Dinosaurios en acción

La interna en Empleados de Comercio destapó la presencia de un espía del Batallón 601 en la cúpula del gremio que conduce Armando Cavalieri. La historia que lo une a otro espía, hoy ladero de un jefe radical: la desaparición del estudiante Riobó.

En medio de los remolinos del presente, la noticia pasó desapercibida: el 19 de julio hubo una ruidosa manifestación de militantes vinculados a organismos de Derechos Humanos frente a la sede del Sindicato de Empleados de Comercio (SEC) en repudio a su titular, Armando Cavalieri, por apañar a un represor: el ex integrante del Batallón 601, Juan Manuel Bernasconi.

 

El asunto saltó a la luz luego de que el gremialista –quien a los 84 años pelea por su noveno mandato consecutivo– impusiera en la Junta Electoral del SEC a ese sujeto, desoyendo un fallo de la Justicia.

 

La pertenencia de Bernasconi al aparato represivo del Ejército quedó al descubierto a principios de 2009, cuando el Archivo Nacional de la Memoria (ANM) desclasificó la lista completa de sus agentes civiles entre 1976 y 1983.
Idéntica suerte corrió entonces un tal Carlos Enrique Bernadou.

 

El primero tiene 66 años. Vive en Quílmes, es padre de un ex candidato a edil por el massismo y alterna tareas comerciales con su flamante actividad sindical, la cual acaba de echar por tierra su discreto perfil.

 

El segundo, de 65 años, supo merecer mala fama a fines de los noventa al ser procesado –sin consecuencias condenatorias– en la denominada “causa de los ñoquis” del Concejo Deliberante, donde era funcionario. Tal problema no lo privó de ocupar durante 2010 la vicepresidencia del Comité Capital de la UCR; ni de ejercer con posterioridad un cargo jerárquico en la Secretaría del Consejo de la Magistratura; ni de regresar en 2017 a la cúpula del radicalismo porteño como ladero de su presidente, Emiliano Yacobitti.

 

Ambos están denunciados de participar en la desaparición del estudiante Ricardo Emilio Riobó, secuestrado por una patota militar el 23 de mayo de 1978 en la localidad bonaerense de Turdera. Tal querella –presentada en 2013 por el abogado de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, Pablo Enrique Barbuto– está actualmente atrancada en algún cajón del Juzgado Federal Nº 4, a cargo de Ariel Lijo.

 

Lo cierto es que este caso pone al descubierto una trama que merece ser reconstruida: la ofensiva del terrorismo de Estado contra alumnos y docentes de la Universidad del Salvador.

 

Armando Cavalieri va por su noveno mandato al frente del Sindicato de Empleados de Comercio
Las aulas de Jesús

A principios de la década del setenta ese lugar supo ser una suerte de refugio para alumnos que, por su militancia, no tenían cabida en la UBA en virtud de la intervención dispuesta por la dictadura del general Lanusse. Tanto es así que, ya en el período previo a la primavera camporista, había en sus aulas un profuso activismo. Y diversas agrupaciones que se disputaban el control de los Centros de Estudiantes de las distintas facultades.

 

En la de Ciencias Jurídicas, la Juventud Universitaria Peronista (JUP), bajo el sello de Bases Peronistas del Salvador (BAPS), y la Juventud Radical (JR), bajo el sello de la Juventud Universitaria Radical del Salvador (JURS), se alternaban en la conducción política del alumnado. Los comicios de 1972 habían favorecido a la agrupación peronista y las elecciones de 1974 fueron para los radicales, hasta 1975, cuando la JUP, en alianza con otros grupos, volvió a ganarle a la JR.

 

En esa ocasión, Riobó –al que sus compañeros llamaban “Manolito”– resultó electo como delegado ante el Consejo Superior de la Universidad. Y en la lista derrotada resaltaba la figura de un entusiasta dirigente, cuyo apodo era “Pecos”. A los 23 años, aquel tipo presumía ser un sólido cuadro político; era amplio y razonable en sus criterios, mostraba un notable carisma y ejercía con sencillez el liderazgo entre sus correligionarios, además de mostrar una buena predisposición para confraternizar con militantes de otras corrientes, entre los que estaba Riobó, con quien cultivó una amistad.

 

En 1974, la Universidad del Salvador tuvo un giro institucional cuando el jefe máximo de los jesuitas, Pedro Arrupe, le ordenó al joven y promisorio consultor provincial de la Compañía, el sacerdote Jorge Bergoglio, transferir aquella casa de estudios a manos laicas. A tal efecto, el actual papa Francisco depositó su confianza en dos individuos que pertenecían a la organización peronista de derecha Guardia de Hierro: Francisco Piñón, (a) “Cacho”, quien pasó a ser rector, y Walter Romero, que fungió desde aquel momento como un operador de la Universidad en la sombra.
Tres años después, ellos le concedieron el doctorado Honoris Causa al almirante Emilio Massera.

