Desde Japón: una crónica contemporánea. Reverso y anverso en Kenzaburo Oé

Por Carina Blixen, gentileza Semanario Brecha para Causa Popular.-

Cuando hace una década se le concedió el Nobel de literatura, declaró que ya no escribiría. Había fundado su obra y su prestigio en la íntima e intensa escritura de obsesiones personales. Un japonés atípico, detractor del “fascismo” de Mishima, Kenzaburo Oé regresó a la escritura. Dio hospitalidad a la historia. Es otro y el mismo el que desafía a los lectores.

No es imprescindible saber que Kenzaburo Oé tuvo un hijo discapacitado ni acordarse del atentado con gas sarín en el metro de Tokio en 1995 para leer su obra; pero ambos datos permiten calibrar de qué manera sus libros dialogan con su vida y la sociedad de nuestro tiempo.

Tal vez no sea demasiado forzado recordar también, para situarlo, su amistad con Edward Said (1935-2003), el autor de Orientalismo, porque comparten la amplitud de perspectiva de quienes han reflexionado y crecido espiritualmente a partir del encuentro y desencuentro de culturas.

Y porque algunos planteos teóricos de Said parecen pensados para ubicarnos ante la obra de Oé. Said defendió teóricamente “la relación que existe entre los textos y las realidades existenciales de la vida humana, la política, la sociedad y los acontecimientos”.

Opinó que “los textos son mundanos, son hasta cierto punto acontecimientos, e incluso cuando parecen negarlo, son parte del mundo social, de la vida humana y, por supuesto, de momentos históricos en los que se sitúan e interpretan” (El mundo, el texto y el crítico). La obra de Oé invita a ser leída como la puesta en escena de una conciencia crítica que organiza una y otra vez el inestable y difícil convivir del individuo en la sociedad.

Nació en 1935 en Ose, una aldea de montaña situada en la isla de Shikoku. Estudió literatura francesa en la Universidad de Tokio, en la que se graduó con una tesis sobre Jean Paul Sartre. Dio clases de literatura en México y Estados Unidos. En sus más de veinte novelas, colecciones de cuentos y ensayos se revela un lector apasionado de las literaturas inglesa, española y latinoamericana.

Integra la cita y la referencia literaria a sus historias de vida. Y lo hace con fluidez, sin parecer pretencioso o artificial, porque literatura y experiencia están en el origen de la escritura, en el proceso y naturalmente en el resultado final.

Los escritores entre la guerra y la paz. Un pacifismo activo, una visión que integra la cultura japonesa y la occidental en una perspectiva democrática, han llevado a Oé a disentir públicamente con Yukio Mishima (1925-1970), una presencia política gravitante en Japón y un escritor reconocido en el mundo occidental. ¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era! (1983),1 considerada por Oé como una novela de no ficción, coloca al narrador ante la muerte de M (Mishima).

“M había elegido morir por propia mano el 25 de noviembre, aniversario de la muerte del patriota Shoin Yoshida. Llegó el día y hubo programas especiales sobre el asunto en la radio y en la televisión, de la mañana a la noche. Por entonces yo estaba fuera del país, pero hubo imágenes y fragmentos sonoros que me llevaron a evocar el momento de una manera tan vívida que me hizo sentir como si personalmente hubiera sido testigo de los hechos.

Observé que la horrible fotografía de la cabeza cortada de M no apareció en la pantalla de televisión ni en los periódicos, y que también había sido suprimida la información sobre la reunión estudiantil que utilizó la foto como cartel.”

Diez años mayor que Oé, Yukio Mishima ejerció una perturbadora fascinación en la agitada cultura japonesa de los años sesenta. El 25 de noviembre de 1970, luego de arengar al ejército a dar un golpe de Estado y recibir risas como respuesta, se hizo el harakiri ante las cámaras de televisión.

Su secreta angustia encontró cauce en la forma japonesa tradicional de suicidio. Produjo una escena revulsiva al actualizar la práctica samurai de la muerte gloriosa y reclamar el retorno al Japón imperial sirviéndose de la forma mediática más popular de la sociedad de consumo. Renovador de la literatura japonesa, figura notablemente ambigua, Mishima encarnó un mensaje fascista militarista que cautivó también a los jóvenes izquierdistas.

Oé disintió públicamente de la ideología de Mishima, pero es posible interpretar que también lo hizo a través del ejercicio de la escritura. En lugar de apelar al impacto escénico, apostó a la palabra compartida, al proceso lento en que se desgranan la reflexión y la imaginación.

