Por Luis Cobián, especial para Causa Popular.- Algunos militares deben considerar todavía que la política de defensa no es una cuestión apta para civiles. Es cierto que hay una especificidad militar, pero el asunto sí es un tema civil porque se refiere a la defensa de la Nación, que es de todos, aunque algunos se consideren anteriores a la patria misma.
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Malvinas
Tampoco hay que exagerar tal especificidad: en la desatinada guerra de 1982 se enviaban proyectiles de 88 mm para los cañones de 105 (similares a los que luego se venderían clandestinamente a Croacia); o se vestía a los colimbas con uniforme de verano para el clima subantártico, para no citar muchas otras iniquidades. Los militares profesionales estaban entretenidos en otros juegos de guerra, como la corrupción o el asesinato de compatriotas.
En este sentido, la bravuconada “¡Que se venga el principito!”, soltada por un general que se rindió a su oponente como recién salido de una sesión de masajes exime de todo comentario.
Cuando en 1982 las fuerzas inglesas lograron desembarcar en las islas, no había que ser un experto en estrategia o aficionado al TEG para advertir que la suerte estaba echada, mientras la población permanecía indiferente al desenlace, o bien era manipulada por el clima exitista que alentaban los rufianes a cargo del gobierno.
Nunca se sabrá con certeza si las bravatas verbales eran parte del circo o si esa gente creía en serio que con tan poco se lograría detener el avance de los británicos.
Si el Informe Rattenbach no hubiera sido suficiente, la autodespenalización posterior y las nuevas estrategias centrales dirigidas a capturar en todo el mundo áreas ricas en petróleo, agua potable y alimentos permitirían concluir que la aventura de Malvinas fue planificada localmente para quitar de un golpe, y sin dejar margen para la discusión, los inmensos reservorios de pesca e hidrocarburos que las rodean.
Rattenbach (un general ya para entonces anciano y enfermo, activo líder azul en los 60, y de pensamiento entre fascistoide y franquista) creía que unos 20 oficiales superiores, de los que habían actuado en Malvinas, merecían ser fusilados.
Pero la dictadura consiguió plagiar un juicio militar que por poco no condecora a los traidores: los defensores de los imputados extendían a propósito los testimonios para que Rattenbach, que ya estaba más cerca del arpa que de la guitarra, se adormeciera sobre los expedientes.
El resultado es el que conocemos.
La infamia no terminó allí, es cierto, porque luego fue preciso obtener el aval de una sociedad anestesiada y la connivencia de una clase política cooptada para terminar de desarticular al país, pero precisamente por eso es ineludible discutir sobre la defensa nacional.
La doctrina militar se ve con los pingos andando, no en las mesas de arena.
Y salvo que a algún trastornado con jinetas se le ocurra reivindicar el triunfo en la “guerra contra la subversión”, aquí hay que discutir la defensa comenzando por ver con sentido crítico qué fue Malvinas, que fue la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia, qué fue la explosión de Río Tercero y qué fue haber desnacionalizado todas las empresas públicas (y estratégicas), muchas de las cuales quedaron en manos de estados extranjeros.
Reconocer los actos heroicos individuales y los padecimientos extremos en Malvinas no supone ninguna reivindicación de los malandrines que se apropiaron del país, ni ahora ni más adelante.
Y eso no es todo: cuando el actual gobierno organizó un registro de los postergados ex combatientes, se presentaron alrededor de 8.000 personas más del total de soldados que hubo en las islas. Una canallada semejante sólo se concibe en un país muy enfermo.
Hipótesis de conflicto
Hasta pasada la segunda guerra mundial, la doctrina militar argentina estaba signada por las enseñanzas de los alemanes Helmuth von Moltke y Carl von Clausewitz.
Uno peleó en la guerra franco-prusiana que acabó en la Comuna de París, y el otro fue combatiente en Waterloo.
El ejército argentino de las primeras décadas del siglo XX había copiado la organización de su par prusiano, y la Armada a su gemela británica, circunstancia que era blanco del sarcasmo del fallecido y contradictorio Jorge Abelardo Ramos: “los marinos usan al cuello un pañuelo negro como luto por la muerte del almirante Nelson en Trafalgar”, solía decir.
En la Fuerza Aérea, la de menos antigüedad, había una mezcla de organización al estilo inglés (algunos equipos posteriores a la guerra eran de ese origen, como los Avro Lincoln, Gloster y Bristol) y norteamericano, pero también mayor influencia del peronismo, que la había creado, y la ultraderecha católica.
En el período que se cierra en 1955, las fuerzas armadas habían identificado defensa con industrialización, en base a los antecedentes marcados por algunos generales como Mosconi, Baldrich y Savio. Con la Revolución Fusiladora comienza una rápida reconversión al modelo de EEUU, no sólo en equipamiento y organización, sino y sobre todo, en el diseño estratégico, que iba mudando, obviamente, al compás de los intereses del país hegemónico, giro que por cierto no se limitó a lo militar.
En la Guerra Fría, la oficialidad argentina recibía instrucción en la Escuela de las Américas con sede en Panamá, donde se fueron haciendo carne las doctrinas relacionadas con el avance del comunismo y el “enemigo interno”.
Osiris Villegas (ministro de Onganía) fue uno de sus difusores locales.
