ED WOOD: LA BESTIA POP (II)

Ed Wood despierta por encima o más allá de su obra, una discusión acerca del éxito como el fin primordial buscado por todo artista. Incita a buscar ciertos paralelismos vitales, entre alguien que es signado como una alegoría del fracaso y otro que tuvo un momento de gloría y lo malogró.
timburton edwood

VIDAS

Son muchos, pero no tantos, aquellos que califican a Ed Wood no solo como el peor director de la historia del cine, sino también como a un fracasado. Sin embargo, esa categorización puede ser rebatida si las cosas son miradas en otros términos, donde las vidas no pasan por medidas por la vara del éxito, sino por la obra que un artista o un creador puedan realizar en su vida. En ese sentido, Ed Wood deja varias enseñanzas.

En el año 1953, el productor Georges Weiss le encarga la escritura del guión de una película cuya estrella sería Christine Jorgensen, una joven travesti, nacida y criada en el Bronx neoyorquino, vinculada al mundo del espectáculo que en 1952 viaja a Dinamarca a realizarse una operación de reasignación sexual. Al regresar a la ciudad se convirtió en una celebridad, la revista Times le dedicó una tapa y se convirtió en lo que hoy llamaríamos una influencer. Christine, al igual que Wood, luchó en la Segunda Guerra como soldado, pero a diferencia de él, no se retiró con honores y recibió dos condecoraciones, la cruz de bronce y la de plata por dos acciones llevadas adelante en las trincheras; donde en una de ellas perdió todos su dientes al luchar cuerpo a cuerpo con un soldado japonés y en la otra recibió un disparo en una pierna que después se gangrenó. Él siguió disparando, por lo cual le acreditaron una medalla al tirador certero y dos corazones púrpura.

Antes de ser licenciado con los honores bélicos que un soldado aguerrido merece, estuvo trabajando en una oficina como mecanógrafo y en tareas de inteligencia. Si los combates los encaraba llevando bajo el uniforme ropa interior femenina o no, es parte de la leyenda y el mito que el mismo Wood se encargó de construir primero ante el productor George Weiss.

Este último deseaba filmar la vida de Christine, pero a ella le resultaron escasos los 60.000 dólares que el productor tenía para financiar el proyecto. En una época, donde para la lógica capitalista del mundo del espectáculo revelar ciertas intimidades aún no era un negocio lucrativo, Ed Wood se arriesga a revelar su secreto, ya no solo a su novia y compañera, Dolores Fuller, sino al mundo entero. El hecho de que la obra tenga una pésima calidad argumental y estética no le quita méritos en cuanto a la intención discursiva, pues la equidad y la aceptación de las sexualidades auto percibidas y elegidas se vuelven un reclamo para aquellos sujetos pasibles derecho, y son alentados a luchar por ellos, desde la película estrenada con un rotundo fracaso en 1953.

La obra, por otra parte, desafiaba al Código Hays, una herramienta de censura formulada por el  miembro del partido republicano y primer presidente de la Asociación de Productores y Distribuidores de Cine de América –MPPDA– Williams Hays, que permitía censurar todas las películas que atentaran contra el estilo de vida norteamericano. Este código, con toda su moralina, estuvo vigente desde 1934 hasta 1968 y fue elaborado por el mismo Hays en conjunto con el editor católico Martin Quigley y el sacerdote jesuita Daniel A. Lord.

Por lo visto, el dios de Wood o la personificación del mismo interpretada por Bela Lugosi en Glen our Glenda, no eran el mismo dios que el de los censores. En cuanto a otras lógicas, como aquellas de la estética de la belleza, existieron otras contrapuestas que pueden ser aplicadas en las de la estética de la fealdad, tal como preconizaba Louis Ferdinand Celine. Ed Wood puede ser considerado un abanderado.

AMISTADES

Tal como aparecen en la película de Tim Burton, las amistades de Ed Wood eran extravagantes y conformadas por un grupo de personajes excéntricos, drogadictos y actores estrafalarios, como Criswell que en algunos papeles se interpreta a sí mismo, lanzando profecías hilarantes y descabelladas. El grupo también estaba conformado por su novia del momento, la ya mencionada Dolores Fuller, y el luchador sueco Tor Jhonson, el cual se destaca por la fidelidad que mantuvieron entre ellos. Siempre estuvieron dispuestos a lanzarse a una nueva aventura, aunque la misma se haya proyectado hacía una nueva debacle.

Sin embargo, el lazo más fuerte y profundo que Wood mantiene a nivel amistades es con su idolatrado Bela Lugosi. Por él es capaz de abandonar una fiesta en la cual busca productores o una noche cargada de erotismo cubierto con un sweter de angora, para asistirlo en alguna de las crisis originadas por los pinchazos de morfina o metadona, droga a la cual Lugosi se había convertido en adicto para abandonar el consumo de la primera. Es Ed Wood quien lo interna en clínicas que no puede pagar para desintoxicarlo y encarar el fulgurante retorno que nunca sucedió, además de acompañarlo en los últimos instantes de su vida. Lugosi ya no podía pagar ni siquiera el alquiler de una vivienda social, al haberle el Estado quitado su seguro de desempleo. A pesar de las estrecheces que también acompañaron a Wood a lo largo de su vida, nunca dejó de asistirlo.

