Jean Genet tuvo durante un largo periodo de su vida, una provocadora y productiva carrera delictiva a la cual acompañó con la escritura de una obra literaria que hizo legible su derrotero. En ella nos revela que el criminal, el marginado, el delincuente encarnan en sus acciones una libertad y una soberanía incomprensible para la norma social burguesa.
En ese sentido, la experiencia criminal se transmuta en virtud, a través del lenguaje de la obra literaria creada, la cual convierte a la sordidez en grandeza, y al criminal en un santo. En Diario del Ladrón, Genet nos dice que santo es el que confiesa. En esa operatoria del mal hacia la virtud es que el delincuente que ha robado por hambre o por rebeldía es sacralizado. Esto también nos muestra la fragilidad y el delgado hilo que separa la frontera entre crimen y santidad. La vida de Saulo de Tarso se muestra elocuente en ese sentido. El temido persecutor de cristianos se dirigía a Damasco en pos de un nuevo genocidio, y en el camino se le aparece un ángel revelador que lo convierte a la fe de sus perseguidos y cambia su nombre por el de Pablo, y comienza su trabajo evangelizador que lo convierte en uno de los santos notables del cristianismo, que evangeliza tanto con la oralidad como con la escritura de sus epístolas. Sin embargo, hay otros caminos en los cuales el criminal, el bandido, es sacralizado más allá de que en vida no haya buscado tal estamento de manera deliberada, como ocurre con Genet y con la revelación de Pablo.
En nuestros territorios, donde en tiempos no tan lejanos los bandidos rurales asolaron las soledades de los campos con cuatrereadas y asaltos a estancias, observamos que ese hombre volcado al delito tenía una pertenencia popular que lo asimilaba entre aquellos que sufrían las levas forzosas, como Martín Fierro, la desigualdad de la justicia siempre esquiva con el pobre; y la persecución por parte de la policía, el brazo armado de esa institución benefactora de los ricos. Generalmente traicionado y delatado, era abatido a balazos, degollado o ahorcado por nutridas partidas policiales. Acaecido el desenlace trágico, el lugar de ejecución se convertía en un lugar sacro y el héroe ejecutado que robaba a los ricos y ayudaba a los pobres, se convertía en objeto de veneración por parte del pueblo, al operar milagros de curación y otras ayudas a los más necesitados.
BAIROLETTO. Hijo de inmigrantes piamonteses afincados en la ciudad de Santa Fe, Juan Bautista Bairoletto, nació un 11 de noviembre de 1894 en un contexto social donde sus progenitores se consideraban pioneros de una nueva patria y avizoraban el futuro de sus hijos criollos, como sólidos ciudadanos de ese novel país. Sin embargo, la realidad de la explotación en los obrajes y en la esquilas desmentían tales sueños. A pesar de esas vicisitudes lograron salir del lugar y trasladarse a Castex, una localidad de La Pampa donde arrendaron 400 hectáreas a la compañía Perrando. La vida en el pueblo pampeano era dura y gran parte de la vida social se desarrollaba en alguno de los tres prostíbulos existentes, lugar de reunión donde no solo se ejercía la prostitución, también se comía, se bebía, se bailaba y acudían individuos de todas las clases sociales. Carismático y buen bailarín, una de las pupilas de nombre Dora lo tenía por predilecto, cosa que enfureció a un taciturno cabo llamado Elías Farach, quien no tuvo mejor idea que meter en un calabozo a Bairoletto, para humillarlo y torturarlo. Ese accionar de baja estofa, ameritaba una venganza y la misma no se hizo esperar, un 11 de noviembre de 1919, el torturador Farach recibió un certero balazo en el pescuezo, dando así inició al mito de justiciero popular de nuestro héroe, una mitología en la cual también le atribuyen poderes para curar animales abichados por medio de la palabra y de interceder ante Dios para solucionarle problemas a la gente necesitada.

En ancas de ese episodio, Bairoletto, inicia una carrera expropiadora a grandes latifundistas, parte del botín siempre es repartido entre los más humildes del pueblo, esto le permite tener múltiples refugios y escondites entre los paisanos, los cuales se sienten honrados de brindarle protección. Sus correrías abarcan extensas y distantes zonas del país, como La Pampa, San Luis, Santa Fe, Río Negro, Neuquén, Mendoza y Chaco. Es en esta provincia donde en sociedad con Segundo David Peralta “Mate Cosido” y anarquistas expropiadores, asaltan las oficinas de La Forestal, una empresa de capitales ingleses que llegó a ser dueña de 2 millones de hectáreas entre Chaco y Santa Fe y donde los obreros rurales dejaban la vida por monedas.

