Esta tendencia, que desafía el papel tradicional de los especialistas en la toma de decisiones y en la construcción del conocimiento, ha sido impulsada en gran medida por las nuevas tecnologías y la transformación de las plataformas de información. A medida que la sociedad se encuentra cada vez más interconectada, los espacios digitales facilitan la propagación de discursos simplificados, emocionales y, en muchos casos, basados en la desinformación.
Históricamente, los expertos han sido vistos como figuras de autoridad, quienes a través de años de estudio y experiencia brindaban claridad y orientación en áreas complejas. Sin embargo, el escenario ha cambiado radicalmente con la aparición de internet y las redes sociales, donde cualquiera puede auto proclamarse experto y ganar audiencias masivas. La inmediatez y la masificación de la información han diluido las barreras entre el conocimiento validado y la opinión sin fundamento, creando un terreno fértil para que los charlatanes—individuos que aparentan conocimiento sin tenerlo—ganen influencia.
Este fenómeno tiene profundas implicancias para la sociedad. En primer lugar, la proliferación de voces desinformadas socava la confianza en las instituciones tradicionales, desde la ciencia hasta la política, fomentando el escepticismo hacia aquellos que poseen conocimiento genuino. Las redes sociales han potenciado esta crisis al premiar la viralidad sobre la veracidad. Un mensaje provocador, aunque esté plagado de falsedades, puede captar millones de interacciones en cuestión de horas, mientras que las explicaciones complejas y matizadas de los expertos quedan relegadas al margen.
El desprestigio de los expertos también está alimentado por la creciente polarización política y cultural. En un entorno en el que la opinión pública se construye en función de intereses ideológicos, los expertos son a menudo acusados de tener sesgos o de estar al servicio de determinadas élites. Esto ha dado lugar a un rechazo de los conocimientos científicos y a la proliferación de teorías conspirativas que erosionan aún más la credibilidad de aquellos que poseen conocimientos especializados.
Además, las plataformas digitales han dado lugar a nuevos «líderes de opinión» que, sin la validación de estudios formales ni experiencia relevante, logran generar seguidores basándose en el carisma, una retórica simplista o apelaciones emocionales. Estos charlatanes, habilitados por las tecnologías digitales, aprovechan el anhelo de soluciones rápidas y fáciles para problemas complejos, así como la desconfianza generalizada en el status quo. Utilizan herramientas como la desinformación, el sensacionalismo y la manipulación emocional para ganar legitimidad, lo que a menudo conduce a la confusión y la polarización.
El auge de estas figuras trae consigo serias consecuencias. En el ámbito de la salud, por ejemplo, lo hemos vivido en carne propia durante la pandemia de Covid, las campañas negacionistas anti vacunas, teorías conspirativas, difusión de remedios pseudo científicos, han generado una agudización de la crisis sanitaria que podrían haberse evitado.
En la política, los líderes que se presentan como “outsiders” y desprecian el conocimiento experto han puesto en jaque la gobernabilidad, alimentando divisiones sociales y tomando decisiones basadas en percepciones erróneas o desinformadas, con altos costos económicos y sociales,
Las nuevas tecnologías, lejos de ser neutrales, han exacerbado este fenómeno. Los algoritmos de las plataformas digitales priorizan el contenido que genera más interacción, sin importar su veracidad.
Esto ha permitido que las teorías conspirativas, la desinformación y las falsas promesas se difundan a un ritmo alarmante, erosionando aún más la confianza en los expertos y en las instituciones tradicionales. Además, las «cámaras de eco« creadas por las redes sociales refuerzan las creencias preexistentes de los usuarios, haciendo que los discursos simplificados y extremistas se amplifiquen, mientras las voces más fundamentadas quedan enterradas bajo una montaña de ruido informativo.
Ante este panorama, surge la necesidad urgente de reivindicar el prestigio y el valor del conocimiento experto y de las instituciones que lo respaldan. La lucha contra la desinformación requiere tanto la promoción de una cultura de pensamiento crítico como la regulación de las plataformas tecnológicas que permiten la difusión masiva de contenidos falsos o engañosos. Asimismo, es fundamental que los expertos se adapten a las nuevas dinámicas de la comunicación digital, utilizando las mismas herramientas que han permitido el auge de los charlatanes para llegar a audiencias más amplias, de manera accesible y cercana, sin perder rigor.
En conclusión, el desprestigio de los expertos y el auge de los charlatanes es uno de los desafíos más importantes que enfrentamos en la era digital. Las nuevas tecnologías han transformado radicalmente cómo se produce y se distribuye la información, creando un entorno donde la verdad y la mentira coexisten de manera indistinguible para muchos.
Para proteger el conocimiento y el bienestar colectivo, es crucial fortalecer la educación, recuperar la confianza en los expertos y exigir a las plataformas digitales que asuman su responsabilidad en la veracidad de la información que difunden.
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Imagen de portada: Obra No. 5, 1948, Jackson Pollok.