Esa fidelidad a su amigo es el reverso a la que tuvo con la Fuller, a quien estuvo a punto de sustituir en el papel de Bárbara, el protagónico femenino de Glen our Glenda, por otra actriz que prometió aportar los 60.000 dólares necesarios para el rodaje. Esto puede ser cuestionable, pero tampoco debe ser soslayado el hecho que no es algo extraño al arte y al accionar de muchos artistas el privilegiar la obra por encima de cualquier cuestionamiento moral. “El fin justifica los medios” no fue algo planteado como una novedad desde el existencialismo sartriano. El axioma en cuestión ya venía formulado desde el Renacimiento por Maquiavelo y Benvenuto Cellini, quien mató a un tipo porque habló mal de su arte y no hesitó en abandonar a su familia porque esta interfería en la realización de sus obras. Esto es algo que impresionistas como Gauguin llevaron a la práctica con exilios en territorios lejanos como Tahití o Van Gogh en Arles, acuciado por la locura y la miseria. Ed Wood también perteneció a ese cúmulo no exento de romanticismo y cargado con la épica de los derrotados.

VIDAS PARALELAS

Michael Cimino también nació en Nueva York, pero quince años después que Ed Wood. Al contrario de este, no participó de ninguna guerra, pero sí escribió el guión de una película de ciencia ficción llamada Naves Misteriosas. Tuvo la suerte de ganar varios Oscar en 1978 con otra producida por Clint Eastwood, Deer Hunter o El Francotirador en su traducción al castellano, que tiene como temática la Guerra de Vietnam. Entre los premios que se cargó por el film están el de mejor película y mejor director.

Confiando en el talento de Cimino, Eastwood le cedió la dirección de la productora Malpaso. El talentoso neoyorkino se transformó en una celebridad y a pasos precipitados se lanzó a una ascendente megalomanía atravesada por multiples cirugías estéticas, cuyo propósito final eran el cambio de sexo, una de las obsesiones de Ed Wood, que murió en el mismo año en el cual este se consagraba.

Cimino también seguía los preceptos marcados desde antes por Orson Welles y otros directores, cuestiones como negarse a la intervención de los productores en los guiones y filmación de las películas.

Ya conocemos las peripecias en las que se embarcaba Ed Wood para por ejemplo procurarse los $60.000 necesarios para filmar sus guiones a ritmo acelerado, le daba tanto embaucar a unos religiosos baptistas, como a un texano con pozos de petróleo; lo único importante era el dinero que permitiera seguir dándole sentido a su vida. Esto no es un dato menor, como tampoco lo es decir que Wood no llevó a nadie a la quiebra, cosa que sí produjo Cimino con la productora fundada por Chaplin, Douglas Fairbanks, Mary Pickford y David Griffith, United Artist, en un mega proyecto, propio del delirante en el que la fama lo había convertido.

El film se llamó La Puerta del Cielo y no solo marcó el fin de la época dorada de Hollywood y del mítico estudio, sino que también arrastró al propio director al fin de su carrera. Del mismo modo que muchos escritores proyectaban el sueño de escribir la Gran Novela Americana, Cimino se entregó al sueño de filmar la Gran Película Americana, narrando la historia  de un conflicto acontecido a finales del siglo XX en Wyoming, donde colonos europeos fueron reprimidos por los grandes hacendados, quienes contrataron a bandas de pistoleros que atacaron a los inmigrantes, acusados de robar ganado. Los colonos se organizaron y el conflicto se aplacó con la llegada de la caballería. El presupuesto inicial fue de unos 12 millones de dólares para una película de unas tres horas, con un elenco que contaba entre otras estrellas a la francesa Isabelle Huppert —una desconocida para el público americano — que apenas hablaba unas palabras en inglés y mal pronunciadas. Esa contratación impuesta por Cimino, sumadas a las de John Hurt y Joseph Cotten, elevaron la cifra adjudicada a los 20 millones de dólares.

En los primeros meses de 1979 la filmación de La Puerta del Cielo comenzó en Montana, con la contratación de cientos de extras que vivían en un campamento. Una escena en la que participa Kris Kristorfeson fue filmada 52 veces en busca de un perfeccionismo propio de Howard Hughes. Al segundo día de filmación el proyecto ya sumaba 5 días de atraso, producto de una sola jornada donde solo se habían filmado 3 minutos de material. Un hecho que se ubica en las antípodas de Wood, capaz de filmar 25 escenas en un solo día, más allá de la calidad de las mismas.

El rodaje debía durar unos 70 días, pero con el ritmo que imprimía Cimino, la misma se podía terminar recién en enero de 1980 con un total de 200 jornadas de trabajo. Los 12 millones de dólares iniciales, se elevaron hasta llegar a los 44 millones. La Puerta del Cielo se convertía así en la película más cara de la historia y destrozó las finanzas de United Artist, como así también a decenas de caballos usados en la filmación, donde tampoco faltaron los accidentes sufridos por extras y actores en 225 horas de metraje.

La película fue un verdadero fracaso y solo logró recuperar 1 millón y medio de la inversión. Del mismo modo que los continuos fracasos de Wood lo llevaron a abandonar los estudios de Hollywood para dedicarse a la pornografía bizarra, Cimino con el final de su carrera marcado, se dedicó a filmar películas clase B. Antes de morir en su casa en el barrio exclusivo de Beverly Hills en 2016, fue distinguido por el gobierno francés como Caballero en las Artes y en las Letras, galardón que recibió con un rostro y cuerpo desfigurado por las sucesivas operaciones quirúrgicas en busca de ese ya mencionado cambio de sexo que nunca ocurrió, pero que bien podrían haber sido el argumento de una película de Ed Wood, realizada con unos pocos miles de dólares y en 20 días, solo por amor al arte.

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