“En muchas ocasiones la lectura de un libro ha hecho la fortuna de un hombre, decidiendo el curso de su vida, es por eso que creemos que los libros sólo tienen valor cuando conducen a la vida y nos son útiles. Haremos nuestro mejor esfuerzo para cumplir con esta misión”, reza el lema de la editorial Hojas del Sur que publica La construcción del milagro: el caso argentino, del presidente Javier Milei. ¿Qué valor? ¿Qué vida? ¿Qué utilidad? ¿Nos? ¿Quiénes? ¿Misión? El único milagro —en el sentido de “suceso o cosa rara”— que se produjo, el verdadero caso argentino: un presidente de ultraderecha cantando “Demoliendo Hoteles”, del real origen divino Charly García. ¿Será que solo la palabra “libertad” en la canción lo motivó a hacer una reinterpretación atrevida de una canción escrita en el escenario político de la caída de la dictadura militar en Argentina? Pueblo argentino estamos viviendo otro momento histórico para nosotros: la materialización, en vivo y en directo, de una verdadera arena de lucha de clases.
El Movistar Arena que aloja a cientos de buenos artistas en el año, albergó —según medios oficialistas— a las 15.000 personas que colaboraron con el armado del circo freek, narcoshow, como lo llamó Federico Gómez Moreno en la última nota publicada en el Newsletter tucumano “Total interferencia”.[1] El formato de recital cumplió el cometido que persigue “conjugar un entretenimiento en vivo con una experiencia única”. Cada uno tiene sus líderes en lo que hace: Donald Trump, claramente es el suyo. ¿Cuál es el siguiente paso? ¿Ser propietario, también, de los concursos de belleza y elecciones de reinas nacionales en nuestro país? En esto que digo, de todas maneras, no hay nada nuevo: hemos agotado todo en memes, menos las tristezas. La esperanza que nos queda es tener la certeza de que los circos con leones siempre se van de la ciudad, y el miedo a los payasos se disipa con abrazos de quienes nos acompañaron durante la función, y la sabiduría de conejo blanco de saber que un “para siempre” puede durar solo un segundo.
Este circo vino con un avant premiere nominado “Ex pert”, después un libro, y después una boleta única perversa, pensada para una población alfabetizada que entiende que una sola marca es suficiente para votar diputados y senadores. Una boleta que, por presupuestos altos, según anuncios del gobierno, no se va a volver a reimprimir. Es que el hombre con patillas no resiste que haya otro hombre con patillas gobernando, entonces, debe dejar la marca invotable para que no la olvidemos, para que la veamos, para que estemos muy cerca de confundirnos y anular nuestros votos.
Supongamos, por un momento, que quisieran reimprimirlas. Hablé con uno de los imprenteros que trabajó en la primera tirada: me contó que para imprimir 700.000 boletas necesitaron dos semanas completas de trabajo, en turnos de 24 horas. Si el trabajo se repartiera entre diez imprentas, imprimir los 14 millones de boletas necesarias demandaría, al menos, un mes entero. De lo que se deduce que ni la apelación a la Cámara ni esta exigencia de “no volver a gastar” son inocentes. El objetivo es otro: victimizarse, dilatar, tensar la cuerda. No nos dejemos engañar tanto por el espectáculo de la escasez. La misma escenografía, ahora en versión papel: una boleta invotable para un país agotado.
Y mientras tanto, se prepara el escenario del feriado. El viernes 10 de octubre vuelve a aparecer en la web del Ministerio del Interior con su viejo nombre: Día de la Raza. Una denominación que creíamos enterrada, sustituida por el Día del Respeto a la Diversidad Cultural. Pero el revisionismo al revés también es una marca registrada de esta época: retroceder en los nombres para borrar los sentidos. Llamar “raza” a lo que se había entendido como diversidad no es un error administrativo, es una declaración política. Y no es casual que ese mismo día sea también el Día Mundial de la Salud Mental. Hay algo profundamente enfermo en este presente: un gobierno que retrocede, que se empecina en un trabalenguas que convierte la política en circo, la diversidad en amenaza y la democracia en un reality show. Tal vez no haya mayor síntoma de época que el cansancio colectivo, esa mezcla de incredulidad y saturación que nos deja el ruido de todos los días. El gesto mínimo, ahora, lúcido, tiene que ser no acostumbrarse. No vaya que el milagro sí exista, y sea ese: no el de Milei cantando a Charly ni el de la editorial que promete “utilidad” en los libros, sino el de seguir pensando, seguir hablando, seguir votando con conciencia. En este momento histórico, el Congreso —con sus diputados y senadores— es el último cuerpo con algo de aire democrático. Cuidarlo no es un acto de fe, puede incluso pensarse como un acto de salud mental colectiva. Y es fundamental entender qué se vota y por qué.
En algún momento se instaló la idea de que las elecciones legislativas son menores, que lo importante sucede solo cuando se elige presidente. Pero es en el Congreso donde se definen las leyes, donde se detienen o se corrigen los excesos del Ejecutivo, donde el poder encuentra su contrapeso. Este miércoles 8 de octubre, la Cámara de Diputados aprobó un proyecto para restringir el uso de los DNU —esos decretos de necesidad y urgencia que el presidente firma para gobernar por encima del debate—. Pero hubo cambios, y el texto deberá volver al Senado. Esto muestra con claridad por qué el voto legislativo importa: porque ahí se juega el equilibrio de fuerzas que puede limitar el autoritarismo, frenar los abusos, proteger los derechos de tu abuela, de tu padre, de tu amigue trans, de tu amiga mujer, de tu profe de la facultad. Votar diputados y senadores es, literalmente, votar el futuro marco de la democracia. Esa que inhalamos cuando cerramos los ojos para calmar el llanto.

Ya no alcanza con indignarse ni con postear. Hay que explicarlo, repetirlo, hacerlo circular: votar legisladores y diputados, palabra, ley, derecho y un futuro fuera del espectáculo comercial en donde todo se compra, todo se vende, todo se rompe. Quienes no podemos más con este gobierno tenemos que hacerlo desde un lugar pedagógico también, hablándole incluso a quienes votaron esto por hartazgo y hoy vuelven a sentirse hartos. Enseñar —con paciencia y con amor por este país— que el voto consciente puede ser todavía una forma de resistencia, una manera de cuidar lo que queda en pie. Si hay un pueblo que ha sabido resurgir entre ruinas, es el nuestro. Siempre tuvimos a alguien cerca diciéndonos vengo a proponerles un sueño. Y hemos podidos materializar esas ideas. Y tal vez eso, finalmente, sea lo único que siga mereciendo llamarse milagro argentino.
Lo pienso y lo digo a mil trescientos kilómetros de Villa Crespo, sin otra arena que la que me empasta de dolor y enojo la garganta. Desde acá, donde el polvo de los ingenios todavía se mezcla con el humo de las quemas, donde los discursos bajan tarde pero el eco del pueblo sube rápido, desde un lugar en el que todavía creemos que la política no es un show. Que Tucumán, con su calor y su memoria, no olvida tan fácil quién reparte las luces y quién apaga la calle. Y que, aunque cueste, seguimos escribiendo desde este norte la parte que falta de la historia, como con Belén, como con Tafí Viejo, verdor sin tiempo.
[1] https://open.substack.com/pub/totalinterferencia/p/circo-freek-y-narcoshow-milei-degradacion?r=30kfo3&utm_campaign=post&utm_medium=web&showWelcomeOnShare=true