Todos los líderes y partidos políticos brasileños que no quieren tener como próximo presidente a un militar retirado de 63 años que apoya la dictadura, la tortura, el gatillo fácil y la violencia contra las mujeres, los gays, los negros y, básicamente, todos los que atenten contra su visión de la familia tradicional brasileña entraron esta semana en una frenética carrera contra el tiempo para revertir un resultado casi imposible y responder una pregunta que suele sobrevolar las crisis políticas: ¿La defensa de la democracia civil es el límite último en las disputas partidarias e ideológicas?
“Ahora pasamos a otra fase, a otra elección. Ahora se trata de una lucha de todas las fuerzas contra un candidato fascista. Una posible unión de las fuerzas democráticas va a depender de nosotros, de ofrecer espacios de poder” en un futuro gobierno, explicó a Zoom el ex canciller de Luiz Inácio Lula da Silva y uno de los hombres que estuvo al lado del ex presidente hasta el momento de su detención, Celso Amorim.
El veterano diplomático aclaró que habla a título personal, pero se permitió ser optimista porque “Lula es un político muy inteligente, muy pragmático” y Haddad, un profesor universitario que demostró ser buen gestor como ministro de Educación y luego alcalde de Sao Paulo, tiene “la personalidad y la cabeza” para buscar aliados.
Mientras el Partido de los Trabajadores (PT) espera poder plantear la discusión en estos términos en las próximas tres semanas antes del ballotage, Jair Bolsonaro, el candidato impensado que se reinventó en los últimos dos años y – tras la inahibilitación electoral de Lula- parece imparable a sólo cuatro puntos porcentuales de la Presidencia, piensa mantener su estrategia ganadora.
“El Partido de los Trabajadores financió dictaduras vía BNDES (Banco de Desarrollo de Brasil); anuló al (poder) legislativo con el mensalao (esquema masivo de corrupción), tiene tesoreros, estrategas políticos y un ex presidente en prisión por corrupción; quiere acabar con el Lava Jato (investigación judicial), además de controlar los medios e internet. Si alguien amenaza a la democracia, ¡ese alguien es el PT!”, escribió en su Twitter el domingo a la noche, tras celebrar su victoria.
A la mañana, tras votar, Bolsonaro ya había dejado en claro que en su propuesta no hay lugar para alianzas entre cúpulas políticas.
“No haré ninguna negociación partidaria. A mí ya me apoyan más de 260 diputados del bloque ruralista, gran parte del bloque evangélico y de la bancada de la seguridad. En mis cuentas, tenemos aproximadamente 350 diputados que van a estar con nosotros y, en su mayor parte, ellos son honestos”, aseguró frente a las cámaras.
A lo largo de toda su campaña, Bolsonaro -un diputado con 27 años en su banca y el hábito de saltar de partido en partido- logró presentarse ante millones de brasileños como un líder anti sistema, ajeno a los tejes y manejes y los negociados que quedaron al desnudo en los últimos años y desembocaron en las investigaciones judiciales de corrupción más grandes de la historia del país. Pese a que las denuncias y condenas afectaron a todos los partidos tradicionales grandes, públicamente el PT fue el principal perjudicado, en los tribunales y en los medios.
En este contexto de denuncias y operaciones políticas generalizadas, Bolsonaro no sólo se distanció de los partidos y los dirigentes políticos tradicionales, también se diferenció de su forma de hacer campaña. Dio la espalda a los medios hegemónicos como O Globo, desafió al modelo profesionalista de la política y estructuró su discurso a partir de lo políticamente incorrecto, de las redes sociales y Whataspp, de un vocabulario llano y cotidiano, y apelaciones constantes al sentido común más misógino, racista y violento, y referencias a valores cristianos conservadores.
Y tuvo éxito.
“La peligrosidad de Bolsonaro es que no le debe nada a los grandes grupos políticos del país. Eso abre un gran interrogante”, advirtió a Zoom, desde el estado de Sao Paulo, Patricio Talavera, profesor de la Universidad de Buenos Aires e investigador de la política brasileña.