Una de las manifestaciones de su preocupación por el papel del intelectual y de la centralidad de Mishima para pensar el tema se puede encontrar en Internet en el intercambio epistolar que Oé propició con Mario Vargas Llosa. A partir de la afirmación del autor de La guerra del fin del mundo de que “los intelectuales colaboran a veces en la construcción de los sistemas de intolerancia”, Oé le escribe que percibe en Japón una actitud cada vez más desafiante que explica por una “psicología de compensación” al supeditarse su país a una Constitución pacifista después de la guerra.2

Dice que Mishima representa ese sentir, esa sensibilidad violentista, desde la derecha, y que “los activistas de izquierda apoyaron emocionalmente su suicidio como una convincente forma de protesta”.

La violencia está muy presente en la obra de Oé, que reconoció en más de una oportunidad que de joven se sintió atraído por ella. Pero la trabaja literariamente para comprenderla, no para exaltarla, dice en una entrevista.3 Mishima es un “esteta de la violencia” que “elaboró un estilo bello y cuidado, pero permaneció estático, inamovible a lo largo del tiempo”. Oé ha expresado la voluntad de renovar su lengua, de construir nuevos estilos literarios.

A la cultura japonesa occidentalizada por el capitalismo incorporó la diversidad de registros de la literatura europea, con la libertad de quien la asimiló como una tradición integrada.

Padre e hijo. En 1963 nació su hijo Hikari, “con un bulto de color rojo brillante, del tamaño de una segunda cabeza, adherido a la parte posterior de su cráneo” (¡Despertad…). Cinco años antes Oé había publicado su primera novela Arrancad las semillas, fusilad a los niños. Un año después del nacimiento, publica Una cuestión personal,4 una novela existencialista, desgarrada, violenta y de gran vitalidad.

Como Juan Carlos Onetti, como Felisberto Hernández, el narrador recurre a las imágenes del “pozo” y del “cavar” para decir su experiencia: “(…) lo que experimento ahora es como cavar en solitario el pozo vertical de una mina, recto hacia abajo, hacia una profundidad sin esperanzas y que nunca se abrirá al mundo de nadie más (…). Lo único que hago es cavar y cavar, algo estéril y vergonzoso…”.

El protagonista es Bird, un joven profesor de inglés que tiene un hijo que nace con un bulto que parece una segunda cabeza. Bird había dejado atrás el alcoholismo y una adolescencia de pandillas y vuelve, después del nacimiento, al alcohol y a una antigua amistad femenina. Desea sacar al niño de su vida porque se siente prisionero de ese “bebé monstruoso”.

La narración transcurre en las horas febriles, cargadas de decisiones apresuradas y movimientos sin sentido, que desembocan, a contramano del temor y el deseo de escapar, en la aceptación de su hijo.

Es un relato compulsivo, en caída libre. El protagonista deberá “tocar fondo” para comprender y salvarse.

Vida y obra se alimentan y modifican en una relación abierta. La escritura no sólo no es ajena a las circunstancias personales y colectivas, sino que es una respuesta que transforma en su ejecución experiencia y literatura. El protagonista de Una cuestión personal se da cuenta en determinado momento de que lo que él consideraba un déficit puede ser en realidad una ganancia: “Por primera vez comprendió que el agigantamiento de su vida cotidiana y los problemas más inmediatos le permitían una amplitud mental y de comportamiento mucho más generosa que a los demás”.

“Hikari es una especie de lente a través de la cual se filtra la realidad”, dice Oé a Xavi Ayén en una entrevista.5 Ese hijo lo mantendrá unido a la infancia, un manantial de asombro, una fuerza irradiadora que normalmente se aleja de los adultos.

Preparándose para el cumpleaños número 20 de Hikari, Oé escribió ¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era! (1983). Narrada en primera persona, al comenzar el relato el padre, de vuelta de un viaje de trabajo que lo llevó a Europa, debe enfrentar una crisis familiar generada por su hijo.

Paso a paso, una escritura límpida libera a partir de la mirada hacia adentro un proceso de desprendimiento que dificultosamente realizan los padres para dejar crecer al joven discapacitado. El narrador está obsesionado con escribir para su hijo un libro de definiciones del mundo, la sociedad y la humanidad, algo que sea un apoyo cuando los padres no estén ya a su lado para guiarlo.

La narración exorciza el terror ante la soledad e indefensión del hijo después de la muerte de los padres.

Oé vuelve a un título que es cita y homenaje a William Blake (1757-1827), el poeta, pintor y grabador romántico inglés, autor, entre otros de los “Libros proféticos”. “(…) pretendí materializar el imaginario de la poesía de Blake (…) y a través de él reflejar a los míos”, dice a Xabi Ayén. Explica que Milton “es un canto contra las milicias, para que la sociedad se convierta en un lugar con leyes, instituciones, educación, donde se pelee utilizando la mente y no la sangre…”.
Profetas en Japón.

