Difícil pero posible

Encuadrado dentro de las filas de los partidarios y estudiosos del capitalismo y la economía de mercado, Joseph Stiglitz confronta en Cómo hacer que funcione la globalización* algunas de las explicaciones más simplistas acerca de la dinámica de la globalización y sus consecuencias. El caso argentino.

Con claridad y de la mano de múltiples ejemplos históricos, Stiglitz analiza temas como las reglas de juego en materia comercial -en particular los enfoques que postulan la apertura irrestricta de las economías y el libre comercio como la vía hacia el desarrollo-, el funcionamiento y consecuencias de la liberalización financiera, el “camino hacia la crisis” financiera y de deuda recorrido por muchos países subdesarrollados, la normativa en materia de propiedad intelectual y sus efectos sobre el proceso de innovación, la acción de las corporaciones multinacionales, el papel del Estado en el desarrollo, la estrategia de desarrollo de China y los países del sudeste asiático, y el impacto de las actuales dinámicas de la globalización sobre el ambiente.

Pero, además, Stiglitz no se contenta con la crítica y para cada uno de los temas analizados presenta interesantes y fundamentadas propuestas para que la globalización “funcione”.

Más allá del por momentos enojoso estilo autorreferencial del autor y de una perspectiva que no siempre logra abordar ni dilucidar los mecanismos y juegos de poder que operan a nivel nacional y mundial y explican por qué la globalización funciona como lo hace, el libro de Stiglitz constituye un valiosa herramienta para informarse y comprender algunas de las características de la globalización.

A continuación se transcriben algunos párrafos del libro.

Las características del consenso.

La liberalización del comercio y la del mercado de capitales eran dos componentes clave de una estructura política más amplia conocida como el Consenso de Washington, que se fraguó entre el FMI (ubicado en la calle 19), el Banco Mundial (ubicado en la calle 18) y el Tesoro de Estados Unidos (ubicado en la calle 15), dentro de lo que constituía el conjunto de políticas que mejor iban a promover el desarrollo. Enfatizaba en una política económica que perseguía la reducción del papel del Estado, la desregulación y la rápida liberalización y privatización.

En los primeros años del nuevo milenio, la confianza del Consenso de Washington se lesionó, y empezó a surgir un consenso pos Consenso de Washington. Aquél, por ejemplo, prestaba muy poca atención a cuestiones como la equidad, el empleo y la competencia, a la determinación del ritmo y la periodización de las reformas, o cómo llevar a cabo las privatizaciones. También se está de acuerdo ahora en que se centró casi exclusivamente en el aumento del pbi, no en otras cuestiones que afectan al nivel de vida, y se ocupó muy poco de la sostenibilidad -o de si el crecimiento podría sostenerse económica, social, política o ambientalmente-.

El hecho de que países como Argentina -que tuvo una estimación muy alta en la valoración del FMI en lo que se refiere al cumplimiento de los preceptos del Consenso de Washington- lograron unos buenos resultados durante unos pocos años, para enfrentarse después al desastre, contribuyó a reforzar el nuevo énfasis en la sostenibilidad.

El caso argentino

De la historia de la crisis de Argentina pueden extraerse muchas lecciones acerca de lo que los países y la comunidad internacional, especialmente el FMI, deben o no deben hacer.

Demuestra que, una vez más, incluso los países que parecen funcionar bien y sólo contraen una deuda moderada, pueden acabar presos de una deuda aplastante, como consecuencia de factores que están más allá de su control; demuestra además qué fácil es que a una crisis le siga otra; demuestra que la ayuda exterior puede tener un alto precio y que seguir los consejos del FMI, pese a ser uno de sus alumnos aventajados, ni protege frente a una crisis ni inmuniza frente a posteriores críticas del FMI y, lo que es más importante, la exitosa recuperación de Argentina sin la ayuda del FMI ha suscitado muchas preguntas: ¿seguirá este o aquel país los consejos del FMI?, ¿le habría ido mejor a Brasil suspendiendo pagos que aplicando la política de austeridad que el presidente Lula siguió en su primera legislatura pese al vigor de sus exportaciones?

Además, Argentina ha demostrado que hay vida después de una suspensión de pagos, que un país puede crecer incluso más que antes de la misma. Pero hay pocos países tan valientes como Argentina. Es el temor a las consecuencias de no pagar su deuda lo que conduce a los países a hacerlo, lo cual supone imponer enormes dificultades a sus ciudadanos […].