Cuando el “enemigo interno” se hizo visible y peligroso, los militares argentinos buscaron inspiración en los oficiales franceses que se habían opuesto a la independencia argelina. Se fue afinando la puntería en la aniquilación y las tareas de inteligencias, poniéndose énfasis en la tortura.
Aunque no se habían abandonado las “hipótesis de conflicto” (durante el gobierno de Onganía, el Operativo Ayacucho simuló una invasión a Chile, que a grandes trazos casi es utilizado en serio durante la dictadura de Videla) el ejército de la etapa que comienza en 1976 estaba abocado a lo que era tarea del gobierno civil, a arrasar al “enemigo interno” que no era sino el conflicto social provocado por la política económica, y a corromperse.
En esas condiciones se lanzó (con un grado de ineptitud que todavía resulta pasmoso) al desventurado enfrentamiento del Atlántico Sur, con los resultados conocidos, porque una invasión a Malvinas nunca había sido desarrollada anteriomente como “hipótesis de conflicto”.
¿Quién puede negar a esta altura que Martínez de Hoz, Nicanor Costa Méndez y Roberto Alemann, y sólo para nombrar a los primeros, no trabajaban para el triunfo estratégico del Reino Unido? ¿Siendo así, que clase de doctrina de defensa era esa que dejaba en estos personajes la conducción del Estado? ¿Dónde estaban los estrategas militares encargados de defender la soberanía nacional?
Doctrinas
Hasta 1860, la guerra moderna se concebía como un enfrentamiento entre líneas y columnas. La doctrina francesa posterior estaba determinada por la potencia de fuego de la artillería, que definía la situación. En la segunda guerra mundial, se basó en la velocidad, la sorpresa y la libre iniciativa.
El avance de la tecnología determinó un nuevo tipo de guerra que se apoya más en los elementos culturales que en el potencial bélico, como desinformación y control de la población civil.
Para los norteamericanos que actúan sobre las FFAA argentinas a través del Sistema Interamericano de Defensa, las “nuevas amenazas” son el terrorismo, el narcotráfico, las armas de destrucción masivas, las migraciones, los desastres naturales. Esas son sus “amenazas”.
Según la nueva doctrina en discusión, las FFAA no se pliegan a esos esperpentos neoconservadores, ni planean tomar territorios vecinos, para lo cual se desactivan sus sistemas de armas ofensivas, y se reacondiciona el despliegue territorial a fin de encarar sólo una defensa de la nación luego de producida una invasión.
En este contexto, no se puede volver a caer en payasadas como la que se descubrió últimamente en Trelew con un servicio de informaciones navales que hacía espionaje interno.
Se busca invasor
¿Y quién podría invadirnos?
Esta es una definición política. No podría invadirnos un país pequeño, ni un vecino, sino sólo uno que considerara que el argentino, al igual que el de toda Sudamérica, es un territorio considerado como propio, sujeto a su vigilancia, a su área de influencia, o que posee recursos (naturales) que el otro desea adquirir por la fuerza.
La invasión supone haber sobrepasado la capacidad defensiva del otro en la frontera, es decir, un avance con medios técnicos y humanos superiores a los del invadido, tal como sucedió en Malvinas.
En una reciente Conferencia Naval Interamericana, la ministro Nilda Garré, luego de aclarar que “(esta nueva doctrina) no implica un desarme unilateral de la Argentina”, admitió que la segunda pata de este esquema es “la constitución de un instrumento militar combinado mediante la cooperación e integración políticomilitar de la región”.
Si se articulan efectivamente, varios países débiles pueden enfrentar mejor la situación de conflicto.
Si el “populismo” forma parte del Eje del Mal, la respuesta a esta segunda pata es obvia.
Un tercer elemento a tener en cuenta es que, sobre todo desde la invasión a Irak, comienzan a actuar ejércitos privados (los famosos “contratistas”) cuando hasta el presente, el militar de cualquier parte del mundo pensaba la guerra en función de estructuras estatales enfrentadas.
Ahora hay que pensar en ejércitos dependientes de una corporación, y que se consideran eximidos de toda regla internacional. Paradójicamente, se internacionaliza el derecho pero se privatiza una violencia no sujeta a ese nuevo derecho.
Por último, no es viable una política nacional de defensa sin una producción nacional para la defensa, se limite o no esa política a resguardar el territorio.
Aquí existió una moderna industria bélica que generó cientos de puestos de trabajo y pequeñas empresas, y que obligó a plantearse objetivos en términos de tecnología, ciencia pura y ciencia aplicada.
Esos objetivos desaparecieron junto con la industria.
Mientras los Tucano y Bandeirante brasileños vuelan por todo el mundo, el gobierno argentino regaló la fábrica de aviones de Córdoba a la Lockheed y desarmó gran parte de la potencialidad de Fabricaciones Militares. La ley de Producción para la Defensa ha sido discutida en diputados luego de dormir 18 años en un cajón.
En Córdoba, durante los años 50 y parte de los 60 se habían dado los primeros pasos en la fabricación de autos, camiones, tractores y aviones civiles y militares de diseño nacional, lo que no sólo significó miles de puestos de trabajo, sino la adquisición de bienes de capital, su creación, y una gran inversión en desarrollo tecnológico, lo que se conoce como I&D.
Si los militares encargados de definir una estrategia nacional de defensa no asumen la enormidad de esa desaparición, difícilmente puedan ir más allá de un juego de guerra.
Y esta Argentina tiene demasiadas deudas internas como para que un sector del Estado se dedique a jugar