Cuando en 1994 Kenzaburo Oé recibió el premio Nobel, anunció que iba a dejar de escribir. Se dedicó a leer unos años hasta que se dio cuenta de que sin planteárselo estaba haciendo anotaciones para una obra futura.

El resultado fue Salto mortal,6 una novela inmensa, radicalmente diferente al estilo personal de alta temperatura emocional de las obras mencionadas antes. Un desafío personal que explicó en algunas declaraciones a la prensa: un “buen escritor debe forjar estilos continuamente, no debe estabilizarse nunca, debe ensayar siempre nuevas posibilidades expresivas”.7

Esta es una obra fría y distante. El predominio de los diálogos, el punto de vista alterno, la mirada exterior, “objetiva”, hacen que el lector no se identifique con ninguno de los personajes. La narración avanza en torno a conversaciones que vuelven una y otra vez sobre el “salto mortal”, sobre su sentido y alcances, sin avanzar mucho en la comprensión, aunque paralelamente la acción tenga un desarrollo inexorable.

Publicada en 1999, antes del fin del milenio, puede leerse como una puesta en escena, analítica y paródica, de una religiosidad apocalíptica. Está imbuida de la idea del fin del mundo, de la espera y la búsqueda de la destrucción purificadora. Los protagonista son los integrantes de una religión “nueva”, que tiene sus líderes, que ha sufrido su crisis (el “salto mortal”), que crece y genera sus sectas y conspiraciones.

No es una historia de intimidades, es la de algunos individuos que por diversas razones integran un grupo que quiere incidir en los sucesos del mundo. Como se explica en la novela, la palabra somersault remite a “salto atrás” y “salto mortal”. La historia comienza después de que los líderes -Patrón y Guiador- han renegado de su fe.

Ya fue dado el “salto atrás”, que en principio no fue un salto mortal. Cuando empezamos a leer, esta iglesia ya tiene un quiebre, un antes y un después, y se aboca a un renacimiento. Un grupo radical pretendía ocupar las centrales nucleares, y para detenerlo los líderes desertaron de sus convicciones ante las cámaras de televisión.

Diez años más tarde reinician sus actividades y se preparan para el resurgimiento público de la fe en un acto final. Es una historia entre abismos y una experiencia de crecimiento para los integrantes de la comunidad.

El anhelo de trascendencia y la lucha por el poder puesto en juego junto a una sensibilidad “moderna” han hecho recordar a la crítica a Los endemoniados, de Fédor Dostoievski. Oé se detiene morosa y cautamente en la zona de intersección entre el iluminado y el asesino.

La secta es ajena a la genealogía, al sucederse de las generaciones, a los lazos sanguíneos. Sus integrantes son sujetos desgajados de sus afectos, de su pasado y proyectados al futuro. Anhelan un tiempo distinto al de las vidas particulares y al de la sociedad global: el de las crisis y las revoluciones, el de la tabla rasa, el del advenimiento.

El objetivo del grupo religioso es “llenar el mundo de personas arrepentidas”, porque la humanidad está en un callejón sin salida y la gente no tiene conciencia de la crisis. Ese fin último no los sustrae a la menudencia de lo cotidiano ni los aleja del uso de una tecnología sofisticada, los medios de comunicación, los avances de la ciencia.

El lento devenir de la escritura hace aflorar ese encuentro de sensibilidades.
Una mirada desprejuiciada sopesa el ridículo y la grandeza de unos sujetos comunes y corrientes puestos a redentores. Un proyectado suicidio colectivo se transforma en una diarrea grupal. Los líderes son sujetos tan triviales como, por momentos, carismáticos. Sus seguidores perciben su lado vulgar al mismo tiempo que depositan su fe en sus poderes excepcionales. Patrón y Guiador son los nombres que les pone la prensa y que el narrador y la secta aceptan.

Patrón es el salvador, la segunda encarnación, esta vez en Japón, de Cristo. Es el que entra en trance, el que establece el contacto con Dios y dice incoherencias que son traducidas por Guiador.

Ante las cámaras de televisión, Patrón declaró, en un tiempo anterior al de la narración, que las doctrinas que habían predicado hasta ese momento eran pura broma. Ikúo -futuro integrante de la secta- de niño lo vio: “un viejales de poco seso despachándose a su gusto con una charla tonta”. La narración mantiene la ironía entre esa visión inmediata, desencantada, y las aspiraciones y ambiciones que para cada uno de los seguidores los líderes encarnan.

Por ejemplo, esa iglesia produjo su milagro. Un profesor de literatura japonés radicado en Estados Unidos vuelve a su país cuando sabe que tiene cáncer. Retorna en busca de un muchacho con el que se había topado años atrás a raíz de un accidente. El rencuentro también fortuito dispara esta historia de búsquedas definitivas. Avanzada la novela el cáncer del profesor desaparece.