En su opinión, “el único grupo que se puede identificar como responsable del ascenso de Bolsonaro es un grupo de militares. “El resto se sumó después, mucho después”, aclaró en referencia a empresarios y los principales referentes de las comunidades evangelistas, entre otros.
Mientras que el candidato que quedó tercero el domingo con un 12,5% de los votos, el laborista Ciro Gomes, ya aseguró que no votará por Bolsonaro -«Él no, sin duda. (…) Una cosa puedo adelantar: mi historia de vida es en defensa de la democracia y contra el fascismo»-, la gran incógnita es qué harán los grandes partidos tradicionales, como el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y el oficialista Movimiento Democrático Brasileño (MDB), dos de los grandes perdedores de la primera vuelta a nivel federal.
Entre los dos apenas sumaron un 6% de los votos, pero Haddad y el PT necesitan todos los votos posibles para pasar de 29,3% de la primera vuelta a una mayoría el próximo 28 de octubre.
Para conseguirlo, el PT tendrá que cambiar su estrategia y Haddad deberá dejar de ser el representante de Lula en la calle.
“La estrategia para la primera vuelta era la única posible. Nadie en el PT o en la cercanía del PT tenía la popularidad de Lula. Haddad tuvo una transferencia de voto que no hubiese tenido sin esa igualación con el ex presidente”, aseguró Amorim y explicó por qué, en su opinión, el candidato sólo consiguió una parte del apoyo del histórico líder petista: “Muchos de esos votos no eran de personas muy politizadas, sino de personas que buscan un liderazgo fuerte, de una personalidad conocida, como Lula, que le pueda ofrecer, en una crisis como la que vive Brasil, las dos cosas que le interesan: empleo y seguridad. Como Lula está lejos y en la cárcel, miraron a la solución más cercana que se les ofrece”.
Así, el ex canciller y uno de los políticos más respetados del PT explicó no sólo por qué Lula no consiguió transferir su intención de voto a Haddad, sino principalmente porque Bolsonaro capitalizó una parte importante de ese apoyo.
Pese a ello, Amorim se mostró convencido de que es necesario y posible formar una unión de fuerzas democráticas desde el centro hasta la izquierda, “incluso con elementos de centro-derecha” y puso como ejemplo al gobernador saliente de Sao Paulo y ex número dos del candidato presidencial del PSDB, Geraldo Alckmin, Cláudio Lembo.
Para el veterano dirigente, es importante que su partido no se quede en buscar apoyos. Debe ofrecer “lugares de poder”.
“Por ejemplo, Ciro (Gomes) ya dijo que continuará luchando por la democracia y contra el fascismo. Pero si él se suma al futuro gobierno, con un ministerio importante para su programa político, va a hacer campaña con más entusiasmo e incluso puede conquistar incluso votos de personas que no lo votaron en primera vuelta”, propuso Amorim y recordó el 20% de abstención -una cifra que, sin embargo, se mantiene estable desde hace varias elecciones generales anteriores- y el 8% de voto en blanco o nulo de la primera vuelta.
Es aún muy pronto para saber qué camino decidirá tomar el PT, pero lo primero que hizo Haddad esta semana fue visitar a Lula en su celda de la sede de la Policía Federal de Curitiba. Si el análisis del ex ministro petista no está equivocado, el tema de discusión entre los dos será cómo convencer a los líderes de las otras fuerzas políticas -con Ciro Gomes sólo no alcanza- de dejar de lado la polarización PT anti PT y hacer un frente unido contra un abierto defensor de la dictadura y sus métodos más sanguinarios.
Pero el microclima de estas negociaciones al máximo nivel federal podría opacar el otro gran shock político que dejaron estas elecciones generales y que debe ser tomado en cuenta si se quiere cambiar el resultado el 28 de octubre.