 

Por aquel entonces, a pesar de los niveles represivos de la dictadura, aún existía cierto activismo en sus aulas, al punto de que radicales y peronistas continuaban en pugna por el manejo del Centro de Estudiantes. Sin embargo, la represión dio allí una serie de golpes planificados a la perfección. Como si sus hacedores contaran con valiosas informaciones obtenidas por fuera de los gabinetes de tortura. De modo que unos 20 alumnos y profesores cayeron en el agujero negro del exterminio. En la facultad de Ciencias Jurídicas integran esa nómina el docente Daniel Antokoletz, además de los estudiantes José Luis Casariego, Cristina Turbay y el ya mencionado Riobó.

 

Éste fue secuestrado en la casa de sus padres. Los represores también se robaron muebles, electrodomésticos y ropa. Incluso la de un tal “Chaco”. Se trataba de un amigo del militante de la JUP que solía pernoctar allí.

 

“Chaco” y Ricardo se conocían desde la infancia. Habían cursado los estudios secundarios en el colegio San Jorge, de Turdera. Y en la adolescencia fueron sido inseparables. En la casa de los Riobó aquel muchacho era como de la familia. En 1977 trabajaba de chofer en un sindicato junto con el padre. Dos días antes del secuestro, había dormido en lo de Ricardo. Desde ese momento nadie en el barrio supo más de él.

 

“Chaco” no era otro que Juan Manuel Bernasconi.

 

Y “Pecos”, Carlos Enrique Bernadou.

 

Proveniente de la UBA, Emiliano Yacobitti alcanzó la jefatura de la UCR capital.

 

Topos al desnudo

Ya se sabe que sus nombres figuran en las listas desclasificadas del Batallón 601. A su vez, sus legajos –a los cuales Zoom tuvo acceso en forma exclusiva– son, por demás, elocuentes.

 

“Juan Manuel Bernasconi, DNI 10.077.548, revistó con la especialidad Redactor Dactilógrafo desde el 16 de abril de 1978 (en carácter condicional) designado por resolución firmada por el General de Brigada Alberto Alfredo Valín, Jefe II Inteligencia, siendo confirmado con fecha 16 de abril de1979 en el Cuadro ‘A’, Subcuadro A-2, en la Central de Reunión como “In 16” por resolución con firma del Subjefe II de Inteligencia, Coronel Alfredo Sotera”.

 

Bernasconi perteneció al Batallón 601 hasta el 1º de marzo de 1998. Su aval ideológico fue el coronel médico Emilio García Pérez, quien indicó que tenían una relación de amistad desde el año 1973.

 

“Carlos Enrique Bernadou, DNI 10.703.784, designado el 1º de agosto de 1977 en carácter condicional (por nota del 29 de julio de 1977), con apodo Claudio Ernesto Bebilacua, resultó confirmado en sus funciones de Agente de Seguridad (subcuadro C2, grado IN14) el 31 de agosto de 1978, Realizó el Curso DGJE 260/78, y obtuvo título de Agente Especial de Contrainteligencia.

 

Sus avales para ingresar al Batallón 601 fueron el Ministro del Interior de la dictadura, Albano Harguindeguy, y el ministro de Gobierno de Misiones, Luis Alberto Sarmiento, también imputado en crímenes de lesa humanidad.
Bernadou permaneció en el Batallón 601 hasta el 8 de agosto de 1979.

 

El autor de esta nota mantuvo el 15 de noviembre de 2013 un diálogo telefónico con Bernadou.
Al ser preguntado si perteneció al Batallón 601, dijo: “Puede ser”.

 

¿Confirma, entonces, su pertenencia a ese organismo?

No lo confirmo ni lo desmiento.

Si no lo desmiente, ¿por qué no lo confirma?

Y bue…entré al Batallón en 1977. Estuve hasta 1979. Yo tenía apenas 24 años. Estaba en vigilancia. Es decir, custodiábamos casas de milicos. En la facultad yo no estaba infiltrado. Yo iba a estudiar. Y además militaba en el Centro de Estudiantes. Yo estaba en la Juventud Radical

¿Cómo convivía aquella militancia con su carácter de integrante de una fuerza represiva?

Nosotros no sabíamos las cosas que pasaban. Estábamos en pelotas.

 

¿Cómo consiguió que Harguindeguy fuera su aval para ingresar al Batallón 601?

Por un vecino, el coronel Brand. La esposa era hermana del ministro.

 

Después insistió con que su labor de inteligencia nada tuvo que ver con su carácter de estudiante en la Universidad del Salvador. Para robustecer dicha afirmación, apeló a su presunta amistad con un alumno desaparecido. Este era nada menos que Riobó. “Fui muy amigo de él. Era un pibe macanudo”, fueron sus palabras al respecto.

 

De pronto, se interesó en la querella presentada en esos días contra él. Y se le dijo que la denuncia giraba en torno de estudiantes desaparecidos.

¿Quiénes son? ¿Cuáles son sus nombres? –quiso saber.

Ricardo Emilio Riobó es uno de ellos.

En ese instante, apenas musitó:

¡Pucha! ¡Es el que yo conozco!

Luego se oyó el click que dio por finalizada la llamada.

 

Ahora, cuatro años y medio después de aquella conversación, el bueno de Bernadou continúa transitando los pasillos del radicalismo. Y Bernasconi prueba suerte en el escarpado universo sindical.

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