Es un milagro o una suma de contingencias que dio lugar a un error. Es la reafirmación de la fe de muchos, es un regalo para la manipulación de los medios de comunicación. El narrador no aclara ni toma partido, abre la trama para que el lector se acerque a los sucesos que producen creencia.

La confianza de la sociedad japonesa en la tecnología, la industria y el fervor consumista conviven con unas concepciones religiosas legitimadoras de la venganza y la autoeliminación que han incorporado imágenes y nociones de la fe occidental. La novela está atravesada por la historia de Jonás.

Es una obsesión compartida por un joven de la secta -Ikúo- y el profesor -Kizu- vuelto de Estados Unidos. Ikúo, llamado el Jonás japonés, no acepta la misericordia de Dios, el cambio en su plan de castigo. Desea la destrucción de Nínive. Es “el guerrero solitario que lucha en campo abierto”. Desde niño ha escuchado una voz interior que le dice “Hazlo” y que lo ha impulsado a la violencia. Rechaza el “Hágase tu voluntad” cristiano que puede llevar a aceptar el perdón.

Leer y crear el mundo. En la hora punta de la mañana del 20 de marzo de 1995 cinco miembros de la secta Aum Shinrikyo (La Verdad Suprema) inundaron el metro de Tokio de gas sarín. Doce personas murieron y miles resultaron afectadas. Su líder se había bautizado Shoko Asahara (Luz brillante) en 1986 y a partir de la síntesis de las profecías de Nostradamus e ideas del budismo, hinduismo y taoismo había generado un culto con miles de seguidores.

Muchos críticos han leído en Salto mortal un eco de ese acontecimiento que sigue conmoviendo a la sociedad japonesa. En la novela Oé no opina, mira de cerca.

Al final de Salto mortal, en la página 800, nos damos cuenta de que el libro que estamos leyendo es el que escribe uno de los personajes vinculados a la secta desde el comienzo de la narración. Afianzada la nueva fe en un lugar distinto al originario, separado de su compromiso con el grupo, este personaje recibe el encargo de dejar por escrito un testimonio del proceso vivido entre todos. Su esposa le dice que “si no escribe minuciosamente los pormenores, no llegará eso a ser una verdadera ‘crónica contemporánea’”.

La mujer es la portavoz de la estética del autor en la narración: hay que ir paso a paso porque en la vida uno avanza sin saber hacia dónde. “La clave para entender lo que pasa está en los sucesos más insignificantes”, dice otro personaje más adelante. Como el cineasta Jim Jarmusch, más que los grandes momentos dramáticos, el narrador cuenta lo que parece no merecer registro, la suma de situaciones que sólo en su acumulación anodina da lugar a lo que se considera un acontecimiento.

Patrón toma de la “Epístola de San Pablo a los efesios” la idea de que la iglesia que advendrá será la del “hombre nuevo”. El profesor remoza en Japón sus dotes de pintor y recibe el encargo de hacer un tríptico para la capilla de la nueva religión. En el centro se encuentran Patrón, el representante de Dios, e Ikúo, el Jonás japonés.

Del intercambio entre los dos surgirá ese ansiado hombre nuevo. A medida que se desarrolla, la novela dibuja, en un barroco juego de reflejos, al artista inmerso en el mundo de la secta llevando a otro código el sentido de la trama.

El lector está invitado a leer la obra en relación con la vida de su autor, sus opiniones, su contexto social. Oé dijo en una entrevista que en su casa lo llaman Patrón, dio clases de literatura en Estados Unidos como el profesor Kizu, tuvo una juventud proclive a la violencia como Ikúo. Un niño, Morio, un personaje que acompaña a Patrón hasta el final, es un discapacitado con talento musical como su hijo Hikari. Hace poco la prensa informó sobre las condenas de los inculpados por los atentados con gas sarín.

No es imprescindible saber nada de esto, pero la lectura es mucho más interesante si se lo tiene en mente, y sin duda lo sería más si conociéramos más. Desafía la conciencia crítica del lector el leer a Oé leyendo el mundo.

– 1. ¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era!, Barcelona, Seix Barral, 2005.

– 2. Esta primera carta y las que siguen se pueden leer en Internet. La primera que manda Oé es del 10-I-99, El País digital.

– 3. Carlos Alfieri (entrevista) “Un buen escritor no debe estabilizarse nunca”, www.ortegaygasset.edu/revistadeoccidente/artículos

– 4. Una cuestión personal (publicada en 1964), Barcelona, Anagrama, 1989.

– 5. Xavi Ayén, entrevista en La Vanguardia, 14-XI-05, www. lavanguardia.es/web

– 6. Salto mortal, Barcelona, Seix Barral, 2004.

– 7. Entrevista Carlos Alfieri.

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