decir, como un espacio terrenal donde coexistían personas humanas de los más diversos orígenes en forma no del todo organizada, más bien, desconcertada, imprimiendo a millares una sensación de soledad, que magistralmente describirá Scalabrini Ortiz en aquel arquetipo de la calle Corrientes protagonista, casi central, de su libro El hombre que está solo y espera.

Esa desorganización que caracterizaba al laboratorio de almas, requería un proceso de ordenamiento trascendente, es decir, de la puesta en funcionamiento de mecanismos que fortalecen los lazos de proximidad que, indudablemente, no se definen por la sola presencia física, sino también por el intercambio de experiencias vitales, en función de un presente y de un destino común.

En ese orden de ideas y en numerosas oportunidades, Perón describió a esa Argentina como una masa que a su entender, carecía de ciertos dispositivos vitales orientados hacia una disposición que pudiera «poner en acto» la indescriptible potencia de ese continente de orígenes múltiples que Scalabrini Ortiz definió como «multígeno» en su libro Yrigoyen y Perón.

Dicha organización requería no solamente de la adopción de una serie de acciones tendientes a amalgamar lo que estaba desorganizado fortaleciendo las relaciones de proximidad, sino además, de la germinación de un nuevo paradigma civilizacional.

Tempranamente, Perón observará una particular tendencia hacia el establecimiento de originales modos de autoorganización en nuestro país; es decir, de iniciativas tendientes a aglutinarse a partir de intereses comunes y, en especial, a aquellos vinculados a la fuerza del trabajo. Por lo tanto —ya desde su incorporación a los cuerpos estatales mediando la revolución de junio 1943— puso en marcha un núcleo de acciones e instrumentos que determinaron la conformación de un nuevo modelo de Estado (que muchos mal definen como «Estado de bienestar») cuya característica fue la de constituirse en un «Estado promotor» el que —entre otras funciones— debía garantizar, promover y fortalecer esas formas de autoorganización o ese espíritu de autorrealización que preexistía en desorden. A las formas organizacionales provenientes de dicha tendencia las definirá como organizaciones libres del pueblo.

Las organizaciones libres del pueblo constituirán entonces un instrumento central para promover la organización, en especial, allí donde no existía. Esa cualidad del Estado justicialista llegó al extremo —incluso previo al triunfo del año 46— de intentar unificar a fondo la fuerza de trabajo. La Argentina carecía de una burguesía poderosa que colocara sobre sus espaldas cualquier desarrollo de transformación industrial, y —en nuestro país— fue un adecuado impulso estatal —asociado a la capitalización de la fuerza de trabajo— el dispositivo central que permitirá encaminar a la Argentina en un proceso virtuoso de capitalización y posterior industrialización.

Resulta llamativo que centenares de textos académicos hayan omitido el abordaje profundo de acciones estratégicas como estas —orientadas hacia la organización— y, además, que tales abordajes sobre el primer peronismo se hayan reducido a elucubraciones más o menos agudas sobre la dinámica institucional, política o ideológica de la época; aun cuando, la filosofía justicialista, concebía a la organización como nodo central del quehacer comunitario. Para el peronismo, la comunidad se dará en el marco de relaciones naturales de proximidad, debido al carácter gregario de las personas humanas, esto a contrario sensu de las teorías contractualistas (para las cuales existía un presunto pacto social, a partir del cual se articulaban los intereses individuales de las personas con un Estado que funcionaba como ordenador y leviatán). Esta mirada comunitaria —asumida por el primer peronismo— estará fuertemente presente en la época, mirada que hará especial hincapié en la cuestión de la identidad colectiva.

Ese «laboratorio de almas» que describió Marechal y que algunos definieron incorrectamente como «crisol de razas» era —en realidad— un nuevo modelo de nación en germinación donde —según Scalabrini Ortiz— los orígenes múltiples conducirían a los argentinos hacia un proceso de comprensión amplia y fructífera de los fenómenos universales.

La cuestión identitaria venía debatiéndose desde antes del surgimiento al primer peronismo, sobre todo en función del proceso de aculturación que habían impulsado las generaciones triunfantes de las guerras civiles; estas sostenían que era plausible modelar contingentes humanos sin tener en cuenta la realidad, sin tener en consideración el contexto ni el tránsito cultural ni la tradición histórica concreta. Perón entendía que eso no era posible, que la razón por sí misma —sin ninguna atadura con la realidad— terminaba produciendo dispositivos normativos de difícil o imposible imbricación con lo existente; por eso, tanto la teoría, la filosofía y la doctrina que desarrolla el peronismo, son profundamente rizomáticas con la realidad, parten de la realidad.

Las necesidades de aquellos tiempos requerían una definición de tipo identitaria y —en ese sentido— algunos autores que participaron de aquellos debates intentaron sondear lo identitario a partir del rescate de período colonial (hispano-criollo). Otros lo hicieron rescatando la tradición hispánica que había sido, para ellos, determinante en su faz identitaria. Otros teóricos se encaminaron en una búsqueda similar aunque, desafortunadamente, malentendieron la identidad como un fenómeno cristalizado, o lo que es peor: en nombre del nacionalismo incurrieron en la falacia de la incorporación acrítica de modelos foráneos.