Ese golpe, prestigia sus andanzas y agranda su leyenda, pero ya cansado de su azarosa vida, gracias a la ayuda de un viejo caudillo radical, consigue una parcela a orillas del río Atuel, en Mendoza, donde vive con su compañera, Telma Cevallos, quién le da una hija. Allí vive la vida laboriosa de cualquier campesino y si ese camino de santidad asignado por el pueblo, necesitaba un hecho trágico que acrecentara esa religiosidad, el misma vino de la mano de la traición de un oportuno Judas, apodado El Ñato Gascón, un ex integrante de una de sus gavillas con el que tuvo divergencias y que cumplía una dura pena de prisión. Gascón, cambió la delación por un indulto. Es así que el 14 de septiembre de 1941, una partida policial sin siquiera dar la voz de alto, lo embosca y lo mata de tres disparos a quemarropa.
Más allá de que su leyenda se escribió en La Pampa, es en Mendoza donde murió, el lugar en el cual se lo venera como a un santo y cada 14 de septiembre una multitud se acerca a su tumba en el cementerio de General Alvear, para agradecer los favores recibidos gracias al héroe de las pampas. En una entrevista publicada en el suplemento literario de Página 12 el 16 de septiembre de 2001, su nieto, Fabio Erregarena declaraba haber estudiado sociología para comprender a su abuelo y decía: “Creo que la santidad popular es como un último gesto de admiración de la gente. Es el homenaje máximo de una comunidad para ponerlo de intermediario ante Dios.” Fundadas razones le sobraban.

MARTINA. La vida de los bandidos evocados pareciera corresponderse con un palimpsesto o centón infinito, tal vez esa caracterización la conformen las condiciones sociopolíticas y económicas de la época, como aseveran ciertos historiadores ligados al marxismo. Martina Chapanay, guerrillera y bandolera cuyana, hija del cacique huarpe Ambrosio Chapanay y de la blanca Mercedes González, entra perfectamente en la composición de ese sujeto histórico. Nacida en el Valle del Zonda en 1799, su mestizaje la ayudó a zafar de ciertas restricciones ancestrales impuestas a la mujer aborigen. Ya desde muy jovencita mostró habilidades en la montura de caballos y en el manejo del facón y del cuchillo, destrezas que la llevaron a integrarse junto a un ocasional compañero, a las montoneras federales de Facundo Quiroga, donde sobresale por su destreza en el manejo de la lanza. Es una auténtica guerrera a la cual el infortunio también acecha, pues en la Batalla de la Ciudadela de Tucumán, su compañero muere. Ese acontecimiento, no impide que continúe luchando junto al caudillo riojano hasta que este es asesinado.

Vencida por los acontecimientos emprende el viaje de retorno hacia la comunidad del valle donde había nacido, pero no los encuentra, las levas y las disputas de tierras con latifundistas los han corrido. Ante esa desolación, se une a una banda de bandoleros y asaltantes de caminos, comandada por un tal Cruz Cuero. Este Cruz quedó prendado no solo de las aptitudes de Martina en el manejo de las armas, sino también de su belleza y no tardaron en compartir sus vidas. Sin embargo, una nueva tragedia estaba por acaecer en su vida aventurera, cuando secuestraron a un mozo extranjero del cual Martina se enamoró y el mocetón le correspondió ese amor, en tiempos donde aún se desconocía el síndrome de Estocolmo. Enterado Cuero de la situación mató de un balazo al enamorado, dolida por la pena, pero motivada por la venganza, Martina le asestó un lanzazo al victimario y de paso asumió la jefatura de la banda.
En esas andanzas de asaltos y robos, donde repartía entre los pobres, estuvo un tiempo, hasta que nuevamente sintió el llamado de la lucha política y se integró a las huestes del Chacho Peñaloza, hasta que este fue asesinado. En esa contingencia, le ofrecieron el indulto y un cargo de sargento mayor en la policía sanjuanina, que aceptó. En ese cuerpo policial revistaba el comandante Pablo Irrazábal, el asesino de El Chacho, enterada de esa presencia perturbadora, Martina Chapanay, lo retó a duelo. La dolosa contienda no se concretó, el oficial acobardado y conocedor de las aptitudes de su retadora, se atribuló por el miedo y pidió la baja de inmediato para eludir una muerte segura.
La fecha de la muerte de Martina es imprecisa, difusa, sabemos que murió pasados los 78 años en San Juan, su tumba en el pueblo sanjuanino de Mogna es centro de devoción popular porque compartía el fruto de los robos con los humildes y las peregrinaciones al cementerio reúnen a cientos de devotos, aunque no es intercesora ante Dios. Sin embargo, su legendaria figura ha trascendido a otros planos y también es rescatada por los feminismos populares y no es raro encontrar a peregrinos portando banderas de la diversidad. ¡Salud, Martina!