La mayoría de los países aplastados por las deudas, en tanto que sus economías permanezcan estancadas -cosa que harán mientras estén constreñidas por aquéllas-, no podrán acceder a los mercados de capital, por mucho que sean fieles al pago de la deuda. Pero en cuanto empiecen a crecer volverán a tener acceso a los mercados de capital, por mucho que hayan suspendido pagos. Rusia volvió a esos mercados a los dos años de declararse en suspensión de pagos (lo hizo en 1998). Los mercados financieros miran hacia el futuro, se preguntan qué perspectiva tiene el país de devolver sus préstamos. Es mejor apostar por una economía de pleno empleo y más vigorosa porque se ha librado de su deuda pendiente.

Chile y el FMI

El FMI llegó incluso a ponerle obstáculos a una de las economías mejor gestionadas del mundo, la de Chile, cuando cayó en una crisis, junto al resto de América Latina, a finales de la década de 1990.

El Estado se había tomado a pecho el principio de gestionar bien sus recursos y estableció un fondo de estabilización en 1985. Cuando eran buenos tiempos y el precio del cobre estaba alto, depositaban dinero en el fondo para recurrir a él en tiempos de necesidad. Sin embargo, cuando decidieron gastar dinero de su fondo de estabilización el FMI les dijo que no lo hicieran […].

Chile no se atrevía a hacer caso omiso del FMI. Aunque no se trataba de los préstamos del Fondo, le preocupaba que los mercados financieros reaccionaran ante las críticas de éste elevando los tipos de interés de sus créditos. Debido a que Chile siguió una política menos expansiva de la que hubiera adoptado en caso de que el FMI hubiera alentado el gasto a cargo del fondo de estabilización, sufrió un descenso más pronunciado del crecimiento.

Libre comercio, la industria y la escalera

El argumento habitual a favor del libre comercio se basa en la eficiencia, se pueden producir más bienes con los recursos disponibles si cada país se centra en su propia ventaja comparativa. Pero algo que es incluso más importante a la hora de determinar el ritmo de crecimiento en los países en vías de desarrollo es la rapidez con la que acceden al conocimiento y la tecnología […].

La pregunta que se plantea es cómo hacerlo mejor. Hay quienes aseguran que la mejor forma -probablemente la única-de aprender a producir acero es producir acero, como hizo Corea cuando puso en funcionamiento la industria siderúrgica.

En ese momento su ventaja comparativa era el cultivo de arroz, pero aunque los agricultores coreanos se convirtiesen en los productores de arroz más eficaces del mundo, sus ingresos seguirían siendo limitados. El gobierno coreano fue consciente de que para alcanzar con éxito el desarrollo, su economía tenía que pasar de basarse en la agricultura a hacerlo en la industria.

Para que los países en vías de desarrollo puedan penetrar en estos sectores industriales tienen que protegerlos hasta que sean lo bastante fuertes para competir con los gigantes internacionales existentes. Los aranceles dan lugar a precios más elevados -lo suficiente para que las nuevas industrias puedan cubrir costos, invertir en investigación y realizar el resto de las inversiones que precisan para valerse, por fin, por sí mismas.

Se trata del denominado argumento favorable a la protección de las industrias nacientes o infantiles. Fue una idea popular en Japón en la década de 1960 -en Estados Unidos y Europa en el siglo xix-. De hecho, la mayoría de los países exitosos se desarrollaron a la sombra de la barrera proteccionista. Algunos críticos de la globalización acusan a países como Japón y Estados Unidos, que han trepado por la escalera del desarrollo, de querer derribar esta escalera para que otros no puedan seguir ese camino.

La propiedad intelectual y la edad media.

Algunos críticos han comparado el reciente refuerzo de los derechos de propiedad intelectual con la iniciativa de levantar cercados que en la baja Edad Media se produjo en Inglaterra y Escocia cuando los señores feudales empezaron a cercar tierras que hasta ese momento habían pertenecido a toda la comunidad. Pero existe una gran diferencia con lo que hoy está ocurriendo. Aunque las personas expulsadas de sus tierras sufrían enormemente, la eficiencia económica experimentaba cierta mejora […] Los economistas dirían que se trata de un clásico caso de sacrificio de equidad por eficiencia, pero con el cercado de los territorios comunes de lo intelectual sí se pierde eficiencia. En realidad, la monopolización no sólo puede provocar un estancamiento de la eficiencia, sino reducir la innovación.

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– Taurus, noviembre 2006. Stiglitz fue asesor económico del gobierno de Clinton y vicepresidente senior del Banco Mundial. Obtuvo el Nobel de economía en 2001 y es autor de numerosos trabajos académicos. Además publicó El malestar de la globalización (Taurus, 2002) y Los felices 90. La semilla de la destrucción (Taurus, 2003).

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