No obstante hay que destacar que la tentativa de búsqueda y definición de la identidad fue producto, obviamente, del proceso de aculturación impulsado por el proyecto modernizador del Estado, surgido a mediados del siglo XIX. En ese sentido dichas querellas resultan comprensibles y gran parte de sus aportes constituyeron instrumentos que se incorporaron a aquella amalgama a la que refería Scalabrini. Debe entenderse también, que dichas disputas coincidieron con la escasamente analizada «reacción antipositivista» a partir de la cual muchos filósofos —desde América Latina y en particular desde Argentina— cuestionaron los principios generales sobre los que el iluminismo y el positivismo se habían incorporado a la historia argentina —como una suerte de tentativa de supresión del fenómeno histórico-cultural—, entendiendo lo preexistente como «bárbaro» y por lo tanto como acultural, cuestionando además, el sistema de estandarización social y comunitaria que esa misma cosmovisión imprimía.

La discusión sobre la identidad condujo hacia el desarrollo de prominentes corrientes de orientación hispanista, que intentaban reducir lo americano a la continuidad de la civilización hispánica. Algunas de tendencia social cristiana arribaron hacia la hipótesis de la «nación católica» y otras, por el contrario, analizaron la cuestión identitaria a partir de presupuestos formulados por el marxismo, pero adaptados a la realidad nacional.

No obstante, los debates sobre nuestra identidad fueron sumamente fructíferos ya que respondían a un interrogante esencial que mucho tenía que ver con la realidad específica, con aquella singular encrucijada llamada «Argentina». Prácticamente en ningún otro lugar del mundo se había producido un fenómeno de coexistencia de tantas almas provenientes de distintos lugares del planeta; entonces, era lógico que se produjeran tensiones y altercados, y que en dicho marco emergiera una pregunta de carácter filosófico: ¿qué es la Argentina?

En tal sentido, las disputas fueron sumamente productivas y diversas corrientes aportaron aspectos que enriquecieron definiciones sobre un tipo de identidad compleja, aunque algunas de ellas, desafortunadamente, se orientaron hacia presupuestos modelares que aspiraban a determinar la unicidad, allí donde no la había.

En lo que concierne al primer peronismo, la cuestión de la identidad adquirió claridad. Perón —en unos de sus primeros diálogos con el pueblo— interrogó a la concurrencia respecto de la pertenencia o no a Nuestra América. El peronismo —de esta forma— asumió la complejidad de una nación en conformación que requería la articulación vital entre la tradición y lo nuevo. De allí la enunciación característica de «Nueva Argentina».

El peronismo, insistimos, vino a saldar esta cuestión; en una en sus primeras interpelaciones directas realizadas frente al pueblo, planteando el interrogante de si verdaderamente nos sentíamos americanos —si sentíamos que el núcleo central de nuestra identidad se vinculaba con la proximidad— y con el complejo sistema de relaciones que esa proximidad presuponía.

En síntesis, el 17 de Octubre no puede ser visto solamente como la clásica manifestación de masas orientada por la evidente demanda emancipatoria, sino que dicha mirada debe extenderse hacia el abordaje de, entre otros, dos de los factores aquí expuestos —organización e identidad— que, junto a otros y de una manera inédita, pudieron llevar a la realidad todo aquel conjunto de aspiraciones que el pueblo argentino volcó en las calles durante aquella jornada histórica.

Desde luego, quedarían muchos otros tópicos por analizar. Los que aquí señalamos son apenas dos —comprometiéndonos a seguir avanzando en otros que son tan o más importantes que los anteriores—; pero sin duda, la cuestión de la organización de las fuerzas sociales a través de una categoría novedosa para la teoría política americana, como las organizaciones libres del pueblo y la cuestión de la identidad, no pueden obviarse en ningún análisis que reclame presunción de seriedad.

La instauración de un Estado promotor —que contribuyó en forma no paternalista al crecimiento de esas organizaciones— y la definición de la cuestión identitaria situándonos en nuestro carácter de americanos, fueron dos de los elementos que, de alguna manera, se encuentran implícitos en ese conglomerado humano que ocupó las calles de Buenos Aires: masa numeral de criollos, de limítrofes, de españoles, de indios, de migrantes africanos, de inmigrantes europeos, entre otros, que iban amalgamándose, mestizándose en un tránsito de tensiones sobre la identidad.

La genialidad aportada por Perón fue la de superar meras definiciones de taxonomía extranjera para concluir que somos todo eso que se enumera, y algo nuevo. Perón dice: «somos americanos» y eso es —en sí mismo— una clara definición identitaria.

El 17 de Octubre será pues, transición de fase eclosiva y corpórea, entre masa numeral y pueblo esencial. Ante los eternos cuestionamientos sobre nuestra falta de identidad, ya lo dijo Fermín Chávez: «siguiendo a Manuel Ugarte y a Guillermo Magrassi: los indios somos nosotros, los criollos somos nosotros, los gringos somos nosotros…Al final nos sobra identidad»


1* Francisco José Pestanha es abogado, docente y ensayista. Profesor titular ordinario del seminario Pensamiento Nacional y Latinoamericano de la Universidad Nacional de Lanús. Actualmente se desempeña como director del Departamento de Planificación y Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Lanús.

Con la indispensable colaboración de Pablo Núñez Cortés.

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