—¿Qué lectura hace del reciente conflicto por las retenciones?
—El conflicto como tal responde a una Argentina que no termina de establecer una agenda de futuro. La agenda política está saturada de los efectos de las decisiones más traumáticas del pasado, signada por un lado por la lucha contra la impunidad y terrorismo de Estado y, por otro, por la desindustrialización, las decisiones de insertarse en el mundo y crecer en base a una pauperización del aparato productivo.
Entonces la batalla de la 125, lo que se veía en la construcción de los discursos de las dos partes, era una batalla del pasado y no del futuro. Asumieron una lógica binaria, Gobierno contra Agro, como si fuera una discusión de campos, nacional y popular contra concentración oligárquica. En cambio, diría que se trató de un conflicto sectorial devenido en conflicto político, y devenido en conflicto político por la decisión del Gobierno de construir en este conflicto un momento fundante. Decidieron instaurar ahí el fundamento de la nueva etapa, decisión errada que además mostraba sus limitaciones anteriores.
—¿A qué limitaciones se refiere?
—En primer lugar, el Gobierno no estaba reviendo el modelo sojero, no estaba revisando el modelo productivo agropecuario ni industrial. Esto era una discusión de plata, de recaudación, por 1.200 o 1.400 millones de dólares, lo cual es nimio en la recaudación general del país. Ni hay comparación con una discusión sobre el IVA, que suma el cuarenta por ciento de la recaudación, o con un impuesto a la renta financiera, que sería el triple de recaudación, ni haber ido a las seis hermanas [los pooles agro exportadores] con el tema de la ley Martínez Raymonda, que hubiera implicado una cantidad similar. Es decir que toda la discusión tuvo estos ominosos silencios. En ambos discursos se está discutiendo la solución de la agenda del ’76, de la dictadura, que tiene una contra agenda que es la reconstrucción democrática del ’83, que coincide con la actual: si hablamos de revisar el rol de las Fuerzas Armadas, si hablamos de reencauzar la relación con Brasil, o de la relación entre el perfil de Argentina como Nación independiente y el rediseño del vínculo con Estados Unidos, no podemos saber si estamos en el ’83 o ahora, porque es una agenda con 25 años de vieja pero a cuyos márgenes le siguen sacando renta. La agenda del presente tiene como primer punto la igualdad: y ninguno jugó por la igualdad. La inmensa vocinglería ocultó todo esto.
—¿La medida puntualmente no tendía a la igualdad?
—Si la Argentina todavía cree que puede insertarse en el mundo vendiendo naturaleza en pedacitos, tiene que afrontar un esquema fiscal que no pase por el comercio exterior. Habría que tener fuerte impuestos a la tierra y a las ganancias. Yo soy partidario de las retenciones, obviamente; son un instrumento viejo y rústico pero efectivo para capturar plata. El problema es que no es un instrumento que te resuelve toda la política agropecuaria, así como el uno a uno no resolvía todos los problemas. Problemas complejos en sectores complejos necesitan políticas complejas. Pero retenciones, de por sí, están bien.
—¿Y las móviles?
—Si se notifica de antemano y se avanza sobre todos los sectores, es razonable. Pero no hecho con urgencia y solamente sobre un sector. La lógica fue ver a quién se le podía manotear la plata, porque por ejemplo las cerealeras y las fábricas de agroquímicos ya se la habían llevado.
—¿Cómo cambia para usted la imagen del Gobierno?
—Creo que el Gobierno manejó el conflicto desastrosamente. Había llegado al poder con un apoyo enorme y se enredó en una cuestión que en términos de eficacia fue calamitosa. Pero ellos no buscaban eficacia. Al principio tiraron la mano para agarrar la plata. Y cuando vieron que había barullo, construyeron esa supuesta épica, la pretendida batalla final. Lo mostró el ex Presidente cuando dijo que “están en contra de las retenciones los grupos de tareas”, reivindicando lugares acogedores de conflictos pasados. Si estudiamos el proceso de reconstrucción política de la posguerra europea, vemos que hubo un momento específico en que cada sociedad decidió que la guerra había terminado. Lo cual no tiene nada que ver con olvidar los muertos. Pero sí con generar agendas políticas tendientes a un cronograma de construcción a futuro, si bien impregnadas de historia. En el caso de los Kirchner, no sé, creo que debe ser una deuda personal de ellos en términos políticos y psicológicos. Pero además ahí hay un problema importante: no quieren asumir que objetivamente son el partido que más tiene que ver con el orden de la Argentina. Lo que hacen para mantener mística es o bien usar el discurso de “salvamos al país del infierno”, o bien retrotraerse a momentos en que el peronismo era el cambio. No sé si creen o no lo que dicen, pero hoy no son partido de ningún cambio.
—¿Cómo sería esa agenda a futuro con la igualdad como asignatura básica?
—Creo que la igualdad se operativiza primero con un pacto generacional. En Argentina hay un cincuenta por ciento de jóvenes por debajo de la línea de la pobreza. Después, las asignaciones familiares las cobran los trabajadores en blanco, no los que están en negro ni los desocupados. Es urgente implementar un plan de ingreso universal para la niñez. En 2008 el Estado dio subsidios por 32 mil millones de pesos. Y la asignación universal para la niñez saldría menos de 10 mil millones de pesos, y bastaría para no tener un chico pobre.
—¿Por qué cree que no se lleva a cabo?
—Porque este Gobierno sólo apeló a la discusión del ingreso por el salario, que es la manera formal de discutir con los capitalistas una parte de la distribución del excedente. La macro distribución del excedente desde la devaluación no se discutió, porque tendrías que implementar transformaciones fiscales muy serias. Y un pacto territorial con régimen fiscal federal que garantice a las provincias modelo de desarrollo alternativos. Si no, no hay política de industrialización posible; es mentira que Argentina está industrializándose. Los Kirchner no quieren discutir la matriz futura de este país, no hay propensión a buscar un nuevo vector ordenador de la Argentina, están conformes con haber planteado una pelea entre dos.
—¿Y qué composición posible imagina para un espacio progresista que sí impulse esos cambios?
—Si a nivel nacional el progresismo quiere tener peso, hay que tener generosidad en la apertura del espacio, permeabilidad de identidades, que puedan ser modificadas, y ser novedosos en la articulación de las diferencias. Si no, será plantar banderitas testimoniales. De todas maneras es posible que en los procesos políticos y electorales venideros no salga nada sólido del espacio progresista, y no podemos echarle la culpa a que en la altura la pelota no dobla: hacemos mal las cosas.
—¿Qué piensa de la fractura en Proyecto Sur, y de la cercanía entre Claudio Lozano y Eduardo Buzzi? ¿Qué dirigentes considera que transitaron dignamente el conflicto?
—Claudio integra Proyecto Sur a nivel nacional, pero en la ciudad yo no integro Proyecto Sur. Los movimientos allí los veo como situaciones de transición. Respeto a Buzzi, yo haría política con él. Después está el caso de Felipe Solá, con quien no haría política pero creo que tuvo dignidad en este proceso. Del lado del Gobierno hubo algunos que intentaron focalizar esto como conflicto sectorial, pero pocos.