“Los resultados de estos comicios significaron el fin de una época. Lo que estamos viendo es una jubilación masiva de una generación de políticos. Los electores hicieron la reforma política que la dirigencia no supo hacer. Los partidos que presentaron candidatos nuevos fueron premiados”, sentenció Talavera y puso el ejemplo de Eduardo Leite, el joven candidato de 33 años que llegó primero el domingo y se enfrentará al gobernador de Rio Grande Do Sul en el ballotage, aún cuando su partido, el PSDB, tuvo una muy mal elección a nivel federal, al punto de perder 25 bancas en diputados y tres en el Senado.
Por eso, Talavera no cree que la estrategia de un frente republicano a la francesa que muchos empiezan a esbozar desde el PT y parte de la izquierda tenga chances de éxito.
“Creo que es una forma muy estética de preparar una derrota, de ponerle épica. El problema es que siguen hablando de izquierda y derecha, no entienden que la noción que se impuso es la de arriba y abajo. (Donald) Trump la maneja muy bien. La idea de drenar el lodo, de que nosotros, una mayoría subyugada, somos oprimidos con impuestos por una minoría que lucra con el Estado y nos tiene secuestrados”, describió.
“Cuando pasan estos maremotos, uno tiene que ver en qué se equivocó. Sin embargo, siguen caseteados en la dinámica de la experiencia y gestión política, de la importancia del tiempo de televisión. ¡Bolsonaro destruyó la premisa de la influencia de la televisión en la campaña!”, agregó el académico.
El maremoto que sacudió el domingo a la clase política tradicional en Brasil no sólo colocó a Bolsonaro a un paso de la Presidencia, sino que también dejó un tendal de víctimas electorales como la ex presidenta -destituida en una golpe parlamentario en 2016- Dilma Rousseff, quien quedó cuarta en la carrera por el Senado en Mina Gerais, y el también petista Eduardo Suplicy, quien después de 24 años en la cámara alta perdió a manos de dos actuales diputados, Mara Gabrilli del PSDB y Sergio Olimpio Gomes, más conocido como Mayor Olímpio, un ex policía del partido de Bolsonaro, el Partido Social Liberal (PSL).
Todos los partidos tradicionales sufrieron bajas de este tipo, especialmente en el Congreso federal, en donde el PSDB, el MDB y el PT perdieron muchas bancas, en su mayoría a manos de la derecha pero también, en algunos casos de la izquierda, que por ejemplo logró el ingreso de la primera mujer indígenas a diputados, Joenia Wapichana.
El resultado de este “que se vayan todos organizado”, como lo describió Talavera, es el Congreso más fragmentado de Brasil desde la vuelta de la democracia, con 30 partidos.
Para el investigador argentino, el apoyo legislativo de Bolsonaro -”el bloque ruralista, gran parte del bloque evangélico y de la bancada de la seguridad”, como él mismo lo definió- va a ser sólo una “base mínima”.
“Bolsonaro va a necesitar más, va a tener que acordar con los partidos tradicionales, con el PSDB y el MDB. Si lo que tiene en mente es una agenda de reformas, va a necesitar más apoyos”, sostuvo y agregó que, si estas alianzas se concretan un gobierno de Bolsonaro tendría “un programa similar al actual de (Michel) Temer”, es decir, privatizaciones, ajuste presupuestario, una mayor militarización de la seguridad interna y reformas estructurales, como la previsional y tributaria, dos iniciativas que el presidente saliente no pudo concretar.
Una vez más, la gran incógnita es cómo se posicionarán estos dos partidos tradicionales -el PSDB y el MDB- que, pese a sumar apenas un 6% en las presidenciales, siguen teniendo un peso específico importante en los Congresos federal y estaduales y en muchas gobernaciones. Tanto en la segunda vuelta presidencial como después, en un eventual gobierno de Bolsonaro, ¿pesarán más sus coincidencias económicas o su declarada defensa a la democracia y el Estado de derecho?